Los supermercados de la droga en EspaƱa
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Hay lugares en EspaƱa donde los taxistas y los repartidores de pizzas no se atreven a entrar. Lugares baƱados por barriadas marginales controladas por los seƱores de la droga. Lugares en los que el veneno blanco de la noche y los viajes psicotrópicos hacen perder la concepción del tiempo, del espacio y de la ley. Son los supermercados de la droga que se reparten por toda nuestra geografĆa. Y el cannabis y la cocaĆna son sus productos estrella.
SegĆŗn datos del Ministerio del Interior, en EspaƱa -el tercer paĆs europeo en nĆŗmero de consumidores- la producción de cannabis se ha disparado con la crisis. Ha crecido un 532% entre 2009 y 2013. Las asociaciones cannĆ”bicas aseguran que los espaƱoles gastan mĆ”s de 1.000 millones de euros al aƱo en esta sustancia. En cocaĆna tampoco nos quedamos atrĆ”s y somos, despuĆ©s de los britĆ”nicos, los que mĆ”s la consumimos en Europa.
No estamos en los aƱos ochenta, cuando la heroĆna y el caballo eran los reyes de la fiesta. Pero la droga sigue moviĆ©ndose por las puertas traseras de nuestra sociedad y se asienta en un nuevo perfil de consumidor, con mĆ”s dinero y estudios, entre 18 y 35 aƱos.
Ya lo dijo Kurt Cobain: Ā«Bajo el efecto de las drogas no te importa nada, solo quieres aislarte del mundo y conseguir una paz interior que no se consigue en el estado normalĀ». Y esa paz interior puedes encontrarla fĆ”cilmente en barrios marginales de ciudades como Sevilla, Madrid, Alicante, AlmerĆa o MĆ”laga.
LAS TRES MIL (SEVILLA)
Ā«Quiero una camiseta del Sevilla de la talla tres y otra del Betis de la talla sieteĀ». Este es uno de los mensajes que Jandro recibe cada hora. Pero Ć©l no vende camisetas de fĆŗtbol. Se trata del código lingüĆstico mĆ”s utilizado en Las Vegas, la barriada mĆ”s marginal de las Las Tres Mil Viviendas de Sevilla. Una talla tres del equipo de Nervión se refiere a tres euros de hachĆs. Y una talla siete del conjunto verdiblanco son siete euros de marihuana.
Jandro vive en una de las seis barriadas que forman este barrio no oficial al sureste de la capital hispalense. Hay que subir hasta un tercer piso por unas escaleras cochambrosas rodeadas de pequeƱas cĆ”maras para encontrarle. Al pasar la puerta, hay una gran mesa de madera y encima varias placas de hachĆs del tamaƱo de un libro de bolsillo. Ā«Puedes elegir a la carta. Un euro de este mĆ”s negro, tres del amarillento y luego te lo peso todoĀ», dice Jandro, como si de chucherĆas se tratase. DetrĆ”s de Ć©l hay dos corpulentos hombres que miran con desconfianza. Y en una pequeƱa mesa a su lado hay un machete como el que usaba Rambo en sus pelĆculas.
Las asociaciones cannƔbicas aseguran que los espaƱoles gastan mƔs de 1.000 millones de euros al aƱo en esta sustancia
Esta es solo una de las muchas viviendas que se usan para la venta de droga. Uno de los 3.000 inmuebles sociales que se construyeron en los aƱos 70 para acoger, en barracones verticales, a los habitantes de caravanas y chabolas del centro de la ciudad y de medios rurales.
Aunque la cifra de alojamientos sociales construidos desde entonces alcanza los 7.000 y cerca de 50.000 viven en ellos. Las Vegas es la zona mĆ”s peligrosa. Es un gueto controlado por clanes de gitanos en el que ningĆŗn cartero, empleado de la limpieza ni taxista se atreve a entrar. Es un paisaje desolado, con bloques de pisos muy deteriorados y escombros. Hay mucha basura por la calle y restos de vehĆculos robados calcinados.
