7 de mayo 2015    /   IDEAS
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Los supermercados de la droga en EspaƱa

7 de mayo 2015    /   IDEAS     por          
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Hay lugares en España donde los taxistas y los repartidores de pizzas no se atreven a entrar. Lugares bañados por barriadas marginales controladas por los señores de la droga. Lugares en los que el veneno blanco de la noche y los viajes psicotrópicos hacen perder la concepción del tiempo, del espacio y de la ley. Son los supermercados de la droga que se reparten por toda nuestra geografía. Y el cannabis y la cocaína son sus productos estrella.
Según datos del Ministerio del Interior, en España -el tercer país europeo en número de consumidores- la producción de cannabis se ha disparado con la crisis. Ha crecido un 532% entre 2009 y 2013. Las asociaciones cannÔbicas aseguran que los españoles gastan mÔs de 1.000 millones de euros al año en esta sustancia. En cocaína tampoco nos quedamos atrÔs y somos, después de los britÔnicos, los que mÔs la consumimos en Europa.
No estamos en los aƱos ochenta, cuando la heroƭna y el caballo eran los reyes de la fiesta. Pero la droga sigue moviƩndose por las puertas traseras de nuestra sociedad y se asienta en un nuevo perfil de consumidor, con mƔs dinero y estudios, entre 18 y 35 aƱos.
Ya lo dijo Kurt Cobain: «Bajo el efecto de las drogas no te importa nada, solo quieres aislarte del mundo y conseguir una paz interior que no se consigue en el estado normal». Y esa paz interior puedes encontrarla fÔcilmente en barrios marginales de ciudades como Sevilla, Madrid, Alicante, Almería o MÔlaga.
 
LAS TRES MIL (SEVILLA)
«Quiero una camiseta del Sevilla de la talla tres y otra del Betis de la talla siete». Este es uno de los mensajes que Jandro recibe cada hora. Pero él no vende camisetas de fútbol. Se trata del código lingüístico mÔs utilizado en Las Vegas, la barriada mÔs marginal de las Las Tres Mil Viviendas de Sevilla. Una talla tres del equipo de Nervión se refiere a tres euros de hachís. Y una talla siete del conjunto verdiblanco son siete euros de marihuana.
Jandro vive en una de las seis barriadas que forman este barrio no oficial al sureste de la capital hispalense. Hay que subir hasta un tercer piso por unas escaleras cochambrosas rodeadas de pequeñas cÔmaras para encontrarle. Al pasar la puerta, hay una gran mesa de madera y encima varias placas de hachís del tamaño de un libro de bolsillo. «Puedes elegir a la carta. Un euro de este mÔs negro, tres del amarillento y luego te lo peso todo», dice Jandro, como si de chucherías se tratase. DetrÔs de él hay dos corpulentos hombres que miran con desconfianza. Y en una pequeña mesa a su lado hay un machete como el que usaba Rambo en sus películas.

Las asociaciones cannƔbicas aseguran que los espaƱoles gastan mƔs de 1.000 millones de euros al aƱo en esta sustancia


Esta es solo una de las muchas viviendas que se usan para la venta de droga. Uno de los 3.000 inmuebles sociales que se construyeron en los aƱos 70 para acoger, en barracones verticales, a los habitantes de caravanas y chabolas del centro de la ciudad y de medios rurales.
Aunque la cifra de alojamientos sociales construidos desde entonces alcanza los 7.000 y cerca de 50.000 viven en ellos. Las Vegas es la zona mÔs peligrosa. Es un gueto controlado por clanes de gitanos en el que ningún cartero, empleado de la limpieza ni taxista se atreve a entrar. Es un paisaje desolado, con bloques de pisos muy deteriorados y escombros. Hay mucha basura por la calle y restos de vehículos robados calcinados.
Este supermercado de la droga abre las 24 horas. Hay muchos «pisos escaparate», donde se vende al público pequeñas cantidades de cocaína, heroína o cannabis. Si les pilla la policía, solo les caerÔ una multa económica, ya que las grandes cantidades de droga las guardan en otros apartamentos o almacenes cerrados a la vista del curioso.
Este es un lugar marginal, condenado a salir en la prensa solo por turbios asuntos de droga, por crímenes terribles. Como cuando hace dos años una niña de siete años murió en medio de un tiroteo entre bandas rivales.
En 2014, se triplicó el número de incautaciones de droga y de armas por parte de la policía. Los agentes desmantelaron el año pasado uno de los mayores puntos de venta. Detuvieron a 28 personas e intervinieron cocaína, heroína y otras sustancias para el corte y manipulación de la droga.
 
