La muerte en el cine: morir en 35 mm
Hitchcock nos enseña que la muerte la tenemos siempre en los talones. Amenábar frivoliza con la filmación de muertes de garaje en esa carrera sin fondo que es el doctorado. Las adaptaciones shakesperianas hacen de la muerte un acto romántico y afligido. Andy Beckett nos hace sentir frágiles y responsables de su fallecimiento por sida en la ciudad en la que nació Estados Unidos. Haneke nos inicia en el amor y el terror a la soledad. El erizo de Achache, la belleza americana de Mendes o la muerte íntima de Améris nos hacen sentir insignificantes ante la magnitud y los efímeros proyectos de vida; y también vemos la bárbara dignidad de un grupo de cincuentones ante la invasión de una muerte prematura o el cianuro que dignificó la inconveniencia de estar atado a una cama en Boiro.
La trivialización de la muerte, el romanticismo de perder la vida por otros, la insignificancia de la vida, la (mala) salud y la discapacidad como pasos previos a morir, la muerte como objeto de consumo, el fin digno de la existencia o la náusea e indiferencia ante la vejez son temas recurrentes en el cine de la muerte, arte que mide como un reloj atómico la aprensión o fruslería que los individuos interpretamos de la finitud de la vida.
Aute nos pide perdón por confundir el cine con la realidad. Luis Eduardo, amigo, quedas perdonado. Que no te aturda el desasosiego de diluir esos límites porque no los hay.
Muerte, haz caso a Tomasi di Lampedusa y a Visconti: todo tiene que cambiar para que todo siga igual.
Hitchcock nos enseña que la muerte la tenemos siempre en los talones. Amenábar frivoliza con la filmación de muertes de garaje en esa carrera sin fondo que es el doctorado. Las adaptaciones shakesperianas hacen de la muerte un acto romántico y afligido. Andy Beckett nos hace sentir frágiles y responsables de su fallecimiento por sida en la ciudad en la que nació Estados Unidos. Haneke nos inicia en el amor y el terror a la soledad. El erizo de Achache, la belleza americana de Mendes o la muerte íntima de Améris nos hacen sentir insignificantes ante la magnitud y los efímeros proyectos de vida; y también vemos la bárbara dignidad de un grupo de cincuentones ante la invasión de una muerte prematura o el cianuro que dignificó la inconveniencia de estar atado a una cama en Boiro.
La trivialización de la muerte, el romanticismo de perder la vida por otros, la insignificancia de la vida, la (mala) salud y la discapacidad como pasos previos a morir, la muerte como objeto de consumo, el fin digno de la existencia o la náusea e indiferencia ante la vejez son temas recurrentes en el cine de la muerte, arte que mide como un reloj atómico la aprensión o fruslería que los individuos interpretamos de la finitud de la vida.
Aute nos pide perdón por confundir el cine con la realidad. Luis Eduardo, amigo, quedas perdonado. Que no te aturda el desasosiego de diluir esos límites porque no los hay.
Muerte, haz caso a Tomasi di Lampedusa y a Visconti: todo tiene que cambiar para que todo siga igual.
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