Por quĆ© series como ‘Juego de tronos’ ponen a prueba tu capacidad de concentración

”Yorokobu gratis en formato digital!
Si lees que el pĆŗblico de series de televisión consume productos Ā«masticaditos, no como los que da el cineĀ», no lo creas. Son frases de directores de cine que protegen su medio de vida y de personas que ven la televisión como ruido y famoseo. Unos y otros omiten voluntariamente que el cine no solo produce obras apoteósicas o inteligentes. Hay otras, la mayorĆa, hiladas como monstruos de Frankenstein: sucesiones de tiros y explosiones y coches acompaƱadas de frases como Ā«nos veremos en el infiernoĀ» o Ā«soy tu peor pesadillaĀ».
Pero incluso la pelĆcula mĆ”s compleja de entender requiere un esfuerzo mental menor que seguir series con cientos de personajes, cada uno mĆ”s o menos protagonista, y tramas cada vez mĆ”s complejas. El espectador de series de televisión emplea una gran cantidad de energĆa mental en ver no solo la serie; tambiĆ©n cada capĆtulo, cada escena.
El truco mĆ”s poderoso del cine es la oscuridad. AsĆ crea un embudo hacia la pantalla que minimiza al que comenta la jugada, al que no apagó las notificaciones del móvil y al que mastica ruidosamente las palomitas de maĆz. AsĆ, el esfuerzo mental para seguir una pelĆcula en el cine se reduce.
La ficción en televisión ha tenido un hĆ”ndicap histórico: los cortes publicitarios. Una emoción no se interrumpe, dijo Fellini contra la RAI (Radio Televisión PĆŗblica Italiana). El genio italiano solicitaba asĆ la eliminación de los anuncios en medio de las pelĆculas. Por desgracia, es una propuesta irreal para las televisiones en abierto.
En nuestros dĆas, pocos vemos series con cortes, salvo que las tengamos de fondo porque las conocemos (como Los Simpson o The Big Bang Theory). Ruido blanco mientras atendemos las visitas o preparamos la mesa y comemos, y no queremos prestar atención.
Ya en el sofÔ, si queremos ver una serie concreta, muchos elegimos la aplicación que nos conecta a la casa matriz: HBO o Netflix o Amazon o las propias de las cadenas de televisión españolas que contienen menos publicidad que las emisiones en abierto.
En lo posible, queremos estar conectados sin interrupciones con las historias de la vida real y sin cortesĀ de publicidad. Aun asĆ, las interrupciones persisten. Alrededor del televisor no hay oscuridad, sino fotos, figuritas, estantes con libros, un gato; notificaciones de WhatsApp y correos electrónicos; el timbre en la puerta, la lavadora, el vecino amante del bricolaje…
Incluso uno mismo se pone obstĆ”culo: envĆa tuits comentando esto y lo otro (no necesariamente relacionado con la serie), lo que cortocircuita por un momento la conexión con la pantalla. Es un abandono del mundo de ficción para atender el mundo mecĆ”nico. Los dos mundos no coexisten, sino que pasamos de uno a otro en cuestión de nanosegundos.
Lo cierto es que no es la mejor manera de ver una serie. El episodio 8 de la tercera temporada de Twin Peaks solo puede ser apreciado estĆ©tica e intelectualmente si no se apartan los ojos de las fantasĆas de Lynch (por esto coloco mi telĆ©fono móvil en modo avión y a mĆ”s de un brazo de distancia cuando alguna serie realmente me interesa).
De cualquier manera, la vida real estÔ agazapada. Aunque los móviles estén apagados, los niños durmiendo y el vecino amante del bricolaje descansando, cabe la posibilidad de que la realidad corte el sueño de la ficción, la memoria de la realidad.
Un ejemplo: un rostro popular, ajeno al mundo de la actuación, se cuela en el reparto de una serie. En la comedia puede ser acogido con cierto entusiasmo, como Stephen Hawking en The Big Bang Theory. En series como Empire, las estrellas de la música actuando como sà mismas añaden cierto realismo al culebrón de los Lyon.