Este supermercado de la droga abre las 24 horas. Hay muchos Ā«pisos escaparateĀ», donde se vende al pĆŗblico pequeƱas cantidades de cocaĆna, heroĆna o cannabis. Si les pilla la policĆa, solo les caerĆ” una multa económica, ya que las grandes cantidades de droga las guardan en otros apartamentos o almacenes cerrados a la vista del curioso.
Este es un lugar marginal, condenado a salir en la prensa solo por turbios asuntos de droga, por crĆmenes terribles. Como cuando hace dos aƱos una niƱa de siete aƱos murió en medio de un tiroteo entre bandas rivales.
En 2014, se triplicó el nĆŗmero de incautaciones de droga y de armas por parte de la policĆa. Los agentes desmantelaron el aƱo pasado uno de los mayores puntos de venta. Detuvieron a 28 personas e intervinieron cocaĆna, heroĆna y otras sustancias para el corte y manipulación de la droga.
LA CAĆADA REAL (MADRID)
HacĆa tiempo que Carlos no estaba tan cansado. TodavĆa siente en su cabeza el latido de la mĆŗsica. Ha intentado desayunar algo, pero el suizo no pasó de la boca. Sobre la mesa de su despacho, en la oficina de seguros que dirige en el centro de la capital, se le acumulan los partes de la maƱana. Y la sobredosis de cafĆ© solo le ha dado ardor de estómago. No se le ocurre nada para poder despejarse. ĀæO sĆ? Movido por un impulso, se rebusca con ansia en los bolsillos de su americana. Entre los billetes enrollados encuentra una papelina, pero estĆ” vacĆa.
Sin pensarlo, coge las llaves de su Mercedes, sale de la oficina y empieza un viaje de 20 minutos desde la Puerta del Sol en bĆŗsqueda de un gramo de cocaĆna por 50 euros en Ā«la ciudad de los yonkisĀ». AsĆ llaman a La CaƱada Real de Madrid, el mayor asentamiento chabolista de Europa que ya tiene el rango de Ā«hipermercadoĀ» de la droga.
AquĆ, a lo largo de 15 kilómetros de recorrido, viven, aman y mueren muchos drogadictos. Tienen sus tiendas, se mueven en sus propios transportes, los mismos toxicómanos hacen la labor de mantenimiento de las instalaciones de luz y agua y sostienen sus propias leyes marcadas siempre por el color del Ā«caballoĀ» y el dinero. Tiene unos 8.000 habitantes censados y 2.500 construcciones ilegales.
Esta semana fue noticia al desmantelarse uno de los puntos de venta mÔs famosos de la Cañada. En Valdemingómez fueron detenidas trece personas del conocido como Clan de las Niñas. Un nombre que viene porque fueron las mujeres las que se hicieron cargo del negocio de la venta del estupefaciente cuando sus maridos fueron ingresando en prisión. Durante los registros se han decomisado dos armas de fuego, un silenciador, varios utensilios destinados al trÔfico de droga y mÔs de 19.000 euros en efectivo.
«La gente se sigue metiendo igual que antes, solo que ahora lo hacen con mÔs cabeza»
Miles de drogodependientes acuden habitualmente a este delirante escenario. A los pies de un vertedero, sin Ć”rboles, rodeado de basura, chatarra, antiguas granjas derruidas y con un ejĆ©rcito de descaradas ratas que se meten por la noche en las camas de los niƱos, hijos en su mayorĆa de los traficantes.
Jorge Gutiérrez es una de las pocas personas que se ocupa de la atención a drogodependientes en la calle. Es médico y seguramente sea la persona a la que mÔs adoran los toxicómanos por ser uno de los pocos doctores que se aventuran a ayudarles en este infierno.
Ā«Consumidor de drogas, seropositivo, sin techo, inmigrante, mal alimentado, pasa frĆo, las heridas siempre se les infectan, les muerden las ratas… Estamos hablando de una población diana de alto riesgo, de esa que en cualquier paĆs civilizado del mundo la tendrĆan supervigilada y atendida para evitar que contagie al restoĀ», asegura el mĆ©dico.
