Maestros contra la RAE: la revolución ortográfica que no fue

¡Yorokobu gratis en formato digital!
A principios de mayo de 1844, algunos periódicos españoles se hacÃan eco de un Real Decreto que ordenaba a los maestros de primeras letras enseñar a escribir «con arreglo á la ortografÃa adoptada por la real academia española». Además, «habiéndose notado que los mismos maestros en general cometen graves faltas en este punto», se avisaba de que en sus exámenes la ortografÃa empezarÃa a ser objeto «de un rigor especial, no aprobándose sino los que la tengan perfecta».
Y con esto, entre guerra carlista número uno y guerra carlista número dos, Isabel II puso fin a una rebelión que llevaba años fraguándose y que, de haber triunfado, habrÃa hecho que esto estuviese escrito de una forma muy distinta: una reforma radical de la ortografÃa española.
El origen más directo de esa rebelión de los maestros puede rastrearse hasta el 26 de febrero de 1841. Ese dÃa, El Eco del Comercio, uno de los diarios liberales más importantes de la época, publicó en portada un artÃculo firmado por Fileto Vidal y Vicente, un abogado de Zaragoza que proponÃa continuar con la reforma que ya habÃa eliminado de los textos castellanos letras como la equis (para el sonido de nuestra jota) o los dÃgrafos ph para /f/ y ch para /k/ (el cambio de Christo a Cristo).
«¿Por que son tan exactos y tan fieles con la etimolojia de unas voces y tan poco escrupulosos con la de otras como Pharmacia, Philosofia, Theatro, etc.?», se preguntaba, proponiendo eliminar otras letras que habÃan perdido sentido.
Su propuesta era sencilla: deshacerse de las letras inútiles o redundantes. Fuera la hache (ese «espantajo inútil»), la uve, la ce (se introduce la ka para el fonema/k/, el resto se escribe con zeta), la ‘qu’ y la necesidad de escribir ‘gu-‘ para conseguir el gutural suave cuando la ge va con e o i.
Su argumento era el clásico del ideal ortográfico en el que la lengua se escribe como se pronuncia —algo que, por otra parte, defendÃa ya entonces la RAE y por eso se habÃan introducido esas primeras reformas—, además de un extra patriótico que cargaba contra la teorÃa etimologista: «¿pues qué, tan buen recuerdo es el que nuestro idioma se deriba del latin, del godo y arabe? Pues es el recuerdo de nuestra debilidad, de nuestra esclavitud y de nuestra ignominia».
El abogado aragonés no fue el primero ni serÃa el último en proponer algo similar. Ya en 1492 la Gramática castellana de Antonio de Nebrija (la primera gramática dedicada a esta lengua) defendÃa que debÃamos «escrivir como pronunciamos i pronunciar como escrivimos» y en el siglo XVII el humanista Gonzalo Correas hizo su propuesta con la publicación de la Ortografia Kastellana nueva i perfeta. Casi contemporánea a la de Vidal —y en la que se cree que se inspiró—, la llamada «ortografÃa de Bello» quiso lograr esa correspondencia exacta entre pronunciación y escritura, y llegó a ser (parcialmente) la ortografÃa oficial en Chile durante 83 años.
El artÃculo de Vidal no cayó en saco roto: en los siguientes meses fueron apareciendo en distintos diarios, pero sobre todo en el propio El Eco del Comercio, reacciones a su propuesta, casi todas a favor. El único que se despachó en contra a gusto fue un lector que firmó su respuesta como «Orensano».
EsgrimÃa como principales argumentos que, si bien era necesaria una reforma con retoques que evitasen las «inconsecuencias formales y materiales» que habÃa en el momento, si se procediera a aprobar cambios radicales como los de Vidal, en 40 años «serian muy pocos los que leyesen los libros que poseemos», con lo que se aislarÃa «una inteligencia que ahora todos tenemos y podemos conservar solo á costa de continuar enseñando á los niños el valor de media docena de letras».
Además, defendÃa que el latÃn era útil para el mundo de la ciencia y la lengua escogida por «nuestra santa madre iglesia» para la liturgia. «Con las reglas de vd., los que no hayan de dedicarse á las ciencias, (…), se verán privados de aprender el ayudar á misa», aseguraba, comentando que en realidad la ortografÃa castellana ya era la envidia de los extranjeros por su sencillez y animando a Vidal a «dirigir á los franceses esa pretension de que emprendan una revolucion en su ortografÃa, que tienen grave necesidad de ella».
