Las niƱas robadas de Siria

”Yorokobu gratis en formato digital!
En 1988, el alemĆ”n Killian Kleinschmidt se ganaba la vida levantando tejados en el sur de Francia hasta que un dĆa se subió a su moto y no paró de darle gas hasta llegar al desierto del Sahara. AllĆ, en un poblado perdido de Mali, se topó con las obras de construcción de una escuela y se quedó a echar una mano con el tejado. JamĆ”s emprendió el viaje de vuelta.
Aquel mismo aƱo de 1988, una niƱa llamada Yusra nacĆa a las afueras de Daraa, un pueblo tribal en el sur de Siria. A los 14 aƱos, fue obligada a casarse con un barbero doce aƱos mayor que ella. SegĆŗn su propio relato, sus primeros aƱos de matrimonio fueron infernales. Y cuando por fin logró ser feliz con su marido obligatorio y sus tres hijos, en su propio pueblo nació la revolución contra la dictadura de Bashar al-Asad que acabó degenerando en una guerra civil en Siria que ya ha dejado 150.000 muertos.
Los caminos de Kleinschmidt y de Yusra no deberĆan de haberse cruzado, pero ahora los dos viven, sin conocerse, en uno de los campos de refugiados mĆ”s grandes del mundo:Ā el de Zaatari, en Jordania. Kleinschmidt, que cambió su oficio de techador por el de tipo duro de Naciones Unidas en conflictos por todo el mundo, dirige el campo. Y Yusra llegó a Ć©l hace pocos meses huyendo de la guerra en su paĆs.
Zaatari es un secarral rellenado por miles de tiendas de campaña y contenedores distribuidos de manera monótona, en los que viven 100.000 sirios que han conseguido escapar de los bombardeos. El campo, gestionado por la agencia de Naciones Unidas para los refugiados (Acnur) y el Gobierno jordano, estÔ tan cerca de la frontera con Siria que, cuando allà cae una bomba, el suelo de Zaatari tiembla como un flan recién hecho.
PƔjaros y videojuegos
Desde el aire, todos los contenedores parecen iguales. Pero dentro de cada uno de ellos hay un mundo inesperado y, a menudo, desconcertante. En uno de ellos se venden pĆ”jaros. En otro, hay una agencia de viajes. Y, en otro, un puƱado de chavales juega al videojuegoĀ Call of DutyĀ en una decena de ordenadores. En la avenida principal, bautizada con humor negro como Los Campos ElĆseos, se puede encontrar de todo: desde pintalabios y caros perfumes franceses hasta televisores de plasma. Tras unos minutos paseando por Zaatari, el visitante deja de ver un campo de refugiados y contempla una urbe insólita, levantada de la noche a la maƱana. Ā«Nosotros les construimos un campo de refugiados y ellos han creado una ciudadĀ», sentencia el director de Zaatari.
[pullquote align=”right”]MĆ”s del 50% de las refugiadas sirias en Jordania ya estĆ”n casadas a los 18 aƱos, segĆŗn una encuesta de Unicef[pullquote]
Yusra cuenta su historia dentro de uno de esos contenedores que parecen repetitivos desde afuera. Va vestida de negro absoluto, con una tĆŗnica y un doble velo que solo dejan ver su rostro angelical, sus manos decoradas con henna y, cuando el aire levanta unos centĆmetros su ropa, unos zapatos de tacón de color crema. Yusra no quiere mencionar su apellido. Sus hermanos, muyahidines, siguen en el frente. Y ella misma estuvo a punto de ser violada por militares del EjĆ©rcito de Bashar al-Asad, pero se libró por el tiro al aire de un miliciano. Huyó de Daraa hace unos meses y no quiere represalias para su familia.
Ā«Antes de cruzar la frontera, cogĆ un puƱado de tierra de Siria. Cuando no puedo aguantar las ganas de sentir el olor de mi paĆs, mojo la tierra con agua. Y cuando las bombas se sienten en Zaatari y mis hijos lloran, les doy a oler la tierra de SiriaĀ», recuerda entre lĆ”grimas.
