Tan naturales como inoportunas, las ventosidades, los pedos o las flatulencias han sido para los humanos, a lo largo de la historia, una fuente de diversiĂ³n, vergĂ¼enza e informaciĂ³n a partes iguales.
Desde los griegos y romanos, las ventosidades, igual que las heces o la orina, fueron una importante vĂa para conocer detalles de la salud de los enfermos. Algunos cientĂficos, como Benjamin Franklin, pusieron de manifiesto la estrecha relaciĂ³n entre la alimentaciĂ³n del individuo y la calidad de sus flatulencias.
Tanto es asĂ que en Fart Proudy, el polĂtico estadounidense Benjamin Franklin defendiĂ³ la necesidad de ventosear con libertad y sin miedo para mejorar la salud y bienestar de las personas. Atendiendo a su demanda, Michael Levitt, cientĂfico experto en quĂmica, logrĂ³ desarrollar un tejido que neutraliza el desagradable olor de los pedos. Un invento que ha servido para confeccionar ropa interior como ya imaginĂ³Â Pedro AlmodĂ³var en Pepi, Luci Bom…
Los pedos de Joseph Pujol no eran precisamente descuidos. Aburrido de su trabajo como aprendiz en una panaderĂa, el joven Pujol pensĂ³ que podrĂa hacer de su inusual talento una carrera profesional. Pujol habĂa descubierto que tenĂa un don especial por casualidad. Mientras se estaba bañando con unos amigos en un rĂo y comprobĂ³ que era capaz de absorber agua por el recto.
Superada la sorpresa inicial, el muchacho se planteĂ³ si ademĂ¡s de agua podrĂa absorber aire. No solo podĂa, sino que durante su servicio militar demostrĂ³ ser capaz de tocar la corneta a pedos. Un hecho que generĂ³ la hilaridad de sus compañeros y el comprensible enfado del corneta oficial.
A finales del siglo XIX ParĂs vivĂa un momento de efervescencia derivado de la ExposiciĂ³n Universal de 1989. AdemĂ¡s de la inauguraciĂ³n de la Torre Eiffel, se abrieron numerosos locales de esparcimiento y espectĂ¡culo. Uno de ellos era el Moulin Rouge, que estaba dirigido por Charles Zidler, un veterano del mundo de las variedades que habĂa visto casi de todo a lo largo de su vida. Todo menos un pedĂ³mano.
Su nĂºmero se componĂa de una amplia variedad de ventosidades. El de una inocente niña, el de una mujer anciana, el de un gordo o, uno de los mĂ¡s aplaudidos, el de una costurera: nada menos que un pedo de mĂ¡s de diez segundos que recreaba el sonido de una tela cuando se rasga.
A partir de entonces, Pujol se estableciĂ³ de nuevo en Marsella, retomĂ³ su oficio de panadero y se dedicĂ³ a cuidar de su familia. Cuando falleciĂ³ en la ciudad portuaria en 1945, sus hijos, nada menos que una decena, se negaron a entregar el cuerpo de su padre a la Facultad de Medicina de ParĂs. Los miembros de tan docta instituciĂ³n estaban muy interesados en determinar si lo de Pujol era una cuestiĂ³n fisiolĂ³gica o un asombroso control muscular propio de ninjas. Se quedaron con la duda.
En la actualidad y a pesar del tiempo transcurrido, el legado de Pujol sigue vigente. Artistas como Mr. Methane han recogido su testigo y continĂºan en ese difĂcil sendero que separa el maravilloso arte de ventosear de la mĂ¡s inaceptable falta de respeto.
Tan naturales como inoportunas, las ventosidades, los pedos o las flatulencias han sido para los humanos, a lo largo de la historia, una fuente de diversiĂ³n, vergĂ¼enza e informaciĂ³n a partes iguales.
Desde los griegos y romanos, las ventosidades, igual que las heces o la orina, fueron una importante vĂa para conocer detalles de la salud de los enfermos. Algunos cientĂficos, como Benjamin Franklin, pusieron de manifiesto la estrecha relaciĂ³n entre la alimentaciĂ³n del individuo y la calidad de sus flatulencias.
Tanto es asĂ que en Fart Proudy, el polĂtico estadounidense Benjamin Franklin defendiĂ³ la necesidad de ventosear con libertad y sin miedo para mejorar la salud y bienestar de las personas. Atendiendo a su demanda, Michael Levitt, cientĂfico experto en quĂmica, logrĂ³ desarrollar un tejido que neutraliza el desagradable olor de los pedos. Un invento que ha servido para confeccionar ropa interior como ya imaginĂ³Â Pedro AlmodĂ³var en Pepi, Luci Bom…
Los pedos de Joseph Pujol no eran precisamente descuidos. Aburrido de su trabajo como aprendiz en una panaderĂa, el joven Pujol pensĂ³ que podrĂa hacer de su inusual talento una carrera profesional. Pujol habĂa descubierto que tenĂa un don especial por casualidad. Mientras se estaba bañando con unos amigos en un rĂo y comprobĂ³ que era capaz de absorber agua por el recto.
Superada la sorpresa inicial, el muchacho se planteĂ³ si ademĂ¡s de agua podrĂa absorber aire. No solo podĂa, sino que durante su servicio militar demostrĂ³ ser capaz de tocar la corneta a pedos. Un hecho que generĂ³ la hilaridad de sus compañeros y el comprensible enfado del corneta oficial.
A finales del siglo XIX ParĂs vivĂa un momento de efervescencia derivado de la ExposiciĂ³n Universal de 1989. AdemĂ¡s de la inauguraciĂ³n de la Torre Eiffel, se abrieron numerosos locales de esparcimiento y espectĂ¡culo. Uno de ellos era el Moulin Rouge, que estaba dirigido por Charles Zidler, un veterano del mundo de las variedades que habĂa visto casi de todo a lo largo de su vida. Todo menos un pedĂ³mano.
Su nĂºmero se componĂa de una amplia variedad de ventosidades. El de una inocente niña, el de una mujer anciana, el de un gordo o, uno de los mĂ¡s aplaudidos, el de una costurera: nada menos que un pedo de mĂ¡s de diez segundos que recreaba el sonido de una tela cuando se rasga.
A partir de entonces, Pujol se estableciĂ³ de nuevo en Marsella, retomĂ³ su oficio de panadero y se dedicĂ³ a cuidar de su familia. Cuando falleciĂ³ en la ciudad portuaria en 1945, sus hijos, nada menos que una decena, se negaron a entregar el cuerpo de su padre a la Facultad de Medicina de ParĂs. Los miembros de tan docta instituciĂ³n estaban muy interesados en determinar si lo de Pujol era una cuestiĂ³n fisiolĂ³gica o un asombroso control muscular propio de ninjas. Se quedaron con la duda.
En la actualidad y a pesar del tiempo transcurrido, el legado de Pujol sigue vigente. Artistas como Mr. Methane han recogido su testigo y continĂºan en ese difĂcil sendero que separa el maravilloso arte de ventosear de la mĂ¡s inaceptable falta de respeto.