8 de febrero 2012    /   BUSINESS
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Las ciudades soƱadas a base de puntadas con hilo

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No hay mucha diferencia entre un anciano que recita un poema o un joven rapero que canta unos versos acerca de Fez. Al final, la mayoría de los que habitan una ciudad la aman de una u otra manera. Así lo cree Liz Kueneke, una artista estadounidense que pensó que esos sentimientos se podían bordar en forma de mapas sobre una sÔbana. El Tejido Urbano es un proyecto que apela al contacto humano, al intercambio de opiniones entre vecinos y a la creación colectiva como herramientas de debate urbanístico.

Cuando Liz Kueneke se inspiró en los situacionistas de los años 60 para intentar leer los lugares a través de las experiencias de quienes los habitaban, no consideró que tendría que explicar esta corriente de pensamiento al ciudadano de a pie. La artista, nacida en Chicago pero de suela incansable, pensó que una aguja y un poco de hilo se podía utilizar en cualquier parte del mundo. Así comenzaron sus experimentos de confección participativa de mapas, de conglomerados de experiencias y de sentimientos que definían cada rincón del planeta.

El Tejido Urbano surge en la Barceloneta en 2008. ā€œMe di cuenta de que cuanto mĆ”s tiempo pasaba la gente participando en la creación de los mapas, mĆ”s conversaban y mĆ”s se implicaban. BordĆ© un mapa del vecindario en una sĆ”bana. Me llevó mĆ”s de cien horas de trabajo. Una amiga arquitecta, Sigrid Ostlund, creó una estructura que estiraba la sĆ”bana para hacer mĆ”s fĆ”cil el bordado. Me lo llevaba todo a la plaza, bajo mi casa, y esperaba a que los transeuntes se acercasenā€.

AhĆ­ comenzaba la relación con los vecinos y las largas conversaciones en las que Liz dejaba que le contasen quĆ© significaba cada lugar del barrio para ellos. Entonces les hacĆ­a seƱalar los puntos neurĆ”lgicos del vecindario: un corazón rojo serĆ­a el nĆŗcleo del lugar; un pez negro, el punto donde ocurrió algĆŗn hecho histórico; un cĆ­rculo verde mostraba un lugar con connotaciones positivas para los habitantes y una cruz amarilla, lo que necesitaba ser cambiado. AsĆ­, esa sĆ”bana, que salió de casa para hablar con la gente, escuchaba lo que cada ciudadano tenĆ­a que decir. ā€œLa experiencia fue asombrosa. Los vecinos comenzaban a hablar entre ellos por primera vez y debatĆ­an la belleza o utilidad de un nuevo mercado o el impacto de los turistas en el entornoā€.

MĆ”s allĆ” de la dimensión social del proyecto, del buscado objetivo de tejer relaciones entre vecinos que nunca habĆ­an cruzado una palabra, el Tejido Urbano aporta un interesante material urbanĆ­stico creado por los propios habitantes de las ciudades, por gente que suda en las calles y que luego describe con aguja e hilo. ā€œComo poco, este serĆ­a un buen punto de partida para el debateā€, explica Kueneke. AdemĆ”s, ā€œlo que queda al final, el objetivo mĆ”s poĆ©tico, es el de crear una especie de retrato de cada lugarā€.

Tras las primeras puntadas con hilo en Barcelona, Kueneke empaquetó el costurero y cogió carretera y manta con destino a Manhattan. Y luego a Los Ɓngeles. Y despuĆ©s a Bangalore. Quito. Ecuador. Fez. Y de vuelta a casa, en Ibiza, donde sigue haciendo crecer la paleta de hilos de color sobre una sĆ”bana blanca. ā€œEn cada lugar habĆ­a factores culturales que suponĆ­an diferencias a la hora de participar en el proyectoā€, dice la artista norteamericana. ā€œMientras que en India los hombres cosĆ­an sin que eso supusiera un tabĆŗ, en Ecuador era una tarea reservada a las mujeres. Lo que no cambia de un lugar a otro son los sentimientos y experiencias de las personas en relación a sus ciudades y las ganas de hacer visibles recuerdos y pensamientos invisiblesā€.

Lo que queda es una huida de esa visión por encima del hombro que nos acostumbró a pensar que las ciudades tenĆ­an que ser planificadas por estirados urbanistas alojados en lujosos despachos. ā€œUna ciudad estĆ” hecha a base de un sentimiento de propiedad compartida. Cuando las personas piensan que la ciudad es de ellos, se sienten responsables de hacer de ella un lugar bello y se sienten motivados para realizar cambios a mejorā€, cuenta Kueneke.

Al final de todo, el asunto no va de eliminar de un plumazo el planeamiento de la manera en que se ha concebido en los últimos años, sino de que los arquitectos sean capaces de beber de la inspiración de los ciudadanos. El cambio de cultura bien podría comenzar a dibujarse con el centenario idioma de la aguja y el dedal.

