¿Sabes lo que es una página en blanco? ¡Por lo pronto, esto que estás leyendo no lo es! Resulta que hace un tiempo leímos un libro titulado Cien maneras de escribir una introducción: Catálogo de ideas para escritores. Se trata de una edición escasa, proscrita, imposible de encontrar. Hablamos de una rareza tal que el Libro de recetas del anarquismo es, a su lado, la edición del Marca del día posterior al gol de Iniesta en la final del Mundial de Sudáfrica. Leímos ese innombrable libro y aprovechamos bien el tiempo.
Si nos sigues mínimamente, ya sabrás que nos cuesta estar callados. Eso no es siempre una buena noticia, pero asumamos que ahora sí lo es. Nos ha dado por tratar de ayudar a los que quieren escribir y se quedan en blanco, a los que no saben por dónde comenzar una historia o a los que no tienen demasiadas ganas de idear un pie para ponerse a escribir.
Hemos sido capaces de enfrentarnos a una hoja en blanco que es, entre nosotros, la cosa blanca más aterradora que uno se puede echar a la cara. Más que el Yeti. Más que un fantasma mellado cuya sábana ha sido lavada con lejía. Mucho, mucho más que el menos guapo de los hermanos Calatrava disfrazado de Mick Jagger y rebozado en harina de freír. Marcianadas by Yorokobu es un comodín creativo que debería –si no lo pierdes, si no lo regalas, si no lo vendes para evitar el embargo de tu vivienda– acompañarte y sugerirte unos cuantos caminos que transitar. Marcianadas by Yorokobu es una recopilación de sugerencias para escribir: ejercicios para ser minucioso y detallista en cada paso de la narración; inicios de historias que invitan, o casi obligan, a ponerse en la piel de alguien que no has sido nunca; puntos de partida para tránsitos por irrealidades desorbitantes, delirios de lo más surrealistas o temas sobre los cuales es muy probable que no tengas ni puñetera idea y sobre los que tendrás que investigar un poco para crear una historia creíble.
Desde ese momento, todas las decisiones son responsabilidad tuya, sobre todo el color del bolígrafo con el que escribes, que es lo más importante, alma de cántaro. Al final, como la mayoría de las cosas en la vida, son todo excusas para intentar alcanzar un estado de mayor realización y felicidad del que disfrutabas antes de tener el libro en tus manos. Es decir, todo esto va de que trates de pensar, de crear, de reír y de pasarlo bien porque eso precisamente, pasarlo bien, es lo único que dignifica la vida de los seres humanos. Al menos de los hedonistas, que son los que últimamente nos caen mejor.
El libro se incluye en la colección Libros Singulares de Ediciones Paidós y está a la venta en las principales librerías de esta realidad nacional a la que llamamos España. En cualquier caso, si no quieres salir a la inhóspita urbe en su búsqueda, nosotros te lo enviamos con nuestra ya tradicional costumbre de no cobrarte los gastos de envío. Solo tienes que seguir este enlace y completar tu pedido.
Y ahora, EL CONCURSO
Lo que vais a leer a continuación es uno de esos comienzos de historia que el libro recopila. Todo lo que tienes que hacer es completar con él un relato de unas cien palabras y dejarlo en los comentarios de este post, un poco más abajo. Los tres relatos que más sorprendentes nos parezcan se llevan un ejemplar de Marcianadas by Yorokobu a casa. Tenéis hasta el domingo 23 a las 23.59 h para dejar vuestra historia. Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Y ahora, amigos, a escribir.
— Actualización: Aquí tenéis a los tres ganadores. ¡Gracias a todos por participar!
¿Sabes lo que es una página en blanco? ¡Por lo pronto, esto que estás leyendo no lo es! Resulta que hace un tiempo leímos un libro titulado Cien maneras de escribir una introducción: Catálogo de ideas para escritores. Se trata de una edición escasa, proscrita, imposible de encontrar. Hablamos de una rareza tal que el Libro de recetas del anarquismo es, a su lado, la edición del Marca del día posterior al gol de Iniesta en la final del Mundial de Sudáfrica. Leímos ese innombrable libro y aprovechamos bien el tiempo.
Si nos sigues mínimamente, ya sabrás que nos cuesta estar callados. Eso no es siempre una buena noticia, pero asumamos que ahora sí lo es. Nos ha dado por tratar de ayudar a los que quieren escribir y se quedan en blanco, a los que no saben por dónde comenzar una historia o a los que no tienen demasiadas ganas de idear un pie para ponerse a escribir.
Hemos sido capaces de enfrentarnos a una hoja en blanco que es, entre nosotros, la cosa blanca más aterradora que uno se puede echar a la cara. Más que el Yeti. Más que un fantasma mellado cuya sábana ha sido lavada con lejía. Mucho, mucho más que el menos guapo de los hermanos Calatrava disfrazado de Mick Jagger y rebozado en harina de freír. Marcianadas by Yorokobu es un comodín creativo que debería –si no lo pierdes, si no lo regalas, si no lo vendes para evitar el embargo de tu vivienda– acompañarte y sugerirte unos cuantos caminos que transitar. Marcianadas by Yorokobu es una recopilación de sugerencias para escribir: ejercicios para ser minucioso y detallista en cada paso de la narración; inicios de historias que invitan, o casi obligan, a ponerse en la piel de alguien que no has sido nunca; puntos de partida para tránsitos por irrealidades desorbitantes, delirios de lo más surrealistas o temas sobre los cuales es muy probable que no tengas ni puñetera idea y sobre los que tendrás que investigar un poco para crear una historia creíble.
Desde ese momento, todas las decisiones son responsabilidad tuya, sobre todo el color del bolígrafo con el que escribes, que es lo más importante, alma de cántaro. Al final, como la mayoría de las cosas en la vida, son todo excusas para intentar alcanzar un estado de mayor realización y felicidad del que disfrutabas antes de tener el libro en tus manos. Es decir, todo esto va de que trates de pensar, de crear, de reír y de pasarlo bien porque eso precisamente, pasarlo bien, es lo único que dignifica la vida de los seres humanos. Al menos de los hedonistas, que son los que últimamente nos caen mejor.
El libro se incluye en la colección Libros Singulares de Ediciones Paidós y está a la venta en las principales librerías de esta realidad nacional a la que llamamos España. En cualquier caso, si no quieres salir a la inhóspita urbe en su búsqueda, nosotros te lo enviamos con nuestra ya tradicional costumbre de no cobrarte los gastos de envío. Solo tienes que seguir este enlace y completar tu pedido.
Y ahora, EL CONCURSO
Lo que vais a leer a continuación es uno de esos comienzos de historia que el libro recopila. Todo lo que tienes que hacer es completar con él un relato de unas cien palabras y dejarlo en los comentarios de este post, un poco más abajo. Los tres relatos que más sorprendentes nos parezcan se llevan un ejemplar de Marcianadas by Yorokobu a casa. Tenéis hasta el domingo 23 a las 23.59 h para dejar vuestra historia. Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Y ahora, amigos, a escribir.
— Actualización: Aquí tenéis a los tres ganadores. ¡Gracias a todos por participar!
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Lo he conseguido. Ingeniería industrial, master en navegación aeroespacial, infinidad de cursos de ingles, años de duro trabajo y esfuerzo físico. Ahora, puedo llevarte donde tu soñabas. Me lo dejaste claro, cuando todas las noches apuntabas con tu dedo a esa esfera brillante en el cielo. No dejabas de mirarla, no hablabas. Hija, me he convertido en piloto oficial de los cruceros lunares, y te pido que me des una oportunidad, para que conozcas a tu madre acompañándome. Por fin podrás tocar la Luna”
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Lo siento, no tuve otra opción, estaba obligada ha hacerlo, se que no podre darte estos 18 años, pero almenos espero que me perdones.
Le dije a la CIA que te dieran esta carta si por desgracia no podía contartelo personalmente por razones lógicas.
Tu madre era agente secreta especializada en la búsqueda i captura de narcos, y eso mismo hice con José Martínez, conocido jefe de una organización criminal de Colombia, pero su hijo Ramón juro vengarse i tuve que huir.
He estado estos ultimos años escondida, solo he salido de casa quatro veces en 18 años, pero no me arrepiento de nada, salvo de no haber podido ver crecer a mi hija, el ser que mas he querido i por la que he luchado siempre, solo deseaba que supieras esto y pudieras perdonarme.
Espero que nunca leas esta carta, y que pueda ser yo misma quien algún día te cuente el porque de esa huida, sino es el caso, y esta carta llega a tus manos, que sepas que tu madre nunca se olvido de ti y siempre estuviste presente en mis pensamientos.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Querida Ana:
¿Respetaron tu nombre? Para mí siempre serás Ana, como yo.
Yo también soy huérfana. Nunca supe nada de mi padre, y mi madre no superó el parto. Cuando te abandoné decidí que trabajaría duro para ayudarte en el futuro, así que durante estos años me he dedicado a estudiar. Me matriculé en Física, y ahora soy investigadora.
Y he descubierto cómo viajar en el tiempo.
