12 cosas que probablemente no sabĂas sobre tus ojos

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Los poetas a menudo han aludido a los ojos desde su vertiente más estĂ©tica. Y eso está muy bien. DecĂa Victoria Ocampo en su libro de 1924 De Francesca a Beatrice, «Porque un barco en la lĂquida ensenada de una pupila es cosa tan menuda que sĂłlo se ve asomándose muy de cerca al mágico iris». Vale, correcto.
Sin embargo, en ocasiones nos perdemos en tantos versos e imágenes bonitas que nos olvidamos de otras cosas que los ojos también dicen de nosotros.
No se trata de que nos convirtamos en robots que, ante la pregunta de quĂ© color son tus ojos, respondamos mecánicamente: blancos, con un cĂrculo marrĂłn que rodea otro cĂrculo negro más pequeño, de afuera hacia adentro. AsĂ pues, sin prescindir del todo de la lĂrica, vamos a sumergirnos en esa extensa esclerĂłtica cruzada de diminutas retĂculas rojas para dirigirnos al volcán jaspeado en cuyo centro refulge un redondeado corpĂşsculo de antracita. Bien, Âżno?
O, si tenĂ©is una mente más cientĂfica, quizá prefiráis un prĂłlogo con un poco de lĂrica más tĂ©cnica, como la que despliega el novelista Dan Simmons en La caĂda de Hyperion: «El impacto de las miradas de los jefes de FUERZA parecĂa una de esas descargas láser de cien millones de julios utilizadas para encender esferas de deuterio-tritio en un antiguo reactor de fusiĂłn inercial de confinamiento».
Allá vamos.
1. Sin ojos
DecĂa el literato del Renacimiento Agnolo Firenzuola que «En los ojos se puede leer lo que está escrito en el corazĂłn». Nuestros ojos transmiten emociones y estados de ánimo, y en consecuencia nuestra Ăşnica forma de preservarlas es usar gafas oscuras. Gafas que nos hacen casi invisibles y, en parte, nos proporcionan una mirada frĂa y mecánica, a veces terrorĂfica, a lo Terminator. Ya decĂa Pavese en uno de sus versos: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos». La muerte anĂłnima del antifaz del Zorro. Tanto es asĂ que basta con una tira negra sobre los ojos para que un rostro sea imposible de identificar.
Las gafas oscuras tambiĂ©n son parapetos para tĂmidos: cuando los demás son como gorgonas o medusas mitolĂłgicas capaces de transformarte en piedra, las gafas te protegen de sus miradas petrificadoras, permitiendo mirar sin ser visto.
Miramos enseguida a los ojos de las personas, como puso en evidencia un experimento realizado en la Universidad Libre de BerlĂn, donde los participantes vieron fotografĂas en las que los ojos de las personas no estaban en el lugar correspondiente, tal y como explica Ulrich Renz en La ciencia de la belleza:
No tardaron sino treinta y dos milésimas de segundo en reconocer el engaño (es decir, mucho antes de que pudiera activarse la consciencia). En esta ocasión se pudo comprobar también que nuestro cerebro procesa el rostro según el orden siguiente: ojos-boca-nariz.
2. Ciegos durante 40 minutos
Además de vernos obligados a parpadear continuamente para mantener hĂşmedo el ojo, lo cual provoca que dejemos de ver el mundo en breves lapsos de tiempo, cada vez que los ojos se mueven, la fracciĂłn que necesitamos para hacerlo se borra del cerebro y se sustituye por lo siguiente que vemos, en lo que se llama enmascaramiento sacádico. Se estima que, al cabo de un dĂa, sumando todas estas fracciones de segundo, somos ciegos al menos 40 minutos.
El parpadeo del ojo dura, exactamente, 50 milisegundos. Esto significa que, además de lo dicho, nos quedamos ciegos alrededor del 5 % del tiempo.
