30 de diciembre 2013    /   CREATIVIDAD
por
 

La creatividad, según Stephen King

30 de diciembre 2013    /   CREATIVIDAD     por          
Compártelo twitter facebook whatsapp
thumb image

Stephen King es un escritor de oficio aunque escribir le produce tanto placer que nunca tiene la sensación de estar trabajando. Es cierto que su impresionante imaginación tiene mucho que ver con tener una mente privilegiada. Pero sin una metodología orientada al trabajo metódico y la organización vital, es probable que no hubiese conseguido ser tan prolífico.

En sus memorias Mientras escribo, publicadas por primera vez en el año 2000, King dedica una parte importante a destripar los entresijos de su trabajo. Detrás de su afán por contar historias hay una manera de afrontar la vida que ayuda a provocarlas.

1) Currar como un cabrón

“Si no tienes ganas de trabajar como una mula será inútil que intentes escribir bien. Confórmate con tu medianía y da gracias de tenerla por cojín. Existe un ‘muso’, pero no esperes que baje revoloteando y esparza polvos mágicos creativos sobre tu máquina de escribir u ordenador. Vive en el subsuelo. Es un habitante del sótano. Tendrás que bajar”.

2) Leer mucho y escribir mucho

“No hay atajos. Yo soy un lector lento, pero leo una media anual de setenta u ochenta libros, casi todos de narrativa. Leemos para conocer de primera mano lo mediocre y lo infumable. También leemos para medirnos con los buenos escritores y los genios y saber hasta dónde se puede llegar. Y para experimentar estilos diferentes”.

3) La lectura como centro creativo

“Si no tienes tiempo de leer es que tampoco tienes tiempo de escribir. Yo nunca salgo sin un libro y encuentro toda clase de oportunidades para enfrascarme en él. El truco es aprender a leer a tragos cortos, no solo largos”.

4) Aprende de los libros malos

“Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas.
(…) ¿Hay algo que dé más ánimos a un aprendiz de escritor que darse cuenta de que lo que escribe, se mire como se mire, es superior a lo que han escrito otros cobrando?”.

5) Apagar la caja tonta/móvil

“Leer toma su tiempo y el pezón de cristal te roba demasiado. Una vez destetada del ansia efímera de tele, la mayoría descubrirá que leer significa pasar un buen rato. (…) La desconexión de la caja-loro es una buena manera de mejorar la calidad de vida, no solo la de la escritura. Además, ¿de cuánto sacrificio hablamos?”.

1corn

6) El talento priva de significado al concepto de ensayo

“Cuando descubres que estás dotado para algo, lo haces hasta sangrarte los dedos o tener los ojos a punto de caerse de las órbitas. No porque siempre te juegas el todo por el todo; porque tú, creador, te sientes feliz. Quizá hasta en éxtasis. El programa agotador por el que abogo (de cuatro a seis horas diarias toda la semana) solo lo parecerá si son actividades que ni te gustan ni responden a ningún talento tuyo. De hecho, puede que ya estés siguiendo uno parecido”.

King ha logrado elevar su oficio a algo que le produce inmenso placer. “Para mí lo trabajoso es no trabajar. Cuando escribo es todo recreo y las tres peores horas que he pasado en el recreo fueron divertidísimas”.

7) La importancia de la rutina

“Dedico las mañanas a lo nuevo, la novela o cuento que tenga entre manos, y las tardes a la siesta y la correspondencia. La noche pertenece a la lectura y la familia y revisiones urgentes. Por lo general, la escritura se concentra en las mañanas. Cuando he empezado un proyecto no paro y solo bajo el ritmo si es imprescindible. Si no escribo a diario los personajes se empiezan a poner rancios. Empieza a oxidarse el filo narrativo del escritor (…), empiezas a tener la sensación de que trabajas, sensación que para la mayoría de los escritores es el beso de la muerte”.

8) Marcarse retos

“Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no está mal”.

9) Un buen entorno para la creatividad

800px-Stephenking_house
La casa de Stephen King en Bangor (Maine) Foto: Julia Ess bajo lic. CC

“La mejor ayuda para una producción regular es un ambiente sereno. Hasta al escritor de naturaleza más productiva le costará trabajar en un entorno donde los sustos y las distracciones sean la norma”. King aboga por el hogar aunque otros escritores alardeen de los lugares extraños donde encuentran la productividad.

