La ley Gordon: cuando Instagram puede arruinarte la vida
Queremos vivir dentro de la VSCO Cam porque no podemos sobrevivir con la escasa satisfacciĂłn que obtenemos de la realidad, ya lo decĂa Freud. Más o menos. Su colega, Aaron Ben-ZeĂ©v, flamante autor de In the Name of Love: Romantic Ideology and its Victims, pone el dedo en la llaga de la ley Gordon al explicar que, «bastante a menudo, conocernos más reduce el amor». Sin quererlo, el gentil profesor israelĂ ofrece uno de los claims más apropiados para Instagram: no siempre se da el caso de conocerlo es quererlo. ÂżA quiĂ©n le importa? La ceguera instantánea e integral de la que habla Ben-ZeĂ©v es el pilar sobre el que se construyen los caprichos de Instagram; y uno está dispuesto a aceptar cualquiera de esas cosas que no se plantearĂa en la vida real. La luz adecuada, el pliegue perfecto, la simetrĂa ideal y uno acepta sin ambages ser el padrastro de los tres hijos de Tinymomof3.
Muy pronto, Instagram ocupará el lugar que ya ocupa Facebook en todos esos estudios sobre los estados protodepresivos en los que la red social sumerge a muchos de sus usuarios. El espectro de la depresiĂłn autoinfligida en Instagram alcanza mayores cotas; no sĂłlo puedes admirar las vacaciones de una australiana que posa frente a unas casas coloniales a las afueras de Bogotá mientras tĂş juegas al parchĂs con tu abuela en el porche a 37 grados. TambiĂ©n puedes arruinar cualquier tipo de relaciĂłn que intentes sostener en la realidad en base a las expectativas generadas por el perfil de esa pareja que vive con su gato en Madrid, pero que podrĂa estar empadronada directamente en el cielo a juzgar por el blanco nuclear y la iluminaciĂłn de sus fotos.
Los poseedores de expectativas irreales pueden convertirse en intolerantes al conflicto, rutinas y otros aspectos de la convivencia cercana que a menudo caracterizan la vida en pareja
Instagram ya ocupa de facto el lugar que siempre ha ocupado Hollywood. La cuenta de esa chica que acaba de subir una foto de su novio durmiendo con su perro, en blanco y negro, donde no existen los ronquidos ni los pedos perrunos… en tu cerebro, esa imagen ya es como una pelĂcula entera de Jennifer Aniston. Y, si la has visto y te has puesto en cualquiera de los dos lugares (incluso de los tres), ya no hay esperanza para ti. «Los poseedores de expectativas irreales pueden convertirse en intolerantes al conflicto, rutinas y otros aspectos de la convivencia cercana que a menudo caracterizan la vida en pareja». AsĂ habla Lauren F.E. Galloway, de la Universidad de Nevada, en Does Movie Viewing Cultivate Unrealistic Expectations about Love and Marriage?, y encaja como un guante con Instagram.
«Estoy harto de fantasĂas porque no existen. Y nunca hay sorpresas de verdad». Y, además, nunca te llenan, le responde Laura a Rob Gordon. Sin embargo, con toda la cobardĂa que desprende el personaje de Cusack durante la pelĂcula, hay algo valiente en Ă©l que no suele suceder en la realidad: querer abandonar la fantasĂa de Instagram. La adicciĂłn a la irrealidad es poderosa. No en vano Kevin Systrom, fundador del universo ideal, se graduĂł en sistemas simbĂłlicos por la Universidad de Stanford; un programa enfocado principalmente en la relaciĂłn entre el ordenador y la mente humana. Systrom es el camello de la belleza y no te dejará salir de ahĂ. O, quiĂ©n sabe, quizá un dĂa te veas a ti mismo en una mesa de bar pidiĂ©ndole matrimonio a alguien, con el palpitar sordo de Instagram en tu bolsillo.