Necesito que continúes la investigación. Lo harás, lo sé. Experimentarás contigo misma y viajarás al pasado. Allí tendrás una hija que se llamará Ana, y morirás en el parto.
Lo harás, porque si no, no estarías leyendo estas líneas.”
Pero si muere en el parto, ¿cómo la abandona en el convento?
¡Paradojas espacio-temporales!
“Querida” fue la primera palabra que se le ocurrió, mientras contuvo las ganas de arrugar el papel. “Esta carta es…” dudó cómo continuar… “complicada. Te pido, por favor, que termines de leerla. Luego, si aún…” Esbozó una tenue línea en la esquina superior izquierda de la amarillenta hoja de papel. Por un instante pensó en dibujar un pequeño corazón o una flor, pero se contuvo -Demasiado tonto- suspiró. “Puedo decirte que no imagino que es crecer sin tu madre a tu lado, pero puedo decirte que si sé lo que es vivir sin mi hija.” Las palabras se le atragantaron en algún lugar entre el esófago y las yemas de los dedos. “Si has llegado hasta esta línea, por favor, llámame” Garabateó un número. “Quiero decirte tanto”.
Llegaste a este convento hace dieciocho años, como yo, y ya es hora de marchar.
Hemos crecido juntas, compartiendo la vida diaria y acompañándonos en una soledad especulativa; porque cada vez que echabas de menos a la madre que te había abandonado, ahí estaba yo, la madre que te había recogido. ¡Y cuántas veces me habrá llamado Madre sin saber que de verdad lo era!
Hija, entré al convento para poder estar cerca de ti, tenía tu edad y ningún recurso.Con el tiempo me convertí en Madre y pude ahorrar una considerable suma gracias a la venta de mis galletas de jengibre. Déjame ir contigo y viviremos como Madre e Hija, como siempre.
“Querida Libertad,
Te escribo para presentarme. Soy tu madre. Cuando te tuve, estaba cumpliendo condena por un terrible error que cometí. Preferí que te criaran estas buenas gentes, por las que doy gracias todos los días, a que crecieras en la cárcel.
Poco después, conseguí escaparme. Quería ser tu madre, pero no podía llevarte conmigo. Llegué a México y abrí un chiringuito de paella en Cancún. Al ser el primero, creció como la espuma.
Dieciocho años he esperado a que seas mayor de edad, a que no haya peligro de ser detenida, para pedirte que vengas conmigo. No dudes de que siempre te he querido. Te espero en esta playa de aguas cristalinas, como tus ojos. Esos que tanto deseo ver.
Te quiere,
Mamá.”
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Querida hija:
Si estás leyendo esta carta es que dispones de ojos funcionales, lo cual es bueno. Y de habilidades lectoras, lo cual es aún mejor. Yo ahora no dispongo ni de lo uno ni de lo otro, pues tuve que empeñar mis ojos, mi oreja izquierda y dos dedos de un pie para pagar deudas.
Ya sabes que te abandoné por falta de dinero. Y porque a mí nadie me avisó de que tener hijos era incompatible con mi labor como criadora de caimanes cleptómanos. Pero mira el lado positivo. No tuviste que disputarte los juguetes con fauces deseosas de triturar carne inocente. Eso es bueno para la integridad física. Y diría que hasta para la moral. En cualquier caso, ahora las cosas han cambiado. Me sobra el dinero. Pero no el instinto maternal. Así que ahí va un cheque. Hala, a disfrutar de la vida.”
Querido hijo:
He hecho dos cosas buenas a lo largo de mi vida: Una es crear vida: tener hijos, la otra es no quedarme con ellos. En contra de lo que pueda parecer, es un acto de generosidad. Si un día me conoces, lo comprenderás.
No he tenido una vida ejemplar: he jugado, he bebido (mucho), he tomado drogas o si acaso las drogas me tomaron a mí. He dormido en edificios abandonados y en edificios ocupados, en celdas, en barracones oscuros y hediondos.
He descargado fardos de noche en calas apartadas, he esperado en callejones, he buscado a personas que no querían ser encontradas… y para su desgracia las he encontrado.
Puede que me odies. El abandono duele. Pero antes de lamentar una vida en soledad, párate a pensar un momento: ¿Habrías estado mejor a mi lado?
Hija,
Me pudo el miedo. Y la incultura.
Yo no sabía que teníamos antepasados de color, y aunque lo hubiese sabido, no habría sido capaz de comprender por qué tú tienes el pelo tan rizado, esos labios carnosos y un color canela.
Yo no lo habría entendido, ni tu padre, ni tus abuelos, ni la gente de alrededor. En aquellos tiempos sólo entendíamos el “¿qué diran?”
No te escribo buscando tu perdón, ni tratando de conocerte y recuperar el tiempo perdido (cosa que me encantaría; ver como has crecido y cambiado y que tú veas como como he crecido y cambiado yo emocionalmente).
Te escribo para que sepas que no te abandoné yo, sino mi incultura.
Hija mía, sólo quiero pedirte que sigas leyendo esta carta… al final podrás quemarla. Conocía el convento y sabía que en él serías cuidada y querida. Entonces yo era más pobre que una rata, se vive mal de inventor, y tu madre era una… simplemente se largó. Era tan pobre que robaba solo para entrar en la cárcel y tener comida y un techo. Pasé 17 años defendiéndome a mordiscos y arañazos porque siempre he sido un pusilánime. Pensaba en ti y en mi invento… Hace 1 año lo patenté y ahora te espero en mi chalet. Te quiero. Ven.
Querida mía,
Sé que en el siglo XXI ya no se lleva lo de dejar cunas en la puerta de un convento, pero no tenía alternativa ni tiempo para los trámites de la adopción. Tuve que marcharme a Inglaterra huyendo de tu padre, que a gritos me prometió que la próxima vez que nos viéramos sería para mí la última. En Bristol me mantuve a mí misma con las propinas que ganaba entre café y café. Allí le conocí. Nuestra situación era parecida, así que enseguida empezamos a convivir y a compartir gastos. Se nos ocurrió la idea de crear una app para lectores. La patentamos y desarrollamos y en trece meses empezó a generar beneficios y a los tres años ya éramos ricos. Te pido que nos encontremos cara a cara para contarte los detalles.
Siempre te quise.
Hola. Te habrás dado cuenta que la vida nada tiene que ver con la ficción (no tanto en el contenido, sino más bien en la forma). No vivimos de principio a fin leyendo nuestras pasiones de izquierda a derecha. No empezamos por la secuencia 1 y terminamos por la 16. La vida no es camino, ni se hace camino al andar, pues la mayoría de gente vive reptando, dando saltitos o haciendo la croqueta.
Así es como yo lo percibo. Por eso no tienes que preocuparte por esta carta; no decidas si es importante o no para ti. Para mi sólo es otro garabato y ya no espero que acabe significando algo. Me apetecía escribirte y te he escrito. Punto.
Enfádate conmigo o no lo hagas, pero acepta un consejo: vive impulsivamente el máximo de tiempo que puedas, porqué es la única manera de ser libre. Y no pierdas tiempo haciéndote preguntas sin respuesta como “¿porqué me escribes una carta con semejante caligrafía pudiendo teclear un mail?”
Hola hija,
llevo muchos años esperando a que seas mayor de edad para poder invitarte a que te reúnas conmigo en la isla Nublar. Sé que es una locura, ¿qué no lo es en esta vida?:
Tras dejarte, me aceptaron en un programa de educación para adultos. Con suerte y tesón, terminé doctorándome becada en Genética en Harvard. En un congreso me abordó un inglés llamado John Hammond. Era bastante excéntrico, pero agradable, y me habló de un proyecto que tenía en mente, instándome a unirme. No pude negarme.
No puedo decir más en esta carta, todo lo que rodea al proyecto es altamente secreto, pero te ruego que te unas a mí, que me visites sólo una vez si quieres, y conozcas mi vida, mis sueños, y lo impredecible, hermosa y fascinante que puede ser la vida. Llámame cuando puedas. Y lee algún libro sobre dinosaurios.
Te quiere,
Mamá.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Estimada,
No te he visto en años pero tengo tu cara grabada en mi pecho. El problema es que el tatuador estaba borracho y no se parece tanto a ti, pero no te preocupes, ya tengo cita para ir a cubrirmelo. Quiero ir a conocerte, aunque las madres no quieren que me acerque al convento, aún recuerdan las noticias en dónde mi rostro salía iluminado por los flashes de la cámara, periodistas aún preguntándome en dónde se encontraban los cuerpos de las otras mujeres. Pero a mí nunca me importaron ellas, solo tú. Mañana iré a por ti a la medianoche, necesito que traigas un rosario, las tijeras del jardinero y dos bolsas grandes de basura. Vamos a terminar todo esto antes de que nos vuelvan a separar. Sabrás reconocerme, estaré sin camisa debajo de tu ventana.
¿Estás lista? La aventura apenas comienza”.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Querida hija desconocida.
Para superar el dolor de abandonarte, he imaginado todos estos años que eras una super heroína. Soñaba que salvabas a ancianas de ser asesinadas, que eras capaz de volar, llenar un camión cisterna y vaciarlo sobre un bosque en llamas.