Vendidas por 500 euros
Su historia, la de las niñas obligadas a casarse, es muy común en las zonas rurales de Siria. Y estas infancias robadas se han multiplicado ahora por las penurias del campo de refugiados, donde un padre puede entregar a su hija de 13 años por unos 500 dinares jordanos (poco mÔs de 500 euros), confiando, ademÔs, en que su marido la protegerÔ de los violadores que aparecen a millares en todas la guerras.
LasĀ estadĆsticas de UnicefĀ aseguran que, antes de la guerra, un 2,5% de las niƱas sirias ya estaban casadas a los 15 aƱos. Al cumplir 18, el porcentaje de casadas superaba el 13%. Ahora,Ā un reciente sondeoĀ a refugiadas sirias en Jordania ha observado que mĆ”s del 50% de las chicas de 18 aƱos ya estĆ”n casadas.
Omar Deriri, de 22 aƱos, cree que esas cifras han aumentado en Zaatari. Ā«Los matrimonios infantiles se estĆ”n extendiendo mucho y ahora son el mayor problema del campoĀ», opina. Deriri, como la mayorĆa en Zaatari, procede de Daraa, el pueblo sirio situado a apenas 30 kilómetros en lĆnea recta. Estudiaba Magisterio hasta que estalló la guerra y escapó a Jordania. Ahora es un refugiado mĆ”s y voluntario en War Child, una ONG britĆ”nica que trabaja con niƱos en zonas de guerra.
LƔgrimas en el teatro
Deriri es el guionista de una obra de teatro que acaba de congregar a 500 personas en un escenario improvisado en el Hospital SaudĆ, en el corazón del campo de refugiados. Su tĆtulo es elocuente:Ā Matrimonio infantil. En la obra, una chica de 14 aƱos aprieta cada dĆa los codos sobre los libros para cumplir algĆŗn dĆa su sueƱo de ser mĆ©dica. Hasta que un dĆa llega un hombre de negocios y le dice a su padre que quiere casarse con ella. La niƱa se niega, pero el padre hace caso a un vecino, que le recomienda que acepte y coja el dinero que ofrece el hombre de negocios. Finalmente, tras escuchar un poema en contra de este robo de niƱas, el padre reconoce su error, da marcha atrĆ”s y pide perdón a su propia familia.
«Tras ver la obra, muchas madres lloraban, porque era su misma historia», recuerda Imtinah, una chica de 18 años que hace el papel de madre de la niña. La joven actriz amateur tampoco quiere dar sus apellidos. Uno de sus hermanos estÔ encerrado en algún calabozo de Siria. «Soy de Daraa. Allà no queda nada, han destruido todo», lamenta, con una chapa en la que se lee «Freedom Syria» (libertad para Siria) sobre su vestido de lunares.
El médico irlandés Brendan Dineen también lleva una chapa sobre su chaleco, con un smiley, el dibujo esquemÔtico de una cara sonriente. Es el jefe médico del campo de refugiados de Zaatari: un doctor responsable de 100.000 personas, muchas de ellas mutiladas en la guerra. En perfecto español hablado con acento de México y El Salvador, donde trabajó en temas de salud pública, Dineen aporta datos para valorar la verdadera dimensión del problema de los matrimonios infantiles en Zaatari.
Una violación de los derechos humanos
Ā«Aproximadamente tenemos 50 partos por semana. Muchas madres son jóvenes, ese es el riesgo principal que vemos. Hay muchas chicas de 15 o 17 aƱos. Los matrimonios prematuros son una realidad. Una parte de la mortalidad infantil es por los partos de alto riesgo en jóvenesĀ», explica Dineen. En el campo de refugiados, el 22% de los bebĆ©s nace por cesĆ”rea, cuando lo esperado serĆa entre un 5% y un 15%, segĆŗn Acnur.
«Afortunadamente ninguna mujer ha muerto, pero sà el neonato. Es una de las principales preocupaciones para nosotros. Nacen con pocas semanas de gestación. Es un reto» detalla el médico, también investigador de la Escuela de Londres de Higiene y Medicina Tropical.