LA CAƑADA REAL (MADRID)
Hacía tiempo que Carlos no estaba tan cansado. Todavía siente en su cabeza el latido de la música. Ha intentado desayunar algo, pero el suizo no pasó de la boca. Sobre la mesa de su despacho, en la oficina de seguros que dirige en el centro de la capital, se le acumulan los partes de la mañana. Y la sobredosis de café solo le ha dado ardor de estómago. No se le ocurre nada para poder despejarse. ¿O sí? Movido por un impulso, se rebusca con ansia en los bolsillos de su americana. Entre los billetes enrollados encuentra una papelina, pero estÔ vacía.
Sin pensarlo, coge las llaves de su Mercedes, sale de la oficina y empieza un viaje de 20 minutos desde la Puerta del Sol en búsqueda de un gramo de cocaína por 50 euros en «la ciudad de los yonkis». Así llaman a La Cañada Real de Madrid, el mayor asentamiento chabolista de Europa que ya tiene el rango de «hipermercado» de la droga.
Aquí, a lo largo de 15 kilómetros de recorrido, viven, aman y mueren muchos drogadictos. Tienen sus tiendas, se mueven en sus propios transportes, los mismos toxicómanos hacen la labor de mantenimiento de las instalaciones de luz y agua y sostienen sus propias leyes marcadas siempre por el color del «caballo» y el dinero. Tiene unos 8.000 habitantes censados y 2.500 construcciones ilegales.
Esta semana fue noticia al desmantelarse uno de los puntos de venta mÔs famosos de la Cañada. En Valdemingómez fueron detenidas trece personas del conocido como Clan de las Niñas. Un nombre que viene porque fueron las mujeres las que se hicieron cargo del negocio de la venta del estupefaciente cuando sus maridos fueron ingresando en prisión. Durante los registros se han decomisado dos armas de fuego, un silenciador, varios utensilios destinados al trÔfico de droga y mÔs de 19.000 euros en efectivo.

«La gente se sigue metiendo igual que antes, solo que ahora lo hacen con mÔs cabeza»


Miles de drogodependientes acuden habitualmente a este delirante escenario. A los pies de un vertedero, sin Ɣrboles, rodeado de basura, chatarra, antiguas granjas derruidas y con un ejƩrcito de descaradas ratas que se meten por la noche en las camas de los niƱos, hijos en su mayorƭa de los traficantes.
Jorge Gutiérrez es una de las pocas personas que se ocupa de la atención a drogodependientes en la calle. Es médico y seguramente sea la persona a la que mÔs adoran los toxicómanos por ser uno de los pocos doctores que se aventuran a ayudarles en este infierno.
Ā«Consumidor de drogas, seropositivo, sin techo, inmigrante, mal alimentado, pasa frĆ­o, las heridas siempre se les infectan, les muerden las ratas… Estamos hablando de una población diana de alto riesgo, de esa que en cualquier paĆ­s civilizado del mundo la tendrĆ­an supervigilada y atendida para evitar que contagie al restoĀ», asegura el mĆ©dico.
Jorge hizo una encuesta anónima hace unos meses en la Universidad Complutense de Madrid a mÔs de 2.000 estudiantes. «El 3,5% dijeron que se habían pinchado por intravenosa alguna droga el último mes. Un porcentaje bastante alto. La gente se sigue metiendo igual que antes, solo que ahora lo hacen con mÔs cabeza».
 
MIL VIVIENDAS (ALICANTE)
Lo que mÔs llama la atención al entrar en el barrio Virgen del Carmen de Alicante son las gallinas que te observan desde las ventanas de los bloques de edificios. Sí, gallinas. Al llegar un policía nos recomienda dejar el coche cerca de la comisaría, que se encuentra en el corazón de este barrio donde la venta de droga es la actividad mÔs lucrativa. También los robos y peleas estÔn a orden del día.
Aquí viven 3.500 personas. Y la verdad, que el barrio estÔ muy animado. Niños jugando a la pelota, mujeres amamantando a sus bebés en los bancos, chavales bebiendo litronas y los mÔs mayores juegan al dominó en improvisadas mesas en la calle. «Aquí no hay trabajo ni hay nada. Casi todos estamos en el paro y eso lleva a que la gente se busque la vida haciendo negocios que no son bien vistos. Estamos hartos y los políticos no nos ayudan. Hace 20 años invirtieron muchísimo dinero en dar otro aire al barrio. Pero algo mal han tenido que hacer cuando seguimos viviendo en la misma inmundicia», cuenta José Antonio, un vecino.
Este hombre se refiere a cuando, en 1995, el Ministerio de Fomento y la Conselleria de Obras Públicas destinaron 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros) para derribar cientos de viviendas en un estado de deterioro arquitectónico mÔs que deplorable que se había convertido, por el abandono y con el paso de los años, en cobijo de delincuentes y sede permanente del negocio de la droga. El objetivo era acabar con la marginalidad y la delincuencia, pero el uso de las nuevas viviendas fue el mismo.