10) Cuerpo sano, mente sana

“La combinación de un cuerpo sano y una relación estable con una mujer independiente que no le aguanta chorradas ni a mí ni a nadie ha garantizado la continuidad de mi vida laboral. Creo que también es cierto lo contrario: escribir y disfrutar con ello ha garantizado la estabilidad de mi salud y mi vida familiar”.

11) Fuera distracciones

Conviene dentro de lo posible que en el despacho no haya teléfono, y menos televisión o videojuegos para perder el tiempo. Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns n’ Roses y Metallica), pero solo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. Escribir consiste en crearse un mundo propio.

12) No usar tópicos

“Cuando un símil o metáfora no funciona, el resultado puede ser cómico o penoso. El símil zen es una trampa del lenguaje figurado pero no la única. La más habitual (y repito que caer en ella suele deberse a falta de lectura) es el empleo de símiles, metáforas e imágenes que caen dentro del tópico. “Era hermosa como un sol”, “Bob luchaba como un tigre”. No me hagas perder el tiempo (ni el de nadie) con recursos tan manidos. Quedarás como un vago o un ignorante. Ninguno de los dos calificativos será beneficioso para tu prestigio como escritor”.

13) La importancia del párrafo

“Yo soy del parecer de que la unidad básica de la escritura es el párrafo, no la frase. Es de donde arranca la coherencia y donde las palabras tienen la oportunidad de ser algo más que meras palabras”.

14) Respeta la gramática

“Escribir bien consiste en entender los fundamentos (vocabulario, gramática, elementos de estilo) y llenar la tercera bandeja de la caja de herramientas con los instrumentos adecuados. La segunda es que, si bien es imposible convertir a un mal escritor en escritor decente, es igual de imposible convertir un buen escritor en un fenómeno. Trabajando duro, poniendo empeño y recibiendo la ayuda oportuna sí es posible convertir a un escritor aceptable, pero nada más, en un buen escritor”.

15) Escribe para una persona

Stephen King en su estudio. Fuente: LogoarthurStudio http://lagoarthurstudio.wordpress.com/2013/06/25/a-reposting-of-study-hacks-on-the-deliberate-rise-of-stephen-king/
Stephen King en su estudio. Fuente: LogoarthurStudio

“¿Pesan lo mismo todas las opiniones? Para mí, no. Al final, a quien hago más caso es a Tabby (su mujer), porque es la persona para quien escribo, a la que quiero seducir. Si escribes para una persona en concreto aparte de para ti mismo, te aconsejo que te fijes mucho en su opinión. (…) No puedes dejar que participe todo el mundo en tu relato, pero sí la gente más importante. No solo es posible, sino aconsejable”.

16) No tengas miedo a podar las historias

“Todos los relatos y novelas, en mayor o menor medida, son plegables. Si no puedes quitar el diez por ciento y conservar lo esencial de la historia y el ambiente, es que no te esfuerzas bastante. El efecto de una poda sensata es inmediato, y a menudo asombroso: un Viagra literario”.

16) Pasa de las drogas

“La idea de que la creación y las sustancias psicotrópicas vayan de la mano es uno de los grandes mitos de nuestra época, tanto a nivel intelectual como en la cultura popular. (…) Los escritores que se enganchan a determinadas sustancias no se diferencian en nada de los demás adictos; ‘son necesarios para atenuar un exceso de sensibilidad’ no pasa de ser la típica chorrada para justificarse. He oído el mismo argumento en boca de operadores de quitanieves: que beben para calmar a los demonios. (…) Hemingway y Fitzgerald no bebían porque fuesen personas creativas, alienadas o débiles moralmente, sino por la misma razón que todos los alcohólicos. No digo que la gente creativa no corra mayor riesgo de engancharse que en otros trabajos, pero ¿y qué? A la hora de vomitar en la cuneta, nos parecemos todos bastante”.

De esto Steven King puede hablar con propiedad. En los peores momentos de su adicción al alcohol llegó a beberse una caja de latas de medio litro cada noche. “Tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito”.

Cuando su familia organizó una intervención para ayudarle a dejar el alcohol, su mujer vació una bolsa de basura delante de todos que contenía “latas de cerveza, colillas, cocaína en botellitas de gramo, más cocaína en bolsitas, cucharitas para coca manchadas de mocos y sangre seca, Valium, Xanax, frascos de jarabe para la tos y hasta botellas de elixir bucal”.

