10 de junio 2019    /   ENTRETENIMIENTO
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Javirroyo y la brutalidad piadosa del humor grƔfico

Repaso a la trayectoria y el viñetismo de Javirroyo: del cómic 'underground' a la prensa y el éxito en Instagram

10 de junio 2019    /   ENTRETENIMIENTO     por          
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javirroyo

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Lee gratis la revista PlacerĀ haciendo clic aquĆ­.

En el Market de ilustración de Utopía, en Barcelona, una señora de cincuenta años se acercó al tenderete de Javier Royo (javirroyo). Se concentró en las lÔminas que representaban ciclos vitales simplificadísimos en una línea (por ejemplo: nacimiento; piedra, la misma piedra, una vez mÔs; muerte). Las miraba y se descojonaba.

Ocurrió algo que impresionó al autor: Ā«Se acercó un chaval y le dijo “mamĆ”, esto no lo compres, coge esto de aquĆ­, mĆ”s alegre”, y ella le respondió que la dejara en paz. Entonces, cuando el chaval se marchó, ella me lo contó: “ĀæSabes quĆ© pasa? Que estoy pasando el segundo cĆ”ncer y mi hijo es un plasta, pero yo me rĆ­o con esto, es lo que me gusta”Ā».

 

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La crudeza es terriblemente humana, burlarse de la muerte puede ser un gesto brutalmente tierno. Aquello fue un alegato sobre la necesidad del humor como forma de conocimiento. «Era alguien que realmente tenía conciencia de su vida».

El diseƱador y viƱetista se pasa horas lanzando piedras a las puertas barrocas de la muerte: horas agazapado tras un matorral, descerrajando guijarros, escondiƩndose, hipando con risa canalla.

Tiene viƱetas que te obligan a reƭr para no oƭr tus propios dientes castaƱeando. Por ejemplo, la de una mano que voltea un reloj de arena en el que hay un hombre en la parte de arriba, imaginamos que vive creyendo que la tierra es compacta y segura cuando, en realidad, estƔ fugƔndose desde el principio y arrastrƔndolo a Ʃl hasta enterrarlo.

Lo peor es eso, haberse tragado el cuento de que el suelo estaba ahí para servirle cuando solo le iba tragando lentamente, con placer, incluso recreÔndose. Somos un menú degustación para la arena.

 

 

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«Muchas veces pierdes la perspectiva de lo que es tu vida, y todas estas viñetas te hacen pequeño y a la vez grande: te recolocan, te dicen que vas a tener un puto final y que tienes que vivir el día a día de otra forma», reflexiona Javirroyo.

Confiesa que le hace gracia esa pericia que tiene el ser humano para actuar como si su vida fuera eterna: «Que estÔ bien, ¿eh? Pero siempre es bueno que te recuerden que no», chulea.

El dibujante solo ofrece recordatorios, es un tipo moderado, no como La Cebolla Asesina, que, en un gesto de empoderamiento vegetal sin precedentes, amenaza al personal con un cuchillo de hoja ancha, de los que se usan para cortar a sus parientas en juliana.

El ilustrador creó este personaje inspirado en el cómic underground de los noventa que él adoraba: «Era antes de que el cómic adquiriera la categoría de novela grÔfica que tiene ahora».

 

 

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Pueden encontrarse todavƭa ecos y evocaciones de aquella bella marginalidad gracias a quienes la vivieron y dejaron, sin pretensiones, su pequeƱo comentario en otro soporte que hoy suena tambiƩn rotundamente marginal: los blogs con plantilla random. En 2006, un bloguero se ponƭa nostƔlgico al encontrar una tira de La Cebolla Asesina y definƭa la Ʃpoca:

«Corrían los años noventa, se llevaban las camisas de cuadros de leñador y Dr. Marteens [marca de botas], éramos pequeñuelos revolucionarios, escuchÔbamos música que no entendíamos y, mientras otros trataban de aprender cómo era eso de ser mayor, yo me dedicaba a leer cómics como este. La Cebolla Asesina marcó una época».

Javirroyo había empezado a cobrar por sus dibujos antes del nacimiento de ese personaje tan lleno de capas. Tenía 18 años y lo logró por una carambola. Un vecino de Zaragoza que trabajaba en un diario económico le pidió una viñeta semanal: «Ahí me di cuenta de que hay que estar muy al loro de lo que pasa alrededor para hablar de algo. Imagina a un chaval de 18 años teniendo que hablar del IVA y el IRPF. Me lo tuve que empollar todo», recuerda.

 

 

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De ahí vinieron mÔs colaboraciones en prensa. Ilustrar los artículos de Juan José MillÔs en Interviú, trabajar junto a grandes como Forges en El Virus Mutante. O ahora: en Cuarto Poder, Mongolia, El Estafador.

