En cualquier caso, el mensaje, la sÃntesis, es positiva. En las decenas de incursiones que la televisión ha hecho en la mente humana, la ciencia ficción siempre ha imperado sobre todo lo demás. Si hablamos de enfermedades mentales, la estigmatización y la representación extrema de sus males se llevan la palma.
En Maniac, a pesar de la membrana fantasiosa –encabezada por un fabuloso aura retrofuturista– que recubre toda la historia, las tornas se intercambian para dejar espacio a un diálogo más intimista, más real.
«Supuestamente nos deberÃan amar indicionalmente, pero las familias tienen un montón de condiciones», dice el propio Owen en uno de sus sueños inducidos durante el ensayo.
Tres pastillas. A, B y C. Tres fases que van desde la agonÃa a la confrontación, pasando por una fase de revelación de los mecanismos de defensa y escondites de la mente. Tres fases, a su vez, conectadas al GRTA, un ordenador apodado Gertie con capacidad para sentir, programado para controlar y monitorizar el ensayo.
Es en esas idas y venidas incorpóreas de los personajes cuando Cary Joji Fukunaga saca al cineasta que lleva dentro: el popurrà de referencias a pelÃculas como Arizona Baby, El señor de los anillos, Dr. Strangelove o Matrix convierte las fases del ensayo en una colección de comedias en las que Owen y Annie van sorteando los obstáculos que su mente les tiene preparados.
Esos de los que despertamos atónitos, preguntándonos cómo hemos sido capaces de recordar esa figura del pasado; cuestionándonos cómo algo a lo que no damos demasiada importancia, en realidad, atormenta a nuestra mente.
De eso trata, al fin y al cabo, Maniac. De un viaje que deconstruye las dolencias mentales de sus protagonistas para llegar hasta la reconciliación, hasta la paz interior. Una exploración que, por el camino, nos descubre a nosotros mismos como seres que amamos, lloramos y sufrimos por cosas de las que ni siquiera somos plenamente conscientes.
La computadora GRTA completa la fábula: su inteligencia artificial, basada en una humana, se enamora de uno de los doctores y empieza a experimentar cosas que nunca antes habÃa sentido. Un ordenador que se vuelve emocionalmente inestable es la perfecta representación de las imperfecciones de nuestra mente. Una imperfección insalvable, incluso para los personajes de ficción de Maniac.
En cualquier caso, el mensaje, la sÃntesis, es positiva. En las decenas de incursiones que la televisión ha hecho en la mente humana, la ciencia ficción siempre ha imperado sobre todo lo demás. Si hablamos de enfermedades mentales, la estigmatización y la representación extrema de sus males se llevan la palma.
En Maniac, a pesar de la membrana fantasiosa –encabezada por un fabuloso aura retrofuturista– que recubre toda la historia, las tornas se intercambian para dejar espacio a un diálogo más intimista, más real.
«Supuestamente nos deberÃan amar indicionalmente, pero las familias tienen un montón de condiciones», dice el propio Owen en uno de sus sueños inducidos durante el ensayo.
Tres pastillas. A, B y C. Tres fases que van desde la agonÃa a la confrontación, pasando por una fase de revelación de los mecanismos de defensa y escondites de la mente. Tres fases, a su vez, conectadas al GRTA, un ordenador apodado Gertie con capacidad para sentir, programado para controlar y monitorizar el ensayo.
Es en esas idas y venidas incorpóreas de los personajes cuando Cary Joji Fukunaga saca al cineasta que lleva dentro: el popurrà de referencias a pelÃculas como Arizona Baby, El señor de los anillos, Dr. Strangelove o Matrix convierte las fases del ensayo en una colección de comedias en las que Owen y Annie van sorteando los obstáculos que su mente les tiene preparados.
Esos de los que despertamos atónitos, preguntándonos cómo hemos sido capaces de recordar esa figura del pasado; cuestionándonos cómo algo a lo que no damos demasiada importancia, en realidad, atormenta a nuestra mente.
De eso trata, al fin y al cabo, Maniac. De un viaje que deconstruye las dolencias mentales de sus protagonistas para llegar hasta la reconciliación, hasta la paz interior. Una exploración que, por el camino, nos descubre a nosotros mismos como seres que amamos, lloramos y sufrimos por cosas de las que ni siquiera somos plenamente conscientes.
La computadora GRTA completa la fábula: su inteligencia artificial, basada en una humana, se enamora de uno de los doctores y empieza a experimentar cosas que nunca antes habÃa sentido. Un ordenador que se vuelve emocionalmente inestable es la perfecta representación de las imperfecciones de nuestra mente. Una imperfección insalvable, incluso para los personajes de ficción de Maniac.