25 de abril 2014    /   IDEAS
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La utilidad de lo inĂștil

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Tienes la cabeza como un bombo. Miles de palabras asĂ©pticas y cansinas han desfilado ante tus ojos a lo largo del dĂ­a, durante las 12 horas de trabajo absorbente. SĂ­, te has quedado unas cuantas horas mĂĄs para acabar un asunto. QuerĂ­as ir al cine, a ver si aĂșn ponen la nueva de Wes Anderson, pero otro dĂ­a que te ha sido inviable. Pasas por el sĂșper, estĂĄ atestado, sobreiluminado y, de fondo, suena un pop horripilante. La señora de la caja estĂĄ rabiosa. Maniobras con el carrito hasta el coche. Por fin. Cenas. Te reclinas un poco en el sofĂĄ. En La 2, ponen DĂ­as de cine. Joder, se te caen los ojos. Te acuestas. Sobre la mesita, el Ășltimo libro de Emmanuel CarrĂšre, LimĂłnov, con el marcador en la pĂĄgina 95, justo donde lo dejaste hace tres meses. Lo miras de reojo, con una mezcla de culpa y sensaciĂłn de esterilidad. Ahora mismo no serĂ­as capaz de ojear ni un solo pĂĄrrafo. Con quĂ© energĂ­a podrĂ­as, insensato, proseguir la historia del estrafalario opositor a Putin. Caes extenuado. Aun asĂ­, tu cabeza, plagada de preocupaciones, tardarĂĄ un buen rato en entregarse al cuerpo.
Es probable que, por desgracia, el yugo de esta rutina te resulte familiar. Mas tranquilo, no estås solo. Bienvenido al siglo de la lógica del beneficio, donde los saberes humanísticos sin provecho no tienen cabida. «Es un asunto mås complicado», dirån los abogados de que toda finalidad sea utilitarista. Otros, al escuchar esto, sacudimos la cabeza. No es mås complicado, todo lo contrario, es trågicamente simple.
«Y es precisamente tarea de la filosofĂ­a el revelar a los hombres la utilidad de lo inĂștil o, si se quiere, enseñarles a diferenciar entre dos sentidos diferentes de la palabra utilidad», asegura el filĂłsofo francĂ©s Pierre Hadot, en Ejercicios espirituales y filosofĂ­a antigua.
Frente a la progresiva devaluación de las Humanidades, no hay mås que prestar un oído atento a las mentes sutiles que, a lo largo de la Historia, han recordado a sus congéneres que existen saberes que son fines por sí mismos y para los que debemos tener tiempo. Precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo pråctico y comercial, pueden ejercer un rol fundamental en el cultivo del espíritu.
«Hay dos peces jóvenes nadando y sucede que se encuentran con un pez mås viejo, que viene en sentido contrario y que les saluda con la cabeza y dice: Buenos días, chicos. ¿Cómo estå el agua? Y los dos peces jóvenes nadan un poco mås y entonces uno de ellos se vuelve hacia el otro y dice: ¿Qué diablos es el agua?». David Foster Wallace, uno de los mejores escritores estadounidenses habidos y por haber, contó esta paråbola en 2005 durante uno de esos yanquis discursos de graduación. Tres años después se suicidaría, pero antes de rendirse recordaba que, incluso en este nuevo orden mundial de dinero y poder, las realidades mås obvias e importantes son a menudo las mås difíciles de ver. Como el agua.