«Hace 20 años invirtieron muchísimo dinero en dar otro aire al barrio. Pero algo mal han tenido que hacer cuando seguimos viviendo en la misma inmundicia»


Alrededor de un 80% de las personas que viven aquí son de etnia gitana. Como Alfredo, que tiene 17 años y ni estudia ni trabaja. Vende droga. Intenta pasarnos un par de gramos de marihuana por 10 euros. «A lo mejor prefieres coca o cristal. También tengo», dice el joven, que lleva unas espinilleras. «Hay muchas movidas aquí por el territorio que tiene cada uno para ponerse a vender. Yo vengo preparado por si alguno se pone donde yo estoy».
 
EL PUCHE (ALMERƍA)
Carmen tiene dos pisos en el mismo bloque en el barrio del Puche. En uno vive ella con su marido y sus cinco hijos. El otro es su oficina de trabajo, su centro de operaciones, su laboratorio que tiene decorado con carteles de Breaking Bad. Pero ella no fabrica metanfetamina como Walter White ni tiene un socio como Jesse Pinkman. Aunque su hijo mayor se parece bastante. Carmen es camello y en los cajones de su segunda vivienda esconde desde infinidad de cogollos de marihuana hasta papelinas de heroĆ­na.
Carmen vive en este barrio (9.000 vecinos en 1.500 viviendas) desde que se construyó en los años 70, tras las inundaciones que asolaron una parte de Almería. «Sí, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los días», se justifica la mujer.
Las calles estrechas y casas bajas de este barrio forman un particular patio de vecinos donde hay movimiento las 24 horas del día. No solo de droga. Aquí abundan los cantaores, chatarreros, acróbatas y domadores de gallos. Porque las peleas de gallos son otro de los negocios lucrativos de la zona. También las de perros; aquí los crían y los entrenan, y luego los venden preparados para la lucha por 300 euros.
 
LA PALMILLA (MƁLAGA)
De las 300 toneladas de cocaína que llegan de Sudamérica a Europa cada año, un par de kilos de «pura» colombiana acaba en las manos de Mauri y su banda de narcotraficantes rumanos. Después la venden a otras bandas españolas en el distrito malagueño de La Palmilla, aunque estas estÔn en constante lucha por el control del trÔfico de drogas en la zona. Un lugar aislado socialmente del resto de MÔlaga que se rige por las leyes gitanas.

«Sí, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los días»


Alrededor de un 80% de las personas que viven aquí son de etnia gitana. Como Alfredo, que tiene 17 años y ni estudia ni trabaja. Vende droga. Intenta pasarnos un par de gramos de marihuana por 10 euros. «A lo mejor prefieres coca o cristal. También tengo», dice el joven, que lleva unas espinilleras. «Hay muchas movidas aquí por el territorio que tiene cada uno para ponerse a vender. Yo vengo preparado por si alguno se pone donde yo estoy».
 
EL PUCHE (ALMERƍA)
Carmen tiene dos pisos en el mismo bloque en el barrio del Puche. En uno vive ella con su marido y sus cinco hijos. El otro es su oficina de trabajo, su centro de operaciones, su laboratorio que tiene decorado con carteles de Breaking Bad. Pero ella no fabrica metanfetamina como Walter White ni tiene un socio como Jesse Pinkman. Aunque su hijo mayor se parece bastante. Carmen es camello y en los cajones de su segunda vivienda esconde desde infinidad de cogollos de marihuana hasta papelinas de heroĆ­na.
Carmen vive en este barrio (9.000 vecinos en 1.500 viviendas) desde que se construyó en los años 70, tras las inundaciones que asolaron una parte de Almería. «Sí, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los días», se justifica la mujer.
Las calles estrechas y casas bajas de este barrio forman un particular patio de vecinos donde hay movimiento las 24 horas del día. No solo de droga. Aquí abundan los cantaores, chatarreros, acróbatas y domadores de gallos. Porque las peleas de gallos son otro de los negocios lucrativos de la zona. También las de perros; aquí los crían y los entrenan, y luego los venden preparados para la lucha por 300 euros.
 
