Hasta ahora el Joker era malo porque sÃ. Sencillamente estaba loco y su objetivo vital era sembrar el caos y la destrucción. Era la expresión básica de cualquier villano de ficción tradicional: un malo a tiempo completo que actúa como antagonista de un bueno que, por oposición, era bueno a tiempo completo.
Sin embargo, el estreno de la última pelÃcula de la saga de Batman ha venido de la mano de una muy rentable controversia: en Estados Unidos muchos han visto en la cinta una peligrosa legitimación de la desobediencia civil y una ruptura frontal con un tabú social extendido, como es el silencio alrededor del trastorno mental. Hasta las fuerzas de seguridad alertaron de posibles incidentes violentos durante el estreno.
Porque resulta que, según explica el metraje, el Joker no es malo porque sÃ. En realidad es un enfermo mental al que la sociedad ha dejado de lado y encuentra en la rebelión una forma de expresión. De hecho ni lo busca, sencillamente acontece. El caos, el absurdo, el reÃrse ante una situación dramática: exactamente lo que a él le hace ser un marginado exportado para todos. Una imposición contra otra.
Nada de ese argumento es nuevo ni original. En realidad hace tiempo que la ficción abandonó los personajes tan planos. Los buenos –particularmente Batman– son personajes atribulados, a veces taciturnos y con serias contradicciones morales. Los malos –como el Joker– son vÃctimas de circunstancias ajenas que acaban tomando malas decisiones por un desencadenante indeseado.
Asà pues, ¿por qué la controversia? En realidad la pelÃcula no necesita al Joker ni a Batman. No es, para nada, una cinta de superhéroes, más allá de que utiliza el universo concreto de la franquicia para dotar de significado al relato. Y esa es justamente la clave de todo: la pelÃcula no ha gustado a algunos porque trata de explicar cosas.
LA IMPORTANCIA DEL RELATO
La saga de Batman detectó el filón hace años: una de las últimas pelÃculas exploraba la lógica antisistémica como acción de los malos. El objetivo de su plan era enterrar a la PolicÃa (literalmente, pero sin matarlos) para que el caos pudiera reinar en la superficie. La anarquÃa. Y eso, claro, no era permisible.
Fue otro de tantos ejemplos recientes, el guiño de Hollywood a la crisis de desencanto que vive la sociedad: el terrorista bueno de V de vendetta, las distopÃas orwellianas en formato palomitero de Los juegos del hambre o la saga de Divergente, e incluso los mensajes neoconservadores en las ficciones animadas de Pixar. En realidad casi todas las ficciones modernas sumergen mensajes polÃticos y sociales en argumentos previsibles.
La figura del Joker, sin embargo, siempre habÃa sido un filón por explotar. Y los responsables de la franquicia vieron que la brillante intepretación deL personaje encarnada por Heath Ledger le dio una nueva dimensión. El trágico fallecimiento del actor terminó de mitificar la producción. Por tanto, era cuestión de tiempo que profundizaran en el relato.
Lo que hace la cinta es dotar de contexto, añadir explicación. Por más que los argumentos sigan siendo planos, el espectador ahora necesita un relato detrás de los hechos. No basta con que le digan qué sucede –que el personaje es malo– sino que necesita entender qué le ha llevado hasta ahÃ.
Dotar de una explicación, sin embargo, alerta a muchos. A grandes rasgos, una sociedad que tolera mal los grises entiende que explicar es lo mismo que justificar. De ahà que se tema una reacción violenta a través de lo que las autoridades ven como una peligrosa legitimación de la causa: si hay gente que no encaja en la sociedad que se vea identificada con el Joker, quizá den el paso a hacer lo que él.

EXPLICAR NO ES JUSTIFICAR
Esa lógica es la misma que explica muchas dinámicas polÃticas modernas. En realidad nada sucede porque sÃ, sino que todo es consecuencia de algo anterior y, por tanto, tendrá consecuencias en el futuro. Pero hacer tal razonamiento no siempre es tolerable.