Trabajar como viƱetista suponĆ­a contar con el viento a favor cuando se gestó el tsunami del humor grĆ”fico online. Ɖl se ve como un surfero que flotando sobre una buena tabla cuando llegó la ola y lo elevó: Ā«El trabajo que hacĆ­amos muchos viƱetistas ya era perfecto para InstagramĀ», valora. Su trabajo y el de otros compaƱeros del gremio se comprendĆ­a de un vistazo y no acaparaba el tiempo del lector.

 

 

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Instagram ha extremado la voracidad del espectador: «Hoy leemos muchas mÔs imÔgenes y tenemos mÔs criterio». El público, opina, valora mÔs las ideas y el concepto que hay detrÔs de cada dibujo.

El autor simplifica sus viñetas hasta dejarlas al borde de la transparencia. Se mueve muchas veces en ese terreno fronterizo en que el dibujo empieza a ser un esquema. «Es como desaprender a dibujar. Yo he estudiado Bellas Artes, tengo formación clÔsica, pero me interesa sobre todo contar historias y hacerlas supersencillas y supercontundentes. Como si cada dibujo pudiera ser un cartel o una camiseta», defiende.

 

 

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El creador de la cebolla delincuente deja a veces el humor de lado (tanto el dulce como el Ôcido) y se bate con indignación cuando aborda asuntos como la tragedia de los refugiados o la discriminación de la mujer.

Sobre la muerte en el MediterrĆ”neo, publicó una ilustración que representaba un naufragio. Los migrantes caĆ­an al agua, se ahogaban y su existencia acababa reducida a un texto de WhatsApp: Ā«… este mensaje ha sido eliminadoĀ».

 

 

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«Es un drama que conocemos por las redes y los medios, pero se nos olvida de un día para otro», expresa. ¿Por qué sobrecoge tanto ver las muertes de hombres y mujeres resumidas (frivolizadas) en un mensaje automÔtico?

Manejando el factor de lo impersonal, Javirroyo nos conecta con la vida de quien muere, ¿acaso cuando vemos un mensaje suprimido no nos intrigamos y deseamos saber mÔs, penetrar en el otro a través de su silencio? Paradojas de la época: uno parece mÔs humano y genuino cuando elimina mensajes que cuando finge a través de bandadas de emojis.

La mayoría del tiempo, sin embargo, el viñetista intenta trabajar con la risa sobre la boca. Recuerda el autor que Forges le contaba que, a veces, se descubría a sí mismo descojonÔndose delante de su propio dibujo. A él le ocurre lo mismo, aunque su nivel de carcajeo no siempre se sincroniza con el del público.

«A veces, las frikadas que a ti te matan de la risa no tienen casi likes, que en realidad te la suda bastante, pero es llamativo: luego algunas en las que no confías, lo petan». Poco importa, es un derecho inalienable del humorista grÔfico (y de la humanidad) reírse las gracias a uno mismo.

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Ocurrió algo que impresionó al autor: Ā«Se acercó un chaval y le dijo “mamĆ”, esto no lo compres, coge esto de aquĆ­, mĆ”s alegre”, y ella le respondió que la dejara en paz. Entonces, cuando el chaval se marchó, ella me lo contó: “ĀæSabes quĆ© pasa? Que estoy pasando el segundo cĆ”ncer y mi hijo es un plasta, pero yo me rĆ­o con esto, es lo que me gusta”Ā».

 

 

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La crudeza es terriblemente humana, burlarse de la muerte puede ser un gesto brutalmente tierno. Aquello fue un alegato sobre la necesidad del humor como forma de conocimiento. «Era alguien que realmente tenía conciencia de su vida».

El diseƱador y viƱetista se pasa horas lanzando piedras a las puertas barrocas de la muerte: horas agazapado tras un matorral, descerrajando guijarros, escondiƩndose, hipando con risa canalla.

Tiene viƱetas que te obligan a reƭr para no oƭr tus propios dientes castaƱeando. Por ejemplo, la de una mano que voltea un reloj de arena en el que hay un hombre en la parte de arriba, imaginamos que vive creyendo que la tierra es compacta y segura cuando, en realidad, estƔ fugƔndose desde el principio y arrastrƔndolo a Ʃl hasta enterrarlo.

Lo peor es eso, haberse tragado el cuento de que el suelo estaba ahí para servirle cuando solo le iba tragando lentamente, con placer, incluso recreÔndose. Somos un menú degustación para la arena.

 

 

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«Muchas veces pierdes la perspectiva de lo que es tu vida, y todas estas viñetas te hacen pequeño y a la vez grande: te recolocan, te dicen que vas a tener un puto final y que tienes que vivir el día a día de otra forma», reflexiona Javirroyo.

Confiesa que le hace gracia esa pericia que tiene el ser humano para actuar como si su vida fuera eterna: «Que estÔ bien, ¿eh? Pero siempre es bueno que te recuerden que no», chulea.

