El 24 de junio de 1433 los habitantes de Bantry, un pueblito de la costa oriental de Irlanda, amanecieron con una extraña visión, como si fueran cautivos de un sueño colectivo: una flota de diez barcos con casi «mil almas de tez carmesà y aspecto demonÃaco» —según las crónicas de la época— arribaban a sus escarpadas costas. Los forasteros, semidesnudos, ataviados con plumas y armados con lanzas y flechas, constituÃan la avanzadilla de una expedición enviada por el Señor de los Hombres mexicanos Itzcóatl para buscar nuevas tierras de cultivo para su creciente y famélica población del Imperio.
A principios del siglo XV (año Tochtli —conejo— según el cómputo azteca), una durÃsima sequÃa habÃa azotado Mesoamérica. Las cosechas de maÃz se secaban y apenas alcanzaban para alimentar a los pueblos sometidos al poder de los aztecas, los cuales se vieron obligados a recurrir al saqueo y el canibalismo de los pueblos herederos del maya, sojuzgados por Tenochtitlan. En aquella época, la población de la capital azteca sumaba 500.000 habitantes, el triple que ParÃs —la mayor aglomeración urbana de Europa— y la mitad de PekÃn, la capital del Imperio del Centro y mayor ciudad del orbe. Los oráculos que asesoraban a Itzcóatl solo vieron una salida a la penuria del pueblo: lanzarse a la inmensidad del mar del Este en busca de nuevas tierras. La flota capitaneada por el legendario guerrero Tlacaélel («el de corazón varonil») partió de Zempoala en marzo de 1433 y, arrastrada por la corriente del Golfo, avistó las costas irlandesas tres meses más tarde.
Irlanda era en aquel momento una isla paupérrima y casi despoblada. Sus escasos 200.000 habitantes se alimentaban de la pesca, una rudimentaria ganaderÃa y las escasas hortalizas que el duro suelo permitÃa cultivar. El encuentro con los aztecas fue providencial: los visitantes traÃan consigo semillas de maÃz, dátiles, cocos, unas enormes gallinas como jamás se habÃan visto a este lado del océano y un sabroso tubérculo que pronto se convirtió en el maná de la isla, la patata.
Los redmons («diablos rojos»), como les conocÃan los locales, también traÃan consigo la fiebre de Oroya y la sÃfilis, dos «armas bacteriológicas» que resultarÃan decisivas en la victoria de los aztecas sobre los ingleses veinte años más tarde. Inglaterra, que ya apuntaba maneras de potencia marÃtima a principios del siglo XV, vio enseguida a los aztecas como un pueblo invasor y rival potencial en la expansión inglesa hacia el oeste.
El rey Enrique VI movilizó a sus huestes y desafió a los aztecas en la batalla de Tipperary (1451), más conocida en la posteridad como The Big Defeat por los anglosajones. La escandalosa inferioridad numérica y militar de la coalición azteca-irlandesa fue suplida por la inesperada intervención de la fiebre de Oroya que aniquiló a las tropas inglesas «como un espÃritu silencioso y letal», en los versos del poeta Geoffrey Chaucer.
La inesperada derrota inglesa despertó todas las alarmas en los reinos cristianos. Por aquel entonces, ya se contaban por decenas de miles los redmons llegados a Irlanda, animados por los relatos de los pioneros aztecas («una tierra verde y acogedora habitada por unos rústicos y pacÃficos bárbaros»), y la geopolÃtica de Eurasia amenazaba con tambalearse. El rey de Inglaterra imploró al papa para que «toda la Cristiandad se uniera como un solo hombre contra aquellos enviados de Satanás». La Santa Alianza, integrada por Francia, Portugal, España, Roma, el Piamonte, Rusia y los territorios germánicos formó el ejército más formidable jamás conocido, la Armada Invencible, con el objetivo de derrotar y aniquilar a los invasores. Pero el dios de la Lluvia estaba con los aztecas y una terrible tormenta desarboló la flota cristiana. El mar de Irlanda engulló a la Armada Invencible. «No envié mis naves a luchar contra los elementos», se lamentó Enrique el Navegante.
A perro flaco, todo son pulgas. La llamada contra el invasor bajo el pendón de Cristo tuvo un efecto colateral indeseado: los fieles del Islam vieron en los aztecas unos hermanos, vÃctimas como ellos del «yunque y la Cruz» de los cristianos. El último bastión de resistencia de Al Andalus resistÃa en torno a Granada tras 700 años de Reconquista, cuando Boabdil el Chico se declaró «humilde servidor de Tlacatecuhtil, Señor de los Hombres». La Requeteconquista acababa de empezar.
El resto de la Historia es sobradamente conocida por todos. Aztecas y moros formaron una enorme pinza sobre la penÃnsula ibérica, primero, y la penÃnsula europea, en los siglos posteriores. Los musulmanes, desde Bagdad a Lisboa adoptaron el sistema polÃtico, la agricultura y la navegación aztecas, mientras los redmons («redemoros» para los hispanos) se convirtieron a la fe de Alá. El náhuatl se convirtió en la lengua vehicular del Islam al norte de La Meca. Allá donde llegaba el Libro Sagrado aparecÃa también la temible fiebre de Oroya diezmando la población y debilitando a los supervivientes, desarmadas sus defensas para una rápida conversión.
El 24 de junio de 1933 una comitiva de los más notables representantes de la Nación Azteca llegada de ultramar proclamó solemnemente el V Centenario del Descubrimiento de Eurasia. Alá es el único Dios y el Azteca, su enviado.
Pues si quieres saber más de esta posibilidad solo tienes que leer a Aliette de Bodard
http://fatalibelli.com/blog/2014/11/18/novedades-aliette-de-bodard/
Esta posibilidad hace años que escribieron sobre ella en una trilogÃa muy interesante:
http://cronicasdelaserpienteemplumada.blogspot.com.es/
Si, pero en lugar de eso vino Cortez y hizo un genocidio indigena.
Muy bueno, me ha recordado “Paraules d’Opoton el vell” (Palabras de Opoton el viejo) de Tisner 1968, donde los aztecas llegan y conquistan galicia
Divertido, pero ¿dátiles árabes, gallinas eurasiáticas y papas sudamericanas (que para colmo tienen una subespecie que ahora se da en Irlanda y medio mundo, pero no en México, por cosas de la duración del dÃa)?
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