La mortalidad infantil no es la única consecuencia de los matrimonios prematuros. Unicef recuerda que es «una violación de los derechos humanos» que pone en peligro el desarrollo de las niñas y suele tener como consecuencia el aislamiento social. Las niñas desaparecen de la sociedad. Para evitarlo, la mejor herramienta es la educación, pero ese es otro problema en el ecosistema de tiendas de campaña de Zaatari.
Tocamientos
Sentado frente a su oficina de director del campo, otro contenedor mĆ”s, pero esta vez protegido por una valla con concertinas, Killian Kleinschmidt echa cuentas. Ā«De los 100.000 habitantes de Zaatari, 57.000 son niƱos. Unos 20.000 tienen menos de cinco aƱos. AsĆ que 37.000 niƱos deberĆan estar en el cole, aprendiendo. Pero solo 12.000 van a la escuela. O sea que 25.000 niƱos tendrĆan que ir al colegio y no lo hacenĀ», reflexiona.
La jordana Leila Al-Zghoul, del ComitĆ© Internacional de Rescate (IRC), organiza dentro del campo grupos de mujeres que hablan de sus problemas comunes lejos de los oĆdos de los hombres. AllĆ se escucha una de las causas de la ausencia de muchas niƱas en las escuelas. Ā«Dentro del campo no hay mĆ©todos de transporte y es peligroso que las mujeres caminen solas. El campo es enorme. Hay muy pocos casos conocidos de violaciones, pero las mujeres solas sufren acoso verbal y tocamientosĀ», relata Al-Zghoul.
Para una mujer sola, y la guerra ha hecho que haya muchas mujeres viudas o huérfanas en Zaatari, el mero hecho de ir a por su ración de agua a los tanques comunales supone una experiencia penosa.
Enemigos desconocidos
«Los problemas dentro del campo de refugiados son los mismos que en Siria, aunque mÔs agudizados porque la gente tiene menos dinero. La prostitución y los matrimonios infantiles, por ejemplo, son cosas que ocurren en general, y aquà también», opina Kleinschmidt.
Este alemĆ”n de porte imponente dejó su oficio de techador hace 25 aƱos para comenzar un periplo por diferentes ONG de ayuda humanitaria que le ha llevado a Naciones Unidas. Su anterior destino, hasta hace un aƱo, fue coordinar la misión de la ONU en Somalia. Ā«En Mogadiscio sabĆa quiĆ©n era mi enemigo. SabĆa quiĆ©n querĆa matarme. Y tenĆa 21 tĆos bien armados para protegerme. AquĆ no tengo a nadie, voy solo. Unos chicos del campo de Zaatari me dijeron que habĆan pensado en secuestrarme, pero que cuando vieron que caminaba solo decidieron protegerme, porque entendĆan que yo no tenĆa nada que esconder. Son sociedades que funcionan mucho con el respeto. Tienes que parecer fuerte, si no, no te respetanĀ», expone Kleinschmidt.
[pullquote align=”right”]Ā«En Zaatari tienes que parecer fuerte, si no, no te respetanā, afirma el director del campo de refugiadosĀ»[pullquote]
Yusra, la chica que guarda un puƱado de tierra siria para olerla, no parece fuerte cuando abandona el contenedor del ComitĆ© Internacional de Rescate y se pone a caminar sola de nuevo entre las tiendas de campaƱa. A sus 26 aƱos, se acaba de comportar como una lĆder, contando su historia por primera vez y animando a otro grupo de una decena de viudas y huĆ©rfanas de la guerra siria. Pero cuando sale del contenedor se convierte en una silueta negra mĆ”s, escondida tras su tĆŗnica y sus dos velos. Es una vĆctima fĆ”cil para los acosadores de Zaatari. Ā«Venir a esta caravana nos hace sentir esperanza, olvidar que vivimos en un campo de refugiados, sentir que tenemos una vida normal dentro de este contenedorĀ», clama.