Ester artículo fue publicado en la edición de febrero de Yorokobu, en su versión papel.

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No hay mucha diferencia entre un anciano que recita un poema o un joven rapero que canta unos versos acerca de Fez. Al final, la mayoría de los que habitan una ciudad la aman de una u otra manera. Así lo cree Liz Kueneke, una artista estadounidense que pensó que esos sentimientos se podían bordar en forma de mapas sobre una sÔbana. El Tejido Urbano es un proyecto que apela al contacto humano, al intercambio de opiniones entre vecinos y a la creación colectiva como herramientas de debate urbanístico.

Cuando Liz Kueneke se inspiró en los situacionistas de los años 60 para intentar leer los lugares a través de las experiencias de quienes los habitaban, no consideró que tendría que explicar esta corriente de pensamiento al ciudadano de a pie. La artista, nacida en Chicago pero de suela incansable, pensó que una aguja y un poco de hilo se podía utilizar en cualquier parte del mundo. Así comenzaron sus experimentos de confección participativa de mapas, de conglomerados de experiencias y de sentimientos que definían cada rincón del planeta.

El Tejido Urbano surge en la Barceloneta en 2008. ā€œMe di cuenta de que cuanto mĆ”s tiempo pasaba la gente participando en la creación de los mapas, mĆ”s conversaban y mĆ”s se implicaban. BordĆ© un mapa del vecindario en una sĆ”bana. Me llevó mĆ”s de cien horas de trabajo. Una amiga arquitecta, Sigrid Ostlund, creó una estructura que estiraba la sĆ”bana para hacer mĆ”s fĆ”cil el bordado. Me lo llevaba todo a la plaza, bajo mi casa, y esperaba a que los transeuntes se acercasenā€.

AhĆ­ comenzaba la relación con los vecinos y las largas conversaciones en las que Liz dejaba que le contasen quĆ© significaba cada lugar del barrio para ellos. Entonces les hacĆ­a seƱalar los puntos neurĆ”lgicos del vecindario: un corazón rojo serĆ­a el nĆŗcleo del lugar; un pez negro, el punto donde ocurrió algĆŗn hecho histórico; un cĆ­rculo verde mostraba un lugar con connotaciones positivas para los habitantes y una cruz amarilla, lo que necesitaba ser cambiado. AsĆ­, esa sĆ”bana, que salió de casa para hablar con la gente, escuchaba lo que cada ciudadano tenĆ­a que decir. ā€œLa experiencia fue asombrosa. Los vecinos comenzaban a hablar entre ellos por primera vez y debatĆ­an la belleza o utilidad de un nuevo mercado o el impacto de los turistas en el entornoā€.

MĆ”s allĆ” de la dimensión social del proyecto, del buscado objetivo de tejer relaciones entre vecinos que nunca habĆ­an cruzado una palabra, el Tejido Urbano aporta un interesante material urbanĆ­stico creado por los propios habitantes de las ciudades, por gente que suda en las calles y que luego describe con aguja e hilo. ā€œComo poco, este serĆ­a un buen punto de partida para el debateā€, explica Kueneke. AdemĆ”s, ā€œlo que queda al final, el objetivo mĆ”s poĆ©tico, es el de crear una especie de retrato de cada lugarā€.

Tras las primeras puntadas con hilo en Barcelona, Kueneke empaquetó el costurero y cogió carretera y manta con destino a Manhattan. Y luego a Los Ɓngeles. Y despuĆ©s a Bangalore. Quito. Ecuador. Fez. Y de vuelta a casa, en Ibiza, donde sigue haciendo crecer la paleta de hilos de color sobre una sĆ”bana blanca. ā€œEn cada lugar habĆ­a factores culturales que suponĆ­an diferencias a la hora de participar en el proyectoā€, dice la artista norteamericana. ā€œMientras que en India los hombres cosĆ­an sin que eso supusiera un tabĆŗ, en Ecuador era una tarea reservada a las mujeres. Lo que no cambia de un lugar a otro son los sentimientos y experiencias de las personas en relación a sus ciudades y las ganas de hacer visibles recuerdos y pensamientos invisiblesā€.

Lo que queda es una huida de esa visión por encima del hombro que nos acostumbró a pensar que las ciudades tenĆ­an que ser planificadas por estirados urbanistas alojados en lujosos despachos. ā€œUna ciudad estĆ” hecha a base de un sentimiento de propiedad compartida. Cuando las personas piensan que la ciudad es de ellos, se sienten responsables de hacer de ella un lugar bello y se sienten motivados para realizar cambios a mejorā€, cuenta Kueneke.

Al final de todo, el asunto no va de eliminar de un plumazo el planeamiento de la manera en que se ha concebido en los últimos años, sino de que los arquitectos sean capaces de beber de la inspiración de los ciudadanos. El cambio de cultura bien podría comenzar a dibujarse con el centenario idioma de la aguja y el dedal.

Ester artículo fue publicado en la edición de febrero de Yorokobu, en su versión papel.

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