Además, por mucho que lo intentemos, cuando nos dicen aquello de ‘mĂrame a los ojos’, en realidad solo miramos a uno u otro alternativamente, no a los dos simultáneamente, tal y como escribe irĂłnicamente Hernán Migoya en Putas es poco:
Es decir, en realidad, ¡nunca miramos a LOS ojos! Qué vulgar factor biológico tan poco romántico, ¿verdad?: «La miró a un ojo y luego imperceptiblemente al otro y le dije: Te quiero». ¡Puagh!
3. Indicador de energĂa mental
Las pupilas de nuestros ojos tambiĂ©n son algo asĂ como indicadores de la baterĂa de nuestro cerebro o, más concretamente, de la energĂa cognitiva que estamos usando. Es al menos lo que sugiere un estudio del psicĂłlogo Eckhard Hess que publicĂł en la revista Scientific American. Daniel Kahneman, que tambiĂ©n llevĂł a cabo un experimento similar obteniendo idĂ©nticos resultados, resume la conclusiĂłn del estudio de Hess en Pensar rápido, pensar despacio: «se dilatan notablemente cuando multiplicamos nĂşmeros de dos dĂgitos, y si las operaciones son difĂciles, se dilatan más que si son fáciles».
En una pupila dilatada entra 30 veces más cantidad de luz que en una contraĂda.
4. Cosmética pupilar
IrĂłnicamente, en la Italia medieval se usaba una sustancia para dilatar las pupilas, el extracto de belladona, a fin de lucir una mirada más bonita. No por azar, la planta de belladona tiene nombre de origen italiano que significa ‘mujer hermosa’. En las descripciones medievales de la belleza, el splendor oculorum o brillo de los ojos era un elemento fundamental del canon estĂ©tico. Las pupilas, además, tienen una curiosidad etimolĂłgica nada desdeñable: casi una tercera parte de las lenguas del mundo designan la pupila del ojo con palabras que tienen que ver con el significado de «personas pequeñas» (en castellano, pupila y niña), como explica JosĂ© Antonio Marina en Diccionario de los sentimientos:
Tiene que haber una justificaciĂłn para esta coincidencia tan poco probable. La hay, por supuesto. Todo lo que pasa en el lenguaje tiene un razĂłn de ser, aunque a veces sea una razĂłn muy poco racional. Quien escruta desde cerca un ojo percibe una personita que le mira: su propio reflejo.
Los trucos cosméticos relacionados con los ojos son interminables, tal y como explica Ulrich Renz en La ciencia de la belleza:
Al fin y al cabo, las señales más importantes para nuestros congĂ©neres (la direcciĂłn de la mirada y las emociones) proceden de la zona de los ojos. Tampoco resulta extraño que durante miles de años se haya tratado de acentuar estos contrastes de manera artificial con la ayuda del lápiz de ojos y del maquillaje. Debido a los numerosos contrastes que presenta, el adorno en forma de ojo se ha convertido en ornamento casi arquetĂpico del reino animal. Tanto es asĂ que es utilizado incluso por especies animales que no tienen el diseño de ojos de los mamĂferos, como el pavo real, la mariposa de pavo real y otras especies de mariposas.
5. Viendo la vida como Los Simpson
Si algĂşn dĂa empezáis a ver las cosas de color amarillento, como los personajes de Los Simpson, no os habrĂ©is teletransportado a la serie: probablemente estarĂ©is sufriendo xanatopsia, que tambiĂ©n puede ser sĂntoma de ictericia, de resultas de una enfermedad hepática. Tal y como abunda Joan-Liebmann Smith en Escucha tu cuerpo:
Si ves los objetos amarillentos o rodeados por un halo y estás tomando digital (medicamento que se utiliza mucho para tratar determinados tipos de enfermedades cardĂacas), puedes estar ante una señal de alarma de que tienes una intoxicaciĂłn digitálica (…) Se cree que el gran uso que hizo Van Gogh del color amarillo en algunas de sus pinturas, como Noche y Los girasoles, era consecuencia del digital que tomaba para tratar la manĂa y la epilepsia.