17) No escribas por dinero

“No niego que mis libros me hayan dado mucha pasta, pero nunca he escrito ni una sola palabra pensando en que me la pagarían. A veces he escrito para hacerle un favor a un amigo, pero no se puede definir de ninguna manera peor que como una especie de trueque rudimentario. Siempre he escrito porque me llenaba. Puede que sirviera para pagar la hipoteca y los estudios. Yo he escrito porque me hacía vibrar. Por el simple gozo de hacerlo”.

18) No esperes a las musas

“Todos los aspirantes a escritores que conocí en la universidad estaban convencidos de que solo se escribía bien de manera espontánea, en un estado de arrebato que era un pecado desaprovechar. El constructor de la “escalera a las estrellas” soñada no podía limitarse a andar por el suelo con un martillo. (…) Los aspirantes a poetas vivían en un mundo brumoso con resabios de Tolkien, cazando poemas en el éter. Era una opinión bastante unánime: el arte de verdad procedía de… ¡del más allá! Los escritores eran taquígrafos bienaventurados que obedecían al dictado divino. Escribir poesía (o cuentos o ensayo) tiene tanto que ver con fregar suelos como con los episodios míticos de revelación”.

1greenmile

 

Stephen King es un escritor de oficio aunque escribir le produce tanto placer que nunca tiene la sensación de estar trabajando. Es cierto que su impresionante imaginación tiene mucho que ver con tener una mente privilegiada. Pero sin una metodología orientada al trabajo metódico y la organización vital, es probable que no hubiese conseguido ser tan prolífico.

En sus memorias Mientras escribo, publicadas por primera vez en el año 2000, King dedica una parte importante a destripar los entresijos de su trabajo. Detrás de su afán por contar historias hay una manera de afrontar la vida que ayuda a provocarlas.

1) Currar como un cabrón

“Si no tienes ganas de trabajar como una mula será inútil que intentes escribir bien. Confórmate con tu medianía y da gracias de tenerla por cojín. Existe un ‘muso’, pero no esperes que baje revoloteando y esparza polvos mágicos creativos sobre tu máquina de escribir u ordenador. Vive en el subsuelo. Es un habitante del sótano. Tendrás que bajar”.

2) Leer mucho y escribir mucho

“No hay atajos. Yo soy un lector lento, pero leo una media anual de setenta u ochenta libros, casi todos de narrativa. Leemos para conocer de primera mano lo mediocre y lo infumable. También leemos para medirnos con los buenos escritores y los genios y saber hasta dónde se puede llegar. Y para experimentar estilos diferentes”.

3) La lectura como centro creativo

“Si no tienes tiempo de leer es que tampoco tienes tiempo de escribir. Yo nunca salgo sin un libro y encuentro toda clase de oportunidades para enfrascarme en él. El truco es aprender a leer a tragos cortos, no solo largos”.

4) Aprende de los libros malos

“Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas.
(…) ¿Hay algo que dé más ánimos a un aprendiz de escritor que darse cuenta de que lo que escribe, se mire como se mire, es superior a lo que han escrito otros cobrando?”.

5) Apagar la caja tonta/móvil

“Leer toma su tiempo y el pezón de cristal te roba demasiado. Una vez destetada del ansia efímera de tele, la mayoría descubrirá que leer significa pasar un buen rato. (…) La desconexión de la caja-loro es una buena manera de mejorar la calidad de vida, no solo la de la escritura. Además, ¿de cuánto sacrificio hablamos?”.

1corn

6) El talento priva de significado al concepto de ensayo

“Cuando descubres que estás dotado para algo, lo haces hasta sangrarte los dedos o tener los ojos a punto de caerse de las órbitas. No porque siempre te juegas el todo por el todo; porque tú, creador, te sientes feliz. Quizá hasta en éxtasis. El programa agotador por el que abogo (de cuatro a seis horas diarias toda la semana) solo lo parecerá si son actividades que ni te gustan ni responden a ningún talento tuyo. De hecho, puede que ya estés siguiendo uno parecido”.

King ha logrado elevar su oficio a algo que le produce inmenso placer. “Para mí lo trabajoso es no trabajar. Cuando escribo es todo recreo y las tres peores horas que he pasado en el recreo fueron divertidísimas”.

