13 de agosto 2018    /   IDEAS
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MarĂ­a de Maeztu: las cartas donde muestra su obra y su personalidad

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Un dĂ­a de principios de los años ochenta, mientras Madrid daba carpetazo a la dictadura con arsenales de creatividad, un profesor recorrĂ­a las obras de restauraciĂ³n de un edificio en la calle Fortuny. Entre los escombros y trastos inservibles estaba un archivo de papeles que llevaba mĂ¡s de medio siglo arrumbado en un rincĂ³n del pabellĂ³n Arniches, perteneciente a la desaparecida Residencia de Señoritas.

El profesor se debiĂ³ sentir como el arqueĂ³logo que descubre la tumba de un faraĂ³n, estremecido ante el tesoro que acababa de encontrar: en el archivo estaban las cartas, cientos de ellas, que habĂ­a escrito y recibido MarĂ­a de Maeztu durante los 21 años que fue directora de esta Residencia, el lugar que hizo posible que las mujeres accedieran a la Universidad en España.

La correspondencia de MarĂ­a de Maeztu es el relato, apasionante y minucioso, de la lucha de las mujeres por conseguir la igualdad y la independencia a travĂ©s de la educaciĂ³n. Es una historia llena de ilusiĂ³n, de generosidad y de valentĂ­a, pero como todas las buenas historias, tambiĂ©n estĂ¡ sembrada de conflictos: los que tuvieron que afrontar las primeras mujeres que reivindicaron su derecho a sentarse en las aulas de la Universidad.

Como le ocurriĂ³ a la propia De Maeztu, que en una ocasiĂ³n relatĂ³ su primer viaje en tren para examinarse en la universidad de Salamanca afirmando que «el hecho de que una mujer viajase sola era considerado casi tan reprobable como el que estudiara una carrera».

MarĂ­a de Maeztu, doctora Honoris Causa. (Archivo de JosĂ© Ortega y Gasset. FundaciĂ³n JosĂ© Ortega y Gasset-Gregorio MaraĂ±Ă³n)
MarĂ­a de Maeztu, doctora Honoris Causa. (Archivo de JosĂ© Ortega y Gasset. FundaciĂ³n JosĂ© Ortega y Gasset-Gregorio MaraĂ±Ă³n)

Ella lo tenĂ­a claro, no solo iba a continuar con sus estudios, sino que mĂ¡s tarde su empeño se centrarĂ­a en facilitar un cuarto propio a las chicas dispuestas a recibir una educaciĂ³n superior. SegĂºn dijo una de las alumnas de la residencia, que despuĂ©s trabajĂ³ como periodista en la revista Estampa, Josefina Carabias, «indudablemente, la Residencia de Señoritas no ha sido la consecuencia, sino la causa de que haya tantas muchachas en la Universidad».

Las cartas de MarĂ­a de Maeztu son como un retrato hiperrealista que dibuja con trazo fino todos los rasgos de su carĂ¡cter. En sus escritos descubrimos que era decidida, estricta, bondadosa, segura de sĂ­ misma, incansable, culta, de salud delicada y con una fortaleza de carĂ¡cter asombrosa.

TenĂ­a las ideas claras, querĂ­a que las chicas de todos los rincones de España tuvieran la oportunidad de ir a la universidad. Y para conseguir su objetivo, no dudĂ³ en dirigirse a intelectuales, ministros, padres y madres, jefes de la policĂ­a, proveedores, cientĂ­ficos y cualquier otra persona que pudiera aportar algo para que sus alumnas recibieran una educaciĂ³n integral, que abarcaba mucho mĂ¡s que la faceta acadĂ©mica, y para que estuvieran tan cĂ³modas y seguras en la residencia como en sus propias casas.

Lo primero, formarse

La historia de la mejor pedagoga del paĂ­s, como la definiĂ³ su amigo Ortega y Gasset, empieza en Bilbao, donde MarĂ­a de Maeztu obtuvo una plaza de maestra. Mientras daba clases en su primera escuela, se dio cuenta de que le quedaba mucho por aprender. QuerĂ­a viajar a otros paĂ­ses para conocer cĂ³mo funcionaba la educaciĂ³n y para formarse junto a los mejores pedagogos. Y lo consiguiĂ³ a base de becas.

Fue una de las primeras solicitantes de esas ayudas, que le permitieron estudiar en Inglaterra, BĂ©lgica, Alemania, Suiza y Estados Unidos. TenĂ­a claro su objetivo, y si hacĂ­a falta pedir el apoyo de las personalidades mĂ¡s influyentes del momento para conseguir una pensiĂ³n en el extranjero, cogĂ­a papel y pluma y escribĂ­a una carta tan persuasiva que era difĂ­cil que obtuviera un no por respuesta.

AsĂ­ se dirige a su admirado Benito PĂ©rez GaldĂ³s, a quien escribe en 1907 para que interceda por ella ante la Junta de Investigaciones CientĂ­ficas:

Mi distinguido y cariñoso amigo: (…) dirijo a usted un afectuoso saludo, a la vez que abusando de su bondad, me permito distraer su atenciĂ³n unos minutos para dirigirle una sĂºplica. El Estado español ha votado un crĂ©dito considerable para enviar pensionados al extranjero que estudien lo que sea de aplicaciĂ³n mĂ¡s inmediata y necesaria a nuestra patria, y la Junta de Investigaciones CientĂ­ficas acaba de hacer una convocatoria al profesorado todo.

Yo que tengo grandes entusiasmos por la enseñanza popular, quisiera poner mis energĂ­as y mi escaso valer al servicio de tan noble idea, y a este fin he solicitado la pensiĂ³n.

Ignoro si la pedirĂ¡n muchos por lo que podrĂ­an surgir dificultades al hacer los nombramientos que en breve publicarĂ¡ la Gaceta. ¿SerĂ­a usted tan amable que quisiera hablar por mĂ­ a alguno de los señores que componen la Junta?

Su ilustre nombre y su elevado prestigio le convierten en una autoridad indiscutible y por eso sĂ³lo una palabra suya ha de ser de una influencia decisiva.

Espero de su bondad al dispensarme su inmerecida simpatĂ­a que sabrĂ¡ perdonarme esta molestia que le ocasiono y por la que quedarĂ¡ muy reconocida su affma. Y atenta amiga q.b.s.m.

MarĂ­a de Maeztu

Cariñosos afectos de Ramiro.

Residentes incondicionales: Victoria Kent

En 1909, MarĂ­a de Maeztu se instalĂ³ en Madrid para estudiar PedagogĂ­a y FilosofĂ­a en la Universidad Central. VivĂ­a en una pensiĂ³n del centro, donde los ruidos y las voces que se oĂ­an por los patios no la dejaban concentrarse.