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Foto de cabecera.- El irlandés Brendan Dineen, jefe médico de Zaatari / Manuel Ansede
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En 1988, el alemĆ”n Killian Kleinschmidt se ganaba la vida levantando tejados en el sur de Francia hasta que un dĆa se subió a su moto y no paró de darle gas hasta llegar al desierto del Sahara. AllĆ, en un poblado perdido de Mali, se topó con las obras de construcción de una escuela y se quedó a echar una mano con el tejado. JamĆ”s emprendió el viaje de vuelta.
Aquel mismo aƱo de 1988, una niƱa llamada Yusra nacĆa a las afueras de Daraa, un pueblo tribal en el sur de Siria. A los 14 aƱos, fue obligada a casarse con un barbero doce aƱos mayor que ella. SegĆŗn su propio relato, sus primeros aƱos de matrimonio fueron infernales. Y cuando por fin logró ser feliz con su marido obligatorio y sus tres hijos, en su propio pueblo nació la revolución contra la dictadura de Bashar al-Asad que acabó degenerando en una guerra civil en Siria que ya ha dejado 150.000 muertos.
Los caminos de Kleinschmidt y de Yusra no deberĆan de haberse cruzado, pero ahora los dos viven, sin conocerse, en uno de los campos de refugiados mĆ”s grandes del mundo:Ā el de Zaatari, en Jordania. Kleinschmidt, que cambió su oficio de techador por el de tipo duro de Naciones Unidas en conflictos por todo el mundo, dirige el campo. Y Yusra llegó a Ć©l hace pocos meses huyendo de la guerra en su paĆs.
Zaatari es un secarral rellenado por miles de tiendas de campaña y contenedores distribuidos de manera monótona, en los que viven 100.000 sirios que han conseguido escapar de los bombardeos. El campo, gestionado por la agencia de Naciones Unidas para los refugiados (Acnur) y el Gobierno jordano, estÔ tan cerca de la frontera con Siria que, cuando allà cae una bomba, el suelo de Zaatari tiembla como un flan recién hecho.
PƔjaros y videojuegos
Desde el aire, todos los contenedores parecen iguales. Pero dentro de cada uno de ellos hay un mundo inesperado y, a menudo, desconcertante. En uno de ellos se venden pĆ”jaros. En otro, hay una agencia de viajes. Y, en otro, un puƱado de chavales juega al videojuegoĀ Call of DutyĀ en una decena de ordenadores. En la avenida principal, bautizada con humor negro como Los Campos ElĆseos, se puede encontrar de todo: desde pintalabios y caros perfumes franceses hasta televisores de plasma. Tras unos minutos paseando por Zaatari, el visitante deja de ver un campo de refugiados y contempla una urbe insólita, levantada de la noche a la maƱana. Ā«Nosotros les construimos un campo de refugiados y ellos han creado una ciudadĀ», sentencia el director de Zaatari.
[pullquote align=”right”]MĆ”s del 50% de las refugiadas sirias en Jordania ya estĆ”n casadas a los 18 aƱos, segĆŗn una encuesta de Unicef[pullquote]
Yusra cuenta su historia dentro de uno de esos contenedores que parecen repetitivos desde afuera. Va vestida de negro absoluto, con una tĆŗnica y un doble velo que solo dejan ver su rostro angelical, sus manos decoradas con henna y, cuando el aire levanta unos centĆmetros su ropa, unos zapatos de tacón de color crema. Yusra no quiere mencionar su apellido. Sus hermanos, muyahidines, siguen en el frente. Y ella misma estuvo a punto de ser violada por militares del EjĆ©rcito de Bashar al-Asad, pero se libró por el tiro al aire de un miliciano. Huyó de Daraa hace unos meses y no quiere represalias para su familia.
Ā«Antes de cruzar la frontera, cogĆ un puƱado de tierra de Siria. Cuando no puedo aguantar las ganas de sentir el olor de mi paĆs, mojo la tierra con agua. Y cuando las bombas se sienten en Zaatari y mis hijos lloran, les doy a oler la tierra de SiriaĀ», recuerda entre lĆ”grimas.