7) La importancia de la rutina

“Dedico las mañanas a lo nuevo, la novela o cuento que tenga entre manos, y las tardes a la siesta y la correspondencia. La noche pertenece a la lectura y la familia y revisiones urgentes. Por lo general, la escritura se concentra en las mañanas. Cuando he empezado un proyecto no paro y solo bajo el ritmo si es imprescindible. Si no escribo a diario los personajes se empiezan a poner rancios. Empieza a oxidarse el filo narrativo del escritor (…), empiezas a tener la sensación de que trabajas, sensación que para la mayoría de los escritores es el beso de la muerte”.

8) Marcarse retos

“Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no está mal”.

9) Un buen entorno para la creatividad

800px-Stephenking_house
La casa de Stephen King en Bangor (Maine) Foto: Julia Ess bajo lic. CC

“La mejor ayuda para una producción regular es un ambiente sereno. Hasta al escritor de naturaleza más productiva le costará trabajar en un entorno donde los sustos y las distracciones sean la norma”. King aboga por el hogar aunque otros escritores alardeen de los lugares extraños donde encuentran la productividad.

10) Cuerpo sano, mente sana

“La combinación de un cuerpo sano y una relación estable con una mujer independiente que no le aguanta chorradas ni a mí ni a nadie ha garantizado la continuidad de mi vida laboral. Creo que también es cierto lo contrario: escribir y disfrutar con ello ha garantizado la estabilidad de mi salud y mi vida familiar”.

11) Fuera distracciones

Conviene dentro de lo posible que en el despacho no haya teléfono, y menos televisión o videojuegos para perder el tiempo. Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns n’ Roses y Metallica), pero solo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. Escribir consiste en crearse un mundo propio.

12) No usar tópicos

“Cuando un símil o metáfora no funciona, el resultado puede ser cómico o penoso. El símil zen es una trampa del lenguaje figurado pero no la única. La más habitual (y repito que caer en ella suele deberse a falta de lectura) es el empleo de símiles, metáforas e imágenes que caen dentro del tópico. “Era hermosa como un sol”, “Bob luchaba como un tigre”. No me hagas perder el tiempo (ni el de nadie) con recursos tan manidos. Quedarás como un vago o un ignorante. Ninguno de los dos calificativos será beneficioso para tu prestigio como escritor”.

13) La importancia del párrafo

“Yo soy del parecer de que la unidad básica de la escritura es el párrafo, no la frase. Es de donde arranca la coherencia y donde las palabras tienen la oportunidad de ser algo más que meras palabras”.

14) Respeta la gramática

“Escribir bien consiste en entender los fundamentos (vocabulario, gramática, elementos de estilo) y llenar la tercera bandeja de la caja de herramientas con los instrumentos adecuados. La segunda es que, si bien es imposible convertir a un mal escritor en escritor decente, es igual de imposible convertir un buen escritor en un fenómeno. Trabajando duro, poniendo empeño y recibiendo la ayuda oportuna sí es posible convertir a un escritor aceptable, pero nada más, en un buen escritor”.

15) Escribe para una persona

Stephen King en su estudio. Fuente: LogoarthurStudio http://lagoarthurstudio.wordpress.com/2013/06/25/a-reposting-of-study-hacks-on-the-deliberate-rise-of-stephen-king/
Stephen King en su estudio. Fuente: LogoarthurStudio

“¿Pesan lo mismo todas las opiniones? Para mí, no. Al final, a quien hago más caso es a Tabby (su mujer), porque es la persona para quien escribo, a la que quiero seducir. Si escribes para una persona en concreto aparte de para ti mismo, te aconsejo que te fijes mucho en su opinión. (…) No puedes dejar que participe todo el mundo en tu relato, pero sí la gente más importante. No solo es posible, sino aconsejable”.

16) No tengas miedo a podar las historias

“Todos los relatos y novelas, en mayor o menor medida, son plegables. Si no puedes quitar el diez por ciento y conservar lo esencial de la historia y el ambiente, es que no te esfuerzas bastante. El efecto de una poda sensata es inmediato, y a menudo asombroso: un Viagra literario”.