Jorge hizo una encuesta anónima hace unos meses en la Universidad Complutense de Madrid a mĆ”s de 2.000 estudiantes. Ā«El 3,5% dijeron que se habĆan pinchado por intravenosa alguna droga el Ćŗltimo mes. Un porcentaje bastante alto. La gente se sigue metiendo igual que antes, solo que ahora lo hacen con mĆ”s cabezaĀ».
MIL VIVIENDAS (ALICANTE)
Lo que mĆ”s llama la atención al entrar en el barrio Virgen del Carmen de Alicante son las gallinas que te observan desde las ventanas de los bloques de edificios. SĆ, gallinas. Al llegar un policĆa nos recomienda dejar el coche cerca de la comisarĆa, que se encuentra en el corazón de este barrio donde la venta de droga es la actividad mĆ”s lucrativa. TambiĆ©n los robos y peleas estĆ”n a orden del dĆa.
AquĆ viven 3.500 personas. Y la verdad, que el barrio estĆ” muy animado. NiƱos jugando a la pelota, mujeres amamantando a sus bebĆ©s en los bancos, chavales bebiendo litronas y los mĆ”s mayores juegan al dominó en improvisadas mesas en la calle. Ā«AquĆ no hay trabajo ni hay nada. Casi todos estamos en el paro y eso lleva a que la gente se busque la vida haciendo negocios que no son bien vistos. Estamos hartos y los polĆticos no nos ayudan. Hace 20 aƱos invirtieron muchĆsimo dinero en dar otro aire al barrio. Pero algo mal han tenido que hacer cuando seguimos viviendo en la misma inmundiciaĀ», cuenta JosĆ© Antonio, un vecino.
Este hombre se refiere a cuando, en 1995, el Ministerio de Fomento y la Conselleria de Obras PĆŗblicas destinaron 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros) para derribar cientos de viviendas en un estado de deterioro arquitectónico mĆ”s que deplorable que se habĆa convertido, por el abandono y con el paso de los aƱos, en cobijo de delincuentes y sede permanente del negocio de la droga. El objetivo era acabar con la marginalidad y la delincuencia, pero el uso de las nuevas viviendas fue el mismo.
Ā«Hace 20 aƱos invirtieron muchĆsimo dinero en dar otro aire al barrio. Pero algo mal han tenido que hacer cuando seguimos viviendo en la misma inmundiciaĀ»
Alrededor de un 80% de las personas que viven aquà son de etnia gitana. Como Alfredo, que tiene 17 años y ni estudia ni trabaja. Vende droga. Intenta pasarnos un par de gramos de marihuana por 10 euros. «A lo mejor prefieres coca o cristal. También tengo», dice el joven, que lleva unas espinilleras. «Hay muchas movidas aquà por el territorio que tiene cada uno para ponerse a vender. Yo vengo preparado por si alguno se pone donde yo estoy».
EL PUCHE (ALMERĆA)
Carmen tiene dos pisos en el mismo bloque en el barrio del Puche. En uno vive ella con su marido y sus cinco hijos. El otro es su oficina de trabajo, su centro de operaciones, su laboratorio que tiene decorado con carteles de Breaking Bad. Pero ella no fabrica metanfetamina como Walter White ni tiene un socio como Jesse Pinkman. Aunque su hijo mayor se parece bastante. Carmen es camello y en los cajones de su segunda vivienda esconde desde infinidad de cogollos de marihuana hasta papelinas de heroĆna.
Carmen vive en este barrio (9.000 vecinos en 1.500 viviendas) desde que se construyó en los aƱos 70, tras las inundaciones que asolaron una parte de AlmerĆa. Ā«SĆ, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los dĆasĀ», se justifica la mujer.
Las calles estrechas y casas bajas de este barrio forman un particular patio de vecinos donde hay movimiento las 24 horas del dĆa. No solo de droga. AquĆ abundan los cantaores, chatarreros, acróbatas y domadores de gallos. Porque las peleas de gallos son otro de los negocios lucrativos de la zona. TambiĆ©n las de perros; aquĆ los crĆan y los entrenan, y luego los venden preparados para la lucha por 300 euros.