6. Ojos chapuceros
Uno de los ejemplos preferidos de los defensores del diseño inteligente frente a los defensores de la teorĂa la evoluciĂłn es que tal teorĂa, por sĂ sola, nunca hubiera podido concebir un Ăłrgano tan exquisitamente complejo como es el ojo. El equivalente serĂa encontrar un reloj tirado en mitad del bosque: Âżacaso no deducirĂamos que ese reloj tiene un creador?
Sin embargo, este ejemplo parte de una comprensión deficiente de la evolución darwiniana. El ojo no pasó a existir tal y como es ahora, sino que se produjeron diversos prototipos de ojos más o menos funcionales que se fueron mejorando a través de la presión evolutiva de los siglos, y además se han producido en muchas especies animales, como explica Richard Dawkins en El cuento del antepasado: «Se calcula que, en el reino animal, “el ojo” ha evolucionado de forma independiente entre 40 y 60 veces».
Además, el diseño de los ojos es inepto y torpe, lo cual subraya su naturaleza azarosa, como explica Michael Shermer:
En realidad, la anatomĂa del ojo humano nos ofrece evidencia de cualquier cosa menos de un diseño «inteligente». Está construido del revĂ©s y hacia atrás, lo cual exige que los fotones de la luz atraviesen la cĂłrnea, el cristalino, el humor acuoso, los vasos sanguĂneos, las cĂ©lulas ganglionares, las cĂ©lulas amacrinas, las cĂ©lulas horizontales y las cĂ©lulas bipolares antes de rebotar hacia los conos y los bastones fotosensibles que traducen la señal luminosa en impulsos neuronales.
7. CĂclopes
Los ojos no solo pueden funcionar mal, sino tambiĂ©n aparecer en lugares no apropiados de forma deficitaria, como en el caso de los cĂclopes u holoprosencefálicos. Gracias a, por ejemplo, una gigantesca colecciĂłn de humanos deformes reunida entre los siglos XVIII y XIX por Willem Vrolik, tenemos acceso a algunos de estos casos, tal y como explica Marie Leroi en el libro Mutantes:
ContenĂa 5.103 especĂmenes, entre ellos rarezas como el cráneo de un prĂncipe de Sumatra llamado Depati-toetoephoera, que se habĂa rebelado, al parecer con poco Ă©xito, contra sus amos coloniales. HabĂa tambiĂ©n un cráneo de narval con dos cuernos que habĂa pertenecido a la familia real danesa, una colecciĂłn etnográfica de cráneos humanos y los restos de 360 personas que exhibĂan diversas afecciones congĂ©nitas.
La colecciĂłn cuenta con varias láminas ilustradas con fetos, de humanos y animales, que tienen un solo ojo, como los cĂclopes mitolĂłgicos. Con todo, la primera imagen que tenemos de un niño ciclĂłpico que no se refiera a la mitologĂa y se presente como mĂ©dicamente verificable pertenece a Fortunio Liceti, incluida en la ediciĂłn de 1634 de su De monstrorum.
8. Los ojos rojos revelan tu edad
En muchas ocasiones, en las fotografĂas tiradas con flash aparecemos con los ojos rojos. Incluso existen programas de ediciĂłn de fotografĂas para eliminarlos y dejar de parecernos a un poseĂdo por el diablo. No obstante, este color rojo que aparece solo en las fotografĂas puede revelar nuestra edad.
Es lo que ha conseguido un investigador de Kodak llamado Andrew Gallager a través de un software diseñado para tal efecto. Al parecer, a medida que cumplimos años nuestros músculos oculares se debilitan, lo que dificulta que la pupila se dilate en respuesta a los cambios en las condiciones de iluminación, como el súbito cambio de luz que provoca el flash de la cámara de fotos.
