La Iglesia Anglicana se enfurruñó bastante con sus experimentos y el galeno, harto de soportar los envites eclesiásticos, argumentó que si Dios habÃa dormido a Adán para sacarle la costilla con la que creó a Eva significaba que la Biblia contemplaba la anestesia.
Traer humanos a este mundo no es tarea fácil. La causa, tal y como explica el paleoantropólogo Juan LuÃs Arsuaga en El primer viaje de nuestra vida (Ediciones Temas de Hoy, 2013), es que nos ha tocado en gracia tener uno de los partos más complicadillos del reino animal por razones evolutivas.
Una de ellas fue nuestro empeño en convertirnos en bÃpedos. Al alzarnos y dejar de caminar a cuatro patas, las caderas se aproximaron y, en consecuencia, el canal de parto menguó.
A partir de ese momento, la Iglesia hizo chitón y la práctica se conoció como «el cloroformo a la reina». Básicamente se trataba de aspirar cloroformo (a veces, mezclado con otras sustancias) cuando la parturienta experimentaba una contracción.
En los albores de la medicina moderna, dar con la perfecta anestesia epidural era como intentar que un párvulo resuelva una ecuación de segundo grado. Se tenÃan que desvelar demasiadas incógnitas: el lugar dónde aplicarla, el tipo de jeringuilla que permitiera hacerlo y la mezcla de ingredientes idónea.
A partir de los años 70, la epidural se asoció al parto en buena parte del mundo. Sin embargo, en nuestro paÃs no fue asumida por la sanidad pública hasta el 2.000. Antes de esa fecha, quienes quisieran optar por la anestesia debÃan apoquinar 40.000 pesetas (unos 240 euros).
La Iglesia Anglicana se enfurruñó bastante con sus experimentos y el galeno, harto de soportar los envites eclesiásticos, argumentó que si Dios habÃa dormido a Adán para sacarle la costilla con la que creó a Eva significaba que la Biblia contemplaba la anestesia.
Traer humanos a este mundo no es tarea fácil. La causa, tal y como explica el paleoantropólogo Juan LuÃs Arsuaga en El primer viaje de nuestra vida (Ediciones Temas de Hoy, 2013), es que nos ha tocado en gracia tener uno de los partos más complicadillos del reino animal por razones evolutivas.
Una de ellas fue nuestro empeño en convertirnos en bÃpedos. Al alzarnos y dejar de caminar a cuatro patas, las caderas se aproximaron y, en consecuencia, el canal de parto menguó.
A partir de ese momento, la Iglesia hizo chitón y la práctica se conoció como «el cloroformo a la reina». Básicamente se trataba de aspirar cloroformo (a veces, mezclado con otras sustancias) cuando la parturienta experimentaba una contracción.
En los albores de la medicina moderna, dar con la perfecta anestesia epidural era como intentar que un párvulo resuelva una ecuación de segundo grado. Se tenÃan que desvelar demasiadas incógnitas: el lugar dónde aplicarla, el tipo de jeringuilla que permitiera hacerlo y la mezcla de ingredientes idónea.
A partir de los años 70, la epidural se asoció al parto en buena parte del mundo. Sin embargo, en nuestro paÃs no fue asumida por la sanidad pública hasta el 2.000. Antes de esa fecha, quienes quisieran optar por la anestesia debÃan apoquinar 40.000 pesetas (unos 240 euros).