Lo siento, es la única manera que tenía de sentirme orgullosa de mi, a través de ti, de tus falsas hazañas.
No te conozco. No se si eres buena persona o si quizás también tu serías capaz de abandonar un bebé como hice yo (tal vez también lo has hecho). Espero que no seas perfecta y que entiendas mi dolor, yo soy incapaz de entender el tuyo, porque yo tuve una madre y tu quizás no la has tenido.
Ahora solo quiero saber que quieres verme, nunca seré tu madre ni tu mi hija, pero al menos, me gustaría no ser una desconocida para ti.
Espero tu llamada.
¡Vamos! ¡Sálvame una vez mas!
Querida Maconda, hija, hace unos años tuvimos que separarnos. Las condiciones de Guazú en aquel momento no eran las apropiadas para estar juntas. Además, mi trabajo no era el mejor y tampoco el más envidiado. Pintarse los labios de rosa boreal, vestir corto y fingir felicidad ante los galácticos, era la única opción para sobrevivir en aquella galaxia. Ya tu comprenderás.
Hoy, las cosas no son tan diferentes como antes, claro, ya tengo un trabajo más decente, reparo androides en Xiux, lugar donde habito actualmente, pero sigo extrañándote e imaginándome lo bella que eres. Pelo color violeta, quizás, piel apiñonada como tu abuelo Coquín, nariz respingada como tu abuela, en fin, así es como te sueño en este tu cumpleaños número 18 dieciocho.
Sé que has decidido no dirigirme la palabra, pero espero que con esta carta entiendas al menos el porqué de mi decisión.
Yo nací sintiéndome mujer. De joven, me protegía del calvario que suponía tener atributos masculinos con vestidos y ‘cuidando’ un bebé de juguete. Pero mi madre me descubrió y, espantada, me echó de casa. Hizo que llevara mi parafernalia femenina al contenedor de Cáritas de un convento y me separé de mi feminidad y de mi bebé, mi única felicidad. Han pasado ya dieciocho años de eso.
En aquella época, sin recursos, conocí a tu madre. Ella intentó que me aceptara como hombre y me dio una familia. Sin embargo, nunca dejé de sentirme una persona que no era.
Por eso, ahora que ya tienes edad suficiente como para entenderlo, me voy a hacer la operación de cambio de sexo.
Pero no temas, siempre seré tu padre.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Hola, mi querida Braulia.
Aún recuerdo la sorpresa de todos cuando empezaste a llorar. Lo varones nacen sanos, pero Monseñor siempre se los lleva. Las niñas sin embargo… bueno, las niñas nunca lo consiguen. Tú eres la primera que ha nacido dentro del convento. Tuve que abandonarte para que él pensara había huido contigo. Perdona que me ponga melancólica; debes de tener más dudas que nunca. Pero ha llegado el momento de que recibas esa explicación por la que rogabas durante los implacables entrenamientos a los que te sometían las Hermanas.
Desde hace siglos la Sombra gobierna nuestra institución, pero que nacieras niña te hizo especial y pudimos entrenarte según los antiguos manuscritos para plantarles cara. Monseñor es un Procreator y ahora que tienes 18 años, querrá reunirse contigo en la capilla como hizo con todas nosotras. Intentará seducirte para engendrar otro varón y aumentar su ejercito. Es un amante excelso y muy bien dotado pero tú no puedes sucumbir. Tú no.
Coge todas tus armas, sobre todo el Sacramentador, y en cuanto se muestre vulnerable, ¡acaba con su fuente de poder! ¡Tú eres la Chousenguan¡ Te estaré esperando en el Vaticano preparando tu siguiente batalla.
Te quiere, mamá.
PD: Evita usar agua bendita, todavía no estás lista para enfrentarte a su forma final.
Querida y siempre amada hija mía,
te escribo con lágrimas en los ojos, embargada por la emoción de dirigirme a tí y expresarte todo mi amor puro y sincero.
Desde que te abandoné a las puertas del Covento han sido 18 años sufridos por el dolor, la angustia y la penitencia de no tenerte a mi lado.
Hoy te vi en el periódico: “Joven promesa con voz prodigiosa, abandonada de bebé en el conocido bar de copas “El Convento”, firma contrato millonario para importante sello discográfico”.
Ahora más que nunca necesitas de una madre.
Llámame y… “pelillos a la mar”.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Hija, no tengo mucho tiempo, así que seré breve. Tu vida corre peligro. Siempre he estado vigilándote desde las sombras y protegiendote en la medida de los posible, pero esto se me escapa de las manos. Te dejé ahí para que no te vieras envuelta en esta absurda guerra por el trono de ese submundo de muerte y destrucción. Eres especial y sé que eres capaz de triunfar donde yo no lo hice. Aun así, no puedo obligarte a tomar mi mismo camino. Reúnete conmigo dentro de dos lunas en ese parque detrás del orfanato si quieres saber más. En caso contrario destruye esta carta y huye de esta ciudad. En cualquier caso… te quiero Alice…
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Hola, soy tu padre, Manolo. Mira, hija, me fui porque estaba hecho una mierda, tu madre no hacía más que beber por la depresión postparto y fue idea mia el dejarte a mejor recaudo. Ahora tu madre, por desgracia, ya no está, pero no te preocupes, conseguí salir adelante y ahora tengo un buen futuro que ofrecerte. ¿Han pasado 18 años, no? Ahora eres mayor de edad y puedes decidir. No quiero ponerte en un compromiso pero… ¿Qué te parece si me ayudas a montar una empresa de radiadores? A ver, la idea la tengo más o menos, tú solo tendrías que poner buena cara al cliente mientras yo le explico cómo funciona la cosa. Estaba pensando en ofrecer también aire acondicionado y así tenemos para verano e invierno, ¿qué te parece? Bueno, ¿y tú qué tal con las monjas y eso? ¿te trataron bien? ¿aprendiste mucho? Llámame y me cuentas 😉 +34 234 43 33 24”
Esa noche perdí a tu madre, fue más de lo que podía soportar y tú me la recordabas, no podía hacerlo. Decidí que dedicaría mi vida a recuperarla. Estudié mucho, e investigué mucho más, buscando la forma de regresar el tiempo, quizás. Pero es inútil, sólo puede hacerlo Dios y en su sabiduría ha decidido que no es apropiado. Aunque trabaje una eternidad no voy a traerla de vuelta. A partir de una muestra de su ADN he logrado proyectar sus recuerdos, su vida. No te escribo pidiendo que me perdones por algo que no se puede perdonar. Entiendo que tal vez no quieras verme, pero conócela, ven a verme al laboratorio y conoce a tu madre. La mejor mujer que el mundo jamás te dejó ver, la mujer que te esperaba como el tesoro que eres, la mujer junto a la cual, quizás, yo hubiera sido un buen padre para ti.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Querido Frank:
No se ni cómo empezar esta carta. Hace 18 años, la vida era muy diferente. Era una joven perdida, sin rumbo ni aspiraciones, y las drogas alucinógenas eran un camino fácil hacia la diversión. Cuando dí a luz, tu pequeña carita rosada me miró con odio, llorando y berreando con todo el odio del mundo en tus ojos. Fue producto del LSD el que viese en tus ojos los del mismísimo Lucifer. Intenté acabar con tu vida, pero tu llanto se aferraba a la vida, y tomé la decisión de dejarte con las personas que pudiesen combatir contra el demonio que tenías dentro. Cuando me dí cuenta de mi locura, ya no había marcha atrás. Ahora que eres mayor y he conseguido salir de ese mundo turbio, me gustaría verte y explicarte todo mejor. Siempre que hayas sido bautizado claro.
Con cariño, Ángeles.”
A estas alturas te habrás percatado de que no eres todo lo normal que te gustaría. ¿Una chica de 18 años con membranas entres los dedos, ojos con visión nocturna, un pequeño cuerno en el entrecejo y con cierta facilidad para que se le desprenda la piel? Imagino que no serás la más popular del instituto. Al menos yo no lo fui en mi breve periplo por la Tierra. Salvo en aquel verano del 95 en que, al ritmo de El Tiburón (he escuchado la nueva versión, ¡qué ultraje!), me enamoré de un chico bajito, algo regordete y con cierta adicción al Tang que me inició, torpemente, en las artes amatorias humanas. Es una pena que, según la tradición de mi planeta, tuviera que engullirlo tras recibir su semilla. Después de concebirte regresé a mi hogar y te dejé con aquellas amables monjas a cambio de llevar un mensaje a su Señor. Ten por seguro que es un lugar mejor del que yo procedo. Si quieres comunicarte conmigo, tercera estrella de Orión a la izquierda. Tengo Wi-Fi
Soy Amalia, tu madre.
Ni tu ni yo tuvimos nada que ver con tu nacimiento.
A mi me apetecia y tu fuiste la consecuencia.
No quiero tu agradecimiento si eres feliz,
ni admito tu repulsa si desgraciada.
Como el protocolo establece una relación madre-hija
y para romper las costumbres hay que probarlas
te invito a que nos conozcamos si eso te place.
No voy a mentir si me disgustas y no permitiré que me lisonjees.