Vendidas por 500 euros
Su historia, la de las niñas obligadas a casarse, es muy común en las zonas rurales de Siria. Y estas infancias robadas se han multiplicado ahora por las penurias del campo de refugiados, donde un padre puede entregar a su hija de 13 años por unos 500 dinares jordanos (poco mÔs de 500 euros), confiando, ademÔs, en que su marido la protegerÔ de los violadores que aparecen a millares en todas la guerras.
LasĀ estadĆsticas de UnicefĀ aseguran que, antes de la guerra, un 2,5% de las niƱas sirias ya estaban casadas a los 15 aƱos. Al cumplir 18, el porcentaje de casadas superaba el 13%. Ahora,Ā un reciente sondeoĀ a refugiadas sirias en Jordania ha observado que mĆ”s del 50% de las chicas de 18 aƱos ya estĆ”n casadas.
Omar Deriri, de 22 aƱos, cree que esas cifras han aumentado en Zaatari. Ā«Los matrimonios infantiles se estĆ”n extendiendo mucho y ahora son el mayor problema del campoĀ», opina. Deriri, como la mayorĆa en Zaatari, procede de Daraa, el pueblo sirio situado a apenas 30 kilómetros en lĆnea recta. Estudiaba Magisterio hasta que estalló la guerra y escapó a Jordania. Ahora es un refugiado mĆ”s y voluntario en War Child, una ONG britĆ”nica que trabaja con niƱos en zonas de guerra.
LƔgrimas en el teatro
Deriri es el guionista de una obra de teatro que acaba de congregar a 500 personas en un escenario improvisado en el Hospital SaudĆ, en el corazón del campo de refugiados. Su tĆtulo es elocuente:Ā Matrimonio infantil. En la obra, una chica de 14 aƱos aprieta cada dĆa los codos sobre los libros para cumplir algĆŗn dĆa su sueƱo de ser mĆ©dica. Hasta que un dĆa llega un hombre de negocios y le dice a su padre que quiere casarse con ella. La niƱa se niega, pero el padre hace caso a un vecino, que le recomienda que acepte y coja el dinero que ofrece el hombre de negocios. Finalmente, tras escuchar un poema en contra de este robo de niƱas, el padre reconoce su error, da marcha atrĆ”s y pide perdón a su propia familia.
«Tras ver la obra, muchas madres lloraban, porque era su misma historia», recuerda Imtinah, una chica de 18 años que hace el papel de madre de la niña. La joven actriz amateur tampoco quiere dar sus apellidos. Uno de sus hermanos estÔ encerrado en algún calabozo de Siria. «Soy de Daraa. Allà no queda nada, han destruido todo», lamenta, con una chapa en la que se lee «Freedom Syria» (libertad para Siria) sobre su vestido de lunares.
El médico irlandés Brendan Dineen también lleva una chapa sobre su chaleco, con un smiley, el dibujo esquemÔtico de una cara sonriente. Es el jefe médico del campo de refugiados de Zaatari: un doctor responsable de 100.000 personas, muchas de ellas mutiladas en la guerra. En perfecto español hablado con acento de México y El Salvador, donde trabajó en temas de salud pública, Dineen aporta datos para valorar la verdadera dimensión del problema de los matrimonios infantiles en Zaatari.
Una violación de los derechos humanos
Ā«Aproximadamente tenemos 50 partos por semana. Muchas madres son jóvenes, ese es el riesgo principal que vemos. Hay muchas chicas de 15 o 17 aƱos. Los matrimonios prematuros son una realidad. Una parte de la mortalidad infantil es por los partos de alto riesgo en jóvenesĀ», explica Dineen. En el campo de refugiados, el 22% de los bebĆ©s nace por cesĆ”rea, cuando lo esperado serĆa entre un 5% y un 15%, segĆŗn Acnur.
«Afortunadamente ninguna mujer ha muerto, pero sà el neonato. Es una de las principales preocupaciones para nosotros. Nacen con pocas semanas de gestación. Es un reto» detalla el médico, también investigador de la Escuela de Londres de Higiene y Medicina Tropical.