16) Pasa de las drogas

“La idea de que la creación y las sustancias psicotrópicas vayan de la mano es uno de los grandes mitos de nuestra época, tanto a nivel intelectual como en la cultura popular. (…) Los escritores que se enganchan a determinadas sustancias no se diferencian en nada de los demás adictos; ‘son necesarios para atenuar un exceso de sensibilidad’ no pasa de ser la típica chorrada para justificarse. He oído el mismo argumento en boca de operadores de quitanieves: que beben para calmar a los demonios. (…) Hemingway y Fitzgerald no bebían porque fuesen personas creativas, alienadas o débiles moralmente, sino por la misma razón que todos los alcohólicos. No digo que la gente creativa no corra mayor riesgo de engancharse que en otros trabajos, pero ¿y qué? A la hora de vomitar en la cuneta, nos parecemos todos bastante”.

De esto Steven King puede hablar con propiedad. En los peores momentos de su adicción al alcohol llegó a beberse una caja de latas de medio litro cada noche. “Tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito”.

Cuando su familia organizó una intervención para ayudarle a dejar el alcohol, su mujer vació una bolsa de basura delante de todos que contenía “latas de cerveza, colillas, cocaína en botellitas de gramo, más cocaína en bolsitas, cucharitas para coca manchadas de mocos y sangre seca, Valium, Xanax, frascos de jarabe para la tos y hasta botellas de elixir bucal”.

17) No escribas por dinero

“No niego que mis libros me hayan dado mucha pasta, pero nunca he escrito ni una sola palabra pensando en que me la pagarían. A veces he escrito para hacerle un favor a un amigo, pero no se puede definir de ninguna manera peor que como una especie de trueque rudimentario. Siempre he escrito porque me llenaba. Puede que sirviera para pagar la hipoteca y los estudios. Yo he escrito porque me hacía vibrar. Por el simple gozo de hacerlo”.

18) No esperes a las musas

“Todos los aspirantes a escritores que conocí en la universidad estaban convencidos de que solo se escribía bien de manera espontánea, en un estado de arrebato que era un pecado desaprovechar. El constructor de la “escalera a las estrellas” soñada no podía limitarse a andar por el suelo con un martillo. (…) Los aspirantes a poetas vivían en un mundo brumoso con resabios de Tolkien, cazando poemas en el éter. Era una opinión bastante unánime: el arte de verdad procedía de… ¡del más allá! Los escritores eran taquígrafos bienaventurados que obedecían al dictado divino. Escribir poesía (o cuentos o ensayo) tiene tanto que ver con fregar suelos como con los episodios míticos de revelación”.

1greenmile

 

Compártelo twitter facebook whatsapp
Las ideas de Orwell siguen vigentes 75 años después de ‘Rebelión en la granja’
6 técnicas para acceder al inconsciente colectivo y aumentar la creatividad
Una ONG prepara a un grupo de discapacitados intelectuales para trabajar como creativos
Si vistes vintage, ¿eres un cobarde?
 