AllĂ­ descubriĂ³ su objetivo en la vida: ofrecer un lugar tranquilo y acogedor donde pudieran vivir las chicas de provincias, como ella, que quisieran estudiar en la Universidad de Madrid. Y en 1915 se dieron las condiciones necesarias para que pudiera abrir las puertas de la Residencia de Señoritas.

Solo dos años despuĂ©s, la obra que habĂ­a emprendido para facilitar la llegada de las mujeres a la universidad habĂ­a sido acogida con tanto entusiasmo por las residentes que durante las vacaciones de verano le escribĂ­an para ponerse a su disposiciĂ³n antes de empezar el curso. AsĂ­ lo hizo en septiembre de 1917 Victoria Kent, en ese momento estudiante de Derecho y años mĂ¡s tarde diputada:

Écija, 29 de septiembre de 1917

Srta. MarĂ­a de Maeztu

Mi distinguida amiga:

Como el tiempo de vacaciones toca a su fin es necesario disponerse para reanudar los trabajos del curso; por lo tanto, el lunes 1 de octubre llegaré a esa en las horas de la mañana continuando en esa Residencia a la que tanto debo.

Sentimientos de gratitud me obligan a ofrecerme a V. incondicionalmente y por si esto no fuera suficiente, hay una base muy firme de simpatĂ­a y admiraciĂ³n hacia su persona y su labor.

Disponga como quiera de su afectĂ­sima s. s. (segura servidora)

Victoria Kent

María de Maeztu dando clase en la Residencia de Señoritas. (Archivo del Instituto Internacional – Legado Eulalia Lapresta)
María de Maeztu dando clase en la Residencia de Señoritas. (Archivo del Instituto Internacional – Legado Eulalia Lapresta)

Visitas muy ilustres

MarĂ­a de Maeztu habĂ­a visitado residencias universitarias para mujeres en el extranjero y de cada experiencia se quedaba con lo mejor. Por eso su Residencia de Señoritas estaba destinada a ser mucho mĂ¡s que un lugar donde alojarse o un tradicional internado. Su objetivo era que las jĂ³venes que pasaban por esta casa adquirieran una formaciĂ³n integral que iba de la educaciĂ³n fĂ­sica a los buenos modales, del dominio de idiomas a la amplitud de miras.

Para conseguir formar a las chicas atendiendo a todas estas facetas, la directora invitaba a esa casa a las mĂ¡s altas personalidades de la Ă©poca, como queda reflejado en esta carta en la que invita a un tĂ© en honor de la poetisa Gabriela Mistral a dos de sus amigos mĂ¡s distinguidos: Zenobia CamprubĂ­ y Juan RamĂ³n JimĂ©nez.

4 de Diciembre de 1924

Sra. Dª. Zenobia CamprubĂ­ de JimĂ©nez

Mi querida amiga: El prĂ³ximo domingo de cinco a siete de la tarde darĂ¡ la Residencia de Señoritas en la casa de Fortuny 53 un tĂ© en honor de Gabriela Mistral al que estĂ¡ usted invitada. DĂ­gale a Juan RamĂ³n que hemos invitado tambiĂ©n a un grupo de escritores amigos y aunque con Ă©l no me atrevo directamente por temor a molestarle le pongo a usted de intermediaria por si tuviera gusto en conocer a dicha poetisa.

En todo caso siempre les quedarĂ¡ muy agradecida su buena amiga.

Tu éxito es mi triunfo

Que una alumna consiguiera el éxito académico significaba el mayor triunfo para María de Maeztu, que estaba dedicando su vida y sus energías a dar facilidades a las mujeres de este país para que alcanzaran su independencia y su libertad a través de los estudios superiores. Así de entusiasta escribe a una alumna, Josefa Casaseca, cuando en febrero de 1925 recibe la noticia de que ha ganado una plaza tras licenciarse en Farmacia.

Mi querida amiga: Recibo en este momento su cariñosa carta del 23 y me apresuro a enviarle mi mĂ¡s cordial enhorabuena por su Ă©xito al obtener la plaza de FarmacĂ©utica de la Beneficencia Provincial en la que me temo que se va usted a encontrar tan bien que va a envejecer sin acordarse de obtener puestos mejores.

Ya sabe cuĂ¡nto la estimamos en esta casa y por eso se ha recibido esta mañana con gran alegrĂ­a la noticia de que habĂ­a usted conseguido sus deseos.

Con saludos a su familia especialmente a su padre la abraza con el cariño de siempre su directora y amiga

MarĂ­a de Maeztu

Convenciendo al conferenciante

En 1925, avalada por el Ă©xito que estaba teniendo la residencia entre un gran nĂºmero de mujeres y de intelectuales, la directora envĂ­a una carta a RamĂ³n PĂ©rez de Ayala para invitarle a dar una conferencia. Le anima a dar la charla ante un auditorio «compuesto en su mayor parte de mujeres que trabajan y piensan» y a pesar de que la remuneraciĂ³n no puede ser generosa, no contempla el rechazo del escritor, a quien da las coordenadas exactas de la cita para ir preparando invitaciones.

Las dotes persuasivas de MarĂ­a de Maeztu eran tan infalibles que semana tras semana contaba en su nĂ³mina de conferenciantes con los intelectuales mĂ¡s reconocidos: PĂ­o Baroja, AzorĂ­n, Eugenio d’Ors, Unamuno, GĂ³mez de la Serna, JosĂ© BergamĂ­n, Pedro Salinas, Federico GarcĂ­a Lorca, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, MarĂ­a Montessori, Clara Campoamor y hasta el presidente de la RepĂºblica, Niceto AlcalĂ¡ Zamora, dirigieron sus palabras ante el auditorio formado por las jĂ³venes universitarias que vivĂ­an en la Residencia de Señoritas.

Sr. D. RamĂ³n PĂ©rez de Ayala

Mi distinguido y querido amigo: Hace tiempo deseaba haber visto a usted para rogarle, en nombre de las ciento setenta alumnas de esta casa, señoritas todas de veinte a veinticinco años, muy inteligentes y admiradoras de usted, que venga a darnos una conferencia tocando cualquiera de sus temas sugestivos que usted sabe tratar. Mi temor de molestarse, porque sĂ© lo muy ocupado que usted estĂ¡, me ha detenido hasta hoy en que ya me decido a trasmitirle aquella sĂºplica.