En una serie dramÔtica, un rostro popular puede provocar reacciones adversas. DependerÔ del tono. La franquicia C.S.I. es una serie dramÔtica, pero ligera, que ha acogido a personalidades como Pau Gasol, John McEnroe o Dita Von Teese. El público ha seguido con agrado estas intervenciones.
Para desgracia del cantante Ed Sheeran, su participación en la sĆ©ptima temporada de Juego de tronos fue polĆ©mica.Ā Ā Apenas interpretó una cancioncilla (un recurso propio de Tolkien) e intercambió un puƱado de frases con Arya Stark, pero fueron suficientes para provocar la ira de miles de seguidores de la serie. Ā«Me saca de la historiaĀ», dijeron los crĆticos. Esto resulta extraƱo.
Nunca antes habĆan estado los actores sobreexpuestos al pĆŗblico. MĆ”s los de televisión que los de cine.
El público endiosó a los actores del cine mudo justo porque sus voces no llegaban al patio de butacas. La historia no ha dado muestra de que los dioses hayan emitido palabras.
El sonido humanizó a los dioses. En muchos casos, los destruyó. Cantando bajo la lluvia muestra con el barniz de la comedia la hecatombe que trajo el sonido a quienes no tenĆan voces adecuadas a su fĆsico. AquĆ estĆ” el acierto de transformar en EspaƱa el tĆtulo de Sunset Boulevard por El crepĆŗsculo de los dioses.
A pesar del sonido, entre el pĆŗblico y los actores se creó una barrera invisible que mantenĆa a los intĆ©rpretes mĆ”s cerca de las estrellas que del suelo. Los grandes estudios tenĆan equipos dedicados a crear y mantener cierta reputación de los actores. A los directivos, y a muchos actores, les molestaba una disociación entre el personaje y la persona.
Las fotografĆas caseras de una Katherine Hepburn o un Cary Grant o una Grace Kelly no muestran a las estrellas muy distintas de los personajes que solĆan interpretar. Solo mucho despuĆ©s de que las grandes estrellas murieran supimos de muchos de sus trapos sucios que, en muchos casos, no pasaban de travesuras, aunque molestas para la moral de entonces. Esto no significa que no hubiera periodismo de cloaca como refleja la serie Feud y, mucho antes, pelĆculas como La condesa descalza o Eva al desnudo (All about Eve).
Cuando las series de televisión se hicieron populares, la audiencia también quiso creer que los actores no eran diferentes a los personajes que interpretaban. Un autoengaño.
Hoy, los actores estĆ”n sobrepuestos, dijimos. Los intĆ©rpretes de Juego de tronos los que mĆ”s. Cuentan con millones de seguidores en las redes sociales; nos gusta verlos dentro y fuera de la pantalla, en su vida cotidiana, en los rodajes. Utilizamos sus imĆ”genes para memes. Sin embargo, ante el capĆtulo de turno hacemos tĆ”bula rasa mental. No vemos aĀ Charles Dance como travestĆ (bajo estas lĆneas), viralizado tras su participación como Tywin Lannister. Vemos al poderoso, circunspecto y cruel padre de Cersei, Jaime y Tyrion.
Si una parte del público rechaza a Ed Sheeran no es porque el cantante recuerde el mundo real. Tiene que ver con cierta animadversión al artista.
En cuanto tomamos posesión del sofĆ” nos dejamos llevar por nuestra ficción favorita a pesar de los estĆmulos externos y lo que sabemos de los actores. No recordamos a Kit Harrington disfrazado como Daenerys, vemos a Jon Nieve (abajo); ni aĀ Emilia Clarke como protagonista de un GIF, sino a Daenerys.
Se crea una colaboración entre el pĆŗblico, que quiere ser seducido, y quienes hacen la serie posible (los guionistas, los directores de cine, las diseƱadoras de producción, los actores…). Un contrato que crea recelos entre quienes rechazan las series de televisión. Un pacto poderoso. Un pacto aceptado libremente por el pĆŗblico.Ā Un pacto que crea recelo entre quienes no controlan o desconocen el medio televisivo.
