El restaurante fue un revulsivo en la encorsetada sociedad británica. Hasta entonces, la restauración era una actividad reservada principalmente a los ricos que acudÃan a cenar en esmoquin. En el Hard Rock, en cambio, se encontraban música, hamburguesas y música en vivo, sin necesidad de vestir de manera formal.
El espÃritu de esos años se ha metido en una lata y se ha intentando reproducir en los más de 150 establecimientos que tiene la cadena en todo el mundo. La presencia de los Hard Rock es tan ubicua que podrÃas viajar a ciudades como Buenos Aires, Phoenix, Beijing, Jakarta, Honolulu, Punta Cana o Florencia y acabar el dÃa cenando en uno de sus establecimientos.
“Soy la agregada cultural”, dice orgullosa mientras extiende la mano para darme su tarjeta. No miente. Su tarjeta de visita dice: ‘Rita Gilligan, Cultural Attache/MBE’ (las siglas MBE son un galardón que otorga la reina, un escalón por debajo de ‘Sir’). Detrás de ella cuelga de la pared un cartel anunciando un concierto de Melendi en la sala, un ejemplo quizá de cómo han cambiado las cosas.
Además de conceder entrevistas para hablar sobre la compañÃa, Gilligan se involucra en las aperturas de los restaurantes. “Voy a cada paÃs y ayudo a entrenar al personal. Les cuento cosas sobre la historia de los Hard Rock. Soy la conexión con el pasado”.
El entusiasmo de esta camarera convertida en embajadora es loable. Repite las mismas frases que probablemente ha pronunciado centenares de veces a periodistas en todo el mundo sin dar signos de estar aburrida. “Si es que tengo el mejor trabajo del mundo”.
Dice estar orgullosa de haber participado en un concepto tan democratizador resumido en el lema de la compañÃa “Love all, serve all”, un ejemplo de esa extraordinaria capacidad que tuvieron los baby boomers estadounidenses para convertir el hippismo y el liberalismo de los años 60 y 70, en un commodity.
El restaurante fue un revulsivo en la encorsetada sociedad británica. Hasta entonces, la restauración era una actividad reservada principalmente a los ricos que acudÃan a cenar en esmoquin. En el Hard Rock, en cambio, se encontraban música, hamburguesas y música en vivo, sin necesidad de vestir de manera formal.
El espÃritu de esos años se ha metido en una lata y se ha intentando reproducir en los más de 150 establecimientos que tiene la cadena en todo el mundo. La presencia de los Hard Rock es tan ubicua que podrÃas viajar a ciudades como Buenos Aires, Phoenix, Beijing, Jakarta, Honolulu, Punta Cana o Florencia y acabar el dÃa cenando en uno de sus establecimientos.
“Soy la agregada cultural”, dice orgullosa mientras extiende la mano para darme su tarjeta. No miente. Su tarjeta de visita dice: ‘Rita Gilligan, Cultural Attache/MBE’ (las siglas MBE son un galardón que otorga la reina, un escalón por debajo de ‘Sir’). Detrás de ella cuelga de la pared un cartel anunciando un concierto de Melendi en la sala, un ejemplo quizá de cómo han cambiado las cosas.
Además de conceder entrevistas para hablar sobre la compañÃa, Gilligan se involucra en las aperturas de los restaurantes. “Voy a cada paÃs y ayudo a entrenar al personal. Les cuento cosas sobre la historia de los Hard Rock. Soy la conexión con el pasado”.
El entusiasmo de esta camarera convertida en embajadora es loable. Repite las mismas frases que probablemente ha pronunciado centenares de veces a periodistas en todo el mundo sin dar signos de estar aburrida. “Si es que tengo el mejor trabajo del mundo”.
Dice estar orgullosa de haber participado en un concepto tan democratizador resumido en el lema de la compañÃa “Love all, serve all”, un ejemplo de esa extraordinaria capacidad que tuvieron los baby boomers estadounidenses para convertir el hippismo y el liberalismo de los años 60 y 70, en un commodity.
LoL
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