9. Lágrimas de cocodrilo
El llanto revela nuestro estado emocional, pero podemos fingir el llanto para una pelĂcula o para manipular emocionalmente a nuestro interlocutor. Sin embargo, no es lo mismo llorar por pena que simplemente nos lloren los ojos, como explica Tom Lutz en un fascinante libro dedicado Ăntegramente a las lágrimas: El llanto: historia cultural de las lágrimas:
Los fisiĂłlogos han estudiado el contenido quĂmico de las lágrimas emocionales y mostrado que difieren de las lágrimas llamadas basales o continuas, cuya funciĂłn es lubricar los ojos.
10. En una pelĂcula en blanco y negro
En buenas condiciones de visiĂłn e iluminaciĂłn, el ojo humano distingue 10 millones de colores diferentes. Pero ahora imaginad que, como Woody Allen, podĂ©is vivir eternamente en una pelĂcula en blanco y negro. Eso es lo que les sucede a las personas que sufren acromatopsia, una enfermedad genĂ©tica que altera las cĂ©lulas fotorreceptoras de la retina sensibles al color. Se estima que padecen esta enfermedad una de cada 30.000 personas.
En dos pequeñas islas de Micronesia, Pingelap y Pohnpei, existe una anormalmente elevada proporción de personas que ven las cosas en blanco y negro, tal y como explica el neurólogo Oliver Sacks en su libro La isla de los ciegos al color.
11. Ciegos completos
Los invidentes desarrollan un modo de relacionarse con el mundo que puede resultar igualmente rico y diverso que los videntes. El caso más célebre al respecto probablemente sea el llamado Viajero Ciego, James Holman. Recorrió medio mundo en pleno siglo XIX: solo en su primer viaje, recorrió Europa y, entre otras cosas, se paseó por el cráter del Vesubio o escalo la cúpula de San Pedro en Roma. Escribió diversos libros de viajes sobre sus aventuras, y al parecer captaba de una forma tan interesante los lugares (a través de los olores, los ruidos, las sensaciones táctiles), que sus libros inspiraron incluso a Charles Darwin.
Diderot también, aunque en tono irónico, afirmaba que los invidentes pueden construir un mundo suficientemente completo y a su manera en Carta sobre los ciegos: para uso de los que pueden ver (1749).
En El paĂs de los ciegos, un cuento de H. G. Wells, un montañero encuentra un valle aislado y desconocido en los Andes peruanos donde todos sus habitantes son ciegos. Tales individuos no tienen una palabra para «ciego», y el montañero explica estĂ©rilmente lo que significa ver:
Durante catorce generaciones estas personas han estado ciegas y apartadas del mundo de la visiĂłn; los nombres de todas las cosas de la vista han desaparecido y cambiado… Parte de su imaginaciĂłn se ha consumido con sus ojos, y han construido para sĂ nuevas imaginaciones aprovechando la mayor sensibilidad de sus oĂdos y puntas de los dedos.
12. Maneras de mirar
Existen tantas formas de mirar a los demás, transmitiendo mensajes especĂficos, que todos los idiomas han desarrollado centenares de expresiones para describir las miradas. Adam Jacot de Boinod localiza varias de ellas en su libro El significado de Tingo:
–Makahakahaka (hawaino): ojos muy hundidos.
–Mata ego (rapa nui): Ojos con huellas de llanto.
–Ablaq-chashm (farsi): ojos intensamente negros y blancos.
–Jegil (malayo): escrutar con ojos saltones.
–Melotot (indonesio): abrir mucho los ojos para mirar con fastidio.
Aunque todas estas expresiones tienen sentido si englobamos con la palabra «mirada» no solo al ojo, sino a todo lo que le envuelve, como describe José Saramago en Ensayo sobre la ceguera:
porque los ojos, los ojos propiamente dichos, no tienen expresión, ni siquiera cuando han sido arrancados, son dos canicas que están allà inertes, los párpados, las pestañas, y también las cejas, son los que se encargan de las diversas elocuencias y retóricas visuales, pero la fama la tienen los ojos.