La dificultad de enseñar la be y la uve
Las del orensano fueron unas de las pocas palabras en contra que surgieron contra la propuesta de Vidal, que encontró en cambio en el sector de los maestros un apoyo casi incondicional. Ya el 17 de marzo de 1841, poco después del artÃculo, Francisco del Palacio Gómez animaba a los profesores de primeras letras a unirse «para ber si conseguimos llamar la atencion de la academia nacional»; y el mismo dÃa de la publicación del orensano un tal P. S. de B. proponÃa cambiar la ka («más difÃcil, tan poco usada y casi estraña á nuestra lengua») por la ce siempre para ese sonido fuerte y «dar a la sola h el sonido de ch», librando asà «a la h de eterna esclavitud». Además, apelaba a maestros, individuos de comisiones superiores y locales de instrucción primaria y a impresores a empezar a usar la ortografÃa reformada.
Los maestros basaban su apoyo en la dificultad de enseñar una ortografÃa casi sin reglas y ver «los apuros de la infanzia i el grandÃsimo trabajo ke se nezesita emplear para inkulkarla los primeros elementos del saber», según un informe leÃdo en la asociación de maestros de León en noviembre de 1842.
Esa reunión de profesores fue el primer paso de rebelión oficial. «No estamos bajo un gobierno liberal?», se preguntaban, «¿se nos podrá pribar por bentura ke eskribamos komo nos akomode?». ContinuarÃan enseñando la ortografÃa oficial, decÃan, pero les impondrÃan el nuevo sistema a los alumnos justo antes de graduarse, «rekomendándoles y akonsejándles ke kuando eskriban á sus amigos lo agan kon arreglo á dicho sistema».
Los profesores no fueron los únicos en adoptar la nueva ortografÃa. A finales de 1842, tanto el propio Fileto Vidal como un tal J.J. se hacen eco con alegrÃa del hecho de que un impresor, D.A. del Artiedal, haya empezado a publicar las poesÃas de Fray Luis de León adaptadas al nuevo sistema, y Vidal llama a los medios a ser los próximos en hacer el cambio. «¿Ce temen pues los demas? ¿La nota de ignorantes?», se preguntaba.
En 1843 la reforma continuó ganando adeptos. Desde profesores universitarios, como el doctor y catedrático VÃctor Zurita (BÃctor Zurita en la nueva ortografÃa), hasta medios como el Semanario de la instrucción pública (no es casualidad que sea el medio de los maestros) fueron uniéndose a la revolución ortográfica.
Estos últimos hicieron el cambio oficial en marzo de ese año, para mantener la coherencia con la asociación de maestros. «Abiendo resuelto la academia literaria zentral del instruczion primaria ce es llegado el tienpo de enprender la reforma en su totalidad, no estaria bien ce nosotros ce emos dado ejenplo en este asunto, siguiésemos indiferentes aora», decÃan en un comunicado.
Hay poco publicado sobre el tema durante el resto del año en los medios que se conservan en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional, pero se supone que la reforma continuó avanzando a buen paso y que los maestros empezaron de verdad a enseñar esa nueva ortografÃa, lo que obligó a Isabel II a intervenir en 1844 a golpe de decreto por petición del Consejo de Instrucción Pública.
Rebelión y decreto tuvieron un efecto colateral: la RAE dejó de ser lo flexible y abierta a reformas que habÃa sido hasta entonces. Entre 1741 y 1844 hubo nueve ediciones de la OrtografÃa de la lengua castellana; desde ese año hasta ahora, únicamente siete más. Quizá si los maestros no se hubiesen rebelado, la academia hubiese ido avanzando en su tarea reformista. I cizá entonzes aora escribirÃamos asà i nos parezerÃa lo más normal del mundo.
¡Yorokobu gratis en formato digital!
A principios de mayo de 1844, algunos periódicos españoles se hacÃan eco de un Real Decreto que ordenaba a los maestros de primeras letras enseñar a escribir «con arreglo á la ortografÃa adoptada por la real academia española». Además, «habiéndose notado que los mismos maestros en general cometen graves faltas en este punto», se avisaba de que en sus exámenes la ortografÃa empezarÃa a ser objeto «de un rigor especial, no aprobándose sino los que la tengan perfecta».
Y con esto, entre guerra carlista número uno y guerra carlista número dos, Isabel II puso fin a una rebelión que llevaba años fraguándose y que, de haber triunfado, habrÃa hecho que esto estuviese escrito de una forma muy distinta: una reforma radical de la ortografÃa española.
El origen más directo de esa rebelión de los maestros puede rastrearse hasta el 26 de febrero de 1841. Ese dÃa, El Eco del Comercio, uno de los diarios liberales más importantes de la época, publicó en portada un artÃculo firmado por Fileto Vidal y Vicente, un abogado de Zaragoza que proponÃa continuar con la reforma que ya habÃa eliminado de los textos castellanos letras como la equis (para el sonido de nuestra jota) o los dÃgrafos ph para /f/ y ch para /k/ (el cambio de Christo a Cristo).