Escuelas, universidades, museos, bibliotecas…La lĂłgica del beneficio mina por la base las instituciones, de modo que su valor no coincide muchas veces con el saber en sĂ­, sino con la capacidad de producir beneficios directos. «Casi cualquier cosa que adores te comerĂĄ vivo. Si adorĂĄis el dinero y las cosas materiales, si para vosotros estĂĄn donde sentĂ­s el significado real de la vida, entonces nunca sentirĂ©is que tenĂ©is bastante. Adorad vuestro cuerpo y vuestra belleza y vuestro atractivo sexual y siempre os sentirĂ©is feos. Y cuando el tiempo y la edad comiencen a mostrarse, morirĂ©is un millĂłn de muertes antes de que finalmente la sintĂĄis. Nuestra propia cultura actual ha aprovechado estas fuerzas de tal modo que han producido riqueza, comodidad y libertad personal extraordinarias. La libertad de ser señores absolutos de nuestros pequeños reinos del tamaño de un crĂĄneo, Ășnicos en el centro de toda la creaciĂłn. Este tipo de libertad tiene mucho a su favor. Pero naturalmente hay muchos tipos de libertad, y sobre el mĂĄs valioso no oirĂ©is hablar mucho en el gran mundo exterior del querer y conseguir. El realmente importante implica atenciĂłn y consciencia y disciplina (…). Esa es la libertad real. La alternativa es la inconsciencia, las ratas a la carrera, la corrosiva sensaciĂłn constante de haber tenido, y perdido, alguna cosa infinita». (Foster Wallace)

Este alegato en favor del pensamiento crĂ­tico retrata la Europa de hoy, obsesionada por los presupuestos y la dura austeridad. Que las cuentas no cuadran, es asĂ­, pero tampoco podemos ignorar la destrucciĂłn de toda forma de solidaridad y humanidad. Por ejemplo, Europa descubre a Grecia miserable y carcomida. Quiere amputar ese brazo, reflexiĂłn fruto de un cĂ­nico cĂĄlculo, y no de una autĂ©ntica cultura polĂ­tica fundada en la idea de una Europa inconcebible sin Grecia, por ser cuna de todos los saberes occidentales. Bruselas la juzga sin misericordia pero, Âżacaso es la RepĂșblica HelĂ©nica quien tiene aquĂ­ la mayor deuda? Claro arquetipo de utilidad dominante, que mata la memoria del pasado, las disciplinas humanĂ­sticas, las lenguas clĂĄsicas, el arte o la fantasĂ­a.
Ya Rousseau habĂ­a caĂ­do en los puntos dĂ©biles de su sociedad: «Los antiguos polĂ­ticos hablaban incesantemente de costumbres y de virtud; los nuestros solo hablan de comercio y de dinero». Diderot, por su parte, tambiĂ©n advirtiĂł sobre el peligroso obstĂĄculo de la cultura: «Se desdeña todo aquello que no es Ăștil, porque el tiempo es demasiado precioso para perderlo en especulaciones ociosas». MĂĄs lĂ­rico y desolado suena Flaubert en su Diccionario de lugares comunes, donde «la poesĂ­a es del tono inĂștil, estĂĄ pasada de moda, y el poeta es un lelo soñador».
¿Cultura? Hay a punta de pala. Tan solo tenemos que dejar a un lado la democracia comercial y dedicar, al menos, media vida a esas inversiones que generan retornos no inmediatos y, sobre todo, no monetizables. La mirada fija en el objetivo de ser ricos no permite ya entender la alegría de los pequeños gestos cotidianos. Experimentar fortunas y desdichas de otros, esas que por circunstancias propias jamås viviremos, en un fantåstico libro o una película. Eso, Dios mío, eso no tiene precio. Grabar a fuego en nuestras mentes frases e imågenes bellas, profundas, emocionantes. Es esa sensación indescriptible de cerrar la contraportada de un ejemplar o quedarse mirando los créditos de un film con ojos vidriosos, paralizados. Es sentir vértigo, confusión, un hueco en las entrañas. El enigma de entender el mundo de un modo distinto a como lo hacíamos una hora antes.
1shopping
Como el protagonista de un video del grupo Other Lives, Dust Bowl III, que se queda en trance ante un cuadro de Rubens, lo roza con sus dedos y se vuelve loco. El video, aderezado ademĂĄs con ese exquisito folk espiritual, resulta sumamente perturbador. Es como un intento frustrado de buscar el significado de un mundo de por sĂ­ caĂłtico y amenazante.
El hombre se aferra a esa obra de arte; a un momento resguardado, bello, manso. Ese mundo que no entiende es un juego prediseñado, al que nadie nos preguntĂł si querĂ­amos jugar. Por eso, en ocasiones, es inevitable cuestionarse si entre los valores existentes en las personas de nuestro tiempo, que aparecen como insuperables, eternos y universales, no habrĂĄ algunos que algĂșn dĂ­a parecerĂĄn grotescos, escandalosos o simplemente errĂłneos. Como ha ocurrido con tantos otros justificados con sus correspondientes circunstancias.
El catedråtico de Humanidades Vicente Reynal, en su libro Las humanidades en la era digital, culpa del desinterés por lo humanístico a la excesiva especialización a la que nos somete la competitiva sociedad actual: «¿Qué sucede entonces? Pues que, por ser preciso dedicar mås tiempo a la rama en la que uno desea ejercer su profesión, se descuidan los estudios generales y universales, las Humanidades. Hay pocos jóvenes interesados en ellas, solo algunos que son héroes en medio de una sociedad tecnócrata, tan hambrienta de superespecializados y dispuesta a retribuirles con generosidad y de inmediato. Estamos dejando de ser cultos en un sentido amplio y fundamental».
El reino del arte no conoce de globalizaciĂłn, de mercados ni de prisas. Ha estado ahĂ­ a travĂ©s de los siglos, imperturbable a nuestros pasos fugaces e ignorando nuestra estupidez, pero siendo el Ășnico sustento del alma. «Si no se comprende la utilidad de lo inĂștil, la inutilidad de lo Ăștil, no se comprende el arte», ha observado con razĂłn EugĂšne Ionesco. TambiĂ©n el ocurrente Cyrano de Bergerac defendiĂł que lo estĂ©ril es necesario para hacer que cualquier cosa sea mĂĄs bella: «¿QuĂ© decĂ­s? ÂżQue es inĂștil? Ya lo daba por hecho. Pero nadie se bate para sacar provecho. No, lo noble, lo hermoso es batirse por nada».