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Los poetas a menudo han aludido a los ojos desde su vertiente más estĂ©tica. Y eso está muy bien. DecĂa Victoria Ocampo en su libro de 1924 De Francesca a Beatrice, «Porque un barco en la lĂquida ensenada de una pupila es cosa tan menuda que sĂłlo se ve asomándose muy de cerca al mágico iris». Vale, correcto.
Sin embargo, en ocasiones nos perdemos en tantos versos e imágenes bonitas que nos olvidamos de otras cosas que los ojos también dicen de nosotros.
No se trata de que nos convirtamos en robots que, ante la pregunta de quĂ© color son tus ojos, respondamos mecánicamente: blancos, con un cĂrculo marrĂłn que rodea otro cĂrculo negro más pequeño, de afuera hacia adentro. AsĂ pues, sin prescindir del todo de la lĂrica, vamos a sumergirnos en esa extensa esclerĂłtica cruzada de diminutas retĂculas rojas para dirigirnos al volcán jaspeado en cuyo centro refulge un redondeado corpĂşsculo de antracita. Bien, Âżno?
O, si tenĂ©is una mente más cientĂfica, quizá prefiráis un prĂłlogo con un poco de lĂrica más tĂ©cnica, como la que despliega el novelista Dan Simmons en La caĂda de Hyperion: «El impacto de las miradas de los jefes de FUERZA parecĂa una de esas descargas láser de cien millones de julios utilizadas para encender esferas de deuterio-tritio en un antiguo reactor de fusiĂłn inercial de confinamiento».
Allá vamos.
1. Sin ojos
DecĂa el literato del Renacimiento Agnolo Firenzuola que «En los ojos se puede leer lo que está escrito en el corazĂłn». Nuestros ojos transmiten emociones y estados de ánimo, y en consecuencia nuestra Ăşnica forma de preservarlas es usar gafas oscuras. Gafas que nos hacen casi invisibles y, en parte, nos proporcionan una mirada frĂa y mecánica, a veces terrorĂfica, a lo Terminator. Ya decĂa Pavese en uno de sus versos: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos». La muerte anĂłnima del antifaz del Zorro. Tanto es asĂ que basta con una tira negra sobre los ojos para que un rostro sea imposible de identificar.
Las gafas oscuras tambiĂ©n son parapetos para tĂmidos: cuando los demás son como gorgonas o medusas mitolĂłgicas capaces de transformarte en piedra, las gafas te protegen de sus miradas petrificadoras, permitiendo mirar sin ser visto.
Miramos enseguida a los ojos de las personas, como puso en evidencia un experimento realizado en la Universidad Libre de BerlĂn, donde los participantes vieron fotografĂas en las que los ojos de las personas no estaban en el lugar correspondiente, tal y como explica Ulrich Renz en La ciencia de la belleza:
No tardaron sino treinta y dos milésimas de segundo en reconocer el engaño (es decir, mucho antes de que pudiera activarse la consciencia). En esta ocasión se pudo comprobar también que nuestro cerebro procesa el rostro según el orden siguiente: ojos-boca-nariz.
2. Ciegos durante 40 minutos
Además de vernos obligados a parpadear continuamente para mantener hĂşmedo el ojo, lo cual provoca que dejemos de ver el mundo en breves lapsos de tiempo, cada vez que los ojos se mueven, la fracciĂłn que necesitamos para hacerlo se borra del cerebro y se sustituye por lo siguiente que vemos, en lo que se llama enmascaramiento sacádico. Se estima que, al cabo de un dĂa, sumando todas estas fracciones de segundo, somos ciegos al menos 40 minutos.
El parpadeo del ojo dura, exactamente, 50 milisegundos. Esto significa que, además de lo dicho, nos quedamos ciegos alrededor del 5 % del tiempo.