El dibujante solo ofrece recordatorios, es un tipo moderado, no como La Cebolla Asesina, que, en un gesto de empoderamiento vegetal sin precedentes, amenaza al personal con un cuchillo de hoja ancha, de los que se usan para cortar a sus parientas en juliana.

El ilustrador creó este personaje inspirado en el cómic underground de los noventa que él adoraba: «Era antes de que el cómic adquiriera la categoría de novela grÔfica que tiene ahora».

 

 

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Pueden encontrarse todavƭa ecos y evocaciones de aquella bella marginalidad gracias a quienes la vivieron y dejaron, sin pretensiones, su pequeƱo comentario en otro soporte que hoy suena tambiƩn rotundamente marginal: los blogs con plantilla random. En 2006, un bloguero se ponƭa nostƔlgico al encontrar una tira de La Cebolla Asesina y definƭa la Ʃpoca:

«Corrían los años noventa, se llevaban las camisas de cuadros de leñador y Dr. Marteens [marca de botas], éramos pequeñuelos revolucionarios, escuchÔbamos música que no entendíamos y, mientras otros trataban de aprender cómo era eso de ser mayor, yo me dedicaba a leer cómics como este. La Cebolla Asesina marcó una época».

Javirroyo había empezado a cobrar por sus dibujos antes del nacimiento de ese personaje tan lleno de capas. Tenía 18 años y lo logró por una carambola. Un vecino de Zaragoza que trabajaba en un diario económico le pidió una viñeta semanal: «Ahí me di cuenta de que hay que estar muy al loro de lo que pasa alrededor para hablar de algo. Imagina a un chaval de 18 años teniendo que hablar del IVA y el IRPF. Me lo tuve que empollar todo», recuerda.

 

 

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De ahí vinieron mÔs colaboraciones en prensa. Ilustrar los artículos de Juan José MillÔs en Interviú, trabajar junto a grandes como Forges en El Virus Mutante. O ahora: en Cuarto Poder, Mongolia, El Estafador.

Trabajar como viƱetista suponĆ­a contar con el viento a favor cuando se gestó el tsunami del humor grĆ”fico online. Ɖl se ve como un surfero que flotando sobre una buena tabla cuando llegó la ola y lo elevó: Ā«El trabajo que hacĆ­amos muchos viƱetistas ya era perfecto para InstagramĀ», valora. Su trabajo y el de otros compaƱeros del gremio se comprendĆ­a de un vistazo y no acaparaba el tiempo del lector.

 

 

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Instagram ha extremado la voracidad del espectador: «Hoy leemos muchas mÔs imÔgenes y tenemos mÔs criterio». El público, opina, valora mÔs las ideas y el concepto que hay detrÔs de cada dibujo.

El autor simplifica sus viñetas hasta dejarlas al borde de la transparencia. Se mueve muchas veces en ese terreno fronterizo en que el dibujo empieza a ser un esquema. «Es como desaprender a dibujar. Yo he estudiado Bellas Artes, tengo formación clÔsica, pero me interesa sobre todo contar historias y hacerlas supersencillas y supercontundentes. Como si cada dibujo pudiera ser un cartel o una camiseta», defiende.

 

 

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El creador de la cebolla delincuente deja a veces el humor de lado (tanto el dulce como el Ôcido) y se bate con indignación cuando aborda asuntos como la tragedia de los refugiados o la discriminación de la mujer.

Sobre la muerte en el MediterrĆ”neo, publicó una ilustración que representaba un naufragio. Los migrantes caĆ­an al agua, se ahogaban y su existencia acababa reducida a un texto de WhatsApp: Ā«… este mensaje ha sido eliminadoĀ».

 

 

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«Es un drama que conocemos por las redes y los medios, pero se nos olvida de un día para otro», expresa. ¿Por qué sobrecoge tanto ver las muertes de hombres y mujeres resumidas (frivolizadas) en un mensaje automÔtico?

Manejando el factor de lo impersonal, Javirroyo nos conecta con la vida de quien muere, ¿acaso cuando vemos un mensaje suprimido no nos intrigamos y deseamos saber mÔs, penetrar en el otro a través de su silencio? Paradojas de la época: uno parece mÔs humano y genuino cuando elimina mensajes que cuando finge a través de bandadas de emojis.

La mayoría del tiempo, sin embargo, el viñetista intenta trabajar con la risa sobre la boca. Recuerda el autor que Forges le contaba que, a veces, se descubría a sí mismo descojonÔndose delante de su propio dibujo. A él le ocurre lo mismo, aunque su nivel de carcajeo no siempre se sincroniza con el del público.

«A veces, las frikadas que a ti te matan de la risa no tienen casi likes, que en realidad te la suda bastante, pero es llamativo: luego algunas en las que no confías, lo petan». Poco importa, es un derecho inalienable del humorista grÔfico (y de la humanidad) reírse las gracias a uno mismo.

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