Queremos vivir dentro de la VSCO Cam porque no podemos sobrevivir con la escasa satisfacciĂłn que obtenemos de la realidad, ya lo decĂa Freud. Más o menos. Su colega, Aaron Ben-ZeĂ©v, flamante autor de In the Name of Love: Romantic Ideology and its Victims, pone el dedo en la llaga de la ley Gordon al explicar que, «bastante a menudo, conocernos más reduce el amor». Sin quererlo, el gentil profesor israelĂ ofrece uno de los claims más apropiados para Instagram: no siempre se da el caso de conocerlo es quererlo. ÂżA quiĂ©n le importa? La ceguera instantánea e integral de la que habla Ben-ZeĂ©v es el pilar sobre el que se construyen los caprichos de Instagram; y uno está dispuesto a aceptar cualquiera de esas cosas que no se plantearĂa en la vida real. La luz adecuada, el pliegue perfecto, la simetrĂa ideal y uno acepta sin ambages ser el padrastro de los tres hijos de Tinymomof3.
Muy pronto, Instagram ocupará el lugar que ya ocupa Facebook en todos esos estudios sobre los estados protodepresivos en los que la red social sumerge a muchos de sus usuarios. El espectro de la depresiĂłn autoinfligida en Instagram alcanza mayores cotas; no sĂłlo puedes admirar las vacaciones de una australiana que posa frente a unas casas coloniales a las afueras de Bogotá mientras tĂş juegas al parchĂs con tu abuela en el porche a 37 grados. TambiĂ©n puedes arruinar cualquier tipo de relaciĂłn que intentes sostener en la realidad en base a las expectativas generadas por el perfil de esa pareja que vive con su gato en Madrid, pero que podrĂa estar empadronada directamente en el cielo a juzgar por el blanco nuclear y la iluminaciĂłn de sus fotos.
Los poseedores de expectativas irreales pueden convertirse en intolerantes al conflicto, rutinas y otros aspectos de la convivencia cercana que a menudo caracterizan la vida en pareja
Instagram ya ocupa de facto el lugar que siempre ha ocupado Hollywood. La cuenta de esa chica que acaba de subir una foto de su novio durmiendo con su perro, en blanco y negro, donde no existen los ronquidos ni los pedos perrunos… en tu cerebro, esa imagen ya es como una pelĂcula entera de Jennifer Aniston. Y, si la has visto y te has puesto en cualquiera de los dos lugares (incluso de los tres), ya no hay esperanza para ti. «Los poseedores de expectativas irreales pueden convertirse en intolerantes al conflicto, rutinas y otros aspectos de la convivencia cercana que a menudo caracterizan la vida en pareja». AsĂ habla Lauren F.E. Galloway, de la Universidad de Nevada, en Does Movie Viewing Cultivate Unrealistic Expectations about Love and Marriage?, y encaja como un guante con Instagram.
«Estoy harto de fantasĂas porque no existen. Y nunca hay sorpresas de verdad». Y, además, nunca te llenan, le responde Laura a Rob Gordon. Sin embargo, con toda la cobardĂa que desprende el personaje de Cusack durante la pelĂcula, hay algo valiente en Ă©l que no suele suceder en la realidad: querer abandonar la fantasĂa de Instagram. La adicciĂłn a la irrealidad es poderosa. No en vano Kevin Systrom, fundador del universo ideal, se graduĂł en sistemas simbĂłlicos por la Universidad de Stanford; un programa enfocado principalmente en la relaciĂłn entre el ordenador y la mente humana. Systrom es el camello de la belleza y no te dejará salir de ahĂ. O, quiĂ©n sabe, quizá un dĂa te veas a ti mismo en una mesa de bar pidiĂ©ndole matrimonio a alguien, con el palpitar sordo de Instagram en tu bolsillo.
Precisamente ese párrafo de esta novela me ayudó a decidirme a casarme.
AsĂ de fácil, todo es muy bonito cuando cada uno vive con sus padres … pero la realidad es otra y hay que asumirla.
Las redes sociales son como un enorme gĂ©iser por el que lanzamos nuestras mierdas al mundo, como si el mundo las necesitara. Hay mucho de inquietante en todas estas formas que estamos inventando para esconder la realidad que nos acecha al otro lado de la camarita del mĂłvil. Me ha gustado mucho el artĂculo, Jorge Salas.
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