LA PALMILLA (MƁLAGA)
De las 300 toneladas de cocaína que llegan de Sudamérica a Europa cada año, un par de kilos de «pura» colombiana acaba en las manos de Mauri y su banda de narcotraficantes rumanos. Después la venden a otras bandas españolas en el distrito malagueño de La Palmilla, aunque estas estÔn en constante lucha por el control del trÔfico de drogas en la zona. Un lugar aislado socialmente del resto de MÔlaga que se rige por las leyes gitanas.

«Sí, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los días»


Aquí hay empadronadas 30.000 personas, aunque aproximadamente el 30% de sus habitantes, casi todos extranjeros en situación irregular, no estÔn censados. También preocupa mucho la elevada tasa de analfabetismo que supera el 14% y un 50% la de desempleo
Al pasar por las calles de La Palmilla se aprecia en los ojos de algunos la necesidad imperante de su dosis diaria. Pero también se ve la humildad de un barrio de gente trabajadora que, con su esfuerzo diario, lucha por acabar con la imagen de marginación que tiene la zona.
Es la otra cara de estos barrios, la de muchas familias dignas que intentan sacar adelante a sus hijos en un entorno complicado.

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Hay lugares en España donde los taxistas y los repartidores de pizzas no se atreven a entrar. Lugares bañados por barriadas marginales controladas por los señores de la droga. Lugares en los que el veneno blanco de la noche y los viajes psicotrópicos hacen perder la concepción del tiempo, del espacio y de la ley. Son los supermercados de la droga que se reparten por toda nuestra geografía. Y el cannabis y la cocaína son sus productos estrella.
Según datos del Ministerio del Interior, en España -el tercer país europeo en número de consumidores- la producción de cannabis se ha disparado con la crisis. Ha crecido un 532% entre 2009 y 2013. Las asociaciones cannÔbicas aseguran que los españoles gastan mÔs de 1.000 millones de euros al año en esta sustancia. En cocaína tampoco nos quedamos atrÔs y somos, después de los britÔnicos, los que mÔs la consumimos en Europa.
No estamos en los aƱos ochenta, cuando la heroƭna y el caballo eran los reyes de la fiesta. Pero la droga sigue moviƩndose por las puertas traseras de nuestra sociedad y se asienta en un nuevo perfil de consumidor, con mƔs dinero y estudios, entre 18 y 35 aƱos.
Ya lo dijo Kurt Cobain: «Bajo el efecto de las drogas no te importa nada, solo quieres aislarte del mundo y conseguir una paz interior que no se consigue en el estado normal». Y esa paz interior puedes encontrarla fÔcilmente en barrios marginales de ciudades como Sevilla, Madrid, Alicante, Almería o MÔlaga.
 
LAS TRES MIL (SEVILLA)
«Quiero una camiseta del Sevilla de la talla tres y otra del Betis de la talla siete». Este es uno de los mensajes que Jandro recibe cada hora. Pero él no vende camisetas de fútbol. Se trata del código lingüístico mÔs utilizado en Las Vegas, la barriada mÔs marginal de las Las Tres Mil Viviendas de Sevilla. Una talla tres del equipo de Nervión se refiere a tres euros de hachís. Y una talla siete del conjunto verdiblanco son siete euros de marihuana.
Jandro vive en una de las seis barriadas que forman este barrio no oficial al sureste de la capital hispalense. Hay que subir hasta un tercer piso por unas escaleras cochambrosas rodeadas de pequeñas cÔmaras para encontrarle. Al pasar la puerta, hay una gran mesa de madera y encima varias placas de hachís del tamaño de un libro de bolsillo. «Puedes elegir a la carta. Un euro de este mÔs negro, tres del amarillento y luego te lo peso todo», dice Jandro, como si de chucherías se tratase. DetrÔs de él hay dos corpulentos hombres que miran con desconfianza. Y en una pequeña mesa a su lado hay un machete como el que usaba Rambo en sus películas.