La Conferencia podrĂ­a ser el sĂ¡bado (que es el dĂ­a que aquĂ­ destinamos a conferencias) 21 del corriente a las seis de la tarde en la Biblioteca de esta casa que es un salĂ³n donde caben unas trescientas personas y que reĂºne condiciones muy adecuadas y muy gratas para el orador. InvitarĂ­amos a nuestro pĂºblico, que es un pĂºblico compuesto en su mayor parte de mujeres que trabajan y piensan.  Ello no quiere decir que tendrĂ­a usted que dirigirse a un pĂºblico meramente femenino pues claro estĂ¡ que viene tambiĂ©n todo el grupo de hombres que es afecto a nuestra obra.

Siento que la remuneraciĂ³n que podemos destinar a estas conferencias sea muy pequeña: cien pesetas, pero las mujeres que trabajamos somos pobres y por otro lado yo que le conozco a usted estoy segura de que esto no podrĂ­a ser nunca estĂ­mulo suficiente que le decidiese aceptar.

Si le conviene la fecha dĂ­game el tema para que hagamos en seguida las invitaciones.

Le saluda muy afectuosamente

MarĂ­a de Maeztu

MarĂ­a de Maeztu en su despacho (Archivo de JosĂ© Ortega y Gasset. FundaciĂ³n JosĂ© Ortega y Gasset-Gregorio MaraĂ±Ă³n)
MarĂ­a de Maeztu en su despacho (Archivo de JosĂ© Ortega y Gasset. FundaciĂ³n JosĂ© Ortega y Gasset-Gregorio MaraĂ±Ă³n)

Haga algo, que nos roban

La residencia estaba instalada en varios chalĂ©s con jardĂ­n de la calle Fortuny y alrededores, cĂ³modos y acogedores, pero tambiĂ©n fĂ¡ciles de asaltar en la penumbra del atardecer, cuando las chicas estaban en sus clases y las sombras de la noche daban cobijo a los maleantes que se colgaban de los balcones y salĂ­an cargados con objetos de valor y hasta con colchones.

Para poner fin a este atropello, MarĂ­a de Maeztu habĂ­a recurrido a las mĂ¡s altas instancias, desde el Ministro de GobernaciĂ³n al director general de Seguridad. Pero como hasta ese momento nadie habĂ­a puesto soluciĂ³n al problema, en febrero de 1923 escribe al subdirector de PolicĂ­a con una peticiĂ³n que no deja lugar a negativas.

Ilustrísimo Señor Don Rafael Muñoz, subdirector de Policía

Muy señor mĂ­o y de mi mayor respeto: Conocidas sus altas dotes y el gran interĂ©s que tiene usted porque el servicio de policĂ­a que de usted depende rinda la mĂ¡xima eficacia, me permito dirigirle una sĂºplica con la esperanza de que no quedarĂ¡, como tantas otras veces ha quedado, desatendida.

En la calle de Fortuny nº 30 esquina a la de Rafael Calvo, casas nº 1 y 3, estĂ¡ instalada la Residencia de Señoritas que yo dirijo. Conviven en esta importante InstituciĂ³n ciento cincuenta muchachas de veinte años que vienen de provincias a Madrid para realizar estudios de cultura superior; estas muchachas al regresar de sus clases de siete a ocho y media de la noche se ha visto muchas veces asustadas y amenazadas por gente maleante que amparĂ¡ndose en la oscuridad de estas calles desiertas pueden cometer impunemente toda clase de atropellos.

No es esto solo: estamos acosados por una cuadrilla de ladronzuelos que subiĂ©ndose por las ventanas y encaramĂ¡ndose por los balcones han logrado este invierno penetrar varias veces en los dormitorios de las señoritas, siempre en las horas del anochecer y cuando no hay nadie en los dormitorios, para llevarse de ellos los colchones, ropas, pequeñas alhajas, dinero, en fin todo lo que las señoritas poseen.

Como este es un centro oficial que depende del Ministerio de InstrucciĂ³n PĂºblica me he dirigido varias veces al Ministro de GobernaciĂ³n o al Director General de Seguridad y todo lo mĂ¡s que he conseguido es que envĂ­en una pareja de policĂ­a que guarda la casa dos o tres dĂ­as; terminados los cuales las calles quedan desamparadas y los ladrones vuelven a sus habituales ocupaciones.

Ahora haciendo un gran sacrificio por nuestra parte, hemos puesto una instalaciĂ³n de focos elĂ©ctricos en las fachadas de las casas 1 y 3 de Rafael Calvo. Ello representa un gasto de instalaciĂ³n y de consumo que tiene que salir de los fondos mismos de las señoritas de posiciĂ³n modesta que haciendo grandes sacrificios vienen a estudiar a Madrid.

Y lo peor es que dicha instalaciĂ³n, como otras tres o cuatro que ya llevo puestas, durarĂ¡ aproximadamente una semana, pues la misma banda de golfos ronda ya por aquĂ­ viendo cĂ³mo podrĂ¡ quitarla.

En Ăºltima instancia, Sr. Muñoz, me dirijo a usted; me han dicho que lo que no he logrado conseguir por medio de valiosas influencias lo atenderĂ¡ su espĂ­ritu recto animado de la mĂ¡s alta nociĂ³n de probidad y justicia. AmparĂ¡ndome en estas sus cualidades le suplico envĂ­e pareja de policĂ­a permanente que cuide de estas casas abandonadas de siete a nueve o nueve y media de la noche.

Agradeciéndole de antemano el servicio que ha de prestarme…

Tu ingratitud me resbala

Esta carta es una joya. Porque es una rareza entre los cientos de cartas que rebosan agradecimiento, entusiasmo y buenos deseos. Porque es un relato minucioso de la trayectoria de una residente. Y porque vemos cĂ³mo MarĂ­a saca su carĂ¡cter para poner en su sitio a una de las alumnas que mĂ¡s la defraudaron en los años de la residencia. La personalidad de la directora con todos sus matices queda reflejada en esta misiva.

Carta a Juana Moreno del 20 de febrero de 1925

Mi querida discípula y amiga: No quiero dejar pasar mas tiempo sin decirle por escrito que no me ha molestado nada su actitud violenta de esta mañana y las censuras tan injustificadas y tan sin sentido que me ha dirigido usted solo por el capricho de molestarme.

Pero como desde hace algunos años estas censuras, fuera de tiempo y de tono se van repitiendo aunque en nada me hieren, pues usted no puede herirme, creo que es mi deber puntualizar las cosas y enseñarle a leer en la realidad de la vida lo mismo que en otros días y con el mismo cariñoso interés que le enseñé algunos de los conocimientos que usted posee cuando era usted mi discípula en esta casa.

A mĂ­ me gustan los discĂ­pulos rebeldes, cuando su rebeldĂ­a se refiere a puntos concretos de la ciencia que el maestro ha enseñado; pero usted no se ha acercado a mĂ­ en tal actitud mas que para pedirme aumento de sueldo o para reprocharme lo poco que he hecho por usted en la vida estorbĂ¡ndole –segĂºn usted dice– los brillantes caminos que usted hubiera seguido de no haber tenido la desgracia de encontrarse conmigo.