«¿Por que son tan exactos y tan fieles con la etimolojia de unas voces y tan poco escrupulosos con la de otras como Pharmacia, Philosofia, Theatro, etc.?», se preguntaba, proponiendo eliminar otras letras que habÃan perdido sentido.
Su propuesta era sencilla: deshacerse de las letras inútiles o redundantes. Fuera la hache (ese «espantajo inútil»), la uve, la ce (se introduce la ka para el fonema/k/, el resto se escribe con zeta), la ‘qu’ y la necesidad de escribir ‘gu-‘ para conseguir el gutural suave cuando la ge va con e o i.
Su argumento era el clásico del ideal ortográfico en el que la lengua se escribe como se pronuncia —algo que, por otra parte, defendÃa ya entonces la RAE y por eso se habÃan introducido esas primeras reformas—, además de un extra patriótico que cargaba contra la teorÃa etimologista: «¿pues qué, tan buen recuerdo es el que nuestro idioma se deriba del latin, del godo y arabe? Pues es el recuerdo de nuestra debilidad, de nuestra esclavitud y de nuestra ignominia».
El abogado aragonés no fue el primero ni serÃa el último en proponer algo similar. Ya en 1492 la Gramática castellana de Antonio de Nebrija (la primera gramática dedicada a esta lengua) defendÃa que debÃamos «escrivir como pronunciamos i pronunciar como escrivimos» y en el siglo XVII el humanista Gonzalo Correas hizo su propuesta con la publicación de la Ortografia Kastellana nueva i perfeta. Casi contemporánea a la de Vidal —y en la que se cree que se inspiró—, la llamada «ortografÃa de Bello» quiso lograr esa correspondencia exacta entre pronunciación y escritura, y llegó a ser (parcialmente) la ortografÃa oficial en Chile durante 83 años.
El artÃculo de Vidal no cayó en saco roto: en los siguientes meses fueron apareciendo en distintos diarios, pero sobre todo en el propio El Eco del Comercio, reacciones a su propuesta, casi todas a favor. El único que se despachó en contra a gusto fue un lector que firmó su respuesta como «Orensano».
EsgrimÃa como principales argumentos que, si bien era necesaria una reforma con retoques que evitasen las «inconsecuencias formales y materiales» que habÃa en el momento, si se procediera a aprobar cambios radicales como los de Vidal, en 40 años «serian muy pocos los que leyesen los libros que poseemos», con lo que se aislarÃa «una inteligencia que ahora todos tenemos y podemos conservar solo á costa de continuar enseñando á los niños el valor de media docena de letras».
Además, defendÃa que el latÃn era útil para el mundo de la ciencia y la lengua escogida por «nuestra santa madre iglesia» para la liturgia. «Con las reglas de vd., los que no hayan de dedicarse á las ciencias, (…), se verán privados de aprender el ayudar á misa», aseguraba, comentando que en realidad la ortografÃa castellana ya era la envidia de los extranjeros por su sencillez y animando a Vidal a «dirigir á los franceses esa pretension de que emprendan una revolucion en su ortografÃa, que tienen grave necesidad de ella».
La dificultad de enseñar la be y la uve
Las del orensano fueron unas de las pocas palabras en contra que surgieron contra la propuesta de Vidal, que encontró en cambio en el sector de los maestros un apoyo casi incondicional. Ya el 17 de marzo de 1841, poco después del artÃculo, Francisco del Palacio Gómez animaba a los profesores de primeras letras a unirse «para ber si conseguimos llamar la atencion de la academia nacional»; y el mismo dÃa de la publicación del orensano un tal P. S. de B. proponÃa cambiar la ka («más difÃcil, tan poco usada y casi estraña á nuestra lengua») por la ce siempre para ese sonido fuerte y «dar a la sola h el sonido de ch», librando asà «a la h de eterna esclavitud». Además, apelaba a maestros, individuos de comisiones superiores y locales de instrucción primaria y a impresores a empezar a usar la ortografÃa reformada.
Los maestros basaban su apoyo en la dificultad de enseñar una ortografÃa casi sin reglas y ver «los apuros de la infanzia i el grandÃsimo trabajo ke se nezesita emplear para inkulkarla los primeros elementos del saber», según un informe leÃdo en la asociación de maestros de León en noviembre de 1842.
Esa reunión de profesores fue el primer paso de rebelión oficial. «No estamos bajo un gobierno liberal?», se preguntaban, «¿se nos podrá pribar por bentura ke eskribamos komo nos akomode?». ContinuarÃan enseñando la ortografÃa oficial, decÃan, pero les impondrÃan el nuevo sistema a los alumnos justo antes de graduarse, «rekomendándoles y akonsejándles ke kuando eskriban á sus amigos lo agan kon arreglo á dicho sistema».
