Maravillas de la ingenierÃa: el sistema que rescató a Londres de sus excrementos

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Londres amaneció hundida en la mierda. Un hedor insoportable se extendió por la ciudad en el verano de 1858. El viento lanzaba ráfagas de aire fétido que se instalaba en las fosas nasales de sus habitantes. No distinguÃa entre clases sociales. Los niños de la calle que inspiraron a Dickens lo sufrÃan al igual que los privilegiados parlamentarios británicos.
La Cámara de los comunes se reunió ese verano en su parlamento recién reconstruido a orillas del Támesis. El personal del edificio añadió una capa de cloruro de calcio a las cortinas de la sala de reuniones para hacer el olor más soportable. Pero sirvió de poco. El rÃo estaba completamente cubierto de deposiciones humanas. La estirada élite victoriana pasó el verano con el gesto torcido.
El pánico se instaló entre los ciudadanos. HabÃa una creencia extendida entre la población y los médicos de que las enfermedades se transmitÃan por el aire. Respirar mierda no era solo profundamente desagradable. Además, pensaban erróneamente que podÃa transmitir una enfermedad con desenlaces fatales. Las epidemias de cólera eran frecuentes.
El brillante médico John Snow fue capaz de demostrar ya en 1855 que esta enfermedad se transmitÃa por el consumo de agua contaminada pero fue ignorado por el establishment médico, según cuenta el blog Meridianos.
Estos dos meses pestilentes fueron bautizados como ‘The Great Stink’ (El gran hedor) y desencadenarÃan la creación del sistema de alcantarillado más moderno que se habÃa creado hasta entonces. Un proyecto tan bien diseñado que sigue en uso hoy en dÃa y que acabarÃa eliminando casi por completo los brotes de cólera. Eso lo demostró todo. John Snow llevaba razón.
La solución a este problema yacÃa en los cajones del escritorio de Joseph Bazalgette. El ingeniero jefe del Metropolitan Board of Works, el organismo de obra pública de la ciudad, llevaba siete años luchando para crear un sistema de alcantarillas integrado que pudiese aliviar este problema. El revuelo causado ese verano convenció al primer ministro, Benjamin Disraeli, para desbloquear los fondos necesarios y apoyar al fin su plan con 3 millones de libras esterlinas.
- Emblema del Metropolitan Board of Works/Jaypeg reproducido bajo lic. CC
 ¿Cómo habÃa llegado Londres hasta aquÃ?
El Gran Hedor fue consecuencia de décadas de mala planificación. La población de Londres pasó de 950.000 a 2.8 millones de habitantes entre 1801 y 1861. Pese a este crecimiento espectacular, no fue hasta 1853 cuando se creó un organismo que centralizase la obra pública en la ciudad, el Metropolitan Board of Works.
Cada barrio o distrito se encargaba de su parcela. No habÃa comunicación entre los más de 250 organismos y distritos de la ciudad.
La mayor parte de las deposiciones humanas se introducÃan en más de 200.000 fosas sépticas que frecuentemente se veÃan desbordadas. Los que no se podÃan permitir pagar el precio de llevarlas a estas cloacas acababan arrojando sus necesidades a la calle.
Las alcantarillas antiguas estaban diseñadas para prevenir las inundaciones, no para distribuir las aguas negras de una población que crecÃa sin cesar. Todos estos tributarios desembocaban en el Támesis y asà convirtieron el rÃo en un gigantesco estercolero.
Una vez en el rÃo, las mareas cambiantes se encargaban de mover las aguas negras de un lado a otro de la ciudad. Cuando no habÃa lluvia, el agua quedaba varada.
La creciente utilización de los váteres con cisterna aumentaron la presión sobre el sistema, ya que requerÃan grandes cantidades de agua.
La solución
El plan de Bazalgette consistÃa en crear un sistema subterráneo de alcantarillas que aprovechaban la orografÃa de la capital británica. «Londres está construido sobre las pendientes de un valle. Si podemos interceptar las alcantarillas existentes antes de que lleguen a los rÃos, podemos seguir el trazado del valle del Támesis para sacar los residuos de la ciudad», explica The Sewer King, en un documental de la BBC que cuenta la vida del ingeniero.
Las deposiciones viajarÃan debajo de la tierra para aprovechar la gravedad natural proporcionada por la inclinación del valle. Las aguas fecales del nortel de la ciudad acababan en Abbey Mills. Las del sur en Crossness. En estos dos lugares se construyeron enormes plantas de bombeo para subir los residuos a embalses subterráneos que almacenaban las aguas negras.
