Gatos victorianos: De despreciables seres peludos a sÃmbolos de estatus

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Se encontraron después de mucho tiempo. Harrison Weir explicó a su amigo que estaba organizando un show de gatos. El primero de la historia. Él estaba orgulloso. Era 1871 y hasta hacÃa menos de una década no sólo habrÃa sido impensable exhibir un gato, sino que nadie se habrÃa planteado tenerlo como mascota. Al menos, en Inglaterra.
El amigo de Weir no pudo reprimir el grito: «¡Un show de gatos! ¿Por qué? ¡Odio esas cosas!». El artista tuvo que buscar su paciencia en el bolsillo y tomar un largo trago antes de pedirle disculpas y lamentar que no compartiera su devoción por los gatos. Que pudieran abrir y cerrar puertas, cazar ratas y ratones era algo que entusiasmaba a Weir, por no hablar de su extraña y enorme sensibilidad.
Asà se lo explicó a su amigo, que no le dejó terminar su alegato entusiasta en favor de unos seres que para la mayorÃa no eran más que cazadores de ratas peludos y callejeros: «Para. A ti te gustan los gatos y a mà no. Dejemos el agua correr». «No. Por eso he organizado el espectáculo de gatos: me gustarÃa que todo el mundo viera lo bonitos y cuidadosos que son los gatos», le dijo y, acto seguido, le invitó a acompañarle: «Y, ahora, mi querido viejo amigo, ven conmigo a ver el primer espectáculo de gatos». No pudo oponerse.
Harrison Weir fue pintor, ilustrador, diseñador y escritor. Se formó en Camberwell College of Arts, en Londres, aunque fue aprendiz de un grabador desde muy temprana edad. Cuando organizó la primera exhibición de gatos en Londres, él mismo diseñó el cartel y, junto a su hermano, hizo de juez de lo que se convirtió en una especie de concurso de belleza para gatos en 1871. Fundó el Club Nacional de Gatos y logró, con sus ilustraciones, dar a conocer algunas razas y peculiaridades desconocidas hasta entonces.
Lejos de casa, mejor
En el siglo XIX los gatos todavÃa eran despreciables seres peludos que comÃan ratas y, para colmo, y esto es lo que más alteró a Darwin, llevaban una vida nocturna. Que no venÃan del todo mal porque se deshacÃan de animales todavÃa más despreciables para la sociedad, pero más les valÃa quedarse fuera de las casas.
La historia de los gatos discurre en paralelo a la de los pelirrojos. Los egipcios creÃan en las propiedades mágicas de ambos. En la Edad Media eran vilipendiados y acusados de brujerÃa. Después, no eran más que hijos de Satanás a los que se habÃa dejado de torturar. Hoy, ambos lucen su pelo orgullosos en internet.
En la época de Weir, Champfluery fue otro destacado incondicional de los gatos. Escribió Les chats, histoire, moeurs, observations, anecdotes cuando las personas que públicamente mostraban su apego a los felinos eran minorÃa, a pesar de que hacÃa ya más de tres siglos que Leonardo Da Vinci habÃa declarado que «hasta el felino más pequeño es una obra de arte».
SeguÃan estando estigmatizados cuando apareció el libro de Champfluery, publicado en 1869. El autor dedicó algunas páginas tanto a los adeptos de los gatos como a sus oponentes más férreos. Entre los primeros, sólo destacaban nombres como los de Montaigne, Chateaubriand, Baudelaire, Hoffman y Victor Hugo.
[pullquote author=”Victor Hugo”]Dios hizo al gato para ofrecer al hombre la capacidad de acariciar un tigre[/pullquote]
Pero Weir no fue un partidario de los gatos desde siempre. Absorbió lo que la sociedad le enseñó y aprendió a odiarlos. Asà lo reconoció en un libro que escribió a finales del siglo XIX, Our cats and all about them.
Poco a poco, aprendió a valorarlos. Se desprendió de aquella imagen tan arraigada en la sociedad de bichos que se alimentaban de ratas por las noches y, muy lentamente, se fue encariñando con ellos. El mismo proceso se dio en el resto de la sociedad inglesa, aunque a menor velocidad e intensidad. De ser meros objetos útiles pasaron a ser animalitos achuchables. Como colofón, protagonizaron una grotesca muestra de esnobismo victoriano que culminó en funerales y herencias gatunas.