Si tienes dieciocho años es porque los has cumplido,
observa que la condena siempre es voluntaria.
Y no olvides que el amor no sabe de parentescos,
estos son cosa de comercio.
La madre que te parió.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“No sé cómo te llamas. Nunca te he buscado. Sólo sé que hoy es tu cumpleaños y que el año que naciste sufrimos una ola de frío en Europa. Puedes googlearlo si quieres.
Piensa en la nieve, fría, pesada bajo unos zapatos. Eso soy yo para ti. Nada más que agua. Sólo tu origen . No busques porqués, razones o historias de novela. No las hay. Todo es más simple que eso.
Hoy necesito que sepas que debes conocer gente. Rodéate de ella. Sé humilde y haz aquello que te inspire y te permita soñar. Y sobre todo nunca dejes que decidan por ti. Yo lo hice una vez. Solo una. Y llevo 18 años arrepintiéndome de ello.”
Todavía recuerdo el frío de aquella noche de Noviembre hace 18 años. Me bastó ver tus pequeñas y entumecidas manos para saber que no podría darte el futuro que merecías. Desesperada, anduve contigo en brazos durante horas hasta ir a parar a la puerta de aquel convento. Pasaron dos años tras aquel día y cuando creí que no te volvería a ver, allí estabas tú. A veces el destino tiene esa forma curiosa de brindarnos una segunda oportunidad. Me debatí entre la huida y la redención cuando entré como sirvienta a la casa de tu nueva familia.
Pero no pude negarme a vivir tus primeros pasos. Tampoco me habría perdonado no haberte recogido a la salida de tu primer día de colegio. Ni no haber secado tus primeras lágrimas de desamor. Y ni mucho menos no asistir a cada uno de tus cumpleaños. Hoy cumples 18 años y la vida te brinda el futuro que se me privó darte. Me marcho otra vez, pero con la felicidad de haberte acompañado durante estos 16 años. Ahora caminarás sola, sin mi mano entrelazada con la tuya. Pero siempre me tendrás a tu lado si llevas esa medallita que compré el día de tu nacimiento y de la que no conocías el significado. Perdóname.
Y gracias por existir, Alma.
Te quiere, mamá.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Me dan mucho miedo estas líneas, pues sé que dependo de ellas. Es como jugarse todo a una carta, sabiendo que la eterna dicha o desdicha se deciden aquí. Poder abrazar un trocito de mí, hecha hoy una mujer; o conocer tu odio. Te otorgué tres regalos y un castigo: la vida, tus ojos y la libertad de escoger abrazarme; pero el terrible castigo de llevar sola tus tres regalos. El mío ha sido vivir con el miedo como compañero. Sigo teniéndolo. Te imagino leyendo estas líneas. Me tiembla la mano, y el alma. Te quiere, hasta doler, tu madre.”
Necesitaba escribirte, pero por un tema de egoísmo personal. Siempre he sido egoísta. Hijo único, ya me entiendes. Obviamente no sabrás quién soy; yo tampoco sé quién eres tú, solo que fui uno de los culpables de haberte traído a este mundo. Perdón. Cuando decidimos tenerte yo no sabía nada, cambiaba de parecer como quien se cambia de calzoncillos. Bueno, y tu madre, ni te digo. Nos abandonó de la noche a la mañana. Me dejó con el alquiler, las facturas, contigo… me volví loco. Perdí el norte y te abandoné en un convento. Me fui de la ciudad e intenté cambiar, pero al final he acabado heredando la fortuna del cabrón de tu abuelo. ¿Quién lo iba a decir? Es irónico, pero cuando me muera, quiero que tú seas mi heredera. Hija.
Quizás leer a una desconocida no te produzca nada, quizás la propia vida dejó en ti algún tipo de conexión, una chispa, que no has podido esquivar y ahora a pesar del tiempo y la falta de vínculo, a pesar de que he sido un cero en tu día a día, sientas que todo ocurre con un motivo y sepa explicarte que traerte aquí es algo que me dejó marcada de manera irreversible. Me fuí lejos pensando que huir era la solución y ahora vengo cargada de respuestas. En estos años no he dejado de trabajar y hacerme fuerte, cada uno tiene su atalaya, y ahora vuelvo con la capacidad de poder darte un futuro y un amor capaz, eso es, un amor sin restos de un momento complicado que en el pasado no entendía y me superaba. Lo siento, porque tuve que ser egoísta, pero no existe en este mundo nadie que pueda querer y cuidar desde un agujero, desde el desconcierto. Ahora, que es todo lo que tenemos, un ahora transparente, quiero mirarte a los ojos y que me mires sintiendo ese misterio recóndito que nos une. No tengo una historia extraordinaria que contarte, pero sí puedo darte cosas verdaderas que antes eran difusas como el humo.
Querida Margarita,
Porque en mi cabeza, te has llamado Margarita todos estos años. He procurado guiar mi vida en la creencia de que no hay un mejor momento para hacer las cosas: no hubo un buen momento para dejarte, ni lo hay para volver; no habrá un buen momento para que leas esto, ni lo habrá para contestarme. El momento, querida niña, es ahora. Tras dieciocho años de silencio y de espera, he decidido aprovechar mi momento y te invito a reunirte conmigo mañana al mediodía, en la cafetería que sigue abierta frente al convento. Te esperan un ramo de rosas y todas las respuestas.
Un abrazo,
Tu otra “mamá”
El padre Francisco escribe por mí. No sé leer y apenas conozco unas palabras de castellano.
Tuve un bebé que murió nada más nacer. El chamán dijo que era una maldición por haber aceptado como pareja a uno de los hombres con barba. A ti te alejaron inmediatamente, si te miraba correrías la misma suerte. Te llevaron a la ciudad de las mujeres de blanco. Las llaman madres, ibas a estar bien. Cada vez que escuchaba las campanas rezaba al dios Arco Iris, para que nunca faltara color en tu vida. Siempre serás mi “sonjo guaguacha”(bebita de corazón).
Pronto me reuniré con los cóndores. No tengo miedo, ahora que sabes lo mucho que te quiero.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Querida hija:
Llueve ahí fuera y debe hacer frío. Ese frío que he sufrido tanto Eva, tanto…pero ya no. Por una vez en mi vida me siento a salvo. ¿Sabías que hay pastillas para dejar de pasar hambre? con ellas y esta estufa consigo recordar y entender.
Cariño, me llevé a María porque necesitaba intentarlo de nuevo. Ella era tu tercera hija pero era idéntica a ti: la misma mirada ausente, el mismo cuerpecillo, frágil y hermoso. Tú siempre has huido de mí, me has culpado ferozmente de tus tormentos. María era mi segunda oportunidad y le ofrecí todo mi amor, pero no era suficiente. Un día temprano vi que no abría los ojitos y tuve que dejarla a buen recaudo. Sí, Eva, María está con las monjas clarisas de Toledo. Hoy hace 18 años, seguro que te acuerdas, ¿verdad?
Es tan bonita, y lista, Eva…Os quiero con locura a las dos. Dios siempre lo ha sabido y estoy segura de que así lo entenderéis vosotras también.
Hija: dejé mi vida sin tu vida por mi mal seso.
Fui al mar, salí de él. Robé por no oír mamá. Soñé que todo iría bien y parí otra vez. No fue así, tu tata yace al lado de mi casa. Morí con ella, sólo hay ya en mí esta pena que me mata. Mi cara ya no es la de la que te dejó allí ese mal día.
Al fin, tuve este raro mal que no deja caer de mi mano o mi boca nada con más de dos más dos aes, oes, eses…
Un beso, Mamá
En el 96, hija, yo tampoco sabía quién era tu padre. Qué iba yo a saber, madremía, si acaba de llegar aquí sin saber nada de la vida, desde mi añorada aldeíta de San Ignacio, en un lugar remoto de Belice.
Añorada ahora, porque por entonces yo estaba hasta la cofia de semejante tipo de vida. Pero ya sabes (o quizás no, ahí dentro vete tú a saber) que los amish son bastante rencorosos, y eso de volver después de pasarme 18 años livin la vida loca, como se dice aquí en Miami, pues como que no. Pero en fin, no me arrepiento. Viví la vida, trabajé en lo que pude, aunque fuera limpiando casas de multimillonarios, e hice todo lo que quise, como gastarme el poco dinero que llegué a ganar. Luego te tuve, aunque no pude tenerte… Las monjitas fueron la única solución.
Pero ahora ya no. Ahora tienes 18. Y tienes las pruebas de ADN a mejor precio que nunca. Solo te falta lo más valioso que yo te puedo dar. Una información que espero sepas usar, hija mía: Julio Iglesias es tu padre. Y –ahora– lo sabes.
En el 96, hija, yo tampoco sabía quién era tu padre. Qué iba yo a saber, madremía, si acababa de llegar aquí sin saber nada de la vida, desde mi añorada aldeíta de San Ignacio, en un lugar remoto de Belice.