Cuando la marea favorecÃa el flujo de agua hacia el mar, se abrÃan las compuertas y se permitÃa sacar las aguas residuales al rÃo de forma controlada, para evitar que volviesen a introducirse en la ciudad. (Más adelante las plantas depuradoras permitirÃan tratar y reciclar mejor estas aguas pero para la época era tremendamente avanzado).
Las construcciones de Bazalgette eran como bulevares subterráneos con techos altos recubiertos de ladrillo. En total, se instalaron 133 kilómetros de alcantarillas principales y 1770 kilómetros de cloacas más pequeñas.
«Abrieron literalmente cada calle de la ciudad. Las ilustraciones de la época ridiculizaron a Bazalgette retratándolo como un topo destructivo que se estaba comiendo la ciudad. Le acusaron de ser un trastornado, pero el tiempo le acabarÃa dando la razón», explica Halliday en su libro. Él era un hombre paciente, acostumbrado a tener que luchar por sus ideas, «pero casi siempre desde la calma».
El material empleado fue inmenso. Trescientos dieciocho millones de ladrillos y 800.000 metros cúbicos de cemento Portland, un ingrediente nuevo en la época. Para garantizar la solidez del sistema, Bazalgette realizó pruebas de resistencia a uno de cada 10 sacos que le entregaban para asegurar la calidad de los materiales.
Bazalgette supervisando la construcción de alcantarillas en las inmediaciones de Abbey Mills en 1862
La fase más importante del proyecto finalizó en 1865 con la inauguración del sistema por parte del prÃncipe de Gales. Después de muchos años de escepticismo, el responsable de obras públicas fue jaleado por su trabajo.
Paradójicamente, la vuelta del cólera a la ciudad en 1867 acabarÃa reforzando la importancia del proyecto de Bazalgette. El brote ocurrió en la zona este de la ciudad, la única que no habÃa instalado el nuevo sistema del ingeniero. El resto de la ciudad no tuvo ningún tipo de brote de la epidemia.
El nacimiento de la planificación urbana moderna
Una de las fases más innovadores del proyecto fue la construcción de los llamados embankments (diques) de Victoria, Albert y Chelsea. A orillas del rÃo Támesis, el ingeniero creó gigantescas alcantarillas que interceptaban todo las aguas negras que se dirigÃan al rÃo y lo llevaban a las plantas de Abbey Mills y Crossness.
Pero su función no se limitó a eso. Se ganó terreno al rÃo Támesis para instalar canales de tuberÃas de gas y túneles de metro y muelles para los barcos. «Ninguna infraestructura hasta la época habÃa logrado solucionar tantas cosas a la vez», según Halliday. En la parte superior de estos diques se construyeron aceras y se plantaron árboles para que los ciudadanos pudiesen caminar a orillas del rÃo.

Construir alcantarillas no era tan vistoso como proyectar puentes y parques, algo que acabarÃa haciendo también Bazalgette. Ni tenÃa el caché que tenÃa proyectar iglesias, ministerios o universidades. Pero fue la construcción que más vidas salvó en Londres durante el siglo XIX y se convirtió en el primer sistema integrado de alcantarillas en el mundo occidental, siguiendo la estela de los romanos casi 2000 años antes.
Los datos le darÃan la razón. En 1900 las muertes por cólera no llegaban al centenar. En 1832 murieron más de 50.000 personas por esta enfermedad en Londres. «A lo largo de la historia, la causa número 1 de muertes ha sido la contaminación del agua. Durante los años 30 del siglo XIX, la mortalidad infantil era cercana al 50%. La mayorÃa morÃa a causa de enfermedades relacionadas con la falta de separación entre las aguas residuales y las que eran para consumo humano», cuenta Stephen Halliday en su libro The Great Stink of London.
Hoy en dÃa, existe un grupo de aficionados a explorar las alcantarillas que se hacen llamar Drainers. Las incursiones en el interior del subsuelo londinense lideradas por colectivos Substorm Flow permiten ver el estado actual de una de las obras de ingenierÃa más espectaculares del siglo XIX que sigue siendo la columna vertebral de la gestión de residuos de Londres 150 años después.
