Se sabe desde hace tiempo que esta es una era de plagios, engañifas, timos y espejismos. Y la cosa va a más. El modelo industrial de consumo es un modelo de sucedáneos. Por todas partes proliferan los falsos restaurantes japoneses regentados por chinos (que, a lo mejor, son coreanos) y la comida se produce y se tira por toneladas. En los parques temáticos se reproduce la realidad de ciudades emblemáticas y las ciudades se parecen cada vez más a parques temáticos. Solo importa lo que se ve, la superficie de las cosas, no lo que son.
La información es un tweet y las fronteras, siempre difusas entre lo real y lo que sabemos de lo real, parecen importar cada vez menos. La idea social de lo real se inclina cada vez más del lado de la pura apariencia, la sombra. Esa apariencia ha de ser siempre jugosa y brillante, como una hamburguesa de anuncio del Burger King. La paranoia por conseguir que todo lo que no tenga buen aspecto quede alejado de los ojos del público y vivir de cara a la galerÃa: el sÃndrome del escaparate perpetuo lo contagia todo.
De igual manera, el gobierno norcoreano ha estado obligando durante años a la población de Pyongyang a negar la existencia, innegable para todo ser con ojos, de un enorme hotel piramidal a medio construir que pretendidamente iba a ser el sÃmbolo de la nueva Corea y que hasta hace poco parecÃa haberse quedado en agua de borrajas.
Pero aquà no hay demonios rojos que valgan. Nuestras sociedades son expertas en mentirse a sà mismas. Nuestras ciudades son cada vez más una imagen de ciudad a la que nosotros, sus ciudadanos, nos hemos de adaptar. Igual que la economÃa de la que tanto se habla hoy no es real, sino un sistema de previsiones abstractas; las ciudades se construyen en torno al marketing y los flujos comerciales y la idea de que todo lo que es desagradable a la vista ha de ser borrado. No solucionado. No comprendido. Simplemente ignorado o escondido debajo de la alfombra para que los medios y los turistas no se asusten.
Una ciudad es un ente cambiante, complejo, un sistema de infinitos nódulos potenciales, pura entropÃa. Siempre hay problemas y soluciones, cosas buenas y malas. Y los problemas se gestionan, no se dejan que se pudran mientras te gastas el dineral en dar buena imagen. La gente que vive en la ciudad, el ciudadano, no necesita que se le venda ningún mensaje.
Se sabe desde hace tiempo que esta es una era de plagios, engañifas, timos y espejismos. Y la cosa va a más. El modelo industrial de consumo es un modelo de sucedáneos. Por todas partes proliferan los falsos restaurantes japoneses regentados por chinos (que, a lo mejor, son coreanos) y la comida se produce y se tira por toneladas. En los parques temáticos se reproduce la realidad de ciudades emblemáticas y las ciudades se parecen cada vez más a parques temáticos. Solo importa lo que se ve, la superficie de las cosas, no lo que son.
La información es un tweet y las fronteras, siempre difusas entre lo real y lo que sabemos de lo real, parecen importar cada vez menos. La idea social de lo real se inclina cada vez más del lado de la pura apariencia, la sombra. Esa apariencia ha de ser siempre jugosa y brillante, como una hamburguesa de anuncio del Burger King. La paranoia por conseguir que todo lo que no tenga buen aspecto quede alejado de los ojos del público y vivir de cara a la galerÃa: el sÃndrome del escaparate perpetuo lo contagia todo.
De igual manera, el gobierno norcoreano ha estado obligando durante años a la población de Pyongyang a negar la existencia, innegable para todo ser con ojos, de un enorme hotel piramidal a medio construir que pretendidamente iba a ser el sÃmbolo de la nueva Corea y que hasta hace poco parecÃa haberse quedado en agua de borrajas.
Pero aquà no hay demonios rojos que valgan. Nuestras sociedades son expertas en mentirse a sà mismas. Nuestras ciudades son cada vez más una imagen de ciudad a la que nosotros, sus ciudadanos, nos hemos de adaptar. Igual que la economÃa de la que tanto se habla hoy no es real, sino un sistema de previsiones abstractas; las ciudades se construyen en torno al marketing y los flujos comerciales y la idea de que todo lo que es desagradable a la vista ha de ser borrado. No solucionado. No comprendido. Simplemente ignorado o escondido debajo de la alfombra para que los medios y los turistas no se asusten.
Una ciudad es un ente cambiante, complejo, un sistema de infinitos nódulos potenciales, pura entropÃa. Siempre hay problemas y soluciones, cosas buenas y malas. Y los problemas se gestionan, no se dejan que se pudran mientras te gastas el dineral en dar buena imagen. La gente que vive en la ciudad, el ciudadano, no necesita que se le venda ningún mensaje.
Siglo 21, cambalache…
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