Añorada ahora, porque por entonces yo estaba hasta la cofia de semejante tipo de vida. Pero ya sabes (o quizás no, ahí dentro vete tú a saber) que los amish son bastante rencorosos, y eso de volver después de pasarme 18 años livin la vida loca, como se dice aquí en Miami, pues como que no. Pero en fin, no me arrepiento. Viví la vida, trabajé en lo que pude, aunque fuera limpiando casas de multimillonarios, e hice todo lo que quise, como gastarme el poco dinero que llegué a ganar. Luego te tuve, aunque no pude tenerte… Las monjitas fueron la única solución.
Pero ahora ya no. Ahora tienes 18. Y tienes las pruebas de ADN a mejor precio que nunca. Solo te falta lo más valioso que yo te puedo dar. Una información que espero sepas usar, hija mía: Julio Iglesias es tu padre. Y –ahora– lo sabes.
Hija mía:
Mi confesión es dolorosa y desconcertante, pero ya va siendo hora que conozcas nuestra historia.
Soy la hermana Teresa, sí, tu madre. Cuatro meses antes de que tu nacieras me fui con la excusa de cuidar a mi convaleciente padre. El convento fue para mí la única escapatoria para no casarme joven y aprender letras. No me fui cuando caí en estado porque era la mejor vida que te podía ofrecer.
Como sabes, hace dos años dejé el convento, ahora soy costurera en la capital, he esperado a que fueras mayor de edad para que cuentes con tu libertad.
Entenderé tu silencio,
Te quiere y añora,
Teresa.
Cada año se hace más difícil escribir esta carta. Ya van dieciocho, pero duele como el primer día. Sigues siendo mi luz, mi faro, mi guía, mi horizonte. La razón por la que levantarme cada mañana y la que me quita el sueño cada noche.
Créeme, tengo tantas ganas como miedo. Ganas de ganar contigo, de abrazarte y decirte que todo va a salir bien. Y miedo a que me tengas miedo y a que esta vez seas tú la que me saque de tu vida.
Cada año se hace más difícil escribir esta carta y ya van dieciocho. Algún día te las enviaré todas, pero no será hoy. Hoy vuelve a ganar el miedo.
Siempre nos acaba matando algún tipo de distancia. La que hay entre un latido y el siguiente o en mi caso, 121 pasos. Los que hay que dar para subir la cuesta que va al convento. 121 interminables pasos que ojalá no hubiera tenido que dar nunca.
Y es que tu recuerdo ya no vale, cuesta. Y cuesta demasiado.
Por eso he decidido calzarme mis mejores zapatos y volver sobre mis pasos, que son los tuyos. 119, 120, ¡y 121! He vuelto a subir la cuesta y créeme, no podría tener unas vistas más espectaculares que a ti.
Si todavía quieres, estoy fuera.
Mi niña me fui a la mar, a contar las olas y ahí me quedé.Eres hija del amor.Eres hija de los naranjos en flor.No me contuve ni un momento en dejarte. Me estorbabas para mi futuro,no me siento culpable.Solo decirte que cuando el azahar este en flor es el día en que te concebí,no te dejo más palabras,si aún sigues con vida , vívela y nunca mires para atrás.
Hola, querida,
Te dijeron que te abandoné, pero no es cierto.
Las monjas te raptaron.
Bueno, vale, eso tampoco es verdad.
Hicimos un trueque. Y sí, esto es cierto. Yo les di a mi bebé y ellas me dieron una caja de pastas artesanas.
Lo sé, es duro saber que eres mercancía, pero ahora que tienes 18 años y estás en edad de trabajar pensé que era la mejor lección que podía enseñarte como madre.
Atentamente,
La señora que te cambió por unas pastas para el café.
A.k.a. tu madre.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Lo he conseguido. Ingeniería industrial, master en navegación aeroespacial, infinidad de cursos de ingles, años de duro trabajo y esfuerzo físico. Ahora, puedo llevarte donde tu soñabas. Me lo dejaste claro, cuando todas las noches apuntabas con tu dedo a esa esfera brillante en el cielo. No dejabas de mirarla, no hablabas. Hija, me he convertido en piloto oficial de los cruceros lunares, y te pido que me des una oportunidad, para que conozcas a tu madre acompañándome. Por fin podrás tocar la Luna”
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Lo siento, no tuve otra opción, estaba obligada ha hacerlo, se que no podre darte estos 18 años, pero almenos espero que me perdones.
Le dije a la CIA que te dieran esta carta si por desgracia no podía contartelo personalmente por razones lógicas.
Tu madre era agente secreta especializada en la búsqueda i captura de narcos, y eso mismo hice con José Martínez, conocido jefe de una organización criminal de Colombia, pero su hijo Ramón juro vengarse i tuve que huir.
He estado estos ultimos años escondida, solo he salido de casa quatro veces en 18 años, pero no me arrepiento de nada, salvo de no haber podido ver crecer a mi hija, el ser que mas he querido i por la que he luchado siempre, solo deseaba que supieras esto y pudieras perdonarme.
Espero que nunca leas esta carta, y que pueda ser yo misma quien algún día te cuente el porque de esa huida, sino es el caso, y esta carta llega a tus manos, que sepas que tu madre nunca se olvido de ti y siempre estuviste presente en mis pensamientos.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Querida Ana:
¿Respetaron tu nombre? Para mí siempre serás Ana, como yo.
Yo también soy huérfana. Nunca supe nada de mi padre, y mi madre no superó el parto. Cuando te abandoné decidí que trabajaría duro para ayudarte en el futuro, así que durante estos años me he dedicado a estudiar. Me matriculé en Física, y ahora soy investigadora.
Y he descubierto cómo viajar en el tiempo.
Necesito que continúes la investigación. Lo harás, lo sé. Experimentarás contigo misma y viajarás al pasado. Allí tendrás una hija que se llamará Ana, y morirás en el parto.
Lo harás, porque si no, no estarías leyendo estas líneas.”
Pero si muere en el parto, ¿cómo la abandona en el convento?
¡Paradojas espacio-temporales!
“Querida” fue la primera palabra que se le ocurrió, mientras contuvo las ganas de arrugar el papel. “Esta carta es…” dudó cómo continuar… “complicada. Te pido, por favor, que termines de leerla. Luego, si aún…” Esbozó una tenue línea en la esquina superior izquierda de la amarillenta hoja de papel. Por un instante pensó en dibujar un pequeño corazón o una flor, pero se contuvo -Demasiado tonto- suspiró. “Puedo decirte que no imagino que es crecer sin tu madre a tu lado, pero puedo decirte que si sé lo que es vivir sin mi hija.” Las palabras se le atragantaron en algún lugar entre el esófago y las yemas de los dedos. “Si has llegado hasta esta línea, por favor, llámame” Garabateó un número. “Quiero decirte tanto”.
Llegaste a este convento hace dieciocho años, como yo, y ya es hora de marchar.
Hemos crecido juntas, compartiendo la vida diaria y acompañándonos en una soledad especulativa; porque cada vez que echabas de menos a la madre que te había abandonado, ahí estaba yo, la madre que te había recogido. ¡Y cuántas veces me habrá llamado Madre sin saber que de verdad lo era!
Hija, entré al convento para poder estar cerca de ti, tenía tu edad y ningún recurso.Con el tiempo me convertí en Madre y pude ahorrar una considerable suma gracias a la venta de mis galletas de jengibre. Déjame ir contigo y viviremos como Madre e Hija, como siempre.
“Querida Libertad,
Te escribo para presentarme. Soy tu madre. Cuando te tuve, estaba cumpliendo condena por un terrible error que cometí. Preferí que te criaran estas buenas gentes, por las que doy gracias todos los días, a que crecieras en la cárcel.
Poco después, conseguí escaparme. Quería ser tu madre, pero no podía llevarte conmigo. Llegué a México y abrí un chiringuito de paella en Cancún. Al ser el primero, creció como la espuma.
Dieciocho años he esperado a que seas mayor de edad, a que no haya peligro de ser detenida, para pedirte que vengas conmigo. No dudes de que siempre te he querido. Te espero en esta playa de aguas cristalinas, como tus ojos. Esos que tanto deseo ver.
Te quiere,
Mamá.”
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Querida hija:
Si estás leyendo esta carta es que dispones de ojos funcionales, lo cual es bueno. Y de habilidades lectoras, lo cual es aún mejor. Yo ahora no dispongo ni de lo uno ni de lo otro, pues tuve que empeñar mis ojos, mi oreja izquierda y dos dedos de un pie para pagar deudas.
Ya sabes que te abandoné por falta de dinero. Y porque a mí nadie me avisó de que tener hijos era incompatible con mi labor como criadora de caimanes cleptómanos. Pero mira el lado positivo. No tuviste que disputarte los juguetes con fauces deseosas de triturar carne inocente. Eso es bueno para la integridad física. Y diría que hasta para la moral. En cualquier caso, ahora las cosas han cambiado. Me sobra el dinero. Pero no el instinto maternal. Así que ahí va un cheque. Hala, a disfrutar de la vida.”
Querido hijo:
He hecho dos cosas buenas a lo largo de mi vida: Una es crear vida: tener hijos, la otra es no quedarme con ellos. En contra de lo que pueda parecer, es un acto de generosidad. Si un día me conoces, lo comprenderás.