La mortalidad infantil no es la única consecuencia de los matrimonios prematuros. Unicef recuerda que es «una violación de los derechos humanos» que pone en peligro el desarrollo de las niñas y suele tener como consecuencia el aislamiento social. Las niñas desaparecen de la sociedad. Para evitarlo, la mejor herramienta es la educación, pero ese es otro problema en el ecosistema de tiendas de campaña de Zaatari.
Tocamientos
Sentado frente a su oficina de director del campo, otro contenedor mĆ”s, pero esta vez protegido por una valla con concertinas, Killian Kleinschmidt echa cuentas. Ā«De los 100.000 habitantes de Zaatari, 57.000 son niƱos. Unos 20.000 tienen menos de cinco aƱos. AsĆ que 37.000 niƱos deberĆan estar en el cole, aprendiendo. Pero solo 12.000 van a la escuela. O sea que 25.000 niƱos tendrĆan que ir al colegio y no lo hacenĀ», reflexiona.
La jordana Leila Al-Zghoul, del ComitĆ© Internacional de Rescate (IRC), organiza dentro del campo grupos de mujeres que hablan de sus problemas comunes lejos de los oĆdos de los hombres. AllĆ se escucha una de las causas de la ausencia de muchas niƱas en las escuelas. Ā«Dentro del campo no hay mĆ©todos de transporte y es peligroso que las mujeres caminen solas. El campo es enorme. Hay muy pocos casos conocidos de violaciones, pero las mujeres solas sufren acoso verbal y tocamientosĀ», relata Al-Zghoul.
Para una mujer sola, y la guerra ha hecho que haya muchas mujeres viudas o huérfanas en Zaatari, el mero hecho de ir a por su ración de agua a los tanques comunales supone una experiencia penosa.
Enemigos desconocidos
«Los problemas dentro del campo de refugiados son los mismos que en Siria, aunque mÔs agudizados porque la gente tiene menos dinero. La prostitución y los matrimonios infantiles, por ejemplo, son cosas que ocurren en general, y aquà también», opina Kleinschmidt.
Este alemĆ”n de porte imponente dejó su oficio de techador hace 25 aƱos para comenzar un periplo por diferentes ONG de ayuda humanitaria que le ha llevado a Naciones Unidas. Su anterior destino, hasta hace un aƱo, fue coordinar la misión de la ONU en Somalia. Ā«En Mogadiscio sabĆa quiĆ©n era mi enemigo. SabĆa quiĆ©n querĆa matarme. Y tenĆa 21 tĆos bien armados para protegerme. AquĆ no tengo a nadie, voy solo. Unos chicos del campo de Zaatari me dijeron que habĆan pensado en secuestrarme, pero que cuando vieron que caminaba solo decidieron protegerme, porque entendĆan que yo no tenĆa nada que esconder. Son sociedades que funcionan mucho con el respeto. Tienes que parecer fuerte, si no, no te respetanĀ», expone Kleinschmidt.
[pullquote align=”right”]Ā«En Zaatari tienes que parecer fuerte, si no, no te respetanā, afirma el director del campo de refugiadosĀ»[pullquote]
Yusra, la chica que guarda un puƱado de tierra siria para olerla, no parece fuerte cuando abandona el contenedor del ComitĆ© Internacional de Rescate y se pone a caminar sola de nuevo entre las tiendas de campaƱa. A sus 26 aƱos, se acaba de comportar como una lĆder, contando su historia por primera vez y animando a otro grupo de una decena de viudas y huĆ©rfanas de la guerra siria. Pero cuando sale del contenedor se convierte en una silueta negra mĆ”s, escondida tras su tĆŗnica y sus dos velos. Es una vĆctima fĆ”cil para los acosadores de Zaatari. Ā«Venir a esta caravana nos hace sentir esperanza, olvidar que vivimos en un campo de refugiados, sentir que tenemos una vida normal dentro de este contenedorĀ», clama.
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Foto de cabecera.- El irlandés Brendan Dineen, jefe médico de Zaatari / Manuel Ansede
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