El viñetismo de Mercrominah es un liarse a escobazos en plena era de exhibicionismo, de sensiblerÃas, de gente intensita, de buenrrollismos fofos y de peña que te dice holi mientras sueña con apuñalarte con un cuchilli.
El haterismo de Mercrominah no es una expresión de odio clásico, sino una reelaboración distante y lúdica, que, más que atizar el conflicto, lo aligera. Pero muchos no lo comprenden.
En muchas de sus viñetas aparecen comentarios ofendidos acusándola de fomentar cosas que a ella no se le habÃan pasado por la cabeza. «Con el tema de los veganos siempre hay quien se indigna y me escribe un privado, y es que me sabe mal pero no me voy a leer tus 20 lÃneas que has escrito defendiendo a los veganos». En una de sus ilustraciones dibuja una clasificación de cagadas: «Cagada vegana. Las espinacas salen listas para comer, again», glosa.
«Aquà estás trabajando y te sabes la vida del chico que está a tu lado. En Suecia, la gente venÃa y se sentaba y no decÃa hola ni adiós. Es muy complicado vivir allÃ, y más cuando yo estoy todo el dÃa haciendo el gilipollas básicamente», bromea.
No se iba a comprender al traducirlo, y no por motivos lingüÃsticos, sino culturales. El humor navajero de Mercrominha es tan español como burlarte a la cara de las pequeñas desgracias de tus amigos o el alioli.
El proceso de creación respeta una exigencia autoimpuesta: la frescura. «Dibujo en el trabajo, con unos tiempos. Me puse la norma de que serÃa algo rápido, solo explicar la idea. Tiene que ser algo que no tarde más de 10 minutos. Lo dibujo, le hago una foto con el móvil, lo paso a Photoshop, toco niveles y lo subo. Para explicar bien una idea, tiene que ser muy simplificada. Cuando me voy por las ramas, lo dejo».
Es cierto, quienes detestan esa suerte de porno de la felicidad saltimbanqui se reconocen por la calle por el brillo de los ojos, como los enamorados o los despechados.
El viñetismo de Mercrominah es un liarse a escobazos en plena era de exhibicionismo, de sensiblerÃas, de gente intensita, de buenrrollismos fofos y de peña que te dice holi mientras sueña con apuñalarte con un cuchilli.
El haterismo de Mercrominah no es una expresión de odio clásico, sino una reelaboración distante y lúdica, que, más que atizar el conflicto, lo aligera. Pero muchos no lo comprenden.
En muchas de sus viñetas aparecen comentarios ofendidos acusándola de fomentar cosas que a ella no se le habÃan pasado por la cabeza. «Con el tema de los veganos siempre hay quien se indigna y me escribe un privado, y es que me sabe mal pero no me voy a leer tus 20 lÃneas que has escrito defendiendo a los veganos». En una de sus ilustraciones dibuja una clasificación de cagadas: «Cagada vegana. Las espinacas salen listas para comer, again», glosa.
«Aquà estás trabajando y te sabes la vida del chico que está a tu lado. En Suecia, la gente venÃa y se sentaba y no decÃa hola ni adiós. Es muy complicado vivir allÃ, y más cuando yo estoy todo el dÃa haciendo el gilipollas básicamente», bromea.
No se iba a comprender al traducirlo, y no por motivos lingüÃsticos, sino culturales. El humor navajero de Mercrominha es tan español como burlarte a la cara de las pequeñas desgracias de tus amigos o el alioli.
El proceso de creación respeta una exigencia autoimpuesta: la frescura. «Dibujo en el trabajo, con unos tiempos. Me puse la norma de que serÃa algo rápido, solo explicar la idea. Tiene que ser algo que no tarde más de 10 minutos. Lo dibujo, le hago una foto con el móvil, lo paso a Photoshop, toco niveles y lo subo. Para explicar bien una idea, tiene que ser muy simplificada. Cuando me voy por las ramas, lo dejo».
Es cierto, quienes detestan esa suerte de porno de la felicidad saltimbanqui se reconocen por la calle por el brillo de los ojos, como los enamorados o los despechados.