No he tenido una vida ejemplar: he jugado, he bebido (mucho), he tomado drogas o si acaso las drogas me tomaron a mí. He dormido en edificios abandonados y en edificios ocupados, en celdas, en barracones oscuros y hediondos.
He descargado fardos de noche en calas apartadas, he esperado en callejones, he buscado a personas que no querían ser encontradas… y para su desgracia las he encontrado.
Puede que me odies. El abandono duele. Pero antes de lamentar una vida en soledad, párate a pensar un momento: ¿Habrías estado mejor a mi lado?
Hija,
Me pudo el miedo. Y la incultura.
Yo no sabía que teníamos antepasados de color, y aunque lo hubiese sabido, no habría sido capaz de comprender por qué tú tienes el pelo tan rizado, esos labios carnosos y un color canela.
Yo no lo habría entendido, ni tu padre, ni tus abuelos, ni la gente de alrededor. En aquellos tiempos sólo entendíamos el “¿qué diran?”
No te escribo buscando tu perdón, ni tratando de conocerte y recuperar el tiempo perdido (cosa que me encantaría; ver como has crecido y cambiado y que tú veas como como he crecido y cambiado yo emocionalmente).
Te escribo para que sepas que no te abandoné yo, sino mi incultura.
Hija mía, sólo quiero pedirte que sigas leyendo esta carta… al final podrás quemarla. Conocía el convento y sabía que en él serías cuidada y querida. Entonces yo era más pobre que una rata, se vive mal de inventor, y tu madre era una… simplemente se largó. Era tan pobre que robaba solo para entrar en la cárcel y tener comida y un techo. Pasé 17 años defendiéndome a mordiscos y arañazos porque siempre he sido un pusilánime. Pensaba en ti y en mi invento… Hace 1 año lo patenté y ahora te espero en mi chalet. Te quiero. Ven.
Querida mía,
Sé que en el siglo XXI ya no se lleva lo de dejar cunas en la puerta de un convento, pero no tenía alternativa ni tiempo para los trámites de la adopción. Tuve que marcharme a Inglaterra huyendo de tu padre, que a gritos me prometió que la próxima vez que nos viéramos sería para mí la última. En Bristol me mantuve a mí misma con las propinas que ganaba entre café y café. Allí le conocí. Nuestra situación era parecida, así que enseguida empezamos a convivir y a compartir gastos. Se nos ocurrió la idea de crear una app para lectores. La patentamos y desarrollamos y en trece meses empezó a generar beneficios y a los tres años ya éramos ricos. Te pido que nos encontremos cara a cara para contarte los detalles.
Siempre te quise.
Hola. Te habrás dado cuenta que la vida nada tiene que ver con la ficción (no tanto en el contenido, sino más bien en la forma). No vivimos de principio a fin leyendo nuestras pasiones de izquierda a derecha. No empezamos por la secuencia 1 y terminamos por la 16. La vida no es camino, ni se hace camino al andar, pues la mayoría de gente vive reptando, dando saltitos o haciendo la croqueta.
Así es como yo lo percibo. Por eso no tienes que preocuparte por esta carta; no decidas si es importante o no para ti. Para mi sólo es otro garabato y ya no espero que acabe significando algo. Me apetecía escribirte y te he escrito. Punto.
Enfádate conmigo o no lo hagas, pero acepta un consejo: vive impulsivamente el máximo de tiempo que puedas, porqué es la única manera de ser libre. Y no pierdas tiempo haciéndote preguntas sin respuesta como “¿porqué me escribes una carta con semejante caligrafía pudiendo teclear un mail?”
Hola hija,
llevo muchos años esperando a que seas mayor de edad para poder invitarte a que te reúnas conmigo en la isla Nublar. Sé que es una locura, ¿qué no lo es en esta vida?:
Tras dejarte, me aceptaron en un programa de educación para adultos. Con suerte y tesón, terminé doctorándome becada en Genética en Harvard. En un congreso me abordó un inglés llamado John Hammond. Era bastante excéntrico, pero agradable, y me habló de un proyecto que tenía en mente, instándome a unirme. No pude negarme.
No puedo decir más en esta carta, todo lo que rodea al proyecto es altamente secreto, pero te ruego que te unas a mí, que me visites sólo una vez si quieres, y conozcas mi vida, mis sueños, y lo impredecible, hermosa y fascinante que puede ser la vida. Llámame cuando puedas. Y lee algún libro sobre dinosaurios.
Te quiere,
Mamá.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Estimada,
No te he visto en años pero tengo tu cara grabada en mi pecho. El problema es que el tatuador estaba borracho y no se parece tanto a ti, pero no te preocupes, ya tengo cita para ir a cubrirmelo. Quiero ir a conocerte, aunque las madres no quieren que me acerque al convento, aún recuerdan las noticias en dónde mi rostro salía iluminado por los flashes de la cámara, periodistas aún preguntándome en dónde se encontraban los cuerpos de las otras mujeres. Pero a mí nunca me importaron ellas, solo tú. Mañana iré a por ti a la medianoche, necesito que traigas un rosario, las tijeras del jardinero y dos bolsas grandes de basura. Vamos a terminar todo esto antes de que nos vuelvan a separar. Sabrás reconocerme, estaré sin camisa debajo de tu ventana.
¿Estás lista? La aventura apenas comienza”.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Querida hija desconocida.
Para superar el dolor de abandonarte, he imaginado todos estos años que eras una super heroína. Soñaba que salvabas a ancianas de ser asesinadas, que eras capaz de volar, llenar un camión cisterna y vaciarlo sobre un bosque en llamas.
Lo siento, es la única manera que tenía de sentirme orgullosa de mi, a través de ti, de tus falsas hazañas.
No te conozco. No se si eres buena persona o si quizás también tu serías capaz de abandonar un bebé como hice yo (tal vez también lo has hecho). Espero que no seas perfecta y que entiendas mi dolor, yo soy incapaz de entender el tuyo, porque yo tuve una madre y tu quizás no la has tenido.
Ahora solo quiero saber que quieres verme, nunca seré tu madre ni tu mi hija, pero al menos, me gustaría no ser una desconocida para ti.
Espero tu llamada.
¡Vamos! ¡Sálvame una vez mas!
Querida Maconda, hija, hace unos años tuvimos que separarnos. Las condiciones de Guazú en aquel momento no eran las apropiadas para estar juntas. Además, mi trabajo no era el mejor y tampoco el más envidiado. Pintarse los labios de rosa boreal, vestir corto y fingir felicidad ante los galácticos, era la única opción para sobrevivir en aquella galaxia. Ya tu comprenderás.
Hoy, las cosas no son tan diferentes como antes, claro, ya tengo un trabajo más decente, reparo androides en Xiux, lugar donde habito actualmente, pero sigo extrañándote e imaginándome lo bella que eres. Pelo color violeta, quizás, piel apiñonada como tu abuelo Coquín, nariz respingada como tu abuela, en fin, así es como te sueño en este tu cumpleaños número 18 dieciocho.
Sé que has decidido no dirigirme la palabra, pero espero que con esta carta entiendas al menos el porqué de mi decisión.
Yo nací sintiéndome mujer. De joven, me protegía del calvario que suponía tener atributos masculinos con vestidos y ‘cuidando’ un bebé de juguete. Pero mi madre me descubrió y, espantada, me echó de casa. Hizo que llevara mi parafernalia femenina al contenedor de Cáritas de un convento y me separé de mi feminidad y de mi bebé, mi única felicidad. Han pasado ya dieciocho años de eso.
En aquella época, sin recursos, conocí a tu madre. Ella intentó que me aceptara como hombre y me dio una familia. Sin embargo, nunca dejé de sentirme una persona que no era.
Por eso, ahora que ya tienes edad suficiente como para entenderlo, me voy a hacer la operación de cambio de sexo.
Pero no temas, siempre seré tu padre.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Hola, mi querida Braulia.
Aún recuerdo la sorpresa de todos cuando empezaste a llorar. Lo varones nacen sanos, pero Monseñor siempre se los lleva. Las niñas sin embargo… bueno, las niñas nunca lo consiguen. Tú eres la primera que ha nacido dentro del convento. Tuve que abandonarte para que él pensara había huido contigo. Perdona que me ponga melancólica; debes de tener más dudas que nunca. Pero ha llegado el momento de que recibas esa explicación por la que rogabas durante los implacables entrenamientos a los que te sometían las Hermanas.
Desde hace siglos la Sombra gobierna nuestra institución, pero que nacieras niña te hizo especial y pudimos entrenarte según los antiguos manuscritos para plantarles cara. Monseñor es un Procreator y ahora que tienes 18 años, querrá reunirse contigo en la capilla como hizo con todas nosotras. Intentará seducirte para engendrar otro varón y aumentar su ejercito. Es un amante excelso y muy bien dotado pero tú no puedes sucumbir. Tú no.
Coge todas tus armas, sobre todo el Sacramentador, y en cuanto se muestre vulnerable, ¡acaba con su fuente de poder! ¡Tú eres la Chousenguan¡ Te estaré esperando en el Vaticano preparando tu siguiente batalla.
Te quiere, mamá.
PD: Evita usar agua bendita, todavía no estás lista para enfrentarte a su forma final.
