27 de agosto 2014    /   CINE/TV
por
 

La confianza ciega de los espectadores en los comentarios de los locutores

27 de agosto 2014    /   CINE/TV     por          
Compártelo twitter facebook whatsapp
thumb image

¡Yorokobu gratis en formato digital!

Lee gratis la revista Abril/Mayo haciendo clic aquí.

Hay telespectadores con más fe en lo que escuchan que en lo que ven. La Fórmula 1 y programas como MasterChef sirven como ejemplo.

¿Por qué 450 millones de personas siguen la Fórmula 1? Faltan referentes visuales para situar a los competidores en el circuito y hay una confianza plena en las palabras de los comentaristas: «Fulano va por delante». Aquí hay, pensé, un caso de suspensión de la incredulidad.
LA SUSPENSIÓN DE LA INCREDULIDAD Y LA NO FICCIÓN
El concepto suspensión de la incredulidad define la voluntad de una persona para acallar su sentido crítico y aceptar las ficciones que proponen las novelas, el teatro, el cine y las series. Explica por qué el espectador acepta la convivencia de personas con dragones, la existencia de superhéroes o los viajes al pasado. (Pocas personas rechazan la fantasía por improbable). ¿Por qué este concepto no puede aplicarse a otras producciones audiovisuales?
‘FÓRMULA 1’ O LAS EMOCIONES EN LAS PALABRAS
En la Fórmula 1 —quitando las salidas— las emociones no están en la pista, están en los comentarios de los presentadores. En frases como «diez vueltas para finalizar la carrera» o «entra en boxes por un problema con…» El aficionado debe aceptar por fuerza lo que escucha porque las cámaras no abarcan la totalidad de la pista ni permiten seguir la evolución de los pilotos. Un espectador de fútbol sí puede ver cómo un jugador roba una pelota, regatea a tres, cuatro rivales y lanza a portería. Digo fútbol como podría decir baloncesto, voleibol o cualquier otro deporte que permite al telespectador hacerse una idea de cómo transcurre el evento sin comentarios. (En los bares no se escucha el fútbol, se ve).
El espectador de Fórmula 1 es, ante todo, un creyente del espectáculo que tiene a los comentaristas como chamanes menores. Los pilotos no son deportistas sino totems inexpresivos que en ocasiones emiten voces. Las escuderías son facciones de la misma religión mecánica que por un lado crean vehículos y por otro, mitología. El creyente no lo es de una forma de jugar. Bajo los trajes y los cascos todos los hombres son iguales. En ningún momento vemos su sufrimiento bajo los cascos ni los músculos tensos de los pilotos. Falta épica en esto. El espectador, el creyente, se alimenta de las historias de rivalidades y contempla las carreras entregándose a las palabras de los comentaristas: «Fulano adelanta», «entra en boxes», «lleva ventaja sobre Mengano». Palabras que dejaron de ser atractivas para 50 millones de personas en 2013.
‘MASTERCHEF’ Y EL ESPECTADOR CARPANTA
MasterChef comparte con la Fórmula 1 el concepto de suspensión de la incredulidad. Aquí podemos ver las prisas, las caras de estupor, de alegría y los llantos de los participantes. También la rivalidad, ingrediente que sabe cocinar la versión USA. En esta versión, cada participante ve en otro a su Némesis: alguien a quien batir o a quien gustaría ver fuera. Al margen de esto, MasterChef toma como base —en cualquier país— los paladares no cuestionados de los jueces.
«Perfecto pato en salsa de ajo», dice uno de los jueces, y el telespectador lo acepta como un auténtico convidado de piedra, Carpanta que imagina sabores a través de los ventanales de los restaurantes. Y esto es extraño…
MasterChef es un talent show extravagante para los tiempos de la televisión social. Obliga al espectador a implicarse más de lo habitual. En un concurso de cantantes o imitaciones, el público, aunque sin voto, juzga a los participantes y a los jueces. Estos pueden recibir comentarios crueles por sus decisiones. Por el contrario, los jueces de MasterChef son figuras indiscutibles.
ESPECTADORES QUE SABOREAN LOS PLATOS
En foros y páginas dedicadas a MasterChef los comentarios de los lectores dicen que tal o cual participante es quien mejor cocina. Comentarios temerarios. Quienes alaban la cocina de Fulano o Mengano, ¿la han probado? Los espectadores coherentes solo podrían decir que tal o cual participante le cae simpático, le parece buen chico, engreído o humilde.
Es posible que muchos espectadores en la vida real no coincidieran con los jueces. Hay personas que rechazan ciertos alimentos por la textura o por desagradables experiencias infantiles.
Por esto, el espectador de MasterChef es un creyente como el seguidor de la Fórmula 1. Confían en quienes les dicen a través de la pantalla «esto es así». Espectadores que no ven; creen ver.

¡Yorokobu gratis en formato digital!

Lee gratis la revista Abril/Mayo haciendo clic aquí.

Hay telespectadores con más fe en lo que escuchan que en lo que ven. La Fórmula 1 y programas como MasterChef sirven como ejemplo.

