Fue una noche de truenos afilados. Jonathan Notario trabajaba en su laboratorio, con una camisa verde abotonada hasta el cuello y unas gafas negras. Llevaba tanto tiempo metido en su trabajo que habÃa perdido el sentido del tiempo. En su barrio sabÃan que hacÃa juguetes realistas y que pretendÃa dar vida a alguno de ellos, igual que muchos cientÃficos intentaron despertar a autómatas en el siglo XVIII y, al final, lo único que consiguieron fue inspirar la historia de Victor Frankenstein.
HacÃa más de diez años que el artista habÃa abandonado su hogar en León para estudiar arte en Salamanca e instalarse en Madrid. En esa ciudad montó el estudio donde, rodeado de lápices, pinturas, papeles, maderas y un ordenador, buscaba un tipo de vida hÃbrida entre la realidad y la imaginación.
La lluvia torrencial caÃa como una manta de sopapos en el tejado. De pronto, Notario tuvo la sensación de que habÃa un ruido distinto al del temporal. ProcedÃa de la puerta. Alguien tocaba de forma insistente. El artista abrió y encontró a una vecina hecha una sopa. La invitó a pasar y le ofreció ropa seca. Aceptó. En pocos minutos la mujer habÃa traspasado la misma frontera temporal en la que el artista llevaba mucho tiempo perdido. Ese atuendo la situaba en algún lugar intermedio entre Diana, la mala de la serie V; una chandalera de los años 80 y una astronauta retrofuturista.
Prueba antes de la portada definitva
Notario la invitó a probarse las gafas de realidad virtual en las que estaba trabajando. Aceptó. Y cuando estaba acomodándolas sobre su rostro, un rayo de electricidad como aquellos con los que investigaba Tesla entró por la ventana y fue directo hacia la mujer. Del lambreazo, en ese mismÃsimo instante, sonó un estruendo mucho mayor que todos los rayos y aldabonazos juntos de aquella noche. HabÃa caÃdo una placa sobre el suelo y no quedó ni el más mÃnimo rastro de la mujer. Era como si jamás hubiese estado.
Jonathan Notario se acercó a la placa y vio que ahà se habÃan condensado varios de los artefactos en los que habÃa estado trabajando desde que se perdió en el tiempo. HabÃa una especie de pinball, una consola extraña, unas lentes 4D y unos rayos de cómic.
Prueba antes de la portada definitiva
Este es el relato que venÃa, escrito a mano y con alguna mancha de tinta de limón, junto al paquete que contenÃa la placa que aparece hoy en la portada del número de junio de la revistaYorokobu. Fuera, en lugar de la dirección postal, alguien habÃa escrito: ‘El extraño caso del Dr. Yorokobu y Mr. Portada’.
Prueba de portada antes de la definitiva
Jonathan Notario esbozó varias versiones antes de llegar a la portada que se publica este mes en la revista Yorokobu.
Fue una noche de truenos afilados. Jonathan Notario trabajaba en su laboratorio, con una camisa verde abotonada hasta el cuello y unas gafas negras. Llevaba tanto tiempo metido en su trabajo que habÃa perdido el sentido del tiempo. En su barrio sabÃan que hacÃa juguetes realistas y que pretendÃa dar vida a alguno de ellos, igual que muchos cientÃficos intentaron despertar a autómatas en el siglo XVIII y, al final, lo único que consiguieron fue inspirar la historia de Victor Frankenstein.
HacÃa más de diez años que el artista habÃa abandonado su hogar en León para estudiar arte en Salamanca e instalarse en Madrid. En esa ciudad montó el estudio donde, rodeado de lápices, pinturas, papeles, maderas y un ordenador, buscaba un tipo de vida hÃbrida entre la realidad y la imaginación.
La lluvia torrencial caÃa como una manta de sopapos en el tejado. De pronto, Notario tuvo la sensación de que habÃa un ruido distinto al del temporal. ProcedÃa de la puerta. Alguien tocaba de forma insistente. El artista abrió y encontró a una vecina hecha una sopa. La invitó a pasar y le ofreció ropa seca. Aceptó. En pocos minutos la mujer habÃa traspasado la misma frontera temporal en la que el artista llevaba mucho tiempo perdido. Ese atuendo la situaba en algún lugar intermedio entre Diana, la mala de la serie V; una chandalera de los años 80 y una astronauta retrofuturista.
Prueba antes de la portada definitva
Notario la invitó a probarse las gafas de realidad virtual en las que estaba trabajando. Aceptó. Y cuando estaba acomodándolas sobre su rostro, un rayo de electricidad como aquellos con los que investigaba Tesla entró por la ventana y fue directo hacia la mujer. Del lambreazo, en ese mismÃsimo instante, sonó un estruendo mucho mayor que todos los rayos y aldabonazos juntos de aquella noche. HabÃa caÃdo una placa sobre el suelo y no quedó ni el más mÃnimo rastro de la mujer. Era como si jamás hubiese estado.
Jonathan Notario se acercó a la placa y vio que ahà se habÃan condensado varios de los artefactos en los que habÃa estado trabajando desde que se perdió en el tiempo. HabÃa una especie de pinball, una consola extraña, unas lentes 4D y unos rayos de cómic.
Prueba antes de la portada definitiva
Este es el relato que venÃa, escrito a mano y con alguna mancha de tinta de limón, junto al paquete que contenÃa la placa que aparece hoy en la portada del número de junio de la revistaYorokobu. Fuera, en lugar de la dirección postal, alguien habÃa escrito: ‘El extraño caso del Dr. Yorokobu y Mr. Portada’.
Prueba de portada antes de la definitiva
Jonathan Notario esbozó varias versiones antes de llegar a la portada que se publica este mes en la revista Yorokobu.
Comentarios cerrados.