Querida y siempre amada hija mía,
te escribo con lágrimas en los ojos, embargada por la emoción de dirigirme a tí y expresarte todo mi amor puro y sincero.
Desde que te abandoné a las puertas del Covento han sido 18 años sufridos por el dolor, la angustia y la penitencia de no tenerte a mi lado.
Hoy te vi en el periódico: “Joven promesa con voz prodigiosa, abandonada de bebé en el conocido bar de copas “El Convento”, firma contrato millonario para importante sello discográfico”.
Ahora más que nunca necesitas de una madre.
Llámame y… “pelillos a la mar”.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Hija, no tengo mucho tiempo, así que seré breve. Tu vida corre peligro. Siempre he estado vigilándote desde las sombras y protegiendote en la medida de los posible, pero esto se me escapa de las manos. Te dejé ahí para que no te vieras envuelta en esta absurda guerra por el trono de ese submundo de muerte y destrucción. Eres especial y sé que eres capaz de triunfar donde yo no lo hice. Aun así, no puedo obligarte a tomar mi mismo camino. Reúnete conmigo dentro de dos lunas en ese parque detrás del orfanato si quieres saber más. En caso contrario destruye esta carta y huye de esta ciudad. En cualquier caso… te quiero Alice…
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Hola, soy tu padre, Manolo. Mira, hija, me fui porque estaba hecho una mierda, tu madre no hacía más que beber por la depresión postparto y fue idea mia el dejarte a mejor recaudo. Ahora tu madre, por desgracia, ya no está, pero no te preocupes, conseguí salir adelante y ahora tengo un buen futuro que ofrecerte. ¿Han pasado 18 años, no? Ahora eres mayor de edad y puedes decidir. No quiero ponerte en un compromiso pero… ¿Qué te parece si me ayudas a montar una empresa de radiadores? A ver, la idea la tengo más o menos, tú solo tendrías que poner buena cara al cliente mientras yo le explico cómo funciona la cosa. Estaba pensando en ofrecer también aire acondicionado y así tenemos para verano e invierno, ¿qué te parece? Bueno, ¿y tú qué tal con las monjas y eso? ¿te trataron bien? ¿aprendiste mucho? Llámame y me cuentas 😉 +34 234 43 33 24”
Esa noche perdí a tu madre, fue más de lo que podía soportar y tú me la recordabas, no podía hacerlo. Decidí que dedicaría mi vida a recuperarla. Estudié mucho, e investigué mucho más, buscando la forma de regresar el tiempo, quizás. Pero es inútil, sólo puede hacerlo Dios y en su sabiduría ha decidido que no es apropiado. Aunque trabaje una eternidad no voy a traerla de vuelta. A partir de una muestra de su ADN he logrado proyectar sus recuerdos, su vida. No te escribo pidiendo que me perdones por algo que no se puede perdonar. Entiendo que tal vez no quieras verme, pero conócela, ven a verme al laboratorio y conoce a tu madre. La mejor mujer que el mundo jamás te dejó ver, la mujer que te esperaba como el tesoro que eres, la mujer junto a la cual, quizás, yo hubiera sido un buen padre para ti.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Querido Frank:
No se ni cómo empezar esta carta. Hace 18 años, la vida era muy diferente. Era una joven perdida, sin rumbo ni aspiraciones, y las drogas alucinógenas eran un camino fácil hacia la diversión. Cuando dí a luz, tu pequeña carita rosada me miró con odio, llorando y berreando con todo el odio del mundo en tus ojos. Fue producto del LSD el que viese en tus ojos los del mismísimo Lucifer. Intenté acabar con tu vida, pero tu llanto se aferraba a la vida, y tomé la decisión de dejarte con las personas que pudiesen combatir contra el demonio que tenías dentro. Cuando me dí cuenta de mi locura, ya no había marcha atrás. Ahora que eres mayor y he conseguido salir de ese mundo turbio, me gustaría verte y explicarte todo mejor. Siempre que hayas sido bautizado claro.
Con cariño, Ángeles.”
A estas alturas te habrás percatado de que no eres todo lo normal que te gustaría. ¿Una chica de 18 años con membranas entres los dedos, ojos con visión nocturna, un pequeño cuerno en el entrecejo y con cierta facilidad para que se le desprenda la piel? Imagino que no serás la más popular del instituto. Al menos yo no lo fui en mi breve periplo por la Tierra. Salvo en aquel verano del 95 en que, al ritmo de El Tiburón (he escuchado la nueva versión, ¡qué ultraje!), me enamoré de un chico bajito, algo regordete y con cierta adicción al Tang que me inició, torpemente, en las artes amatorias humanas. Es una pena que, según la tradición de mi planeta, tuviera que engullirlo tras recibir su semilla. Después de concebirte regresé a mi hogar y te dejé con aquellas amables monjas a cambio de llevar un mensaje a su Señor. Ten por seguro que es un lugar mejor del que yo procedo. Si quieres comunicarte conmigo, tercera estrella de Orión a la izquierda. Tengo Wi-Fi
Soy Amalia, tu madre.
Ni tu ni yo tuvimos nada que ver con tu nacimiento.
A mi me apetecia y tu fuiste la consecuencia.
No quiero tu agradecimiento si eres feliz,
ni admito tu repulsa si desgraciada.
Como el protocolo establece una relación madre-hija
y para romper las costumbres hay que probarlas
te invito a que nos conozcamos si eso te place.
No voy a mentir si me disgustas y no permitiré que me lisonjees.
Si tienes dieciocho años es porque los has cumplido,
observa que la condena siempre es voluntaria.
Y no olvides que el amor no sabe de parentescos,
estos son cosa de comercio.
La madre que te parió.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“No sé cómo te llamas. Nunca te he buscado. Sólo sé que hoy es tu cumpleaños y que el año que naciste sufrimos una ola de frío en Europa. Puedes googlearlo si quieres.
Piensa en la nieve, fría, pesada bajo unos zapatos. Eso soy yo para ti. Nada más que agua. Sólo tu origen . No busques porqués, razones o historias de novela. No las hay. Todo es más simple que eso.
Hoy necesito que sepas que debes conocer gente. Rodéate de ella. Sé humilde y haz aquello que te inspire y te permita soñar. Y sobre todo nunca dejes que decidan por ti. Yo lo hice una vez. Solo una. Y llevo 18 años arrepintiéndome de ello.”
Todavía recuerdo el frío de aquella noche de Noviembre hace 18 años. Me bastó ver tus pequeñas y entumecidas manos para saber que no podría darte el futuro que merecías. Desesperada, anduve contigo en brazos durante horas hasta ir a parar a la puerta de aquel convento. Pasaron dos años tras aquel día y cuando creí que no te volvería a ver, allí estabas tú. A veces el destino tiene esa forma curiosa de brindarnos una segunda oportunidad. Me debatí entre la huida y la redención cuando entré como sirvienta a la casa de tu nueva familia.
Pero no pude negarme a vivir tus primeros pasos. Tampoco me habría perdonado no haberte recogido a la salida de tu primer día de colegio. Ni no haber secado tus primeras lágrimas de desamor. Y ni mucho menos no asistir a cada uno de tus cumpleaños. Hoy cumples 18 años y la vida te brinda el futuro que se me privó darte. Me marcho otra vez, pero con la felicidad de haberte acompañado durante estos 16 años. Ahora caminarás sola, sin mi mano entrelazada con la tuya. Pero siempre me tendrás a tu lado si llevas esa medallita que compré el día de tu nacimiento y de la que no conocías el significado. Perdóname.
Y gracias por existir, Alma.
Te quiere, mamá.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
“Me dan mucho miedo estas líneas, pues sé que dependo de ellas. Es como jugarse todo a una carta, sabiendo que la eterna dicha o desdicha se deciden aquí. Poder abrazar un trocito de mí, hecha hoy una mujer; o conocer tu odio. Te otorgué tres regalos y un castigo: la vida, tus ojos y la libertad de escoger abrazarme; pero el terrible castigo de llevar sola tus tres regalos. El mío ha sido vivir con el miedo como compañero. Sigo teniéndolo. Te imagino leyendo estas líneas. Me tiembla la mano, y el alma. Te quiere, hasta doler, tu madre.”
Necesitaba escribirte, pero por un tema de egoísmo personal. Siempre he sido egoísta. Hijo único, ya me entiendes. Obviamente no sabrás quién soy; yo tampoco sé quién eres tú, solo que fui uno de los culpables de haberte traído a este mundo. Perdón. Cuando decidimos tenerte yo no sabía nada, cambiaba de parecer como quien se cambia de calzoncillos. Bueno, y tu madre, ni te digo. Nos abandonó de la noche a la mañana. Me dejó con el alquiler, las facturas, contigo… me volví loco. Perdí el norte y te abandoné en un convento. Me fui de la ciudad e intenté cambiar, pero al final he acabado heredando la fortuna del cabrón de tu abuelo. ¿Quién lo iba a decir? Es irónico, pero cuando me muera, quiero que tú seas mi heredera. Hija.