LA PALMILLA (MĆLAGA)
De las 300 toneladas de cocaĆna que llegan de SudamĆ©rica a Europa cada aƱo, un par de kilos de Ā«puraĀ» colombiana acaba en las manos de Mauri y su banda de narcotraficantes rumanos. DespuĆ©s la venden a otras bandas espaƱolas en el distrito malagueƱo de La Palmilla, aunque estas estĆ”n en constante lucha por el control del trĆ”fico de drogas en la zona. Un lugar aislado socialmente del resto de MĆ”laga que se rige por las leyes gitanas.
Ā«SĆ, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los dĆasĀ»
Alrededor de un 80% de las personas que viven aquà son de etnia gitana. Como Alfredo, que tiene 17 años y ni estudia ni trabaja. Vende droga. Intenta pasarnos un par de gramos de marihuana por 10 euros. «A lo mejor prefieres coca o cristal. También tengo», dice el joven, que lleva unas espinilleras. «Hay muchas movidas aquà por el territorio que tiene cada uno para ponerse a vender. Yo vengo preparado por si alguno se pone donde yo estoy».
EL PUCHE (ALMERĆA)
Carmen tiene dos pisos en el mismo bloque en el barrio del Puche. En uno vive ella con su marido y sus cinco hijos. El otro es su oficina de trabajo, su centro de operaciones, su laboratorio que tiene decorado con carteles de Breaking Bad. Pero ella no fabrica metanfetamina como Walter White ni tiene un socio como Jesse Pinkman. Aunque su hijo mayor se parece bastante. Carmen es camello y en los cajones de su segunda vivienda esconde desde infinidad de cogollos de marihuana hasta papelinas de heroĆna.
Carmen vive en este barrio (9.000 vecinos en 1.500 viviendas) desde que se construyó en los aƱos 70, tras las inundaciones que asolaron una parte de AlmerĆa. Ā«SĆ, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los dĆasĀ», se justifica la mujer.
Las calles estrechas y casas bajas de este barrio forman un particular patio de vecinos donde hay movimiento las 24 horas del dĆa. No solo de droga. AquĆ abundan los cantaores, chatarreros, acróbatas y domadores de gallos. Porque las peleas de gallos son otro de los negocios lucrativos de la zona. TambiĆ©n las de perros; aquĆ los crĆan y los entrenan, y luego los venden preparados para la lucha por 300 euros.
LA PALMILLA (MĆLAGA)
De las 300 toneladas de cocaĆna que llegan de SudamĆ©rica a Europa cada aƱo, un par de kilos de Ā«puraĀ» colombiana acaba en las manos de Mauri y su banda de narcotraficantes rumanos. DespuĆ©s la venden a otras bandas espaƱolas en el distrito malagueƱo de La Palmilla, aunque estas estĆ”n en constante lucha por el control del trĆ”fico de drogas en la zona. Un lugar aislado socialmente del resto de MĆ”laga que se rige por las leyes gitanas.
Ā«SĆ, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los dĆasĀ»
Aquà hay empadronadas 30.000 personas, aunque aproximadamente el 30% de sus habitantes, casi todos extranjeros en situación irregular, no estÔn censados. También preocupa mucho la elevada tasa de analfabetismo que supera el 14% y un 50% la de desempleo
Al pasar por las calles de La Palmilla se aprecia en los ojos de algunos la necesidad imperante de su dosis diaria. Pero también se ve la humildad de un barrio de gente trabajadora que, con su esfuerzo diario, lucha por acabar con la imagen de marginación que tiene la zona.
Es la otra cara de estos barrios, la de muchas familias dignas que intentan sacar adelante a sus hijos en un entorno complicado.
”Yorokobu gratis en formato digital!
Hay lugares en EspaƱa donde los taxistas y los repartidores de pizzas no se atreven a entrar. Lugares baƱados por barriadas marginales controladas por los seƱores de la droga. Lugares en los que el veneno blanco de la noche y los viajes psicotrópicos hacen perder la concepción del tiempo, del espacio y de la ley. Son los supermercados de la droga que se reparten por toda nuestra geografĆa. Y el cannabis y la cocaĆna son sus productos estrella.