Además, por mucho que lo intentemos, cuando nos dicen aquello de ‘mĂrame a los ojos’, en realidad solo miramos a uno u otro alternativamente, no a los dos simultáneamente, tal y como escribe irĂłnicamente Hernán Migoya en Putas es poco:
Es decir, en realidad, ¡nunca miramos a LOS ojos! Qué vulgar factor biológico tan poco romántico, ¿verdad?: «La miró a un ojo y luego imperceptiblemente al otro y le dije: Te quiero». ¡Puagh!
3. Indicador de energĂa mental
Las pupilas de nuestros ojos tambiĂ©n son algo asĂ como indicadores de la baterĂa de nuestro cerebro o, más concretamente, de la energĂa cognitiva que estamos usando. Es al menos lo que sugiere un estudio del psicĂłlogo Eckhard Hess que publicĂł en la revista Scientific American. Daniel Kahneman, que tambiĂ©n llevĂł a cabo un experimento similar obteniendo idĂ©nticos resultados, resume la conclusiĂłn del estudio de Hess en Pensar rápido, pensar despacio: «se dilatan notablemente cuando multiplicamos nĂşmeros de dos dĂgitos, y si las operaciones son difĂciles, se dilatan más que si son fáciles».
En una pupila dilatada entra 30 veces más cantidad de luz que en una contraĂda.
4. Cosmética pupilar
IrĂłnicamente, en la Italia medieval se usaba una sustancia para dilatar las pupilas, el extracto de belladona, a fin de lucir una mirada más bonita. No por azar, la planta de belladona tiene nombre de origen italiano que significa ‘mujer hermosa’. En las descripciones medievales de la belleza, el splendor oculorum o brillo de los ojos era un elemento fundamental del canon estĂ©tico. Las pupilas, además, tienen una curiosidad etimolĂłgica nada desdeñable: casi una tercera parte de las lenguas del mundo designan la pupila del ojo con palabras que tienen que ver con el significado de «personas pequeñas» (en castellano, pupila y niña), como explica JosĂ© Antonio Marina en Diccionario de los sentimientos:
Tiene que haber una justificaciĂłn para esta coincidencia tan poco probable. La hay, por supuesto. Todo lo que pasa en el lenguaje tiene un razĂłn de ser, aunque a veces sea una razĂłn muy poco racional. Quien escruta desde cerca un ojo percibe una personita que le mira: su propio reflejo.
Los trucos cosméticos relacionados con los ojos son interminables, tal y como explica Ulrich Renz en La ciencia de la belleza:
Al fin y al cabo, las señales más importantes para nuestros congĂ©neres (la direcciĂłn de la mirada y las emociones) proceden de la zona de los ojos. Tampoco resulta extraño que durante miles de años se haya tratado de acentuar estos contrastes de manera artificial con la ayuda del lápiz de ojos y del maquillaje. Debido a los numerosos contrastes que presenta, el adorno en forma de ojo se ha convertido en ornamento casi arquetĂpico del reino animal. Tanto es asĂ que es utilizado incluso por especies animales que no tienen el diseño de ojos de los mamĂferos, como el pavo real, la mariposa de pavo real y otras especies de mariposas.
5. Viendo la vida como Los Simpson
Si algĂşn dĂa empezáis a ver las cosas de color amarillento, como los personajes de Los Simpson, no os habrĂ©is teletransportado a la serie: probablemente estarĂ©is sufriendo xanatopsia, que tambiĂ©n puede ser sĂntoma de ictericia, de resultas de una enfermedad hepática. Tal y como abunda Joan-Liebmann Smith en Escucha tu cuerpo:
Si ves los objetos amarillentos o rodeados por un halo y estás tomando digital (medicamento que se utiliza mucho para tratar determinados tipos de enfermedades cardĂacas), puedes estar ante una señal de alarma de que tienes una intoxicaciĂłn digitálica (…) Se cree que el gran uso que hizo Van Gogh del color amarillo en algunas de sus pinturas, como Noche y Los girasoles, era consecuencia del digital que tomaba para tratar la manĂa y la epilepsia.
