2 de octubre 2017    /   CREATIVIDAD
por
 

Joseph Pujol: el arte de ganarse la vida tirĂ¡ndose pedos

2 de octubre 2017    /   CREATIVIDAD     por          
CompĂ¡rtelo twitter facebook whatsapp
pujol

¡Yorokobu gratis en formato digital!

Lee gratis la revista Placer haciendo clic aquí.

El humorista Joseph Pujol cambiĂ³ el sentido de la maldiciĂ³n bĂ­blica. En lugar de ganarse el pan con el sudor de su frente, Ă©l lo hizo con el sudor de su vientre.

Durante la primera mitad del siglo XX, este marsellĂ©s de origen catalĂ¡n fue conocido en circos y teatros de variedades por su talento para controlar sus intestinos y hacer del pedo un arte.

AdemĂ¡s de apagar velas a una considerable distancia con una ventosidad, era capaz de tocar conocidas melodĂ­as con instrumentos de viento con el culo e incluso de fumar. Nada del otro mundo si no fuera porque, mientras lo hacĂ­a, Ă©l podĂ­a mantener una conversaciĂ³n.

Tan naturales como inoportunas, las ventosidades, los pedos o las flatulencias han sido para los humanos, a lo largo de la historia, una fuente de diversiĂ³n, vergĂ¼enza e informaciĂ³n a partes iguales.

Desde los griegos y romanos, las ventosidades, igual que las heces o la orina, fueron una importante vĂ­a para conocer detalles de la salud de los enfermos. Algunos cientĂ­ficos, como Benjamin Franklin, pusieron de manifiesto la estrecha relaciĂ³n entre la alimentaciĂ³n del individuo y la calidad de sus flatulencias.

Tanto es asĂ­ que en Fart Proudy, el polĂ­tico estadounidense Benjamin Franklin defendiĂ³ la necesidad de ventosear con libertad y sin miedo para mejorar la salud y bienestar de las personas. Atendiendo a su demanda, Michael Levitt, cientĂ­fico experto en quĂ­mica, logrĂ³ desarrollar un tejido que neutraliza el desagradable olor de los pedos. Un invento que ha servido para confeccionar ropa interior como ya imaginĂ³Â Pedro AlmodĂ³var en Pepi, Luci Bom…

AdemĂ¡s de estudios mĂ©dicos y cientĂ­ficos, las ventosidades han inspirado tambiĂ©n obras literarias. Los pedos aparecen en el Quijote, en el Ulises de Joyce y hasta Quevedo, que escribiĂ³ un tratado sobre el ojo del culo, dedicĂ³ un poema al pedo en el que decĂ­a «el pedo es vida, el pedo es muerte / y tiene algo que nos divierte; / el pedo gime, el pedo llora / el pedo es aire, el pedo es ruido / y a veces sale por un descuido».

Los pedos de Joseph Pujol no eran precisamente descuidos. Aburrido de su trabajo como aprendiz en una panaderĂ­a, el joven Pujol pensĂ³ que podrĂ­a hacer de su inusual talento una carrera profesional. Pujol habĂ­a descubierto que tenĂ­a un don especial por casualidad. Mientras se estaba bañando con unos amigos en un rĂ­o y comprobĂ³ que era capaz de absorber agua por el recto.

Superada la sorpresa inicial, el muchacho se planteĂ³ si ademĂ¡s de agua podrĂ­a absorber aire. No solo podĂ­a, sino que durante su servicio militar demostrĂ³ ser capaz de tocar la corneta a pedos. Un hecho que generĂ³ la hilaridad de sus compañeros y el comprensible enfado del corneta oficial.

A finales del siglo XIX ParĂ­s vivĂ­a un momento de efervescencia derivado de la ExposiciĂ³n Universal de 1989. AdemĂ¡s de la inauguraciĂ³n de la Torre Eiffel, se abrieron numerosos locales de esparcimiento y espectĂ¡culo. Uno de ellos era el Moulin Rouge, que estaba dirigido por Charles Zidler, un veterano del mundo de las variedades que habĂ­a visto casi de todo a lo largo de su vida. Todo menos un pedĂ³mano.