Fuentes: The Great Stink of London, The Sewer King, Wikimedia commons
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Londres amaneció hundida en la mierda. Un hedor insoportable se extendió por la ciudad en el verano de 1858. El viento lanzaba ráfagas de aire fétido que se instalaba en las fosas nasales de sus habitantes. No distinguÃa entre clases sociales. Los niños de la calle que inspiraron a Dickens lo sufrÃan al igual que los privilegiados parlamentarios británicos.
La Cámara de los comunes se reunió ese verano en su parlamento recién reconstruido a orillas del Támesis. El personal del edificio añadió una capa de cloruro de calcio a las cortinas de la sala de reuniones para hacer el olor más soportable. Pero sirvió de poco. El rÃo estaba completamente cubierto de deposiciones humanas. La estirada élite victoriana pasó el verano con el gesto torcido.
El pánico se instaló entre los ciudadanos. HabÃa una creencia extendida entre la población y los médicos de que las enfermedades se transmitÃan por el aire. Respirar mierda no era solo profundamente desagradable. Además, pensaban erróneamente que podÃa transmitir una enfermedad con desenlaces fatales. Las epidemias de cólera eran frecuentes.
El brillante médico John Snow fue capaz de demostrar ya en 1855 que esta enfermedad se transmitÃa por el consumo de agua contaminada pero fue ignorado por el establishment médico, según cuenta el blog Meridianos.
Estos dos meses pestilentes fueron bautizados como ‘The Great Stink’ (El gran hedor) y desencadenarÃan la creación del sistema de alcantarillado más moderno que se habÃa creado hasta entonces. Un proyecto tan bien diseñado que sigue en uso hoy en dÃa y que acabarÃa eliminando casi por completo los brotes de cólera. Eso lo demostró todo. John Snow llevaba razón.
La solución a este problema yacÃa en los cajones del escritorio de Joseph Bazalgette. El ingeniero jefe del Metropolitan Board of Works, el organismo de obra pública de la ciudad, llevaba siete años luchando para crear un sistema de alcantarillas integrado que pudiese aliviar este problema. El revuelo causado ese verano convenció al primer ministro, Benjamin Disraeli, para desbloquear los fondos necesarios y apoyar al fin su plan con 3 millones de libras esterlinas.
- Emblema del Metropolitan Board of Works/Jaypeg reproducido bajo lic. CC
 ¿Cómo habÃa llegado Londres hasta aquÃ?
El Gran Hedor fue consecuencia de décadas de mala planificación. La población de Londres pasó de 950.000 a 2.8 millones de habitantes entre 1801 y 1861. Pese a este crecimiento espectacular, no fue hasta 1853 cuando se creó un organismo que centralizase la obra pública en la ciudad, el Metropolitan Board of Works.
Cada barrio o distrito se encargaba de su parcela. No habÃa comunicación entre los más de 250 organismos y distritos de la ciudad.
La mayor parte de las deposiciones humanas se introducÃan en más de 200.000 fosas sépticas que frecuentemente se veÃan desbordadas. Los que no se podÃan permitir pagar el precio de llevarlas a estas cloacas acababan arrojando sus necesidades a la calle.
Las alcantarillas antiguas estaban diseñadas para prevenir las inundaciones, no para distribuir las aguas negras de una población que crecÃa sin cesar. Todos estos tributarios desembocaban en el Támesis y asà convirtieron el rÃo en un gigantesco estercolero.
Una vez en el rÃo, las mareas cambiantes se encargaban de mover las aguas negras de un lado a otro de la ciudad. Cuando no habÃa lluvia, el agua quedaba varada.
La creciente utilización de los váteres con cisterna aumentaron la presión sobre el sistema, ya que requerÃan grandes cantidades de agua.
La solución
El plan de Bazalgette consistÃa en crear un sistema subterráneo de alcantarillas que aprovechaban la orografÃa de la capital británica. «Londres está construido sobre las pendientes de un valle. Si podemos interceptar las alcantarillas existentes antes de que lleguen a los rÃos, podemos seguir el trazado del valle del Támesis para sacar los residuos de la ciudad», explica The Sewer King, en un documental de la BBC que cuenta la vida del ingeniero.
Las deposiciones viajarÃan debajo de la tierra para aprovechar la gravedad natural proporcionada por la inclinación del valle. Las aguas fecales del nortel de la ciudad acababan en Abbey Mills. Las del sur en Crossness. En estos dos lugares se construyeron enormes plantas de bombeo para subir los residuos a embalses subterráneos que almacenaban las aguas negras.