6. Ojos chapuceros
Uno de los ejemplos preferidos de los defensores del diseño inteligente frente a los defensores de la teorĂa la evoluciĂłn es que tal teorĂa, por sĂ sola, nunca hubiera podido concebir un Ăłrgano tan exquisitamente complejo como es el ojo. El equivalente serĂa encontrar un reloj tirado en mitad del bosque: Âżacaso no deducirĂamos que ese reloj tiene un creador?
Sin embargo, este ejemplo parte de una comprensión deficiente de la evolución darwiniana. El ojo no pasó a existir tal y como es ahora, sino que se produjeron diversos prototipos de ojos más o menos funcionales que se fueron mejorando a través de la presión evolutiva de los siglos, y además se han producido en muchas especies animales, como explica Richard Dawkins en El cuento del antepasado: «Se calcula que, en el reino animal, “el ojo” ha evolucionado de forma independiente entre 40 y 60 veces».
Además, el diseño de los ojos es inepto y torpe, lo cual subraya su naturaleza azarosa, como explica Michael Shermer:
En realidad, la anatomĂa del ojo humano nos ofrece evidencia de cualquier cosa menos de un diseño «inteligente». Está construido del revĂ©s y hacia atrás, lo cual exige que los fotones de la luz atraviesen la cĂłrnea, el cristalino, el humor acuoso, los vasos sanguĂneos, las cĂ©lulas ganglionares, las cĂ©lulas amacrinas, las cĂ©lulas horizontales y las cĂ©lulas bipolares antes de rebotar hacia los conos y los bastones fotosensibles que traducen la señal luminosa en impulsos neuronales.
7. CĂclopes
Los ojos no solo pueden funcionar mal, sino tambiĂ©n aparecer en lugares no apropiados de forma deficitaria, como en el caso de los cĂclopes u holoprosencefálicos. Gracias a, por ejemplo, una gigantesca colecciĂłn de humanos deformes reunida entre los siglos XVIII y XIX por Willem Vrolik, tenemos acceso a algunos de estos casos, tal y como explica Marie Leroi en el libro Mutantes:
ContenĂa 5.103 especĂmenes, entre ellos rarezas como el cráneo de un prĂncipe de Sumatra llamado Depati-toetoephoera, que se habĂa rebelado, al parecer con poco Ă©xito, contra sus amos coloniales. HabĂa tambiĂ©n un cráneo de narval con dos cuernos que habĂa pertenecido a la familia real danesa, una colecciĂłn etnográfica de cráneos humanos y los restos de 360 personas que exhibĂan diversas afecciones congĂ©nitas.
La colecciĂłn cuenta con varias láminas ilustradas con fetos, de humanos y animales, que tienen un solo ojo, como los cĂclopes mitolĂłgicos. Con todo, la primera imagen que tenemos de un niño ciclĂłpico que no se refiera a la mitologĂa y se presente como mĂ©dicamente verificable pertenece a Fortunio Liceti, incluida en la ediciĂłn de 1634 de su De monstrorum.
8. Los ojos rojos revelan tu edad
En muchas ocasiones, en las fotografĂas tiradas con flash aparecemos con los ojos rojos. Incluso existen programas de ediciĂłn de fotografĂas para eliminarlos y dejar de parecernos a un poseĂdo por el diablo. No obstante, este color rojo que aparece solo en las fotografĂas puede revelar nuestra edad.
Es lo que ha conseguido un investigador de Kodak llamado Andrew Gallager a través de un software diseñado para tal efecto. Al parecer, a medida que cumplimos años nuestros músculos oculares se debilitan, lo que dificulta que la pupila se dilate en respuesta a los cambios en las condiciones de iluminación, como el súbito cambio de luz que provoca el flash de la cámara de fotos.