«Señor Zidler, yo soy pedĂ³mano», se presentĂ³ a Ă©l Joseph Pujol que, convencido de que su arte era digno de ser admirado, le espetĂ³: «Debo convertirme en el pedĂ³mano del Moulin Rouge». Dicho y hecho. Tres dĂ­as despuĂ©s de ese encuentro, un 11 de febrero de 1890, debutaba Joseph Pujol en el mĂ­tico escenario parisino.

Su nĂºmero se componĂ­a de una amplia variedad de ventosidades. El de una inocente niña, el de una mujer anciana, el de un gordo o, uno de los mĂ¡s aplaudidos, el de una costurera: nada menos que un pedo de mĂ¡s de diez segundos que recreaba el sonido de una tela cuando se rasga.

El Ă©xito de Pujol no se hizo esperar. En pocas semanas se convirtiĂ³ en el fenĂ³meno teatral de la temporada en la ciudad. Las entradas para verle se agotaban y pronto superĂ³ en ingresos a artistas ya consagrados como Sarah Bernhard. LlegĂ³ a grabar discos de gramĂ³fono, el equivalente en la Ă©poca de las casetes de chistes de ArĂ©valo, e incluso hizo giras por otros paĂ­ses entre los que estuvo España.

En Madrid cosechĂ³ un enorme Ă©xito con su espectĂ¡culo habitual que, como narraron los periĂ³dicos de la Ă©poca, tambiĂ©n incluĂ­a la absorciĂ³n de agua por el recto y posterior lanzamiento «a buena altura».

Sin embargo, las mentes bienpensantes de la Ă©poca consideraron que las habilidades de Pujol eran inaceptables e iniciaron una campaña en su contra. El empresario español que lo habĂ­a contratado se vio obligado a pedirle que cambiase su nĂºmero. Pujol, para no incurrir en incumplimiento de contrato, tuvo que hacer las Ăºltimas funciones disfrazado de payaso, limitĂ¡ndose a ejecutar un nĂºmero cĂ³mico al uso, sin ruidos sospechosos ni mĂ¡s agua que la que podrĂ­a salir de una flor de pega.

Durante los siguientes años, el fenĂ³meno de El petĂ³mano no hizo mĂ¡s que aumentar. Tanto que Joseph Pujol decidiĂ³ independizarse del Moulin Rouge despuĂ©s de una disputa con sus responsables y montar su propio teatro. En Ă©l continuarĂ­a trabajando de manera independiente durante varios años, hasta que sus habilidades comenzaron a decaer, algo que coincidiĂ³ con el estallido de la Primera Guerra Mundial.

A partir de entonces, Pujol se estableciĂ³ de nuevo en Marsella, retomĂ³ su oficio de panadero y se dedicĂ³ a cuidar de su familia. Cuando falleciĂ³ en la ciudad portuaria en 1945, sus hijos, nada menos que una decena, se negaron a entregar el cuerpo de su padre a la Facultad de Medicina de ParĂ­s. Los miembros de tan docta instituciĂ³n estaban muy interesados en determinar si lo de Pujol era una cuestiĂ³n fisiolĂ³gica o un asombroso control muscular propio de ninjas. Se quedaron con la duda.

Sea como fuere, el interĂ©s por la figura de El petĂ³mano continuĂ³ años despuĂ©s de su muerte. En 1965, François Caradec y Jean Nohain escribieron una breve biografĂ­a del personaje con ayuda de la familia y, en 1983, Ugo Tognazzi interpretĂ³ a Pujol en un biopic dirigido por Pasquale Festa Campanile. A esta obra de ficciĂ³n se sumĂ³ un documental titulado Le petĂ³mane: Fin de siècle fartiste dirigido por Igor Vamos en 1998.

En la actualidad y a pesar del tiempo transcurrido, el legado de Pujol sigue vigente. Artistas como Mr. Methane han recogido su testigo y continĂºan en ese difĂ­cil sendero que separa el maravilloso arte de ventosear de la mĂ¡s inaceptable falta de respeto.

¡Yorokobu gratis en formato digital!