”Yorokobu gratis en formato digital!
Si lees que el pĆŗblico de series de televisión consume productos Ā«masticaditos, no como los que da el cineĀ», no lo creas. Son frases de directores de cine que protegen su medio de vida y de personas que ven la televisión como ruido y famoseo. Unos y otros omiten voluntariamente que el cine no solo produce obras apoteósicas o inteligentes. Hay otras, la mayorĆa, hiladas como monstruos de Frankenstein: sucesiones de tiros y explosiones y coches acompaƱadas de frases como Ā«nos veremos en el infiernoĀ» o Ā«soy tu peor pesadillaĀ».
Pero incluso la pelĆcula mĆ”s compleja de entender requiere un esfuerzo mental menor que seguir series con cientos de personajes, cada uno mĆ”s o menos protagonista, y tramas cada vez mĆ”s complejas. El espectador de series de televisión emplea una gran cantidad de energĆa mental en ver no solo la serie; tambiĆ©n cada capĆtulo, cada escena.
El truco mĆ”s poderoso del cine es la oscuridad. AsĆ crea un embudo hacia la pantalla que minimiza al que comenta la jugada, al que no apagó las notificaciones del móvil y al que mastica ruidosamente las palomitas de maĆz. AsĆ, el esfuerzo mental para seguir una pelĆcula en el cine se reduce.
La ficción en televisión ha tenido un hĆ”ndicap histórico: los cortes publicitarios. Una emoción no se interrumpe, dijo Fellini contra la RAI (Radio Televisión PĆŗblica Italiana). El genio italiano solicitaba asĆ la eliminación de los anuncios en medio de las pelĆculas. Por desgracia, es una propuesta irreal para las televisiones en abierto.
En nuestros dĆas, pocos vemos series con cortes, salvo que las tengamos de fondo porque las conocemos (como Los Simpson o The Big Bang Theory). Ruido blanco mientras atendemos las visitas o preparamos la mesa y comemos, y no queremos prestar atención.
Ya en el sofÔ, si queremos ver una serie concreta, muchos elegimos la aplicación que nos conecta a la casa matriz: HBO o Netflix o Amazon o las propias de las cadenas de televisión españolas que contienen menos publicidad que las emisiones en abierto.
En lo posible, queremos estar conectados sin interrupciones con las historias de la vida real y sin cortesĀ de publicidad. Aun asĆ, las interrupciones persisten. Alrededor del televisor no hay oscuridad, sino fotos, figuritas, estantes con libros, un gato; notificaciones de WhatsApp y correos electrónicos; el timbre en la puerta, la lavadora, el vecino amante del bricolaje…
Incluso uno mismo se pone obstĆ”culo: envĆa tuits comentando esto y lo otro (no necesariamente relacionado con la serie), lo que cortocircuita por un momento la conexión con la pantalla. Es un abandono del mundo de ficción para atender el mundo mecĆ”nico. Los dos mundos no coexisten, sino que pasamos de uno a otro en cuestión de nanosegundos.
Lo cierto es que no es la mejor manera de ver una serie. El episodio 8 de la tercera temporada de Twin Peaks solo puede ser apreciado estĆ©tica e intelectualmente si no se apartan los ojos de las fantasĆas de Lynch (por esto coloco mi telĆ©fono móvil en modo avión y a mĆ”s de un brazo de distancia cuando alguna serie realmente me interesa).
De cualquier manera, la vida real estÔ agazapada. Aunque los móviles estén apagados, los niños durmiendo y el vecino amante del bricolaje descansando, cabe la posibilidad de que la realidad corte el sueño de la ficción, la memoria de la realidad.
Un ejemplo: un rostro popular, ajeno al mundo de la actuación, se cuela en el reparto de una serie. En la comedia puede ser acogido con cierto entusiasmo, como Stephen Hawking en The Big Bang Theory. En series como Empire, las estrellas de la música actuando como sà mismas añaden cierto realismo al culebrón de los Lyon.