9. Lágrimas de cocodrilo
El llanto revela nuestro estado emocional, pero podemos fingir el llanto para una pelĂcula o para manipular emocionalmente a nuestro interlocutor. Sin embargo, no es lo mismo llorar por pena que simplemente nos lloren los ojos, como explica Tom Lutz en un fascinante libro dedicado Ăntegramente a las lágrimas: El llanto: historia cultural de las lágrimas:
Los fisiĂłlogos han estudiado el contenido quĂmico de las lágrimas emocionales y mostrado que difieren de las lágrimas llamadas basales o continuas, cuya funciĂłn es lubricar los ojos.
10. En una pelĂcula en blanco y negro
En buenas condiciones de visiĂłn e iluminaciĂłn, el ojo humano distingue 10 millones de colores diferentes. Pero ahora imaginad que, como Woody Allen, podĂ©is vivir eternamente en una pelĂcula en blanco y negro. Eso es lo que les sucede a las personas que sufren acromatopsia, una enfermedad genĂ©tica que altera las cĂ©lulas fotorreceptoras de la retina sensibles al color. Se estima que padecen esta enfermedad una de cada 30.000 personas.
En dos pequeñas islas de Micronesia, Pingelap y Pohnpei, existe una anormalmente elevada proporción de personas que ven las cosas en blanco y negro, tal y como explica el neurólogo Oliver Sacks en su libro La isla de los ciegos al color.
11. Ciegos completos
Los invidentes desarrollan un modo de relacionarse con el mundo que puede resultar igualmente rico y diverso que los videntes. El caso más célebre al respecto probablemente sea el llamado Viajero Ciego, James Holman. Recorrió medio mundo en pleno siglo XIX: solo en su primer viaje, recorrió Europa y, entre otras cosas, se paseó por el cráter del Vesubio o escalo la cúpula de San Pedro en Roma. Escribió diversos libros de viajes sobre sus aventuras, y al parecer captaba de una forma tan interesante los lugares (a través de los olores, los ruidos, las sensaciones táctiles), que sus libros inspiraron incluso a Charles Darwin.
Diderot también, aunque en tono irónico, afirmaba que los invidentes pueden construir un mundo suficientemente completo y a su manera en Carta sobre los ciegos: para uso de los que pueden ver (1749).
En El paĂs de los ciegos, un cuento de H. G. Wells, un montañero encuentra un valle aislado y desconocido en los Andes peruanos donde todos sus habitantes son ciegos. Tales individuos no tienen una palabra para «ciego», y el montañero explica estĂ©rilmente lo que significa ver:
Durante catorce generaciones estas personas han estado ciegas y apartadas del mundo de la visiĂłn; los nombres de todas las cosas de la vista han desaparecido y cambiado… Parte de su imaginaciĂłn se ha consumido con sus ojos, y han construido para sĂ nuevas imaginaciones aprovechando la mayor sensibilidad de sus oĂdos y puntas de los dedos.
12. Maneras de mirar
Existen tantas formas de mirar a los demás, transmitiendo mensajes especĂficos, que todos los idiomas han desarrollado centenares de expresiones para describir las miradas. Adam Jacot de Boinod localiza varias de ellas en su libro El significado de Tingo:
–Makahakahaka (hawaino): ojos muy hundidos.
–Mata ego (rapa nui): Ojos con huellas de llanto.
–Ablaq-chashm (farsi): ojos intensamente negros y blancos.
–Jegil (malayo): escrutar con ojos saltones.
–Melotot (indonesio): abrir mucho los ojos para mirar con fastidio.
Aunque todas estas expresiones tienen sentido si englobamos con la palabra «mirada» no solo al ojo, sino a todo lo que le envuelve, como describe José Saramago en Ensayo sobre la ceguera:
porque los ojos, los ojos propiamente dichos, no tienen expresión, ni siquiera cuando han sido arrancados, son dos canicas que están allà inertes, los párpados, las pestañas, y también las cejas, son los que se encargan de las diversas elocuencias y retóricas visuales, pero la fama la tienen los ojos.