Cuando la marea favorecÃa el flujo de agua hacia el mar, se abrÃan las compuertas y se permitÃa sacar las aguas residuales al rÃo de forma controlada, para evitar que volviesen a introducirse en la ciudad. (Más adelante las plantas depuradoras permitirÃan tratar y reciclar mejor estas aguas pero para la época era tremendamente avanzado).
Las construcciones de Bazalgette eran como bulevares subterráneos con techos altos recubiertos de ladrillo. En total, se instalaron 133 kilómetros de alcantarillas principales y 1770 kilómetros de cloacas más pequeñas.
«Abrieron literalmente cada calle de la ciudad. Las ilustraciones de la época ridiculizaron a Bazalgette retratándolo como un topo destructivo que se estaba comiendo la ciudad. Le acusaron de ser un trastornado, pero el tiempo le acabarÃa dando la razón», explica Halliday en su libro. Él era un hombre paciente, acostumbrado a tener que luchar por sus ideas, «pero casi siempre desde la calma».
El material empleado fue inmenso. Trescientos dieciocho millones de ladrillos y 800.000 metros cúbicos de cemento Portland, un ingrediente nuevo en la época. Para garantizar la solidez del sistema, Bazalgette realizó pruebas de resistencia a uno de cada 10 sacos que le entregaban para asegurar la calidad de los materiales.
Bazalgette supervisando la construcción de alcantarillas en las inmediaciones de Abbey Mills en 1862
La fase más importante del proyecto finalizó en 1865 con la inauguración del sistema por parte del prÃncipe de Gales. Después de muchos años de escepticismo, el responsable de obras públicas fue jaleado por su trabajo.
Paradójicamente, la vuelta del cólera a la ciudad en 1867 acabarÃa reforzando la importancia del proyecto de Bazalgette. El brote ocurrió en la zona este de la ciudad, la única que no habÃa instalado el nuevo sistema del ingeniero. El resto de la ciudad no tuvo ningún tipo de brote de la epidemia.
El nacimiento de la planificación urbana moderna
Una de las fases más innovadores del proyecto fue la construcción de los llamados embankments (diques) de Victoria, Albert y Chelsea. A orillas del rÃo Támesis, el ingeniero creó gigantescas alcantarillas que interceptaban todo las aguas negras que se dirigÃan al rÃo y lo llevaban a las plantas de Abbey Mills y Crossness.
Pero su función no se limitó a eso. Se ganó terreno al rÃo Támesis para instalar canales de tuberÃas de gas y túneles de metro y muelles para los barcos. «Ninguna infraestructura hasta la época habÃa logrado solucionar tantas cosas a la vez», según Halliday. En la parte superior de estos diques se construyeron aceras y se plantaron árboles para que los ciudadanos pudiesen caminar a orillas del rÃo.

Construir alcantarillas no era tan vistoso como proyectar puentes y parques, algo que acabarÃa haciendo también Bazalgette. Ni tenÃa el caché que tenÃa proyectar iglesias, ministerios o universidades. Pero fue la construcción que más vidas salvó en Londres durante el siglo XIX y se convirtió en el primer sistema integrado de alcantarillas en el mundo occidental, siguiendo la estela de los romanos casi 2000 años antes.
Los datos le darÃan la razón. En 1900 las muertes por cólera no llegaban al centenar. En 1832 murieron más de 50.000 personas por esta enfermedad en Londres. «A lo largo de la historia, la causa número 1 de muertes ha sido la contaminación del agua. Durante los años 30 del siglo XIX, la mortalidad infantil era cercana al 50%. La mayorÃa morÃa a causa de enfermedades relacionadas con la falta de separación entre las aguas residuales y las que eran para consumo humano», cuenta Stephen Halliday en su libro The Great Stink of London.
Hoy en dÃa, existe un grupo de aficionados a explorar las alcantarillas que se hacen llamar Drainers. Las incursiones en el interior del subsuelo londinense lideradas por colectivos Substorm Flow permiten ver el estado actual de una de las obras de ingenierÃa más espectaculares del siglo XIX que sigue siendo la columna vertebral de la gestión de residuos de Londres 150 años después.
Fuentes: The Great Stink of London, The Sewer King, Wikimedia commons
Increible articulo, es una lastima que ustedes no tengan tantos comentarios en su pagina como deberian; informativo y divertido, mis mas sinceras felicitaciones al autor
Excelente trabajo
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