Nada mas lejos de mi propĂ³sito y de mi corazĂ³n que recordar a las que fueron mis alumnas que, muy especialmente en los primeros años de la Residencia, puse en ellas cuanto supe y cuanto pude y librĂ© batallas para que su vida en esta casa les fuera mas grata y les sirviera de aprendizaje fecundo en la vida.

Pero con usted, por lo mismo que era huĂ©rfana y que no tenĂ­a quien ejerciese cerca de usted una vigilante tutorĂ­a, hice mĂ¡s: se presentĂ³ usted a mĂ­ sin que yo la conociera para nada; nada le preguntĂ© de su vida ni de sus antecedentes; me bastĂ³ verla para sentir la natural simpatĂ­a que toda muchacha joven estudiosa me inspira cuando anhela abrirse camino en la vida.

Le concedĂ­ una beca en la Residencia para que hiciera usted su preparaciĂ³n de ingreso en la Escuela Superior y no logrĂ³ usted conseguirlo. Al no realizar sus propĂ³sitos le coloquĂ© en la Residencia junto a mĂ­ para que cubriera usted los gastos de su vida.

Al fundarse el Instituto Escuela, y sin que usted pudiera alegar años de experiencia en la enseñanza, le coloquĂ© en dicho instituto donde ha alcanzado usted el sueldo mĂ¡ximo. Le proporcionĂ© una beca para que fuese usted a estudiar a AmĂ©rica y a aprender el inglĂ©s. Nada mĂ¡s.

Tiene usted razĂ³n; he sido injusta. Porque injusticia grande es haber hecho todo esto con una persona que desde hace cuatro años no se acerca a mĂ­ mas que para quejarse en actitud violenta.

Creo por consiguiente que ha llegado el momento de que usted afronte la vida sin mi ayuda, ya que esta pobre ayuda mĂ­a no es para usted mas que un estorbo y entorpecimiento.

Me parece muy bien que solicite usted una beca para el extranjero; yo hablaré con el Sr. Castillejo para que se la conceda.

Pero por si a pesar de mis buenos deseos no se la concediera, escriba usted a AmĂ©rica, donde tiene usted muchas relaciones, para que le busquen una colocaciĂ³n o intente usted por todos los medios buscar algo en otro sitio pues yo por mi parte entiendo que no le conviene a usted continuar trabajando en el Instituto Escuela, donde las condiciones que habrĂ­an de imponerse en lo sucesivo, segĂºn me ha manifestado usted esta mañana, habrĂ­an de parecerle muy onerosas.

No vea usted en estas palabras mías el menor asomo de amargura; todo lo contrario, si usted necesita que yo le ayude a buscar algo o si quiere que la recomiende, lo haré con mucho gusto y daré de usted los mas excelentes informes.

Pero durante unos cuantos años usted necesita trabajar en algĂºn sitio donde la persona que le dirija no sea algo tan familiar y tan Ă­ntimo como soy yo para usted porque basada en la creencia de que conmigo puede usted hacer cuanto quiere, no logra situarse en aquel plano de objetividad en que es preciso colocar los hechos y las cosas para contemplarlos con ojos limpios y serenos.

Como le advierto a usted esta determinaciĂ³n con anticipaciĂ³n suficiente, espero que esta vez por lo menos no podrĂ¡ usted decirme que se lo comunico a destiempo cuando ya no puede buscar otra cosa.

En todo caso me parece que desde que saliĂ³ usted de la Residencia ha tenido usted tiempo para terminar su carrera universitaria y encontrarse en condiciones de hacer oposiciones a una cĂ¡tedra de Instituto. En ese caso no habrĂ­a ninguna de las dificultades que ahora se le plantean; y no creo que puede usted decir que yo tengo la culpa tambiĂ©n de que usted no haya destinado sus muchos ratos de ocio al estudio.

La saluda con el afecto de siempre su buena amiga

cronica22_12_1929

Las movidas vacaciones de la directora

La actividad de MarĂ­a de Maeztu era mĂ¡s agitada que el aleteo de un colibrĂ­. No solo durante el curso, cuando se ocupaba de un nĂºmero cada vez mayor de alumnas, sino tambiĂ©n durante el periodo de las vacaciones escolares. Antes de que los españoles conocieran el significado de la palabra aeropuerto, la directora cruzaba fronteras como quien cruza las calles de un barrio. AsĂ­ lo detalla en una carta que escribe a un familiar cuando estaba a punto de terminar el curso de 1924:

La semana que viene pienso marcharme unos dĂ­as fuera y volverĂ© a fin de junio para estar aquĂ­ hasta mediados de julio puesto tengo que dar unas conferencias en el curso de extranjeros. De aquĂ­ me marcharĂ© probablemente a ParĂ­s porque tengo que recibir a Mrs. Vernon que viene de AmĂ©rica y luego tal vez vaya a Suecia y Noruega. En el mes de agosto irĂ© a Cauterets a tomar las aguas y de allĂ­ os harĂ© una visita en Hendaya para lo cual me enviĂ¡is vuestra direcciĂ³n aquĂ­ a la Residencia. La mĂ­a es siempre la de esta casa a donde me podĂ©is escribir pues desde aquĂ­ siempre me envĂ­an las cartas a todas partes.

En 1936, pocos meses despuĂ©s de que se declarara la guerra, conmocionada por el asesinato de su adorado hermano Ramiro, MarĂ­a tuvo que despedirse de su obra y de la direcciĂ³n de la Residencia de Señoritas. Aunque continuĂ³ cosechando Ă©xitos profesionales en el exilio, la pena y la frustraciĂ³n de ver que sus ideales se habĂ­an hecho pedazos le causaban cansancio, rabia y desaliento.

Su Ăºltima carta, en la que expresĂ³ sus reflexiones con la claridad y contundencia de siempre, fue el testamento que enviĂ³ al cĂ³nsul general de España en la RepĂºblica Argentina, lugar donde muriĂ³ en 1948. He aquĂ­ su despedida:

«Pido a mis alumnas de la Residencia de Señoritas y a mis discĂ­pulos del Instituto-Escuela una oraciĂ³n por mi alma, ya que a todos ellos entreguĂ© lo mejor de mi vida. No considero como enemigos de España y enemigos mĂ­os mĂ¡s que a los que impidieron y estorbaron el que yo volviera a ocupar mi puesto en España. A todos les perdono y pido a Dios les perdone el mal que a España hacen fomentando la incultura y el mal irreparable que a mĂ­ me hicieron impidiendo la prosecuciĂ³n de mi obra educativa».