Quizás leer a una desconocida no te produzca nada, quizás la propia vida dejó en ti algún tipo de conexión, una chispa, que no has podido esquivar y ahora a pesar del tiempo y la falta de vínculo, a pesar de que he sido un cero en tu día a día, sientas que todo ocurre con un motivo y sepa explicarte que traerte aquí es algo que me dejó marcada de manera irreversible. Me fuí lejos pensando que huir era la solución y ahora vengo cargada de respuestas. En estos años no he dejado de trabajar y hacerme fuerte, cada uno tiene su atalaya, y ahora vuelvo con la capacidad de poder darte un futuro y un amor capaz, eso es, un amor sin restos de un momento complicado que en el pasado no entendía y me superaba. Lo siento, porque tuve que ser egoísta, pero no existe en este mundo nadie que pueda querer y cuidar desde un agujero, desde el desconcierto. Ahora, que es todo lo que tenemos, un ahora transparente, quiero mirarte a los ojos y que me mires sintiendo ese misterio recóndito que nos une. No tengo una historia extraordinaria que contarte, pero sí puedo darte cosas verdaderas que antes eran difusas como el humo.
Querida Margarita,
Porque en mi cabeza, te has llamado Margarita todos estos años. He procurado guiar mi vida en la creencia de que no hay un mejor momento para hacer las cosas: no hubo un buen momento para dejarte, ni lo hay para volver; no habrá un buen momento para que leas esto, ni lo habrá para contestarme. El momento, querida niña, es ahora. Tras dieciocho años de silencio y de espera, he decidido aprovechar mi momento y te invito a reunirte conmigo mañana al mediodía, en la cafetería que sigue abierta frente al convento. Te esperan un ramo de rosas y todas las respuestas.
Un abrazo,
Tu otra “mamá”
El padre Francisco escribe por mí. No sé leer y apenas conozco unas palabras de castellano.
Tuve un bebé que murió nada más nacer. El chamán dijo que era una maldición por haber aceptado como pareja a uno de los hombres con barba. A ti te alejaron inmediatamente, si te miraba correrías la misma suerte. Te llevaron a la ciudad de las mujeres de blanco. Las llaman madres, ibas a estar bien. Cada vez que escuchaba las campanas rezaba al dios Arco Iris, para que nunca faltara color en tu vida. Siempre serás mi “sonjo guaguacha”(bebita de corazón).
Pronto me reuniré con los cóndores. No tengo miedo, ahora que sabes lo mucho que te quiero.
Cuando dejó a su bebé en el convento era una persona sin recursos. Ahora, dieciocho años después, ha rehecho su vida. Esta es la carta que escribió a su hija para contarle qué había pasado en todos estos años.
Querida hija:
Llueve ahí fuera y debe hacer frío. Ese frío que he sufrido tanto Eva, tanto…pero ya no. Por una vez en mi vida me siento a salvo. ¿Sabías que hay pastillas para dejar de pasar hambre? con ellas y esta estufa consigo recordar y entender.
Cariño, me llevé a María porque necesitaba intentarlo de nuevo. Ella era tu tercera hija pero era idéntica a ti: la misma mirada ausente, el mismo cuerpecillo, frágil y hermoso. Tú siempre has huido de mí, me has culpado ferozmente de tus tormentos. María era mi segunda oportunidad y le ofrecí todo mi amor, pero no era suficiente. Un día temprano vi que no abría los ojitos y tuve que dejarla a buen recaudo. Sí, Eva, María está con las monjas clarisas de Toledo. Hoy hace 18 años, seguro que te acuerdas, ¿verdad?
Es tan bonita, y lista, Eva…Os quiero con locura a las dos. Dios siempre lo ha sabido y estoy segura de que así lo entenderéis vosotras también.
Hija: dejé mi vida sin tu vida por mi mal seso.
Fui al mar, salí de él. Robé por no oír mamá. Soñé que todo iría bien y parí otra vez. No fue así, tu tata yace al lado de mi casa. Morí con ella, sólo hay ya en mí esta pena que me mata. Mi cara ya no es la de la que te dejó allí ese mal día.
Al fin, tuve este raro mal que no deja caer de mi mano o mi boca nada con más de dos más dos aes, oes, eses…
Un beso, Mamá
En el 96, hija, yo tampoco sabía quién era tu padre. Qué iba yo a saber, madremía, si acaba de llegar aquí sin saber nada de la vida, desde mi añorada aldeíta de San Ignacio, en un lugar remoto de Belice.
Añorada ahora, porque por entonces yo estaba hasta la cofia de semejante tipo de vida. Pero ya sabes (o quizás no, ahí dentro vete tú a saber) que los amish son bastante rencorosos, y eso de volver después de pasarme 18 años livin la vida loca, como se dice aquí en Miami, pues como que no. Pero en fin, no me arrepiento. Viví la vida, trabajé en lo que pude, aunque fuera limpiando casas de multimillonarios, e hice todo lo que quise, como gastarme el poco dinero que llegué a ganar. Luego te tuve, aunque no pude tenerte… Las monjitas fueron la única solución.
Pero ahora ya no. Ahora tienes 18. Y tienes las pruebas de ADN a mejor precio que nunca. Solo te falta lo más valioso que yo te puedo dar. Una información que espero sepas usar, hija mía: Julio Iglesias es tu padre. Y –ahora– lo sabes.
En el 96, hija, yo tampoco sabía quién era tu padre. Qué iba yo a saber, madremía, si acababa de llegar aquí sin saber nada de la vida, desde mi añorada aldeíta de San Ignacio, en un lugar remoto de Belice.
Añorada ahora, porque por entonces yo estaba hasta la cofia de semejante tipo de vida. Pero ya sabes (o quizás no, ahí dentro vete tú a saber) que los amish son bastante rencorosos, y eso de volver después de pasarme 18 años livin la vida loca, como se dice aquí en Miami, pues como que no. Pero en fin, no me arrepiento. Viví la vida, trabajé en lo que pude, aunque fuera limpiando casas de multimillonarios, e hice todo lo que quise, como gastarme el poco dinero que llegué a ganar. Luego te tuve, aunque no pude tenerte… Las monjitas fueron la única solución.
Pero ahora ya no. Ahora tienes 18. Y tienes las pruebas de ADN a mejor precio que nunca. Solo te falta lo más valioso que yo te puedo dar. Una información que espero sepas usar, hija mía: Julio Iglesias es tu padre. Y –ahora– lo sabes.
Hija mía:
Mi confesión es dolorosa y desconcertante, pero ya va siendo hora que conozcas nuestra historia.
Soy la hermana Teresa, sí, tu madre. Cuatro meses antes de que tu nacieras me fui con la excusa de cuidar a mi convaleciente padre. El convento fue para mí la única escapatoria para no casarme joven y aprender letras. No me fui cuando caí en estado porque era la mejor vida que te podía ofrecer.
Como sabes, hace dos años dejé el convento, ahora soy costurera en la capital, he esperado a que fueras mayor de edad para que cuentes con tu libertad.
Entenderé tu silencio,
Te quiere y añora,
Teresa.
Cada año se hace más difícil escribir esta carta. Ya van dieciocho, pero duele como el primer día. Sigues siendo mi luz, mi faro, mi guía, mi horizonte. La razón por la que levantarme cada mañana y la que me quita el sueño cada noche.
Créeme, tengo tantas ganas como miedo. Ganas de ganar contigo, de abrazarte y decirte que todo va a salir bien. Y miedo a que me tengas miedo y a que esta vez seas tú la que me saque de tu vida.
Cada año se hace más difícil escribir esta carta y ya van dieciocho. Algún día te las enviaré todas, pero no será hoy. Hoy vuelve a ganar el miedo.
Siempre nos acaba matando algún tipo de distancia. La que hay entre un latido y el siguiente o en mi caso, 121 pasos. Los que hay que dar para subir la cuesta que va al convento. 121 interminables pasos que ojalá no hubiera tenido que dar nunca.
Y es que tu recuerdo ya no vale, cuesta. Y cuesta demasiado.
Por eso he decidido calzarme mis mejores zapatos y volver sobre mis pasos, que son los tuyos. 119, 120, ¡y 121! He vuelto a subir la cuesta y créeme, no podría tener unas vistas más espectaculares que a ti.
Si todavía quieres, estoy fuera.
Mi niña me fui a la mar, a contar las olas y ahí me quedé.Eres hija del amor.Eres hija de los naranjos en flor.No me contuve ni un momento en dejarte. Me estorbabas para mi futuro,no me siento culpable.Solo decirte que cuando el azahar este en flor es el día en que te concebí,no te dejo más palabras,si aún sigues con vida , vívela y nunca mires para atrás.
Hola, querida,
Te dijeron que te abandoné, pero no es cierto.
Las monjas te raptaron.
Bueno, vale, eso tampoco es verdad.
Hicimos un trueque. Y sí, esto es cierto. Yo les di a mi bebé y ellas me dieron una caja de pastas artesanas.
Lo sé, es duro saber que eres mercancía, pero ahora que tienes 18 años y estás en edad de trabajar pensé que era la mejor lección que podía enseñarte como madre.
Atentamente,
La señora que te cambió por unas pastas para el café.
A.k.a. tu madre.
Comentarios cerrados.