Para Weir el gato no sólo era bello, sino que poseÃa unas cualidades y una sensibilidad desconocidas hasta entonces. Aunque se le pueda achacar haber sido el padre de las exhibiciones felinas, hay que reconocer que sin sus aportaciones, quizá los gatos todavÃa hoy serÃan animales despreciados. Quién sabe si todos esos gatos famosos en Instagram no tendrán una deuda con Weir.
De cazadores de ratas a capricho de ricos
A medida que Weir iba apreciando su encanto, vio la posibilidad de exhibirlos en un espectáculo que se convirtió en una suerte de competición por tener el gato más guapo y, con ello, demostrar mayor riqueza y estatus.
Aquella exhibición, como habÃa previsto, fue un éxito. Crystal Palace estaba abarrotado de gatos de todos los tipos que lucÃan su esplendor y elegancia «recostados sobre cojines carmesû. Sus dueños, claro, eran aristócratas. ¿Quién, si no, iba a tener un gato como mascota en el siglo XIX?
Tras el primer show gatuno, Weir despertó el interés por los gatos de las clases más altas, que, cada vez más, los convirtieron en sus mascotas. Los fotografiaron en distintas situaciones y acabaron mostrando una pasión por los gatos que oscilaba entre el esperpento y el ridÃculo.
Y eso era lo que querÃa, en cierto modo: aprovechar el espectáculo para convencer al mundo de que los gatos eran portadores de «una belleza y gran atractivo para sus dueños desconocida hasta entonces por los incultos». Sus palabras fueron precisas: justo lo que un esnob necesitarÃa escuchar.
Vinieron otros espectáculos gatunos. En 1887, el propio Weir volvió a organizarlo en el mismo lugar que la primera vez. Si no habÃa conseguido lo que querÃa, estaba muy cerca, porque más de 300 gatos participaron en el concurso.
Aunque él mismo habÃa acudido en busca de aristócratas para que asistieran con sus mascotas al primer evento, no tardó en arrepentirse de haber dado con ellos.
Weir vivió arrepentido de haber fundado el Club del Gato, que él mismo habÃa presidido durante años y con el que habÃa dejado de comulgar. Se fue dando cuenta, y asà lo explicó en el prólogo a la segunda edición del libro Our Cats and All About Them, de que los dueños habÃan adaptado a los gatos a sus necesidades y gustos. No los veÃan como seres a los que mimar y entender desde su propia condición animal, sino como juguetes; caprichos en los que reflejaban su narcisismo, su necesidad de aparentar y de estar por encima del resto. Aunque fuera a través del animal.
«Me he dado cuenta de que la principal idea de muchos de los miembros no consistÃa tanto en promover el bienestar del gato como en ganar premios y, en particular, las medallas del Club del Gato», escribió.
Uno de los miembros del club llegó a lamentar públicamente que el gato hubiese llegado a las clases trabajadoras y «ordinarias», lo que convertÃa al gato (de un no aristócrata) inmediatamente en un ser al que deberÃa quedar vedado el acceso al concurso.
Esa autosuficiencia e independencia felina que tanto se ha reprochado a los gatos por no acatar las órdenes de sus amos como otras mascotas sumisas, era para Weir el resultado de «largas épocas de abandono, malos tratos, crueldad absoluta y poca o ninguna dulzura». Por esta autonomÃa de los gatos, era improbable que su relación con la aristocracia (humana) fuera placentera.
Como dijo alguien, «para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberÃamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore». Los dueños de aquellos gatos, en realidad, querÃan un peluche, un capricho del que vanagloriarse ante el resto y una forma de conseguir medallas sin ningún esfuerzo ni mérito. Anhelaban un imposible: un perro con el aspecto de un gato por el puro placer de creerse capaces de dar órdenes a un tigre.
«Para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberÃamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore» Clic para tuitear¡Yorokobu gratis en formato digital!
Se encontraron después de mucho tiempo. Harrison Weir explicó a su amigo que estaba organizando un show de gatos. El primero de la historia. Él estaba orgulloso. Era 1871 y hasta hacÃa menos de una década no sólo habrÃa sido impensable exhibir un gato, sino que nadie se habrÃa planteado tenerlo como mascota. Al menos, en Inglaterra.
El amigo de Weir no pudo reprimir el grito: «¡Un show de gatos! ¿Por qué? ¡Odio esas cosas!». El artista tuvo que buscar su paciencia en el bolsillo y tomar un largo trago antes de pedirle disculpas y lamentar que no compartiera su devoción por los gatos. Que pudieran abrir y cerrar puertas, cazar ratas y ratones era algo que entusiasmaba a Weir, por no hablar de su extraña y enorme sensibilidad.