Un dĂ­a de principios de los años ochenta, mientras Madrid daba carpetazo a la dictadura con arsenales de creatividad, un profesor recorrĂ­a las obras de restauraciĂ³n de un edificio en la calle Fortuny. Entre los escombros y trastos inservibles estaba un archivo de papeles que llevaba mĂ¡s de medio siglo arrumbado en un rincĂ³n del pabellĂ³n Arniches, perteneciente a la desaparecida Residencia de Señoritas.

El profesor se debiĂ³ sentir como el arqueĂ³logo que descubre la tumba de un faraĂ³n, estremecido ante el tesoro que acababa de encontrar: en el archivo estaban las cartas, cientos de ellas, que habĂ­a escrito y recibido MarĂ­a de Maeztu durante los 21 años que fue directora de esta Residencia, el lugar que hizo posible que las mujeres accedieran a la Universidad en España.

La correspondencia de MarĂ­a de Maeztu es el relato, apasionante y minucioso, de la lucha de las mujeres por conseguir la igualdad y la independencia a travĂ©s de la educaciĂ³n. Es una historia llena de ilusiĂ³n, de generosidad y de valentĂ­a, pero como todas las buenas historias, tambiĂ©n estĂ¡ sembrada de conflictos: los que tuvieron que afrontar las primeras mujeres que reivindicaron su derecho a sentarse en las aulas de la Universidad.

Como le ocurriĂ³ a la propia De Maeztu, que en una ocasiĂ³n relatĂ³ su primer viaje en tren para examinarse en la universidad de Salamanca afirmando que «el hecho de que una mujer viajase sola era considerado casi tan reprobable como el que estudiara una carrera».

MarĂ­a de Maeztu, doctora Honoris Causa. (Archivo de JosĂ© Ortega y Gasset. FundaciĂ³n JosĂ© Ortega y Gasset-Gregorio MaraĂ±Ă³n)
MarĂ­a de Maeztu, doctora Honoris Causa. (Archivo de JosĂ© Ortega y Gasset. FundaciĂ³n JosĂ© Ortega y Gasset-Gregorio MaraĂ±Ă³n)

Ella lo tenĂ­a claro, no solo iba a continuar con sus estudios, sino que mĂ¡s tarde su empeño se centrarĂ­a en facilitar un cuarto propio a las chicas dispuestas a recibir una educaciĂ³n superior. SegĂºn dijo una de las alumnas de la residencia, que despuĂ©s trabajĂ³ como periodista en la revista Estampa, Josefina Carabias, «indudablemente, la Residencia de Señoritas no ha sido la consecuencia, sino la causa de que haya tantas muchachas en la Universidad».

Las cartas de MarĂ­a de Maeztu son como un retrato hiperrealista que dibuja con trazo fino todos los rasgos de su carĂ¡cter. En sus escritos descubrimos que era decidida, estricta, bondadosa, segura de sĂ­ misma, incansable, culta, de salud delicada y con una fortaleza de carĂ¡cter asombrosa.

TenĂ­a las ideas claras, querĂ­a que las chicas de todos los rincones de España tuvieran la oportunidad de ir a la universidad. Y para conseguir su objetivo, no dudĂ³ en dirigirse a intelectuales, ministros, padres y madres, jefes de la policĂ­a, proveedores, cientĂ­ficos y cualquier otra persona que pudiera aportar algo para que sus alumnas recibieran una educaciĂ³n integral, que abarcaba mucho mĂ¡s que la faceta acadĂ©mica, y para que estuvieran tan cĂ³modas y seguras en la residencia como en sus propias casas.

Lo primero, formarse

La historia de la mejor pedagoga del paĂ­s, como la definiĂ³ su amigo Ortega y Gasset, empieza en Bilbao, donde MarĂ­a de Maeztu obtuvo una plaza de maestra. Mientras daba clases en su primera escuela, se dio cuenta de que le quedaba mucho por aprender. QuerĂ­a viajar a otros paĂ­ses para conocer cĂ³mo funcionaba la educaciĂ³n y para formarse junto a los mejores pedagogos. Y lo consiguiĂ³ a base de becas.

Fue una de las primeras solicitantes de esas ayudas, que le permitieron estudiar en Inglaterra, BĂ©lgica, Alemania, Suiza y Estados Unidos. TenĂ­a claro su objetivo, y si hacĂ­a falta pedir el apoyo de las personalidades mĂ¡s influyentes del momento para conseguir una pensiĂ³n en el extranjero, cogĂ­a papel y pluma y escribĂ­a una carta tan persuasiva que era difĂ­cil que obtuviera un no por respuesta.

AsĂ­ se dirige a su admirado Benito PĂ©rez GaldĂ³s, a quien escribe en 1907 para que interceda por ella ante la Junta de Investigaciones CientĂ­ficas:

Mi distinguido y cariñoso amigo: (…) dirijo a usted un afectuoso saludo, a la vez que abusando de su bondad, me permito distraer su atenciĂ³n unos minutos para dirigirle una sĂºplica. El Estado español ha votado un crĂ©dito considerable para enviar pensionados al extranjero que estudien lo que sea de aplicaciĂ³n mĂ¡s inmediata y necesaria a nuestra patria, y la Junta de Investigaciones CientĂ­ficas acaba de hacer una convocatoria al profesorado todo.

Yo que tengo grandes entusiasmos por la enseñanza popular, quisiera poner mis energĂ­as y mi escaso valer al servicio de tan noble idea, y a este fin he solicitado la pensiĂ³n.

Ignoro si la pedirĂ¡n muchos por lo que podrĂ­an surgir dificultades al hacer los nombramientos que en breve publicarĂ¡ la Gaceta. ¿SerĂ­a usted tan amable que quisiera hablar por mĂ­ a alguno de los señores que componen la Junta?

Su ilustre nombre y su elevado prestigio le convierten en una autoridad indiscutible y por eso sĂ³lo una palabra suya ha de ser de una influencia decisiva.

Espero de su bondad al dispensarme su inmerecida simpatĂ­a que sabrĂ¡ perdonarme esta molestia que le ocasiono y por la que quedarĂ¡ muy reconocida su affma. Y atenta amiga q.b.s.m.

MarĂ­a de Maeztu

Cariñosos afectos de Ramiro.

Residentes incondicionales: Victoria Kent

En 1909, MarĂ­a de Maeztu se instalĂ³ en Madrid para estudiar PedagogĂ­a y FilosofĂ­a en la Universidad Central. VivĂ­a en una pensiĂ³n del centro, donde los ruidos y las voces que se oĂ­an por los patios no la dejaban concentrarse.