Las asociaciones cannƔbicas aseguran que los espaƱoles gastan mƔs de 1.000 millones de euros al aƱo en esta sustancia


Esta es solo una de las muchas viviendas que se usan para la venta de droga. Uno de los 3.000 inmuebles sociales que se construyeron en los aƱos 70 para acoger, en barracones verticales, a los habitantes de caravanas y chabolas del centro de la ciudad y de medios rurales.
Aunque la cifra de alojamientos sociales construidos desde entonces alcanza los 7.000 y cerca de 50.000 viven en ellos. Las Vegas es la zona mÔs peligrosa. Es un gueto controlado por clanes de gitanos en el que ningún cartero, empleado de la limpieza ni taxista se atreve a entrar. Es un paisaje desolado, con bloques de pisos muy deteriorados y escombros. Hay mucha basura por la calle y restos de vehículos robados calcinados.
Este supermercado de la droga abre las 24 horas. Hay muchos «pisos escaparate», donde se vende al público pequeñas cantidades de cocaína, heroína o cannabis. Si les pilla la policía, solo les caerÔ una multa económica, ya que las grandes cantidades de droga las guardan en otros apartamentos o almacenes cerrados a la vista del curioso.
Este es un lugar marginal, condenado a salir en la prensa solo por turbios asuntos de droga, por crímenes terribles. Como cuando hace dos años una niña de siete años murió en medio de un tiroteo entre bandas rivales.
En 2014, se triplicó el número de incautaciones de droga y de armas por parte de la policía. Los agentes desmantelaron el año pasado uno de los mayores puntos de venta. Detuvieron a 28 personas e intervinieron cocaína, heroína y otras sustancias para el corte y manipulación de la droga.
 
LA CAƑADA REAL (MADRID)
Hacía tiempo que Carlos no estaba tan cansado. Todavía siente en su cabeza el latido de la música. Ha intentado desayunar algo, pero el suizo no pasó de la boca. Sobre la mesa de su despacho, en la oficina de seguros que dirige en el centro de la capital, se le acumulan los partes de la mañana. Y la sobredosis de café solo le ha dado ardor de estómago. No se le ocurre nada para poder despejarse. ¿O sí? Movido por un impulso, se rebusca con ansia en los bolsillos de su americana. Entre los billetes enrollados encuentra una papelina, pero estÔ vacía.
Sin pensarlo, coge las llaves de su Mercedes, sale de la oficina y empieza un viaje de 20 minutos desde la Puerta del Sol en búsqueda de un gramo de cocaína por 50 euros en «la ciudad de los yonkis». Así llaman a La Cañada Real de Madrid, el mayor asentamiento chabolista de Europa que ya tiene el rango de «hipermercado» de la droga.
Aquí, a lo largo de 15 kilómetros de recorrido, viven, aman y mueren muchos drogadictos. Tienen sus tiendas, se mueven en sus propios transportes, los mismos toxicómanos hacen la labor de mantenimiento de las instalaciones de luz y agua y sostienen sus propias leyes marcadas siempre por el color del «caballo» y el dinero. Tiene unos 8.000 habitantes censados y 2.500 construcciones ilegales.
Esta semana fue noticia al desmantelarse uno de los puntos de venta mÔs famosos de la Cañada. En Valdemingómez fueron detenidas trece personas del conocido como Clan de las Niñas. Un nombre que viene porque fueron las mujeres las que se hicieron cargo del negocio de la venta del estupefaciente cuando sus maridos fueron ingresando en prisión. Durante los registros se han decomisado dos armas de fuego, un silenciador, varios utensilios destinados al trÔfico de droga y mÔs de 19.000 euros en efectivo.

«La gente se sigue metiendo igual que antes, solo que ahora lo hacen con mÔs cabeza»


Miles de drogodependientes acuden habitualmente a este delirante escenario. A los pies de un vertedero, sin Ɣrboles, rodeado de basura, chatarra, antiguas granjas derruidas y con un ejƩrcito de descaradas ratas que se meten por la noche en las camas de los niƱos, hijos en su mayorƭa de los traficantes.
Jorge Gutiérrez es una de las pocas personas que se ocupa de la atención a drogodependientes en la calle. Es médico y seguramente sea la persona a la que mÔs adoran los toxicómanos por ser uno de los pocos doctores que se aventuran a ayudarles en este infierno.
Ā«Consumidor de drogas, seropositivo, sin techo, inmigrante, mal alimentado, pasa frĆ­o, las heridas siempre se les infectan, les muerden las ratas… Estamos hablando de una población diana de alto riesgo, de esa que en cualquier paĆ­s civilizado del mundo la tendrĆ­an supervigilada y atendida para evitar que contagie al restoĀ», asegura el mĆ©dico.
Jorge hizo una encuesta anónima hace unos meses en la Universidad Complutense de Madrid a mÔs de 2.000 estudiantes. «El 3,5% dijeron que se habían pinchado por intravenosa alguna droga el último mes. Un porcentaje bastante alto. La gente se sigue metiendo igual que antes, solo que ahora lo hacen con mÔs cabeza».
 