Los profesores no fueron los únicos en adoptar la nueva ortografÃa. A finales de 1842, tanto el propio Fileto Vidal como un tal J.J. se hacen eco con alegrÃa del hecho de que un impresor, D.A. del Artiedal, haya empezado a publicar las poesÃas de Fray Luis de León adaptadas al nuevo sistema, y Vidal llama a los medios a ser los próximos en hacer el cambio. «¿Ce temen pues los demas? ¿La nota de ignorantes?», se preguntaba.
En 1843 la reforma continuó ganando adeptos. Desde profesores universitarios, como el doctor y catedrático VÃctor Zurita (BÃctor Zurita en la nueva ortografÃa), hasta medios como el Semanario de la instrucción pública (no es casualidad que sea el medio de los maestros) fueron uniéndose a la revolución ortográfica.
Estos últimos hicieron el cambio oficial en marzo de ese año, para mantener la coherencia con la asociación de maestros. «Abiendo resuelto la academia literaria zentral del instruczion primaria ce es llegado el tienpo de enprender la reforma en su totalidad, no estaria bien ce nosotros ce emos dado ejenplo en este asunto, siguiésemos indiferentes aora», decÃan en un comunicado.
Hay poco publicado sobre el tema durante el resto del año en los medios que se conservan en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional, pero se supone que la reforma continuó avanzando a buen paso y que los maestros empezaron de verdad a enseñar esa nueva ortografÃa, lo que obligó a Isabel II a intervenir en 1844 a golpe de decreto por petición del Consejo de Instrucción Pública.
Rebelión y decreto tuvieron un efecto colateral: la RAE dejó de ser lo flexible y abierta a reformas que habÃa sido hasta entonces. Entre 1741 y 1844 hubo nueve ediciones de la OrtografÃa de la lengua castellana; desde ese año hasta ahora, únicamente siete más. Quizá si los maestros no se hubiesen rebelado, la academia hubiese ido avanzando en su tarea reformista. I cizá entonzes aora escribirÃamos asà i nos parezerÃa lo más normal del mundo.
Me ha encantado el artÃculo, gracias Ana!!
Las lenguas y su evolución a lo largo del tiempo son fascinantes, no tenÃa ni idea de que en español antes se escribiera el fonema f con ph en vez de con f por ejemplo. Yo al menos estoy contento de que Isabel II interviniera, aunque no habrÃa notado el cambio obviamente. Te animo a que sigas escribiendo artÃculos de esta Ãndole
InteresantÃsimo, documentado, y bien explicado… ¡Gracias!
La lengua y la ortografÃa son temas que me interesan mucho y me ha resultado muy interesante el artÃculo (espero que haya más después de esta primera aportación).
¡Enhorabuena! (o enorabuena de acuerdo a aquellos maestros…)
Galegas colonizadas escribiendo sobre la apasionante historia de la lengua castellana
Aguardo con impaciencia un próximo artÃculo sobre las vicisitudes de la ortografÃa galego-portuguesa y el decreto Filgueira y tal…ay no, que de Galiza solo escribe la Bulnes para hablar de tópicos XD
Por lo demás, interesante el artÃculo
Mira Manuel Seco Reymundo ( diccionario sobre dudas. RAE)
O mais engrazado da xentalla hipster/moderna galega é que ademais de anglófilos como todo hipster tambén son castellanófilos empedernidos.
Las lenguas naturales son lenguas “vivas”, las hace, corrige y modifica el pueblo. Por lo tanto son susceptibles de continuos cambios a través de los años, siglos. Además las lenguas naturalrd son MUY IRREGULARES, en su grafÃa y en su fonética. ¡¡¡ Aguante el esperanto !!!
Realmente poco importa en estos dÃas lo que pueda o no decir la RAE, el pueblo está tomando el toro por las astas y escribiendo como le place.
En lo particular y sin importar las imposiciones de la Real Academia Española, hago uso de la @ ante palabras que tienen que ver con el género y no pueden ser especificadas directamente, sea por artÃculo o porque el mismo término ya indica género, por ejemplo al referirme a los alumnos y alumnas simplemente escribo l@s alumn@s.
Hay una errata. Deriva no se escribe con b.
«¿pues qué, tan buen recuerdo es el que nuestro idioma se DERIVA del latin, del godo y arabe? Pues es el recuerdo de nuestra debilidad, de nuestra esclavitud y de nuestra ignominia».
Me autocontesto: es una cita y estaba escrito asÃ. Pensaba que era del cuerpo del artÃculo. No hay errata. 😀
Gracias de todas maneras Gaizka. Nos gusta tener lectores con ojo avizor 🙂
Comentarios cerrados.