¿Por qué 450 millones de personas siguen la Fórmula 1? Faltan referentes visuales para situar a los competidores en el circuito y hay una confianza plena en las palabras de los comentaristas: «Fulano va por delante». Aquí hay, pensé, un caso de suspensión de la incredulidad.
LA SUSPENSIÓN DE LA INCREDULIDAD Y LA NO FICCIÓN
El concepto suspensión de la incredulidad define la voluntad de una persona para acallar su sentido crítico y aceptar las ficciones que proponen las novelas, el teatro, el cine y las series. Explica por qué el espectador acepta la convivencia de personas con dragones, la existencia de superhéroes o los viajes al pasado. (Pocas personas rechazan la fantasía por improbable). ¿Por qué este concepto no puede aplicarse a otras producciones audiovisuales?
‘FÓRMULA 1’ O LAS EMOCIONES EN LAS PALABRAS
En la Fórmula 1 —quitando las salidas— las emociones no están en la pista, están en los comentarios de los presentadores. En frases como «diez vueltas para finalizar la carrera» o «entra en boxes por un problema con…» El aficionado debe aceptar por fuerza lo que escucha porque las cámaras no abarcan la totalidad de la pista ni permiten seguir la evolución de los pilotos. Un espectador de fútbol sí puede ver cómo un jugador roba una pelota, regatea a tres, cuatro rivales y lanza a portería. Digo fútbol como podría decir baloncesto, voleibol o cualquier otro deporte que permite al telespectador hacerse una idea de cómo transcurre el evento sin comentarios. (En los bares no se escucha el fútbol, se ve).
El espectador de Fórmula 1 es, ante todo, un creyente del espectáculo que tiene a los comentaristas como chamanes menores. Los pilotos no son deportistas sino totems inexpresivos que en ocasiones emiten voces. Las escuderías son facciones de la misma religión mecánica que por un lado crean vehículos y por otro, mitología. El creyente no lo es de una forma de jugar. Bajo los trajes y los cascos todos los hombres son iguales. En ningún momento vemos su sufrimiento bajo los cascos ni los músculos tensos de los pilotos. Falta épica en esto. El espectador, el creyente, se alimenta de las historias de rivalidades y contempla las carreras entregándose a las palabras de los comentaristas: «Fulano adelanta», «entra en boxes», «lleva ventaja sobre Mengano». Palabras que dejaron de ser atractivas para 50 millones de personas en 2013.
‘MASTERCHEF’ Y EL ESPECTADOR CARPANTA
MasterChef comparte con la Fórmula 1 el concepto de suspensión de la incredulidad. Aquí podemos ver las prisas, las caras de estupor, de alegría y los llantos de los participantes. También la rivalidad, ingrediente que sabe cocinar la versión USA. En esta versión, cada participante ve en otro a su Némesis: alguien a quien batir o a quien gustaría ver fuera. Al margen de esto, MasterChef toma como base —en cualquier país— los paladares no cuestionados de los jueces.
«Perfecto pato en salsa de ajo», dice uno de los jueces, y el telespectador lo acepta como un auténtico convidado de piedra, Carpanta que imagina sabores a través de los ventanales de los restaurantes. Y esto es extraño…
MasterChef es un talent show extravagante para los tiempos de la televisión social. Obliga al espectador a implicarse más de lo habitual. En un concurso de cantantes o imitaciones, el público, aunque sin voto, juzga a los participantes y a los jueces. Estos pueden recibir comentarios crueles por sus decisiones. Por el contrario, los jueces de MasterChef son figuras indiscutibles.
ESPECTADORES QUE SABOREAN LOS PLATOS
En foros y páginas dedicadas a MasterChef los comentarios de los lectores dicen que tal o cual participante es quien mejor cocina. Comentarios temerarios. Quienes alaban la cocina de Fulano o Mengano, ¿la han probado? Los espectadores coherentes solo podrían decir que tal o cual participante le cae simpático, le parece buen chico, engreído o humilde.
Es posible que muchos espectadores en la vida real no coincidieran con los jueces. Hay personas que rechazan ciertos alimentos por la textura o por desagradables experiencias infantiles.
Por esto, el espectador de MasterChef es un creyente como el seguidor de la Fórmula 1. Confían en quienes les dicen a través de la pantalla «esto es así». Espectadores que no ven; creen ver.

Compártelo twitter facebook whatsapp
Las historias que están en todas partes
La evolución de las ondas de radio
Mad Max Fury Road: el diseño de lo bruto
España: La isla de las elecciones
 
Especiales
 
facebook twitter whatsapp
Opiniones 3
  • Llevo siguiendo retransmisiones de fórmula 1 desde hace muchos años, toda mi vida diría yo, y sinceramente me siento algo decepcionado con su reflexión. Supongo que lo que usted argumenta debe funcionar para una parte de los espectadores, quizá incluso para usted, pero le aseguro que no para los amantes de este deporte. He visto muchas veces retransmisiones de F1 en países extraños (sin sonido obviamente) y he vibrado tanto o más que en la actualidad. De hecho, es tan baja la calidad de las retransmisiones de F1 actuales que a menudo quito el sonido para no oír la cantidad de sandeces e inconcreciones que sueltan. Precisamente la retransmisión multicámara y la información en pantalla permiten hoy día seguir al dedillo una carrera sin necesidad de escuchar a nadie y le aseguro que ver como un coche recupera 600 milésimas de segundo por vuelta a otro es muy emocionante, independientemente de si hay o no hay alguien que te lo explique.
    Por supuesto, si no le gustan las carreras, necesitará algún aliciente para soportarlas y un buen animador le ayudará, pero eso es igual para la F1 que para el fútbol. En mi caso no me gusta nada el fútbol pero me encanta oír las retransmisiones de los partidos por la radio por la gracia de los animadores.
    En conclusión, le agradezco su opinión, entiendo lo que dice, pero creo que su argumentación sería mucho más honesta si no tratara de desarrollar un modelo sociológico o de consumo audiovisual en base a su única experiencia.

  • Comentarios cerrados.