SegĆŗn datos del Ministerio del Interior, en EspaƱa -el tercer paĆs europeo en nĆŗmero de consumidores- la producción de cannabis se ha disparado con la crisis. Ha crecido un 532% entre 2009 y 2013. Las asociaciones cannĆ”bicas aseguran que los espaƱoles gastan mĆ”s de 1.000 millones de euros al aƱo en esta sustancia. En cocaĆna tampoco nos quedamos atrĆ”s y somos, despuĆ©s de los britĆ”nicos, los que mĆ”s la consumimos en Europa.
No estamos en los aƱos ochenta, cuando la heroĆna y el caballo eran los reyes de la fiesta. Pero la droga sigue moviĆ©ndose por las puertas traseras de nuestra sociedad y se asienta en un nuevo perfil de consumidor, con mĆ”s dinero y estudios, entre 18 y 35 aƱos.
Ya lo dijo Kurt Cobain: Ā«Bajo el efecto de las drogas no te importa nada, solo quieres aislarte del mundo y conseguir una paz interior que no se consigue en el estado normalĀ». Y esa paz interior puedes encontrarla fĆ”cilmente en barrios marginales de ciudades como Sevilla, Madrid, Alicante, AlmerĆa o MĆ”laga.
LAS TRES MIL (SEVILLA)
Ā«Quiero una camiseta del Sevilla de la talla tres y otra del Betis de la talla sieteĀ». Este es uno de los mensajes que Jandro recibe cada hora. Pero Ć©l no vende camisetas de fĆŗtbol. Se trata del código lingüĆstico mĆ”s utilizado en Las Vegas, la barriada mĆ”s marginal de las Las Tres Mil Viviendas de Sevilla. Una talla tres del equipo de Nervión se refiere a tres euros de hachĆs. Y una talla siete del conjunto verdiblanco son siete euros de marihuana.
Jandro vive en una de las seis barriadas que forman este barrio no oficial al sureste de la capital hispalense. Hay que subir hasta un tercer piso por unas escaleras cochambrosas rodeadas de pequeƱas cĆ”maras para encontrarle. Al pasar la puerta, hay una gran mesa de madera y encima varias placas de hachĆs del tamaƱo de un libro de bolsillo. Ā«Puedes elegir a la carta. Un euro de este mĆ”s negro, tres del amarillento y luego te lo peso todoĀ», dice Jandro, como si de chucherĆas se tratase. DetrĆ”s de Ć©l hay dos corpulentos hombres que miran con desconfianza. Y en una pequeƱa mesa a su lado hay un machete como el que usaba Rambo en sus pelĆculas.
Las asociaciones cannƔbicas aseguran que los espaƱoles gastan mƔs de 1.000 millones de euros al aƱo en esta sustancia
Esta es solo una de las muchas viviendas que se usan para la venta de droga. Uno de los 3.000 inmuebles sociales que se construyeron en los aƱos 70 para acoger, en barracones verticales, a los habitantes de caravanas y chabolas del centro de la ciudad y de medios rurales.
Aunque la cifra de alojamientos sociales construidos desde entonces alcanza los 7.000 y cerca de 50.000 viven en ellos. Las Vegas es la zona mĆ”s peligrosa. Es un gueto controlado por clanes de gitanos en el que ningĆŗn cartero, empleado de la limpieza ni taxista se atreve a entrar. Es un paisaje desolado, con bloques de pisos muy deteriorados y escombros. Hay mucha basura por la calle y restos de vehĆculos robados calcinados.
Este supermercado de la droga abre las 24 horas. Hay muchos Ā«pisos escaparateĀ», donde se vende al pĆŗblico pequeƱas cantidades de cocaĆna, heroĆna o cannabis. Si les pilla la policĆa, solo les caerĆ” una multa económica, ya que las grandes cantidades de droga las guardan en otros apartamentos o almacenes cerrados a la vista del curioso.
Este es un lugar marginal, condenado a salir en la prensa solo por turbios asuntos de droga, por crĆmenes terribles. Como cuando hace dos aƱos una niƱa de siete aƱos murió en medio de un tiroteo entre bandas rivales.