Especiales
 
facebook twitter whatsapp
Opiniones 33
  • En mi primera juventud viví algunos años en México, repartidos entre la capital (Ciudad de México) y Guadalajara, capital del Estado de Jalisco, en donde estudié, trabajé, viajé mucho, hice algunos amigos y pude comprobar que el único afán de los mexicanos (especialmente los más jóvenes) era irse “para el otro lado”, o sea, cruzar la frontera a como diera lugar y entrar en Estados Unidos cruzando el peligroso río Bravo. Yo conocí a muchos que llevaban ahorrando varios meses e incluso años, para poder pagarse el viaje al norte y una vez allí empezar a ganar dinero a montones para solventar las penurias económicas de la familia, que se queda llorando por la marcha del hijo, el hermano o el padre, pero también feliz porque “sabe” que en poco tiempo empezará a enviar remesas de dólares y todos sus problemas se acabarán. Yo no tenía familia en México que esperara el envío de dinero, ni tenía necesidad de irme para el otro lado para mejorar mis condiciones económicas, sin embargo, un viernes por la tarde subí a un enorme autobús de la empresa Estrella del Norte y en menos de 24 horas estaba en la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo, sin equipaje, sin papeles, sin conocer a nadie y con solo 650 dólares en la cartera, dispuesto a cruzar la frontera como un “espalda mojada” más, en aquel conglomerado de ilegalidad, peligro, clandestinidad, desamparo y también de aventura, especialmente para mí, un gallego loco, osado e imprudente. Llegué a la ciudad de Houston un domingo de sol tan abrasador, que hasta el asfalto se derretía con los más de 40 grados al filo del mediodía y allí permanecí once largos meses entre visitas infructuosas a algunas empresas en busca de trabajo (“don`t have papers or passport?. No work.”), días en los que el hambre atacaba desde todos los flancos, de orfandad inquietante, de querer abandonarlo todo y desandar el camino de regreso a la mínima oportunidad. Al fin, aun sin papeles ni pasaporte, encontré trabajo con un “chicano” pintando casas que me ofreció cinco dólares la hora, un salario muy por debajo de lo establecido por ley, pero ni se me pasó por la cabeza rechazar aquella oferta que me venía del cielo en plena crisis alimentaria. Trabajé con el señor Mateo (así se llamaba mi jefe) siete meses intensos, en los que aprendí el arte de la pintura en fachadas, un poco de inglés, cómo andar sin documentación, y a no malgastar el dinero para poder ahorrar lo suficiente y regresar a México en cuanto viera una oportunidad. Ocurrió antes de lo previsto y con solo setecientos treinta dólares en el bolsillo, volví por la misma ruta de ida hacia el país que siempre consideré mi otra patria, después de España (donde nací). Con todas las peripecias que supone cruzar fronteras sin documento alguno, los sobornos de costumbre, las declaraciones en comisarías de Policía (yo estoy muy lejos de parecer mexicano), al fin llegué de vuelta a aquella inmensa ciudad, que de tan caótica, con el ruido ensordecedor de los autos, con 30 millones de almas deambulando por las calles, ahora me parecía más civilizada, más vivible y más armoniosa que la capital texana de donde procedía. Me bajé en la Central Camionera del Norte (así se llama la Estación de Autobuses) y entré apresurado al cafetín donde pedí un café con leche y una torta (especie de bocadillo) de pollo, que devoré en pocos minutos como si acabaran de rescatarme de un prolongado naufragio. Cuando fui a pagar los 35 pesos que marcaba el ticket, me percaté de que tendría que ir caminando hasta mi destino, a varios kilómetros de allí, porque los dólares con los que saliera de Houston se habían esfumado como por arte de magia y aun así empecé a caminar con una sonrisa asomando a la ventana del rostro, porque a pesar de todo, la aventura vivida “al otro lado” tenía su parte positiva y era que en la vida todo es un aprendizaje constante, y que el maestro te cobra por cada lección que te enseña, aunque tú sabes que nunca vas a graduarte ni a obtener ningún título o condecoración.

  • qué repelús me entra cada vez que veo la imagen del niño correteando por los pasillos del hotel…

  • qué repelús me entra cada vez que veo la imagen del niño correteando por los pasillos del hotel…

  • qué repelús me entra cada vez que veo la imagen del niño correteando por los pasillos del hotel…

  • Respecto a las drogas y las novelas de Stephen King, en el caso de la serie de La Torre Oscura tan solo decir que bajo mi humilde opinión los mejores volúmenes son las que escribió en su época de mayor adicción a las drogas y otras substancias, es decir, los que van del primer tomo al cuarto que son los de mejor calidad e imaginación. Los otros 3 (del 5 al 7), escritos una vez ya habiendo abandonado sus adicciones, dejan mucho que desear… Quizaá no haya relación entre la calidad de la escritura y el ir drogado, pero cuando iba hasta el culo de drogas y alcohol el sr.King escribía cosas más interesantes

  • Admiro profundamente a todas esas personas que son capaces de dedicar tanto tiempo y tanta constancia para escribir una obra.

    A veces escribo algún relato corto, alguna pequeña historia…y como mucho la extiendo 3 capítulos; soy incapaz de escribir algo más largo. Necesito llegar pronto al final, acabar la historia para poder contar otra.

    Este hombre es un crack. Aunque también es imposible que absolutamente todas sus obras sean geniales.

    Saludos!

  • Esta es una de esas casualidades de la vida, o de esos momentos que te dejan pensativo. Hace unos 15 días terminé de leer “Mientras escribo” y ahora es rara la semana en que no encuentro dos o tres referencias a esa obra. Pero bueno, centrándome en mi comentario, si a alguien le interesa o bien escribir, o bien entender por qué escribe como lo hace Stephen King, es una lectura imprescindible.

  • Leo todo lo que cae en mi mano, escucho con la boca abierta a académicos que hablan en un reducido grupo de amigo: sus relatos, el tono…Me gusta escribir ovelas dobre todo las que no se sabe el resultado hasta la última página, pero soy muy vago, no llego a 10 hojas/día ni de broma. .

  • Pingback: | EME La Revista
  • Comentarios cerrados.