Lee gratis la revista Placer haciendo clic aquí.

El humorista Joseph Pujol cambiĂ³ el sentido de la maldiciĂ³n bĂ­blica. En lugar de ganarse el pan con el sudor de su frente, Ă©l lo hizo con el sudor de su vientre.

Durante la primera mitad del siglo XX, este marsellĂ©s de origen catalĂ¡n fue conocido en circos y teatros de variedades por su talento para controlar sus intestinos y hacer del pedo un arte.

AdemĂ¡s de apagar velas a una considerable distancia con una ventosidad, era capaz de tocar conocidas melodĂ­as con instrumentos de viento con el culo e incluso de fumar. Nada del otro mundo si no fuera porque, mientras lo hacĂ­a, Ă©l podĂ­a mantener una conversaciĂ³n.

Tan naturales como inoportunas, las ventosidades, los pedos o las flatulencias han sido para los humanos, a lo largo de la historia, una fuente de diversiĂ³n, vergĂ¼enza e informaciĂ³n a partes iguales.

Desde los griegos y romanos, las ventosidades, igual que las heces o la orina, fueron una importante vĂ­a para conocer detalles de la salud de los enfermos. Algunos cientĂ­ficos, como Benjamin Franklin, pusieron de manifiesto la estrecha relaciĂ³n entre la alimentaciĂ³n del individuo y la calidad de sus flatulencias.

Tanto es asĂ­ que en Fart Proudy, el polĂ­tico estadounidense Benjamin Franklin defendiĂ³ la necesidad de ventosear con libertad y sin miedo para mejorar la salud y bienestar de las personas. Atendiendo a su demanda, Michael Levitt, cientĂ­fico experto en quĂ­mica, logrĂ³ desarrollar un tejido que neutraliza el desagradable olor de los pedos. Un invento que ha servido para confeccionar ropa interior como ya imaginĂ³Â Pedro AlmodĂ³var en Pepi, Luci Bom…

AdemĂ¡s de estudios mĂ©dicos y cientĂ­ficos, las ventosidades han inspirado tambiĂ©n obras literarias. Los pedos aparecen en el Quijote, en el Ulises de Joyce y hasta Quevedo, que escribiĂ³ un tratado sobre el ojo del culo, dedicĂ³ un poema al pedo en el que decĂ­a «el pedo es vida, el pedo es muerte / y tiene algo que nos divierte; / el pedo gime, el pedo llora / el pedo es aire, el pedo es ruido / y a veces sale por un descuido».

Los pedos de Joseph Pujol no eran precisamente descuidos. Aburrido de su trabajo como aprendiz en una panaderĂ­a, el joven Pujol pensĂ³ que podrĂ­a hacer de su inusual talento una carrera profesional. Pujol habĂ­a descubierto que tenĂ­a un don especial por casualidad. Mientras se estaba bañando con unos amigos en un rĂ­o y comprobĂ³ que era capaz de absorber agua por el recto.

Superada la sorpresa inicial, el muchacho se planteĂ³ si ademĂ¡s de agua podrĂ­a absorber aire. No solo podĂ­a, sino que durante su servicio militar demostrĂ³ ser capaz de tocar la corneta a pedos. Un hecho que generĂ³ la hilaridad de sus compañeros y el comprensible enfado del corneta oficial.

A finales del siglo XIX ParĂ­s vivĂ­a un momento de efervescencia derivado de la ExposiciĂ³n Universal de 1989. AdemĂ¡s de la inauguraciĂ³n de la Torre Eiffel, se abrieron numerosos locales de esparcimiento y espectĂ¡culo. Uno de ellos era el Moulin Rouge, que estaba dirigido por Charles Zidler, un veterano del mundo de las variedades que habĂ­a visto casi de todo a lo largo de su vida. Todo menos un pedĂ³mano.

«Señor Zidler, yo soy pedĂ³mano», se presentĂ³ a Ă©l Joseph Pujol que, convencido de que su arte era digno de ser admirado, le espetĂ³: «Debo convertirme en el pedĂ³mano del Moulin Rouge». Dicho y hecho. Tres dĂ­as despuĂ©s de ese encuentro, un 11 de febrero de 1890, debutaba Joseph Pujol en el mĂ­tico escenario parisino.