En 2014, se triplicó el nĆŗmero de incautaciones de droga y de armas por parte de la policĆa. Los agentes desmantelaron el aƱo pasado uno de los mayores puntos de venta. Detuvieron a 28 personas e intervinieron cocaĆna, heroĆna y otras sustancias para el corte y manipulación de la droga.
LA CAĆADA REAL (MADRID)
HacĆa tiempo que Carlos no estaba tan cansado. TodavĆa siente en su cabeza el latido de la mĆŗsica. Ha intentado desayunar algo, pero el suizo no pasó de la boca. Sobre la mesa de su despacho, en la oficina de seguros que dirige en el centro de la capital, se le acumulan los partes de la maƱana. Y la sobredosis de cafĆ© solo le ha dado ardor de estómago. No se le ocurre nada para poder despejarse. ĀæO sĆ? Movido por un impulso, se rebusca con ansia en los bolsillos de su americana. Entre los billetes enrollados encuentra una papelina, pero estĆ” vacĆa.
Sin pensarlo, coge las llaves de su Mercedes, sale de la oficina y empieza un viaje de 20 minutos desde la Puerta del Sol en bĆŗsqueda de un gramo de cocaĆna por 50 euros en Ā«la ciudad de los yonkisĀ». AsĆ llaman a La CaƱada Real de Madrid, el mayor asentamiento chabolista de Europa que ya tiene el rango de Ā«hipermercadoĀ» de la droga.
AquĆ, a lo largo de 15 kilómetros de recorrido, viven, aman y mueren muchos drogadictos. Tienen sus tiendas, se mueven en sus propios transportes, los mismos toxicómanos hacen la labor de mantenimiento de las instalaciones de luz y agua y sostienen sus propias leyes marcadas siempre por el color del Ā«caballoĀ» y el dinero. Tiene unos 8.000 habitantes censados y 2.500 construcciones ilegales.
Esta semana fue noticia al desmantelarse uno de los puntos de venta mÔs famosos de la Cañada. En Valdemingómez fueron detenidas trece personas del conocido como Clan de las Niñas. Un nombre que viene porque fueron las mujeres las que se hicieron cargo del negocio de la venta del estupefaciente cuando sus maridos fueron ingresando en prisión. Durante los registros se han decomisado dos armas de fuego, un silenciador, varios utensilios destinados al trÔfico de droga y mÔs de 19.000 euros en efectivo.
«La gente se sigue metiendo igual que antes, solo que ahora lo hacen con mÔs cabeza»
Miles de drogodependientes acuden habitualmente a este delirante escenario. A los pies de un vertedero, sin Ć”rboles, rodeado de basura, chatarra, antiguas granjas derruidas y con un ejĆ©rcito de descaradas ratas que se meten por la noche en las camas de los niƱos, hijos en su mayorĆa de los traficantes.
Jorge Gutiérrez es una de las pocas personas que se ocupa de la atención a drogodependientes en la calle. Es médico y seguramente sea la persona a la que mÔs adoran los toxicómanos por ser uno de los pocos doctores que se aventuran a ayudarles en este infierno.
Ā«Consumidor de drogas, seropositivo, sin techo, inmigrante, mal alimentado, pasa frĆo, las heridas siempre se les infectan, les muerden las ratas… Estamos hablando de una población diana de alto riesgo, de esa que en cualquier paĆs civilizado del mundo la tendrĆan supervigilada y atendida para evitar que contagie al restoĀ», asegura el mĆ©dico.
Jorge hizo una encuesta anónima hace unos meses en la Universidad Complutense de Madrid a mĆ”s de 2.000 estudiantes. Ā«El 3,5% dijeron que se habĆan pinchado por intravenosa alguna droga el Ćŗltimo mes. Un porcentaje bastante alto. La gente se sigue metiendo igual que antes, solo que ahora lo hacen con mĆ”s cabezaĀ».
MIL VIVIENDAS (ALICANTE)
Lo que mĆ”s llama la atención al entrar en el barrio Virgen del Carmen de Alicante son las gallinas que te observan desde las ventanas de los bloques de edificios. SĆ, gallinas. Al llegar un policĆa nos recomienda dejar el coche cerca de la comisarĆa, que se encuentra en el corazón de este barrio donde la venta de droga es la actividad mĆ”s lucrativa. TambiĆ©n los robos y peleas estĆ”n a orden del dĆa.
