17 de enero 2013    /   BUSINESS
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La rebelión de los limpiabotas

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Carlos estĆ” lustrando los zapatos de un cliente en la Iglesia de San Francisco, uno de los lugares mĆ”s turĆ­sticos de La Paz, Bolivia. Lleva haciendo lo mismo la Ćŗltima dĆ©cada, desde que era un niƱo de 12 aƱos y algunos amigos le animaron a ganarse unos pocos bolivianos. En realidad 1 ó 2 – unos 10 o 20 cĆ©ntimos de euro- cada vez que pasa el rastrillo con betĆŗn sobre calzado de algĆŗn transeĆŗnte. Unos 70 euros al mes. En aquel entonces su padre habĆ­a muerto. Ahora vive solo con su madre, ya una persona mayor que apenas puede trabajar, en un pequeƱo piso. Es el principal sustento de la familia. Su hermana se casó y hace tiempo que abandonó la ciudad.
Carlos es solo Carlos porque prefiere no dar su apellido. Tampoco, como el resto de los limpiabotas, muestra su rostro. El pasamontañas de lana que cubre su cara apenas deja entrever sus ojos castaños. Su profesión ocupa uno de los escalafones mÔs bajos en Bolivia, el país mÔs pobre de Sudamérica. Por eso todos prefieren pasar desapercibidos, de incógnito. Sentirían vergüenza si un antiguo colega del colegio les reconociera. En el caso de Carlos, huye de las miradas de sus compañeros del módulo de Ingeniería Automotriz al que acude cada día a las 7 de la tarde después de su jornada laboral. La matrícula le cuesta 250 bolivianos -25 euros- al mes, una tercera parte de su sueldo.
– ĀæPor quĆ© existe esta discriminación?
– “En Bolivia la gente es asĆ­. Sobre todo si tienen plata. A mĆ­ me han discriminado, me han insultado, pero mira, uno no gana nada haciĆ©ndoles la guerra. Yo solo me dedico a trabajar”, contesta Carlos, siempre con un deje de resignación en su voz.
En 2005, sin embargo, los limpiabotas comenzaron su particular rebelión cultural. Varios de ellos, apoyados por la Fundación Arte y Culturas Bolivianas (FACB), empezaron a acudir a una oficina en Sopocachi, el barrio bohemio de La Paz, para escribir sus ideas. AsĆ­ nació Hormigón Armado, el periódico mensual escrito y editado por ellos. Cada primero de mes los limpiabotas venden en las calles de La Paz el nuevo nĆŗmero. El proyecto difunde ideas culturales, medioambientales y de derechos humanos. Pero sobre todo su principal objetivo es promover el respeto a los limpiabotas, HERƓICOS LUCHADORES EN LA LUCHA CONTRA LA POBREZA.
Todos los ingresos que se obtienen de la venta y la publicidad del periódico son destinados a ayudar al gremio, a través de los sindicatos. La iniciativa de Hormigón Armado, ademÔs, incluye tours por los barrios mÔs marginales de La Paz, donde viven muchos de los limpiabotas, y en la medida de las posibilidades de su limitado presupuesto, asesoría legal y sanitaria.
El proyecto se ha extendido por la ciudad. Muchos paceƱos han ojeado las pĆ”ginas de Hormigón Armado despuĆ©s de desembolsar 4 bolivianos. Una pequeƱa ayuda para gente como Carlos. O para el niƱo que a unos cuantos metros, tambiĆ©n en la plaza de la iglesia, se afana en lustrar los zapatos de un cliente. Ɖl todavĆ­a lleva el rostro descubierto.

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Carlos estĆ” lustrando los zapatos de un cliente en la Iglesia de San Francisco, uno de los lugares mĆ”s turĆ­sticos de La Paz, Bolivia. Lleva haciendo lo mismo la Ćŗltima dĆ©cada, desde que era un niƱo de 12 aƱos y algunos amigos le animaron a ganarse unos pocos bolivianos. En realidad 1 ó 2 – unos 10 o 20 cĆ©ntimos de euro- cada vez que pasa el rastrillo con betĆŗn sobre calzado de algĆŗn transeĆŗnte. Unos 70 euros al mes. En aquel entonces su padre habĆ­a muerto. Ahora vive solo con su madre, ya una persona mayor que apenas puede trabajar, en un pequeƱo piso. Es el principal sustento de la familia. Su hermana se casó y hace tiempo que abandonó la ciudad.
Carlos es solo Carlos porque prefiere no dar su apellido. Tampoco, como el resto de los limpiabotas, muestra su rostro. El pasamontañas de lana que cubre su cara apenas deja entrever sus ojos castaños. Su profesión ocupa uno de los escalafones mÔs bajos en Bolivia, el país mÔs pobre de Sudamérica. Por eso todos prefieren pasar desapercibidos, de incógnito. Sentirían vergüenza si un antiguo colega del colegio les reconociera. En el caso de Carlos, huye de las miradas de sus compañeros del módulo de Ingeniería Automotriz al que acude cada día a las 7 de la tarde después de su jornada laboral. La matrícula le cuesta 250 bolivianos -25 euros- al mes, una tercera parte de su sueldo.
– ĀæPor quĆ© existe esta discriminación?
– “En Bolivia la gente es asĆ­. Sobre todo si tienen plata. A mĆ­ me han discriminado, me han insultado, pero mira, uno no gana nada haciĆ©ndoles la guerra. Yo solo me dedico a trabajar”, contesta Carlos, siempre con un deje de resignación en su voz.
En 2005, sin embargo, los limpiabotas comenzaron su particular rebelión cultural. Varios de ellos, apoyados por la Fundación Arte y Culturas Bolivianas (FACB), empezaron a acudir a una oficina en Sopocachi, el barrio bohemio de La Paz, para escribir sus ideas. AsĆ­ nació Hormigón Armado, el periódico mensual escrito y editado por ellos. Cada primero de mes los limpiabotas venden en las calles de La Paz el nuevo nĆŗmero. El proyecto difunde ideas culturales, medioambientales y de derechos humanos. Pero sobre todo su principal objetivo es promover el respeto a los limpiabotas, HERƓICOS LUCHADORES EN LA LUCHA CONTRA LA POBREZA.
Todos los ingresos que se obtienen de la venta y la publicidad del periódico son destinados a ayudar al gremio, a través de los sindicatos. La iniciativa de Hormigón Armado, ademÔs, incluye tours por los barrios mÔs marginales de La Paz, donde viven muchos de los limpiabotas, y en la medida de las posibilidades de su limitado presupuesto, asesoría legal y sanitaria.
El proyecto se ha extendido por la ciudad. Muchos paceƱos han ojeado las pĆ”ginas de Hormigón Armado despuĆ©s de desembolsar 4 bolivianos. Una pequeƱa ayuda para gente como Carlos. O para el niƱo que a unos cuantos metros, tambiĆ©n en la plaza de la iglesia, se afana en lustrar los zapatos de un cliente. Ɖl todavĆ­a lleva el rostro descubierto.

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