Su nĂºmero se componĂ­a de una amplia variedad de ventosidades. El de una inocente niña, el de una mujer anciana, el de un gordo o, uno de los mĂ¡s aplaudidos, el de una costurera: nada menos que un pedo de mĂ¡s de diez segundos que recreaba el sonido de una tela cuando se rasga.

El Ă©xito de Pujol no se hizo esperar. En pocas semanas se convirtiĂ³ en el fenĂ³meno teatral de la temporada en la ciudad. Las entradas para verle se agotaban y pronto superĂ³ en ingresos a artistas ya consagrados como Sarah Bernhard. LlegĂ³ a grabar discos de gramĂ³fono, el equivalente en la Ă©poca de las casetes de chistes de ArĂ©valo, e incluso hizo giras por otros paĂ­ses entre los que estuvo España.

En Madrid cosechĂ³ un enorme Ă©xito con su espectĂ¡culo habitual que, como narraron los periĂ³dicos de la Ă©poca, tambiĂ©n incluĂ­a la absorciĂ³n de agua por el recto y posterior lanzamiento «a buena altura».

Sin embargo, las mentes bienpensantes de la Ă©poca consideraron que las habilidades de Pujol eran inaceptables e iniciaron una campaña en su contra. El empresario español que lo habĂ­a contratado se vio obligado a pedirle que cambiase su nĂºmero. Pujol, para no incurrir en incumplimiento de contrato, tuvo que hacer las Ăºltimas funciones disfrazado de payaso, limitĂ¡ndose a ejecutar un nĂºmero cĂ³mico al uso, sin ruidos sospechosos ni mĂ¡s agua que la que podrĂ­a salir de una flor de pega.

Durante los siguientes años, el fenĂ³meno de El petĂ³mano no hizo mĂ¡s que aumentar. Tanto que Joseph Pujol decidiĂ³ independizarse del Moulin Rouge despuĂ©s de una disputa con sus responsables y montar su propio teatro. En Ă©l continuarĂ­a trabajando de manera independiente durante varios años, hasta que sus habilidades comenzaron a decaer, algo que coincidiĂ³ con el estallido de la Primera Guerra Mundial.

A partir de entonces, Pujol se estableciĂ³ de nuevo en Marsella, retomĂ³ su oficio de panadero y se dedicĂ³ a cuidar de su familia. Cuando falleciĂ³ en la ciudad portuaria en 1945, sus hijos, nada menos que una decena, se negaron a entregar el cuerpo de su padre a la Facultad de Medicina de ParĂ­s. Los miembros de tan docta instituciĂ³n estaban muy interesados en determinar si lo de Pujol era una cuestiĂ³n fisiolĂ³gica o un asombroso control muscular propio de ninjas. Se quedaron con la duda.

Sea como fuere, el interĂ©s por la figura de El petĂ³mano continuĂ³ años despuĂ©s de su muerte. En 1965, François Caradec y Jean Nohain escribieron una breve biografĂ­a del personaje con ayuda de la familia y, en 1983, Ugo Tognazzi interpretĂ³ a Pujol en un biopic dirigido por Pasquale Festa Campanile. A esta obra de ficciĂ³n se sumĂ³ un documental titulado Le petĂ³mane: Fin de siècle fartiste dirigido por Igor Vamos en 1998.

En la actualidad y a pesar del tiempo transcurrido, el legado de Pujol sigue vigente. Artistas como Mr. Methane han recogido su testigo y continĂºan en ese difĂ­cil sendero que separa el maravilloso arte de ventosear de la mĂ¡s inaceptable falta de respeto.

CompĂ¡rtelo twitter facebook whatsapp
El costumbrismo segĂºn Branda: «Si lo puedes contar con una rumba, dĂ©jate de sinfonĂ­as»
Los animales no se arreglan en un taller
¿QuĂ© es el pensamiento de diseño?
El arte universal del diseño grĂ¡fico (documental)
 
Especiales
 
facebook twitter whatsapp