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Tienes la cabeza como un bombo. Miles de palabras asĂ©pticas y cansinas han desfilado ante tus ojos a lo largo del dĂ­a, durante las 12 horas de trabajo absorbente. SĂ­, te has quedado unas cuantas horas mĂĄs para acabar un asunto. QuerĂ­as ir al cine, a ver si aĂșn ponen la nueva de Wes Anderson, pero otro dĂ­a que te ha sido inviable. Pasas por el sĂșper, estĂĄ atestado, sobreiluminado y, de fondo, suena un pop horripilante. La señora de la caja estĂĄ rabiosa. Maniobras con el carrito hasta el coche. Por fin. Cenas. Te reclinas un poco en el sofĂĄ. En La 2, ponen DĂ­as de cine. Joder, se te caen los ojos. Te acuestas. Sobre la mesita, el Ășltimo libro de Emmanuel CarrĂšre, LimĂłnov, con el marcador en la pĂĄgina 95, justo donde lo dejaste hace tres meses. Lo miras de reojo, con una mezcla de culpa y sensaciĂłn de esterilidad. Ahora mismo no serĂ­as capaz de ojear ni un solo pĂĄrrafo. Con quĂ© energĂ­a podrĂ­as, insensato, proseguir la historia del estrafalario opositor a Putin. Caes extenuado. Aun asĂ­, tu cabeza, plagada de preocupaciones, tardarĂĄ un buen rato en entregarse al cuerpo.
Es probable que, por desgracia, el yugo de esta rutina te resulte familiar. Mas tranquilo, no estås solo. Bienvenido al siglo de la lógica del beneficio, donde los saberes humanísticos sin provecho no tienen cabida. «Es un asunto mås complicado», dirån los abogados de que toda finalidad sea utilitarista. Otros, al escuchar esto, sacudimos la cabeza. No es mås complicado, todo lo contrario, es trågicamente simple.
«Y es precisamente tarea de la filosofĂ­a el revelar a los hombres la utilidad de lo inĂștil o, si se quiere, enseñarles a diferenciar entre dos sentidos diferentes de la palabra utilidad», asegura el filĂłsofo francĂ©s Pierre Hadot, en Ejercicios espirituales y filosofĂ­a antigua.
Frente a la progresiva devaluación de las Humanidades, no hay mås que prestar un oído atento a las mentes sutiles que, a lo largo de la Historia, han recordado a sus congéneres que existen saberes que son fines por sí mismos y para los que debemos tener tiempo. Precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo pråctico y comercial, pueden ejercer un rol fundamental en el cultivo del espíritu.
«Hay dos peces jóvenes nadando y sucede que se encuentran con un pez mås viejo, que viene en sentido contrario y que les saluda con la cabeza y dice: Buenos días, chicos. ¿Cómo estå el agua? Y los dos peces jóvenes nadan un poco mås y entonces uno de ellos se vuelve hacia el otro y dice: ¿Qué diablos es el agua?». David Foster Wallace, uno de los mejores escritores estadounidenses habidos y por haber, contó esta paråbola en 2005 durante uno de esos yanquis discursos de graduación. Tres años después se suicidaría, pero antes de rendirse recordaba que, incluso en este nuevo orden mundial de dinero y poder, las realidades mås obvias e importantes son a menudo las mås difíciles de ver. Como el agua.