MIL VIVIENDAS (ALICANTE)
Lo que mÔs llama la atención al entrar en el barrio Virgen del Carmen de Alicante son las gallinas que te observan desde las ventanas de los bloques de edificios. Sí, gallinas. Al llegar un policía nos recomienda dejar el coche cerca de la comisaría, que se encuentra en el corazón de este barrio donde la venta de droga es la actividad mÔs lucrativa. También los robos y peleas estÔn a orden del día.
Aquí viven 3.500 personas. Y la verdad, que el barrio estÔ muy animado. Niños jugando a la pelota, mujeres amamantando a sus bebés en los bancos, chavales bebiendo litronas y los mÔs mayores juegan al dominó en improvisadas mesas en la calle. «Aquí no hay trabajo ni hay nada. Casi todos estamos en el paro y eso lleva a que la gente se busque la vida haciendo negocios que no son bien vistos. Estamos hartos y los políticos no nos ayudan. Hace 20 años invirtieron muchísimo dinero en dar otro aire al barrio. Pero algo mal han tenido que hacer cuando seguimos viviendo en la misma inmundicia», cuenta José Antonio, un vecino.
Este hombre se refiere a cuando, en 1995, el Ministerio de Fomento y la Conselleria de Obras Públicas destinaron 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros) para derribar cientos de viviendas en un estado de deterioro arquitectónico mÔs que deplorable que se había convertido, por el abandono y con el paso de los años, en cobijo de delincuentes y sede permanente del negocio de la droga. El objetivo era acabar con la marginalidad y la delincuencia, pero el uso de las nuevas viviendas fue el mismo.

«Hace 20 años invirtieron muchísimo dinero en dar otro aire al barrio. Pero algo mal han tenido que hacer cuando seguimos viviendo en la misma inmundicia»


Alrededor de un 80% de las personas que viven aquí son de etnia gitana. Como Alfredo, que tiene 17 años y ni estudia ni trabaja. Vende droga. Intenta pasarnos un par de gramos de marihuana por 10 euros. «A lo mejor prefieres coca o cristal. También tengo», dice el joven, que lleva unas espinilleras. «Hay muchas movidas aquí por el territorio que tiene cada uno para ponerse a vender. Yo vengo preparado por si alguno se pone donde yo estoy».
 
EL PUCHE (ALMERƍA)
Carmen tiene dos pisos en el mismo bloque en el barrio del Puche. En uno vive ella con su marido y sus cinco hijos. El otro es su oficina de trabajo, su centro de operaciones, su laboratorio que tiene decorado con carteles de Breaking Bad. Pero ella no fabrica metanfetamina como Walter White ni tiene un socio como Jesse Pinkman. Aunque su hijo mayor se parece bastante. Carmen es camello y en los cajones de su segunda vivienda esconde desde infinidad de cogollos de marihuana hasta papelinas de heroĆ­na.
Carmen vive en este barrio (9.000 vecinos en 1.500 viviendas) desde que se construyó en los años 70, tras las inundaciones que asolaron una parte de Almería. «Sí, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los días», se justifica la mujer.
Las calles estrechas y casas bajas de este barrio forman un particular patio de vecinos donde hay movimiento las 24 horas del día. No solo de droga. Aquí abundan los cantaores, chatarreros, acróbatas y domadores de gallos. Porque las peleas de gallos son otro de los negocios lucrativos de la zona. También las de perros; aquí los crían y los entrenan, y luego los venden preparados para la lucha por 300 euros.
 
LA PALMILLA (MƁLAGA)
De las 300 toneladas de cocaína que llegan de Sudamérica a Europa cada año, un par de kilos de «pura» colombiana acaba en las manos de Mauri y su banda de narcotraficantes rumanos. Después la venden a otras bandas españolas en el distrito malagueño de La Palmilla, aunque estas estÔn en constante lucha por el control del trÔfico de drogas en la zona. Un lugar aislado socialmente del resto de MÔlaga que se rige por las leyes gitanas.