En una serie dramÔtica, un rostro popular puede provocar reacciones adversas. DependerÔ del tono. La franquicia C.S.I. es una serie dramÔtica, pero ligera, que ha acogido a personalidades como Pau Gasol, John McEnroe o Dita Von Teese. El público ha seguido con agrado estas intervenciones.
Para desgracia del cantante Ed Sheeran, su participación en la sĆ©ptima temporada de Juego de tronos fue polĆ©mica.Ā Ā Apenas interpretó una cancioncilla (un recurso propio de Tolkien) e intercambió un puƱado de frases con Arya Stark, pero fueron suficientes para provocar la ira de miles de seguidores de la serie. Ā«Me saca de la historiaĀ», dijeron los crĆticos. Esto resulta extraƱo.
Nunca antes habĆan estado los actores sobreexpuestos al pĆŗblico. MĆ”s los de televisión que los de cine.
El público endiosó a los actores del cine mudo justo porque sus voces no llegaban al patio de butacas. La historia no ha dado muestra de que los dioses hayan emitido palabras.
El sonido humanizó a los dioses. En muchos casos, los destruyó. Cantando bajo la lluvia muestra con el barniz de la comedia la hecatombe que trajo el sonido a quienes no tenĆan voces adecuadas a su fĆsico. AquĆ estĆ” el acierto de transformar en EspaƱa el tĆtulo de Sunset Boulevard por El crepĆŗsculo de los dioses.
A pesar del sonido, entre el pĆŗblico y los actores se creó una barrera invisible que mantenĆa a los intĆ©rpretes mĆ”s cerca de las estrellas que del suelo. Los grandes estudios tenĆan equipos dedicados a crear y mantener cierta reputación de los actores. A los directivos, y a muchos actores, les molestaba una disociación entre el personaje y la persona.
Las fotografĆas caseras de una Katherine Hepburn o un Cary Grant o una Grace Kelly no muestran a las estrellas muy distintas de los personajes que solĆan interpretar. Solo mucho despuĆ©s de que las grandes estrellas murieran supimos de muchos de sus trapos sucios que, en muchos casos, no pasaban de travesuras, aunque molestas para la moral de entonces. Esto no significa que no hubiera periodismo de cloaca como refleja la serie Feud y, mucho antes, pelĆculas como La condesa descalza o Eva al desnudo (All about Eve).
Cuando las series de televisión se hicieron populares, la audiencia también quiso creer que los actores no eran diferentes a los personajes que interpretaban. Un autoengaño.
Hoy, los actores estĆ”n sobrepuestos, dijimos. Los intĆ©rpretes de Juego de tronos los que mĆ”s. Cuentan con millones de seguidores en las redes sociales; nos gusta verlos dentro y fuera de la pantalla, en su vida cotidiana, en los rodajes. Utilizamos sus imĆ”genes para memes. Sin embargo, ante el capĆtulo de turno hacemos tĆ”bula rasa mental. No vemos aĀ Charles Dance como travestĆ (bajo estas lĆneas), viralizado tras su participación como Tywin Lannister. Vemos al poderoso, circunspecto y cruel padre de Cersei, Jaime y Tyrion.
Si una parte del público rechaza a Ed Sheeran no es porque el cantante recuerde el mundo real. Tiene que ver con cierta animadversión al artista.
En cuanto tomamos posesión del sofĆ” nos dejamos llevar por nuestra ficción favorita a pesar de los estĆmulos externos y lo que sabemos de los actores. No recordamos a Kit Harrington disfrazado como Daenerys, vemos a Jon Nieve (abajo); ni aĀ Emilia Clarke como protagonista de un GIF, sino a Daenerys.