AquĆ viven 3.500 personas. Y la verdad, que el barrio estĆ” muy animado. NiƱos jugando a la pelota, mujeres amamantando a sus bebĆ©s en los bancos, chavales bebiendo litronas y los mĆ”s mayores juegan al dominó en improvisadas mesas en la calle. Ā«AquĆ no hay trabajo ni hay nada. Casi todos estamos en el paro y eso lleva a que la gente se busque la vida haciendo negocios que no son bien vistos. Estamos hartos y los polĆticos no nos ayudan. Hace 20 aƱos invirtieron muchĆsimo dinero en dar otro aire al barrio. Pero algo mal han tenido que hacer cuando seguimos viviendo en la misma inmundiciaĀ», cuenta JosĆ© Antonio, un vecino.
Este hombre se refiere a cuando, en 1995, el Ministerio de Fomento y la Conselleria de Obras PĆŗblicas destinaron 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros) para derribar cientos de viviendas en un estado de deterioro arquitectónico mĆ”s que deplorable que se habĆa convertido, por el abandono y con el paso de los aƱos, en cobijo de delincuentes y sede permanente del negocio de la droga. El objetivo era acabar con la marginalidad y la delincuencia, pero el uso de las nuevas viviendas fue el mismo.
Ā«Hace 20 aƱos invirtieron muchĆsimo dinero en dar otro aire al barrio. Pero algo mal han tenido que hacer cuando seguimos viviendo en la misma inmundiciaĀ»
Alrededor de un 80% de las personas que viven aquà son de etnia gitana. Como Alfredo, que tiene 17 años y ni estudia ni trabaja. Vende droga. Intenta pasarnos un par de gramos de marihuana por 10 euros. «A lo mejor prefieres coca o cristal. También tengo», dice el joven, que lleva unas espinilleras. «Hay muchas movidas aquà por el territorio que tiene cada uno para ponerse a vender. Yo vengo preparado por si alguno se pone donde yo estoy».
EL PUCHE (ALMERĆA)
Carmen tiene dos pisos en el mismo bloque en el barrio del Puche. En uno vive ella con su marido y sus cinco hijos. El otro es su oficina de trabajo, su centro de operaciones, su laboratorio que tiene decorado con carteles de Breaking Bad. Pero ella no fabrica metanfetamina como Walter White ni tiene un socio como Jesse Pinkman. Aunque su hijo mayor se parece bastante. Carmen es camello y en los cajones de su segunda vivienda esconde desde infinidad de cogollos de marihuana hasta papelinas de heroĆna.
Carmen vive en este barrio (9.000 vecinos en 1.500 viviendas) desde que se construyó en los aƱos 70, tras las inundaciones que asolaron una parte de AlmerĆa. Ā«SĆ, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los dĆasĀ», se justifica la mujer.
Las calles estrechas y casas bajas de este barrio forman un particular patio de vecinos donde hay movimiento las 24 horas del dĆa. No solo de droga. AquĆ abundan los cantaores, chatarreros, acróbatas y domadores de gallos. Porque las peleas de gallos son otro de los negocios lucrativos de la zona. TambiĆ©n las de perros; aquĆ los crĆan y los entrenan, y luego los venden preparados para la lucha por 300 euros.
LA PALMILLA (MĆLAGA)
De las 300 toneladas de cocaĆna que llegan de SudamĆ©rica a Europa cada aƱo, un par de kilos de Ā«puraĀ» colombiana acaba en las manos de Mauri y su banda de narcotraficantes rumanos. DespuĆ©s la venden a otras bandas espaƱolas en el distrito malagueƱo de La Palmilla, aunque estas estĆ”n en constante lucha por el control del trĆ”fico de drogas en la zona. Un lugar aislado socialmente del resto de MĆ”laga que se rige por las leyes gitanas.