Asà se lo explicó a su amigo, que no le dejó terminar su alegato entusiasta en favor de unos seres que para la mayorÃa no eran más que cazadores de ratas peludos y callejeros: «Para. A ti te gustan los gatos y a mà no. Dejemos el agua correr». «No. Por eso he organizado el espectáculo de gatos: me gustarÃa que todo el mundo viera lo bonitos y cuidadosos que son los gatos», le dijo y, acto seguido, le invitó a acompañarle: «Y, ahora, mi querido viejo amigo, ven conmigo a ver el primer espectáculo de gatos». No pudo oponerse.
Harrison Weir fue pintor, ilustrador, diseñador y escritor. Se formó en Camberwell College of Arts, en Londres, aunque fue aprendiz de un grabador desde muy temprana edad. Cuando organizó la primera exhibición de gatos en Londres, él mismo diseñó el cartel y, junto a su hermano, hizo de juez de lo que se convirtió en una especie de concurso de belleza para gatos en 1871. Fundó el Club Nacional de Gatos y logró, con sus ilustraciones, dar a conocer algunas razas y peculiaridades desconocidas hasta entonces.
Lejos de casa, mejor
En el siglo XIX los gatos todavÃa eran despreciables seres peludos que comÃan ratas y, para colmo, y esto es lo que más alteró a Darwin, llevaban una vida nocturna. Que no venÃan del todo mal porque se deshacÃan de animales todavÃa más despreciables para la sociedad, pero más les valÃa quedarse fuera de las casas.
La historia de los gatos discurre en paralelo a la de los pelirrojos. Los egipcios creÃan en las propiedades mágicas de ambos. En la Edad Media eran vilipendiados y acusados de brujerÃa. Después, no eran más que hijos de Satanás a los que se habÃa dejado de torturar. Hoy, ambos lucen su pelo orgullosos en internet.
En la época de Weir, Champfluery fue otro destacado incondicional de los gatos. Escribió Les chats, histoire, moeurs, observations, anecdotes cuando las personas que públicamente mostraban su apego a los felinos eran minorÃa, a pesar de que hacÃa ya más de tres siglos que Leonardo Da Vinci habÃa declarado que «hasta el felino más pequeño es una obra de arte».
SeguÃan estando estigmatizados cuando apareció el libro de Champfluery, publicado en 1869. El autor dedicó algunas páginas tanto a los adeptos de los gatos como a sus oponentes más férreos. Entre los primeros, sólo destacaban nombres como los de Montaigne, Chateaubriand, Baudelaire, Hoffman y Victor Hugo.
[pullquote author=”Victor Hugo”]Dios hizo al gato para ofrecer al hombre la capacidad de acariciar un tigre[/pullquote]
Pero Weir no fue un partidario de los gatos desde siempre. Absorbió lo que la sociedad le enseñó y aprendió a odiarlos. Asà lo reconoció en un libro que escribió a finales del siglo XIX, Our cats and all about them.
Poco a poco, aprendió a valorarlos. Se desprendió de aquella imagen tan arraigada en la sociedad de bichos que se alimentaban de ratas por las noches y, muy lentamente, se fue encariñando con ellos. El mismo proceso se dio en el resto de la sociedad inglesa, aunque a menor velocidad e intensidad. De ser meros objetos útiles pasaron a ser animalitos achuchables. Como colofón, protagonizaron una grotesca muestra de esnobismo victoriano que culminó en funerales y herencias gatunas.
Para Weir el gato no sólo era bello, sino que poseÃa unas cualidades y una sensibilidad desconocidas hasta entonces. Aunque se le pueda achacar haber sido el padre de las exhibiciones felinas, hay que reconocer que sin sus aportaciones, quizá los gatos todavÃa hoy serÃan animales despreciados. Quién sabe si todos esos gatos famosos en Instagram no tendrán una deuda con Weir.
De cazadores de ratas a capricho de ricos
A medida que Weir iba apreciando su encanto, vio la posibilidad de exhibirlos en un espectáculo que se convirtió en una suerte de competición por tener el gato más guapo y, con ello, demostrar mayor riqueza y estatus.