Sucede, por ejemplo, cuando alguien afirma que el Holocausto –por poner el ejemplo del crimen más atroz de la humanidad– tuvo explicación polÃtica. Claro que la tuvo: una Alemania derrotada y humillada por el Pacto de Versalles acabó entregándose a un lÃder populista y carismático que supo pulsar la fibra del nacionalismo herido y orientó el desencanto hacia la construcción de un imperio. La autoridad y la ira eran las herramientas, y las vÃctimas fueron el enemigo común con el que se taparon las heridas del paÃs.
Por poner un ejemplo más cercano, también ha sucedido en España cuando se ha criticado a lÃderes polÃticos por decir que la violencia de ETA responde a motivaciones polÃticas. Claro que es asÃ: hay un origen polÃtico y una finalidad polÃtica, más allá de que los medios para alcanzarla no tengan que ver con la polÃtica.
El problema es que socialmente se interpretan ambas argumentaciones como una legitimación de lo sucedido.
EL FIN DE LA PREDESTINACIÓN
En la polÃtica, como ahora también sucede en la ficción, el relato es la clave. Quien cuenta cómo pasaron las cosas es quien acaba colgándose la medalla. Y en eso el cine siempre ha tenido un papel primordial: basta ver la evolución de la percepción de la gente respecto a qué paÃs lideró la derrota del nazismo tras la Segunda Guerra Mundial (una pista: aunque Hollywood nos lo haya hecho creer, no fue EEUU).

El contexto, los motivos, el cómo y el porqué se vuelven en ocasiones incómodos. Por eso se intenta vincular la explicación con la adhesión. Por eso el Joker parece peligroso.
Esa búsqueda del contexto supone, a la vez, una enmienda final a la lógica argumental de las ficciones tradicionales porque supone cuestionar la idea de la predestinación. AsÃ, los héroes modernos pueden ser nadie –como trata de hacer la última trilogÃa de Star Wars, en la que la protagonista es (hasta ahora) alguien ajeno a la familia Skywalker– y los antihéroes pueden tener motivos de peso para ser lo que son.
Quizá el Joker no estaba tan loco.
Imagen de portada:Â Â Bottle Top Photography/Shutterstock
Respecto a quien derrotó a los nazis (y a los japoneses, cuyo ejercito era muy superior y mejor organizado que el de los nazis, una pista, Stalin pudo financiar la guerra contra Alemania, gracias al dinero que le llegaba desde EEUU)
En realidad la pelÃcula de Joker no explica nada sobre la maldad del personaje. Te da su propia visión, la subjetiva desde su propia imagen en el espejo. Para nada es una explicación, de hecho la ambigüedad de todo lo que ocurre te hace ver que el tipo es un malvado por que sÃ. Simplemente él tiene su propio discurso y su propia justificación pero esto es asà porque siempre es asÃ. Y por este motivo es tan grandiosa la pelÃcula. Quedas fascinado por el personaje pues sabes que es un monstruo pero al darte como expectador su propia justificación se te hace humano: comprendes al monstruo, llegas a quererlo y cuando lo quieres te explota la mierda en la cara. Todo es mentira. Si no se entiende eso, no se entiende nada. Y esto es asà en la realidad: el amor perverso, el amor tóxico, el amor hacia un ser malvado no seria posible de otra forma mas que siendo enpaticos con su mentira.
Y, además, siguiendo con el tema debe incorporarse la variable de la libertad. Él es libre y decide, decide, sà decide hacer el mal. TenÃa muchas otras opciones bajo las mismas circunstancias. Por tanto, eliminar ese factor falsea completamente cualquier argumento. El Joker de esta peli es un
malvado porque sÃ, disfruta haciendo el mal, y no está enfermo. La medicación nunca la tomó, mas bien parece que a la que se la da es a la madre.
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