AllĂ­ descubriĂ³ su objetivo en la vida: ofrecer un lugar tranquilo y acogedor donde pudieran vivir las chicas de provincias, como ella, que quisieran estudiar en la Universidad de Madrid. Y en 1915 se dieron las condiciones necesarias para que pudiera abrir las puertas de la Residencia de Señoritas.

Solo dos años despuĂ©s, la obra que habĂ­a emprendido para facilitar la llegada de las mujeres a la universidad habĂ­a sido acogida con tanto entusiasmo por las residentes que durante las vacaciones de verano le escribĂ­an para ponerse a su disposiciĂ³n antes de empezar el curso. AsĂ­ lo hizo en septiembre de 1917 Victoria Kent, en ese momento estudiante de Derecho y años mĂ¡s tarde diputada:

Écija, 29 de septiembre de 1917

Srta. MarĂ­a de Maeztu

Mi distinguida amiga:

Como el tiempo de vacaciones toca a su fin es necesario disponerse para reanudar los trabajos del curso; por lo tanto, el lunes 1 de octubre llegaré a esa en las horas de la mañana continuando en esa Residencia a la que tanto debo.

Sentimientos de gratitud me obligan a ofrecerme a V. incondicionalmente y por si esto no fuera suficiente, hay una base muy firme de simpatĂ­a y admiraciĂ³n hacia su persona y su labor.

Disponga como quiera de su afectĂ­sima s. s. (segura servidora)

Victoria Kent

María de Maeztu dando clase en la Residencia de Señoritas. (Archivo del Instituto Internacional – Legado Eulalia Lapresta)
María de Maeztu dando clase en la Residencia de Señoritas. (Archivo del Instituto Internacional – Legado Eulalia Lapresta)

Visitas muy ilustres

MarĂ­a de Maeztu habĂ­a visitado residencias universitarias para mujeres en el extranjero y de cada experiencia se quedaba con lo mejor. Por eso su Residencia de Señoritas estaba destinada a ser mucho mĂ¡s que un lugar donde alojarse o un tradicional internado. Su objetivo era que las jĂ³venes que pasaban por esta casa adquirieran una formaciĂ³n integral que iba de la educaciĂ³n fĂ­sica a los buenos modales, del dominio de idiomas a la amplitud de miras.

Para conseguir formar a las chicas atendiendo a todas estas facetas, la directora invitaba a esa casa a las mĂ¡s altas personalidades de la Ă©poca, como queda reflejado en esta carta en la que invita a un tĂ© en honor de la poetisa Gabriela Mistral a dos de sus amigos mĂ¡s distinguidos: Zenobia CamprubĂ­ y Juan RamĂ³n JimĂ©nez.

4 de Diciembre de 1924

Sra. Dª. Zenobia CamprubĂ­ de JimĂ©nez

Mi querida amiga: El prĂ³ximo domingo de cinco a siete de la tarde darĂ¡ la Residencia de Señoritas en la casa de Fortuny 53 un tĂ© en honor de Gabriela Mistral al que estĂ¡ usted invitada. DĂ­gale a Juan RamĂ³n que hemos invitado tambiĂ©n a un grupo de escritores amigos y aunque con Ă©l no me atrevo directamente por temor a molestarle le pongo a usted de intermediaria por si tuviera gusto en conocer a dicha poetisa.

En todo caso siempre les quedarĂ¡ muy agradecida su buena amiga.

Tu éxito es mi triunfo

Que una alumna consiguiera el éxito académico significaba el mayor triunfo para María de Maeztu, que estaba dedicando su vida y sus energías a dar facilidades a las mujeres de este país para que alcanzaran su independencia y su libertad a través de los estudios superiores. Así de entusiasta escribe a una alumna, Josefa Casaseca, cuando en febrero de 1925 recibe la noticia de que ha ganado una plaza tras licenciarse en Farmacia.

Mi querida amiga: Recibo en este momento su cariñosa carta del 23 y me apresuro a enviarle mi mĂ¡s cordial enhorabuena por su Ă©xito al obtener la plaza de FarmacĂ©utica de la Beneficencia Provincial en la que me temo que se va usted a encontrar tan bien que va a envejecer sin acordarse de obtener puestos mejores.

Ya sabe cuĂ¡nto la estimamos en esta casa y por eso se ha recibido esta mañana con gran alegrĂ­a la noticia de que habĂ­a usted conseguido sus deseos.

Con saludos a su familia especialmente a su padre la abraza con el cariño de siempre su directora y amiga

MarĂ­a de Maeztu

Convenciendo al conferenciante

En 1925, avalada por el Ă©xito que estaba teniendo la residencia entre un gran nĂºmero de mujeres y de intelectuales, la directora envĂ­a una carta a RamĂ³n PĂ©rez de Ayala para invitarle a dar una conferencia. Le anima a dar la charla ante un auditorio «compuesto en su mayor parte de mujeres que trabajan y piensan» y a pesar de que la remuneraciĂ³n no puede ser generosa, no contempla el rechazo del escritor, a quien da las coordenadas exactas de la cita para ir preparando invitaciones.

Las dotes persuasivas de MarĂ­a de Maeztu eran tan infalibles que semana tras semana contaba en su nĂ³mina de conferenciantes con los intelectuales mĂ¡s reconocidos: PĂ­o Baroja, AzorĂ­n, Eugenio d’Ors, Unamuno, GĂ³mez de la Serna, JosĂ© BergamĂ­n, Pedro Salinas, Federico GarcĂ­a Lorca, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, MarĂ­a Montessori, Clara Campoamor y hasta el presidente de la RepĂºblica, Niceto AlcalĂ¡ Zamora, dirigieron sus palabras ante el auditorio formado por las jĂ³venes universitarias que vivĂ­an en la Residencia de Señoritas.

Sr. D. RamĂ³n PĂ©rez de Ayala

Mi distinguido y querido amigo: Hace tiempo deseaba haber visto a usted para rogarle, en nombre de las ciento setenta alumnas de esta casa, señoritas todas de veinte a veinticinco años, muy inteligentes y admiradoras de usted, que venga a darnos una conferencia tocando cualquiera de sus temas sugestivos que usted sabe tratar. Mi temor de molestarse, porque sĂ© lo muy ocupado que usted estĂ¡, me ha detenido hasta hoy en que ya me decido a trasmitirle aquella sĂºplica.

La Conferencia podrĂ­a ser el sĂ¡bado (que es el dĂ­a que aquĂ­ destinamos a conferencias) 21 del corriente a las seis de la tarde en la Biblioteca de esta casa que es un salĂ³n donde caben unas trescientas personas y que reĂºne condiciones muy adecuadas y muy gratas para el orador. InvitarĂ­amos a nuestro pĂºblico, que es un pĂºblico compuesto en su mayor parte de mujeres que trabajan y piensan.  Ello no quiere decir que tendrĂ­a usted que dirigirse a un pĂºblico meramente femenino pues claro estĂ¡ que viene tambiĂ©n todo el grupo de hombres que es afecto a nuestra obra.

