El artista Jonas Lund sueña con que su arte cobre autonomÃa para poder perderse en Ibiza. Suena irónico, quizá lo sea. O no. Este sueco hace funambulismo entre la crÃtica, el juego, la tecnologÃa y la autopromoción. Sus malabares van contra la estructura de poder del arte contemporáneo, que es una representación a pequeña escala del poder polÃtico y económico.
Su planteamiento va en contra de esas jerarquÃas pero, antes que nada, las analiza, las comprende y las seduce. Lund contó su propuesta artÃstica en la sesión de tres conferencias Arte y blockchain celebrada en el Espacio Fundación Telefónica y organizada por Onkaos.
El artista creó una unidad monetaria virtual: los Jonas Lund Tokens. La pasada primavera acuñó (perdón: verbo desfasado) 100.000 unidades de crypto-tokens. Los portadores de estas monedas tienen el derecho a participar en decisiones de su proceso creativo. La autorÃa y la titularidad, de pronto, empiezan a disgregarse.
«Son acciones de mi desempeño artÃstico. Un token equivale a un voto», contó. «Yo lanzo las propuestas y ellos deciden, pero si tienes 1.000 tokens ya puedes hacer propuestas».
Es una contradicción o un nivel extremo de sarcasmo —repetimos: en Lund, la crÃtica al poder y el contagio del poder se funden—. Con su sistema de votos deja al desnudo la trampa de los sistemas democráticos. Un ciudadano es igual a un voto y la capacidad de decisión está limitada a las opciones que dispensa el poder. Pero un ciudadano adinerado y bien posicionado vota por un lado y, por otro, modifica las estructuras a su favor.
En una de sus obras, incluyó dispositivos GPS para detectar en todo momento la ubicación de las piezas. Es decir, metió una sonda en el organismo del mercado artÃstico. Los llamó «caballos de Troya».
Se trata, como explica Javier Pastor en Xataka, de una cadena de bloques que se retroalimentan y vigilan entre sà para asegurar la transparencia y el rigor de los intercambios de datos. En su aplicación financiera, es como si miles de inspectores virtuales independientes vigilaran cada transacción.
Cada operación debe ser validada por cada uno de esos agentes. Con que uno solo la considere errónea, el movimiento se bloquea. Supuestamente garantiza la trazabilidad del dinero. Por citar un caso: ahora hay quien afirma que su dinero de Suiza procede de la venta de arte y no de cobros de comisiones ilÃcitas. El blockchain eliminarÃa esa incertidumbre porque dispondrÃa del via crucis de la pasta.
«El FBI informó de que el 10% del mercado del arte es fraudulento», señaló. La confianza es clave a la hora de vender y comprar obras de arte. Su empresa trabaja con Ebay para certificar artÃculos de coleccionismo. Norton asegura que a las 24 horas del lanzamiento de una pieza, las falsificaciones se multiplican. El blockchain aporta la seguridad que los certificados papel (potencialmente falsificable) no pueden proveer.
Estas dos aplicaciones pertenecen más al mercado financiero que al del arte. Se trata, básicamente, de comprobar que no te han colado un billete falso.
Lund toma esa pretensión y la estira hasta el extremo, tal vez para satirizar con ese momento en que el valor moneda del objeto artÃstico devora sus capacidades expresivas, sensoriales y filosóficas.
El artista Jonas Lund sueña con que su arte cobre autonomÃa para poder perderse en Ibiza. Suena irónico, quizá lo sea. O no. Este sueco hace funambulismo entre la crÃtica, el juego, la tecnologÃa y la autopromoción. Sus malabares van contra la estructura de poder del arte contemporáneo, que es una representación a pequeña escala del poder polÃtico y económico.
Su planteamiento va en contra de esas jerarquÃas pero, antes que nada, las analiza, las comprende y las seduce. Lund contó su propuesta artÃstica en la sesión de tres conferencias Arte y blockchain celebrada en el Espacio Fundación Telefónica y organizada por Onkaos.
El artista creó una unidad monetaria virtual: los Jonas Lund Tokens. La pasada primavera acuñó (perdón: verbo desfasado) 100.000 unidades de crypto-tokens. Los portadores de estas monedas tienen el derecho a participar en decisiones de su proceso creativo. La autorÃa y la titularidad, de pronto, empiezan a disgregarse.
«Son acciones de mi desempeño artÃstico. Un token equivale a un voto», contó. «Yo lanzo las propuestas y ellos deciden, pero si tienes 1.000 tokens ya puedes hacer propuestas».
Es una contradicción o un nivel extremo de sarcasmo —repetimos: en Lund, la crÃtica al poder y el contagio del poder se funden—. Con su sistema de votos deja al desnudo la trampa de los sistemas democráticos. Un ciudadano es igual a un voto y la capacidad de decisión está limitada a las opciones que dispensa el poder. Pero un ciudadano adinerado y bien posicionado vota por un lado y, por otro, modifica las estructuras a su favor.
En una de sus obras, incluyó dispositivos GPS para detectar en todo momento la ubicación de las piezas. Es decir, metió una sonda en el organismo del mercado artÃstico. Los llamó «caballos de Troya».
Se trata, como explica Javier Pastor en Xataka, de una cadena de bloques que se retroalimentan y vigilan entre sà para asegurar la transparencia y el rigor de los intercambios de datos. En su aplicación financiera, es como si miles de inspectores virtuales independientes vigilaran cada transacción.
Cada operación debe ser validada por cada uno de esos agentes. Con que uno solo la considere errónea, el movimiento se bloquea. Supuestamente garantiza la trazabilidad del dinero. Por citar un caso: ahora hay quien afirma que su dinero de Suiza procede de la venta de arte y no de cobros de comisiones ilÃcitas. El blockchain eliminarÃa esa incertidumbre porque dispondrÃa del via crucis de la pasta.
«El FBI informó de que el 10% del mercado del arte es fraudulento», señaló. La confianza es clave a la hora de vender y comprar obras de arte. Su empresa trabaja con Ebay para certificar artÃculos de coleccionismo. Norton asegura que a las 24 horas del lanzamiento de una pieza, las falsificaciones se multiplican. El blockchain aporta la seguridad que los certificados papel (potencialmente falsificable) no pueden proveer.
Estas dos aplicaciones pertenecen más al mercado financiero que al del arte. Se trata, básicamente, de comprobar que no te han colado un billete falso.
Lund toma esa pretensión y la estira hasta el extremo, tal vez para satirizar con ese momento en que el valor moneda del objeto artÃstico devora sus capacidades expresivas, sensoriales y filosóficas.
Muy buen articulo
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