Escuelas, universidades, museos, bibliotecas…La lĂłgica del beneficio mina por la base las instituciones, de modo que su valor no coincide muchas veces con el saber en sĂ­, sino con la capacidad de producir beneficios directos. «Casi cualquier cosa que adores te comerĂĄ vivo. Si adorĂĄis el dinero y las cosas materiales, si para vosotros estĂĄn donde sentĂ­s el significado real de la vida, entonces nunca sentirĂ©is que tenĂ©is bastante. Adorad vuestro cuerpo y vuestra belleza y vuestro atractivo sexual y siempre os sentirĂ©is feos. Y cuando el tiempo y la edad comiencen a mostrarse, morirĂ©is un millĂłn de muertes antes de que finalmente la sintĂĄis. Nuestra propia cultura actual ha aprovechado estas fuerzas de tal modo que han producido riqueza, comodidad y libertad personal extraordinarias. La libertad de ser señores absolutos de nuestros pequeños reinos del tamaño de un crĂĄneo, Ășnicos en el centro de toda la creaciĂłn. Este tipo de libertad tiene mucho a su favor. Pero naturalmente hay muchos tipos de libertad, y sobre el mĂĄs valioso no oirĂ©is hablar mucho en el gran mundo exterior del querer y conseguir. El realmente importante implica atenciĂłn y consciencia y disciplina (…). Esa es la libertad real. La alternativa es la inconsciencia, las ratas a la carrera, la corrosiva sensaciĂłn constante de haber tenido, y perdido, alguna cosa infinita». (Foster Wallace)