Siento que la remuneraciĂ³n que podemos destinar a estas conferencias sea muy pequeña: cien pesetas, pero las mujeres que trabajamos somos pobres y por otro lado yo que le conozco a usted estoy segura de que esto no podrĂ­a ser nunca estĂ­mulo suficiente que le decidiese aceptar.

Si le conviene la fecha dĂ­game el tema para que hagamos en seguida las invitaciones.

Le saluda muy afectuosamente

MarĂ­a de Maeztu

MarĂ­a de Maeztu en su despacho (Archivo de JosĂ© Ortega y Gasset. FundaciĂ³n JosĂ© Ortega y Gasset-Gregorio MaraĂ±Ă³n)
MarĂ­a de Maeztu en su despacho (Archivo de JosĂ© Ortega y Gasset. FundaciĂ³n JosĂ© Ortega y Gasset-Gregorio MaraĂ±Ă³n)

Haga algo, que nos roban

La residencia estaba instalada en varios chalĂ©s con jardĂ­n de la calle Fortuny y alrededores, cĂ³modos y acogedores, pero tambiĂ©n fĂ¡ciles de asaltar en la penumbra del atardecer, cuando las chicas estaban en sus clases y las sombras de la noche daban cobijo a los maleantes que se colgaban de los balcones y salĂ­an cargados con objetos de valor y hasta con colchones.

Para poner fin a este atropello, MarĂ­a de Maeztu habĂ­a recurrido a las mĂ¡s altas instancias, desde el Ministro de GobernaciĂ³n al director general de Seguridad. Pero como hasta ese momento nadie habĂ­a puesto soluciĂ³n al problema, en febrero de 1923 escribe al subdirector de PolicĂ­a con una peticiĂ³n que no deja lugar a negativas.

Ilustrísimo Señor Don Rafael Muñoz, subdirector de Policía

Muy señor mĂ­o y de mi mayor respeto: Conocidas sus altas dotes y el gran interĂ©s que tiene usted porque el servicio de policĂ­a que de usted depende rinda la mĂ¡xima eficacia, me permito dirigirle una sĂºplica con la esperanza de que no quedarĂ¡, como tantas otras veces ha quedado, desatendida.

En la calle de Fortuny nº 30 esquina a la de Rafael Calvo, casas nº 1 y 3, estĂ¡ instalada la Residencia de Señoritas que yo dirijo. Conviven en esta importante InstituciĂ³n ciento cincuenta muchachas de veinte años que vienen de provincias a Madrid para realizar estudios de cultura superior; estas muchachas al regresar de sus clases de siete a ocho y media de la noche se ha visto muchas veces asustadas y amenazadas por gente maleante que amparĂ¡ndose en la oscuridad de estas calles desiertas pueden cometer impunemente toda clase de atropellos.

No es esto solo: estamos acosados por una cuadrilla de ladronzuelos que subiĂ©ndose por las ventanas y encaramĂ¡ndose por los balcones han logrado este invierno penetrar varias veces en los dormitorios de las señoritas, siempre en las horas del anochecer y cuando no hay nadie en los dormitorios, para llevarse de ellos los colchones, ropas, pequeñas alhajas, dinero, en fin todo lo que las señoritas poseen.

Como este es un centro oficial que depende del Ministerio de InstrucciĂ³n PĂºblica me he dirigido varias veces al Ministro de GobernaciĂ³n o al Director General de Seguridad y todo lo mĂ¡s que he conseguido es que envĂ­en una pareja de policĂ­a que guarda la casa dos o tres dĂ­as; terminados los cuales las calles quedan desamparadas y los ladrones vuelven a sus habituales ocupaciones.

Ahora haciendo un gran sacrificio por nuestra parte, hemos puesto una instalaciĂ³n de focos elĂ©ctricos en las fachadas de las casas 1 y 3 de Rafael Calvo. Ello representa un gasto de instalaciĂ³n y de consumo que tiene que salir de los fondos mismos de las señoritas de posiciĂ³n modesta que haciendo grandes sacrificios vienen a estudiar a Madrid.

Y lo peor es que dicha instalaciĂ³n, como otras tres o cuatro que ya llevo puestas, durarĂ¡ aproximadamente una semana, pues la misma banda de golfos ronda ya por aquĂ­ viendo cĂ³mo podrĂ¡ quitarla.

En Ăºltima instancia, Sr. Muñoz, me dirijo a usted; me han dicho que lo que no he logrado conseguir por medio de valiosas influencias lo atenderĂ¡ su espĂ­ritu recto animado de la mĂ¡s alta nociĂ³n de probidad y justicia. AmparĂ¡ndome en estas sus cualidades le suplico envĂ­e pareja de policĂ­a permanente que cuide de estas casas abandonadas de siete a nueve o nueve y media de la noche.

Agradeciéndole de antemano el servicio que ha de prestarme…

Tu ingratitud me resbala

Esta carta es una joya. Porque es una rareza entre los cientos de cartas que rebosan agradecimiento, entusiasmo y buenos deseos. Porque es un relato minucioso de la trayectoria de una residente. Y porque vemos cĂ³mo MarĂ­a saca su carĂ¡cter para poner en su sitio a una de las alumnas que mĂ¡s la defraudaron en los años de la residencia. La personalidad de la directora con todos sus matices queda reflejada en esta misiva.

Carta a Juana Moreno del 20 de febrero de 1925

Mi querida discípula y amiga: No quiero dejar pasar mas tiempo sin decirle por escrito que no me ha molestado nada su actitud violenta de esta mañana y las censuras tan injustificadas y tan sin sentido que me ha dirigido usted solo por el capricho de molestarme.

Pero como desde hace algunos años estas censuras, fuera de tiempo y de tono se van repitiendo aunque en nada me hieren, pues usted no puede herirme, creo que es mi deber puntualizar las cosas y enseñarle a leer en la realidad de la vida lo mismo que en otros días y con el mismo cariñoso interés que le enseñé algunos de los conocimientos que usted posee cuando era usted mi discípula en esta casa.

A mĂ­ me gustan los discĂ­pulos rebeldes, cuando su rebeldĂ­a se refiere a puntos concretos de la ciencia que el maestro ha enseñado; pero usted no se ha acercado a mĂ­ en tal actitud mas que para pedirme aumento de sueldo o para reprocharme lo poco que he hecho por usted en la vida estorbĂ¡ndole –segĂºn usted dice– los brillantes caminos que usted hubiera seguido de no haber tenido la desgracia de encontrarse conmigo.