Aquella exhibición, como habÃa previsto, fue un éxito. Crystal Palace estaba abarrotado de gatos de todos los tipos que lucÃan su esplendor y elegancia «recostados sobre cojines carmesû. Sus dueños, claro, eran aristócratas. ¿Quién, si no, iba a tener un gato como mascota en el siglo XIX?
Tras el primer show gatuno, Weir despertó el interés por los gatos de las clases más altas, que, cada vez más, los convirtieron en sus mascotas. Los fotografiaron en distintas situaciones y acabaron mostrando una pasión por los gatos que oscilaba entre el esperpento y el ridÃculo.
Y eso era lo que querÃa, en cierto modo: aprovechar el espectáculo para convencer al mundo de que los gatos eran portadores de «una belleza y gran atractivo para sus dueños desconocida hasta entonces por los incultos». Sus palabras fueron precisas: justo lo que un esnob necesitarÃa escuchar.
Vinieron otros espectáculos gatunos. En 1887, el propio Weir volvió a organizarlo en el mismo lugar que la primera vez. Si no habÃa conseguido lo que querÃa, estaba muy cerca, porque más de 300 gatos participaron en el concurso.
Aunque él mismo habÃa acudido en busca de aristócratas para que asistieran con sus mascotas al primer evento, no tardó en arrepentirse de haber dado con ellos.
Weir vivió arrepentido de haber fundado el Club del Gato, que él mismo habÃa presidido durante años y con el que habÃa dejado de comulgar. Se fue dando cuenta, y asà lo explicó en el prólogo a la segunda edición del libro Our Cats and All About Them, de que los dueños habÃan adaptado a los gatos a sus necesidades y gustos. No los veÃan como seres a los que mimar y entender desde su propia condición animal, sino como juguetes; caprichos en los que reflejaban su narcisismo, su necesidad de aparentar y de estar por encima del resto. Aunque fuera a través del animal.
«Me he dado cuenta de que la principal idea de muchos de los miembros no consistÃa tanto en promover el bienestar del gato como en ganar premios y, en particular, las medallas del Club del Gato», escribió.
Uno de los miembros del club llegó a lamentar públicamente que el gato hubiese llegado a las clases trabajadoras y «ordinarias», lo que convertÃa al gato (de un no aristócrata) inmediatamente en un ser al que deberÃa quedar vedado el acceso al concurso.
Esa autosuficiencia e independencia felina que tanto se ha reprochado a los gatos por no acatar las órdenes de sus amos como otras mascotas sumisas, era para Weir el resultado de «largas épocas de abandono, malos tratos, crueldad absoluta y poca o ninguna dulzura». Por esta autonomÃa de los gatos, era improbable que su relación con la aristocracia (humana) fuera placentera.
Como dijo alguien, «para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberÃamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore». Los dueños de aquellos gatos, en realidad, querÃan un peluche, un capricho del que vanagloriarse ante el resto y una forma de conseguir medallas sin ningún esfuerzo ni mérito. Anhelaban un imposible: un perro con el aspecto de un gato por el puro placer de creerse capaces de dar órdenes a un tigre.
«Para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberÃamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore» Clic para tuitear
Virginia, ha sido un articulo estupendo.. enhorabuena!!.. incluso me he metido en la web del club de los gatos… salu2… esperare a tu proximo articulo
Hola Virginia. Los gatos han vivido muchas y diferentes etapas a lo largo de la historia de la humanidad. Unas veces amados y otras odiados hasta ser perseguidos. Gracias a dios hoy en dÃa vivimos tiempos en los que están considerados como grandes amigos. Instagram no deja de ser un fiel reflejo de este auge. Te comparto este enlace a mi blog donde hablo de los 24 gatos más famosos de Instagram http://congdegato.com/2016/06/24-gatos-famosos-instagram/ Espero que os guste
Estimada: muy interesante tu artÃculo. Un gusto leerlo y me place saberte colega antropóloga. Saludos desde Uruguay,Montevideo.
Estaba buscando documentación sobre sÃmbolos de estátus social y me he encontrado con tu interesante e ilustrativo artÃculo.
Muchas gracias!
Hola me encanto este artÃculo, andaba buscando algo asÃ, y de hecho necesito mas información de esto para un trabajo, serÃa posible que me dieras la fuente de información de esto? necesito sbaer de donde sacaste esta frase “No. Por eso he organizado el espectáculo de gatos: me gustarÃa que todo el mundo viera lo bonitos y cuidadosos que son los gatos” POR FAVOR
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