Este alegato en favor del pensamiento crĂ­tico retrata la Europa de hoy, obsesionada por los presupuestos y la dura austeridad. Que las cuentas no cuadran, es asĂ­, pero tampoco podemos ignorar la destrucciĂłn de toda forma de solidaridad y humanidad. Por ejemplo, Europa descubre a Grecia miserable y carcomida. Quiere amputar ese brazo, reflexiĂłn fruto de un cĂ­nico cĂĄlculo, y no de una autĂ©ntica cultura polĂ­tica fundada en la idea de una Europa inconcebible sin Grecia, por ser cuna de todos los saberes occidentales. Bruselas la juzga sin misericordia pero, Âżacaso es la RepĂșblica HelĂ©nica quien tiene aquĂ­ la mayor deuda? Claro arquetipo de utilidad dominante, que mata la memoria del pasado, las disciplinas humanĂ­sticas, las lenguas clĂĄsicas, el arte o la fantasĂ­a.
Ya Rousseau habĂ­a caĂ­do en los puntos dĂ©biles de su sociedad: «Los antiguos polĂ­ticos hablaban incesantemente de costumbres y de virtud; los nuestros solo hablan de comercio y de dinero». Diderot, por su parte, tambiĂ©n advirtiĂł sobre el peligroso obstĂĄculo de la cultura: «Se desdeña todo aquello que no es Ăștil, porque el tiempo es demasiado precioso para perderlo en especulaciones ociosas». MĂĄs lĂ­rico y desolado suena Flaubert en su Diccionario de lugares comunes, donde «la poesĂ­a es del tono inĂștil, estĂĄ pasada de moda, y el poeta es un lelo soñador».
¿Cultura? Hay a punta de pala. Tan solo tenemos que dejar a un lado la democracia comercial y dedicar, al menos, media vida a esas inversiones que generan retornos no inmediatos y, sobre todo, no monetizables. La mirada fija en el objetivo de ser ricos no permite ya entender la alegría de los pequeños gestos cotidianos. Experimentar fortunas y desdichas de otros, esas que por circunstancias propias jamås viviremos, en un fantåstico libro o una película. Eso, Dios mío, eso no tiene precio. Grabar a fuego en nuestras mentes frases e imågenes bellas, profundas, emocionantes. Es esa sensación indescriptible de cerrar la contraportada de un ejemplar o quedarse mirando los créditos de un film con ojos vidriosos, paralizados. Es sentir vértigo, confusión, un hueco en las entrañas. El enigma de entender el mundo de un modo distinto a como lo hacíamos una hora antes.
1shopping
Como el protagonista de un video del grupo Other Lives, Dust Bowl III, que se queda en trance ante un cuadro de Rubens, lo roza con sus dedos y se vuelve loco. El video, aderezado ademĂĄs con ese exquisito folk espiritual, resulta sumamente perturbador. Es como un intento frustrado de buscar el significado de un mundo de por sĂ­ caĂłtico y amenazante.
El hombre se aferra a esa obra de arte; a un momento resguardado, bello, manso. Ese mundo que no entiende es un juego prediseñado, al que nadie nos preguntĂł si querĂ­amos jugar. Por eso, en ocasiones, es inevitable cuestionarse si entre los valores existentes en las personas de nuestro tiempo, que aparecen como insuperables, eternos y universales, no habrĂĄ algunos que algĂșn dĂ­a parecerĂĄn grotescos, escandalosos o simplemente errĂłneos. Como ha ocurrido con tantos otros justificados con sus correspondientes circunstancias.
El catedråtico de Humanidades Vicente Reynal, en su libro Las humanidades en la era digital, culpa del desinterés por lo humanístico a la excesiva especialización a la que nos somete la competitiva sociedad actual: «¿Qué sucede entonces? Pues que, por ser preciso dedicar mås tiempo a la rama en la que uno desea ejercer su profesión, se descuidan los estudios generales y universales, las Humanidades. Hay pocos jóvenes interesados en ellas, solo algunos que son héroes en medio de una sociedad tecnócrata, tan hambrienta de superespecializados y dispuesta a retribuirles con generosidad y de inmediato. Estamos dejando de ser cultos en un sentido amplio y fundamental».
El reino del arte no conoce de globalizaciĂłn, de mercados ni de prisas. Ha estado ahĂ­ a travĂ©s de los siglos, imperturbable a nuestros pasos fugaces e ignorando nuestra estupidez, pero siendo el Ășnico sustento del alma. «Si no se comprende la utilidad de lo inĂștil, la inutilidad de lo Ăștil, no se comprende el arte», ha observado con razĂłn EugĂšne Ionesco. TambiĂ©n el ocurrente Cyrano de Bergerac defendiĂł que lo estĂ©ril es necesario para hacer que cualquier cosa sea mĂĄs bella: «¿QuĂ© decĂ­s? ÂżQue es inĂștil? Ya lo daba por hecho. Pero nadie se bate para sacar provecho. No, lo noble, lo hermoso es batirse por nada».

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Opiniones 16
  • ÂżPuede ser que haya una erratilla en lo de “la poesĂ­a es del tono inĂștil”? ÂżNo serĂĄ “es del todo inĂștil”?
    Me ha gustado mucho, lo comparto 🙂

  • Muchas felicidades por vuestra revista y vuestro trabajo. Un gran artĂ­culo, muy necesario y vital para no perder la capacidad de elegir y ser libres.

  • Lara FernĂĄndez, si le fusilas el tĂ­tulo de su libro a Nuccio Ordine, al menos cĂ­tale.

  • ÂżDĂłnde hay que firmar a favor de este manifiesto?

  • Comentarios cerrados.