Ā«SĆ, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los dĆasĀ»
Alrededor de un 80% de las personas que viven aquà son de etnia gitana. Como Alfredo, que tiene 17 años y ni estudia ni trabaja. Vende droga. Intenta pasarnos un par de gramos de marihuana por 10 euros. «A lo mejor prefieres coca o cristal. También tengo», dice el joven, que lleva unas espinilleras. «Hay muchas movidas aquà por el territorio que tiene cada uno para ponerse a vender. Yo vengo preparado por si alguno se pone donde yo estoy».
EL PUCHE (ALMERĆA)
Carmen tiene dos pisos en el mismo bloque en el barrio del Puche. En uno vive ella con su marido y sus cinco hijos. El otro es su oficina de trabajo, su centro de operaciones, su laboratorio que tiene decorado con carteles de Breaking Bad. Pero ella no fabrica metanfetamina como Walter White ni tiene un socio como Jesse Pinkman. Aunque su hijo mayor se parece bastante. Carmen es camello y en los cajones de su segunda vivienda esconde desde infinidad de cogollos de marihuana hasta papelinas de heroĆna.
Carmen vive en este barrio (9.000 vecinos en 1.500 viviendas) desde que se construyó en los aƱos 70, tras las inundaciones que asolaron una parte de AlmerĆa. Ā«SĆ, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los dĆasĀ», se justifica la mujer.
Las calles estrechas y casas bajas de este barrio forman un particular patio de vecinos donde hay movimiento las 24 horas del dĆa. No solo de droga. AquĆ abundan los cantaores, chatarreros, acróbatas y domadores de gallos. Porque las peleas de gallos son otro de los negocios lucrativos de la zona. TambiĆ©n las de perros; aquĆ los crĆan y los entrenan, y luego los venden preparados para la lucha por 300 euros.
LA PALMILLA (MĆLAGA)
De las 300 toneladas de cocaĆna que llegan de SudamĆ©rica a Europa cada aƱo, un par de kilos de Ā«puraĀ» colombiana acaba en las manos de Mauri y su banda de narcotraficantes rumanos. DespuĆ©s la venden a otras bandas espaƱolas en el distrito malagueƱo de La Palmilla, aunque estas estĆ”n en constante lucha por el control del trĆ”fico de drogas en la zona. Un lugar aislado socialmente del resto de MĆ”laga que se rige por las leyes gitanas.
Ā«SĆ, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los dĆasĀ»
Aquà hay empadronadas 30.000 personas, aunque aproximadamente el 30% de sus habitantes, casi todos extranjeros en situación irregular, no estÔn censados. También preocupa mucho la elevada tasa de analfabetismo que supera el 14% y un 50% la de desempleo
Al pasar por las calles de La Palmilla se aprecia en los ojos de algunos la necesidad imperante de su dosis diaria. Pero también se ve la humildad de un barrio de gente trabajadora que, con su esfuerzo diario, lucha por acabar con la imagen de marginación que tiene la zona.
Es la otra cara de estos barrios, la de muchas familias dignas que intentan sacar adelante a sus hijos en un entorno complicado.
Esta es una de tantas maravillas de la prohibicion de las drogas. Si se legalizasen, aunque todo esto no seria erradicado de raiz, se aliviaria mucho la situacion. Mucha menos influencia de las bandas, mas dinero para tratar a los adictos, mas medios para controlar la salubridad en la zona y para recuperar el control de lugares como esos, en los que el Estado existe de oidas, pero nunca de facto.
Pero no lo veran nuestros ojos.
Vaya reportaje cutre y morboso, falto de autĆ©ntica investigación, de profundidad social, de argumentos y explicaciones que nos permitan comprender y contextualizar las cuatro estampas impresionistas mal hilvanadas que nos presenta el “periodista”. Y lleno de mentiras: el periodista se ha inventado a la mitad de los personajes y las conversaciones, sin duda alguna, se le nota por la falta de imaginación: los caracteres estĆ”n hechos de estereotipos, sin relieve ni profundidad, estĆ”n ahĆ para cumplir los fines del periodista en su redacción, pero la realidad es mucho mĆ”s compleja y si fueran de verdad serĆan otras notas las que destacarĆan. Una ful de periodista y una ful de redactor jefe que lee esta mierda y la coloca como si fuera oro.
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