Nada mas lejos de mi propĂ³sito y de mi corazĂ³n que recordar a las que fueron mis alumnas que, muy especialmente en los primeros años de la Residencia, puse en ellas cuanto supe y cuanto pude y librĂ© batallas para que su vida en esta casa les fuera mas grata y les sirviera de aprendizaje fecundo en la vida.

Pero con usted, por lo mismo que era huĂ©rfana y que no tenĂ­a quien ejerciese cerca de usted una vigilante tutorĂ­a, hice mĂ¡s: se presentĂ³ usted a mĂ­ sin que yo la conociera para nada; nada le preguntĂ© de su vida ni de sus antecedentes; me bastĂ³ verla para sentir la natural simpatĂ­a que toda muchacha joven estudiosa me inspira cuando anhela abrirse camino en la vida.

Le concedĂ­ una beca en la Residencia para que hiciera usted su preparaciĂ³n de ingreso en la Escuela Superior y no logrĂ³ usted conseguirlo. Al no realizar sus propĂ³sitos le coloquĂ© en la Residencia junto a mĂ­ para que cubriera usted los gastos de su vida.

Al fundarse el Instituto Escuela, y sin que usted pudiera alegar años de experiencia en la enseñanza, le coloquĂ© en dicho instituto donde ha alcanzado usted el sueldo mĂ¡ximo. Le proporcionĂ© una beca para que fuese usted a estudiar a AmĂ©rica y a aprender el inglĂ©s. Nada mĂ¡s.

Tiene usted razĂ³n; he sido injusta. Porque injusticia grande es haber hecho todo esto con una persona que desde hace cuatro años no se acerca a mĂ­ mas que para quejarse en actitud violenta.

Creo por consiguiente que ha llegado el momento de que usted afronte la vida sin mi ayuda, ya que esta pobre ayuda mĂ­a no es para usted mas que un estorbo y entorpecimiento.

Me parece muy bien que solicite usted una beca para el extranjero; yo hablaré con el Sr. Castillejo para que se la conceda.

Pero por si a pesar de mis buenos deseos no se la concediera, escriba usted a AmĂ©rica, donde tiene usted muchas relaciones, para que le busquen una colocaciĂ³n o intente usted por todos los medios buscar algo en otro sitio pues yo por mi parte entiendo que no le conviene a usted continuar trabajando en el Instituto Escuela, donde las condiciones que habrĂ­an de imponerse en lo sucesivo, segĂºn me ha manifestado usted esta mañana, habrĂ­an de parecerle muy onerosas.

No vea usted en estas palabras mías el menor asomo de amargura; todo lo contrario, si usted necesita que yo le ayude a buscar algo o si quiere que la recomiende, lo haré con mucho gusto y daré de usted los mas excelentes informes.

Pero durante unos cuantos años usted necesita trabajar en algĂºn sitio donde la persona que le dirija no sea algo tan familiar y tan Ă­ntimo como soy yo para usted porque basada en la creencia de que conmigo puede usted hacer cuanto quiere, no logra situarse en aquel plano de objetividad en que es preciso colocar los hechos y las cosas para contemplarlos con ojos limpios y serenos.

Como le advierto a usted esta determinaciĂ³n con anticipaciĂ³n suficiente, espero que esta vez por lo menos no podrĂ¡ usted decirme que se lo comunico a destiempo cuando ya no puede buscar otra cosa.

En todo caso me parece que desde que saliĂ³ usted de la Residencia ha tenido usted tiempo para terminar su carrera universitaria y encontrarse en condiciones de hacer oposiciones a una cĂ¡tedra de Instituto. En ese caso no habrĂ­a ninguna de las dificultades que ahora se le plantean; y no creo que puede usted decir que yo tengo la culpa tambiĂ©n de que usted no haya destinado sus muchos ratos de ocio al estudio.

La saluda con el afecto de siempre su buena amiga

cronica22_12_1929

Las movidas vacaciones de la directora

La actividad de MarĂ­a de Maeztu era mĂ¡s agitada que el aleteo de un colibrĂ­. No solo durante el curso, cuando se ocupaba de un nĂºmero cada vez mayor de alumnas, sino tambiĂ©n durante el periodo de las vacaciones escolares. Antes de que los españoles conocieran el significado de la palabra aeropuerto, la directora cruzaba fronteras como quien cruza las calles de un barrio. AsĂ­ lo detalla en una carta que escribe a un familiar cuando estaba a punto de terminar el curso de 1924:

La semana que viene pienso marcharme unos dĂ­as fuera y volverĂ© a fin de junio para estar aquĂ­ hasta mediados de julio puesto tengo que dar unas conferencias en el curso de extranjeros. De aquĂ­ me marcharĂ© probablemente a ParĂ­s porque tengo que recibir a Mrs. Vernon que viene de AmĂ©rica y luego tal vez vaya a Suecia y Noruega. En el mes de agosto irĂ© a Cauterets a tomar las aguas y de allĂ­ os harĂ© una visita en Hendaya para lo cual me enviĂ¡is vuestra direcciĂ³n aquĂ­ a la Residencia. La mĂ­a es siempre la de esta casa a donde me podĂ©is escribir pues desde aquĂ­ siempre me envĂ­an las cartas a todas partes.

En 1936, pocos meses despuĂ©s de que se declarara la guerra, conmocionada por el asesinato de su adorado hermano Ramiro, MarĂ­a tuvo que despedirse de su obra y de la direcciĂ³n de la Residencia de Señoritas. Aunque continuĂ³ cosechando Ă©xitos profesionales en el exilio, la pena y la frustraciĂ³n de ver que sus ideales se habĂ­an hecho pedazos le causaban cansancio, rabia y desaliento.

Su Ăºltima carta, en la que expresĂ³ sus reflexiones con la claridad y contundencia de siempre, fue el testamento que enviĂ³ al cĂ³nsul general de España en la RepĂºblica Argentina, lugar donde muriĂ³ en 1948. He aquĂ­ su despedida:

«Pido a mis alumnas de la Residencia de Señoritas y a mis discĂ­pulos del Instituto-Escuela una oraciĂ³n por mi alma, ya que a todos ellos entreguĂ© lo mejor de mi vida. No considero como enemigos de España y enemigos mĂ­os mĂ¡s que a los que impidieron y estorbaron el que yo volviera a ocupar mi puesto en España. A todos les perdono y pido a Dios les perdone el mal que a España hacen fomentando la incultura y el mal irreparable que a mĂ­ me hicieron impidiendo la prosecuciĂ³n de mi obra educativa».

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