«Sí, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los días»


Alrededor de un 80% de las personas que viven aquí son de etnia gitana. Como Alfredo, que tiene 17 años y ni estudia ni trabaja. Vende droga. Intenta pasarnos un par de gramos de marihuana por 10 euros. «A lo mejor prefieres coca o cristal. También tengo», dice el joven, que lleva unas espinilleras. «Hay muchas movidas aquí por el territorio que tiene cada uno para ponerse a vender. Yo vengo preparado por si alguno se pone donde yo estoy».
 
EL PUCHE (ALMERƍA)
Carmen tiene dos pisos en el mismo bloque en el barrio del Puche. En uno vive ella con su marido y sus cinco hijos. El otro es su oficina de trabajo, su centro de operaciones, su laboratorio que tiene decorado con carteles de Breaking Bad. Pero ella no fabrica metanfetamina como Walter White ni tiene un socio como Jesse Pinkman. Aunque su hijo mayor se parece bastante. Carmen es camello y en los cajones de su segunda vivienda esconde desde infinidad de cogollos de marihuana hasta papelinas de heroĆ­na.
Carmen vive en este barrio (9.000 vecinos en 1.500 viviendas) desde que se construyó en los años 70, tras las inundaciones que asolaron una parte de Almería. «Sí, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los días», se justifica la mujer.
Las calles estrechas y casas bajas de este barrio forman un particular patio de vecinos donde hay movimiento las 24 horas del día. No solo de droga. Aquí abundan los cantaores, chatarreros, acróbatas y domadores de gallos. Porque las peleas de gallos son otro de los negocios lucrativos de la zona. También las de perros; aquí los crían y los entrenan, y luego los venden preparados para la lucha por 300 euros.
 
LA PALMILLA (MƁLAGA)
De las 300 toneladas de cocaína que llegan de Sudamérica a Europa cada año, un par de kilos de «pura» colombiana acaba en las manos de Mauri y su banda de narcotraficantes rumanos. Después la venden a otras bandas españolas en el distrito malagueño de La Palmilla, aunque estas estÔn en constante lucha por el control del trÔfico de drogas en la zona. Un lugar aislado socialmente del resto de MÔlaga que se rige por las leyes gitanas.

«Sí, trafico con droga, pero gracias a esto mis hijos tienen un plato de comida todos los días»


Aquí hay empadronadas 30.000 personas, aunque aproximadamente el 30% de sus habitantes, casi todos extranjeros en situación irregular, no estÔn censados. También preocupa mucho la elevada tasa de analfabetismo que supera el 14% y un 50% la de desempleo
Al pasar por las calles de La Palmilla se aprecia en los ojos de algunos la necesidad imperante de su dosis diaria. Pero también se ve la humildad de un barrio de gente trabajadora que, con su esfuerzo diario, lucha por acabar con la imagen de marginación que tiene la zona.
Es la otra cara de estos barrios, la de muchas familias dignas que intentan sacar adelante a sus hijos en un entorno complicado.

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Opiniones 9
  • Esta es una de tantas maravillas de la prohibicion de las drogas. Si se legalizasen, aunque todo esto no seria erradicado de raiz, se aliviaria mucho la situacion. Mucha menos influencia de las bandas, mas dinero para tratar a los adictos, mas medios para controlar la salubridad en la zona y para recuperar el control de lugares como esos, en los que el Estado existe de oidas, pero nunca de facto.
    Pero no lo veran nuestros ojos.

  • Vaya reportaje cutre y morboso, falto de autĆ©ntica investigación, de profundidad social, de argumentos y explicaciones que nos permitan comprender y contextualizar las cuatro estampas impresionistas mal hilvanadas que nos presenta el “periodista”. Y lleno de mentiras: el periodista se ha inventado a la mitad de los personajes y las conversaciones, sin duda alguna, se le nota por la falta de imaginación: los caracteres estĆ”n hechos de estereotipos, sin relieve ni profundidad, estĆ”n ahĆ­ para cumplir los fines del periodista en su redacción, pero la realidad es mucho mĆ”s compleja y si fueran de verdad serĆ­an otras notas las que destacarĆ­an. Una ful de periodista y una ful de redactor jefe que lee esta mierda y la coloca como si fuera oro.

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