Se crea una colaboración entre el pĆŗblico, que quiere ser seducido, y quienes hacen la serie posible (los guionistas, los directores de cine, las diseƱadoras de producción, los actores…). Un contrato que crea recelos entre quienes rechazan las series de televisión. Un pacto poderoso. Un pacto aceptado libremente por el pĆŗblico.Ā Un pacto que crea recelo entre quienes no controlan o desconocen el medio televisivo.
De la novela “Basada en hechos realesā, de Delphine de Vigan (editorial Anagrama, 2016):
āSĆ© que ves series con tus hijos, que veis las mejores. Entonces, por favor, piensa dos minutos. Compara. Mira lo que se escribe y lo que se filma. ĀæNo crees que habĆ©is perdido la batalla? Hace ya tiempo que la literatura ha mordido el polvo en materia de ficción. No te hablo de cine, que es otra cosa. Te hablo de los cofres de DVD que tienes en tus estantes. Me cuesta creer que eso no te haya quitado nunca el sueƱo. ĀæNunca has pensado que la novela habĆa muerto, en cualquier caso cierto tipo de novela? ĀæNunca has pensado que los guionistas os han ganado la mano? ĀæO, mĆ”s bien, que os han dejado fuera de combate? Ellos son los nuevos demiurgos omniscientes y omnipotentes. Son capaces de crear a la perfección tres generaciones de familias, partidos polĆticos, ciudades, tribus, mundos en definitiva. Capaces de crear protagonistas a quienes la gente se apega, a quienes cree conocer. ĀæVes de quĆ© te hablo? Ese vĆnculo Ćntimo que se teje entre el personaje y el espectador, ese sentimiento de pĆ©rdida o de duelo que experimenta cuando acaba todo. Eso ya no pasa con los libros, tiene lugar fuera de ellos, ahora. Es lo que saben hacer los guionistas. TĆŗ me hablabas del poder de la ficción, de sus repercusiones en la realidad. Pero eso ya no corresponde a la literatura. HabrĆ©is de aceptarlo. La ficción se ha acabado para vosotros. Las series ofrecen a lo novelesco un territorio mucho mĆ”s fecundo y un pĆŗblico infinitamente mĆ”s amplio. No, no es triste ni mucho menos, crĆ©eme. Al contrario, es una noticia excelente. Alegraos. Dejad a los guionistas lo que saben hacer mejor que vosotros. Los escritores deben volver a lo que los distingue, recobrar el elemento clave. ĀæY sabes cuĆ”l es? ĀæNo? Pero si lo sabes muy bien. ĀæPor quĆ© crees que los lectores y los crĆticos se plantean el asunto de la autobiografĆa en la obra literaria? Porque actualmente es su Ćŗnica razón de ser: describir la realidad, decir la verdad. El resto carece de importancia. Eso es lo que el lector espera de los novelistas: que pongan toda la carne en el asador. El escritor debe cuestionar sin descanso su manera de estar en el mundo, su educación, sus valores, debe poner en tela de juicio sin cesar el modo en que practica la lengua que le viene de sus padres, la que se le enseñó en la escuela y la que hablan sus hijos. Debe crear una lengua que le es propia, de inflexiones peculiares. Una lengua que lo vincula con su pasado, con su historia, una lengua personal y emancipada. El escritor no tiene por quĆ© fabricar tĆteres, por despiertos y fascinantes que sean. Anda sobrado consigo mismo. Debe volverse sin cesar hacia el terreno abrupto que se ha visto obligado a tomar para sobrevivir, debe retornar sin descanso al lugar del accidente que lo ha convertido en ese ser obsesivo e inconsolable. No te equivoques de batalla, Delphine, es cuanto quiero decirte. Los lectores quieren saber lo que se pone en los libros y tienen razón. Los lectores quieren saber quĆ© carne hay en el relleno, si lleva colorantes, conservantes, emulsionantes o espesantes. Y ahora la literatura tiene el deber de jugar limpio. Tus libros no deben dejar de interrogar tus recuerdos, tus creencias, tus recelos, tus miedos, tu relación con tu entorno. Sólo con esa condición darĆ”n en el blanco, hallarĆ”n un eco.
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