A menudo se escucha esta afirmación cuando hablas con personas acerca del país del sol naciente. ¿Pero cuánto de esto es fruto del desconocimiento y la ignorancia? Leyendo el libro El antropólogo inocente (Anagrama) de Nigel Barley, uno se da cuenta de que tildar a alguien de fuera y a sus costumbres como raras frecuentemente es un mecanismo que usamos para racionalizar lo desconocido.
Barley pasó año y medio viviendo en una comunidad de la tribu Dowaya en Camerún a principios de los años 80. Los primeros meses fueron tortuosos a la hora de sacar información a los miembros de este clan.
«Y cuál no sería mi aflicción al descubrir que no podía sacarles a los dowayos más de diez palabras seguidas. Cuando les pedía que me describieran algo, una ceremonia o un animal, pronunciaban una o dos frases y se paraban. Para obtener más información tenía que hacer más preguntas. Aquello no era nada satisfactorio porque dirigía sus respuestas más de lo que aconseja cualquier método de campo fiable».
Una reacción superficial a esta situación perfectamente se podría resumir en: mira que son frikis estos Dowayos. Son parcos con las palabras y tienes que estar constantemente preguntándoles cosas. Pero la realidad era más compleja que esa, según deja claro Barley a continuación…
«Un día, después de unos dos meses de esfuerzos bastante improductivos, comprendí de repente el motivo. Sencillamente, los dowayos se rigen por reglas distintas a la hora de dividir una conversación. Mientras que en Occidente aprendemos a no interrumpir cuando habla otro, esto no es aplicable en África. Hay que hablar con las personas físicamente presentes como si hiciera por teléfono, empleando frecuentes interjecciones y respuestas verbales con el único fin de que el interlocutor sepa que lo escuchamos. Cuando oye hablar a alguien, el dowayo se queda con la mirada fija en el suelo, se balancea hacia adelante y hacia atrás y va murmurando «sí», «así es», «muy bien» cada cinco segundos aproximadamente. Si no se hace de esta forma, el hablante calla de inmediato. En cuanto adopté este método, mis entrevistas se transformaron».
Si el antropólogo británico tardó tanto tiempo en darse cuenta de esto, ¿cuantas veces habremos hecho lecturas erróneas cuando interactuamos con personas de culturas ajenas durante apenas unas horas?
A menudo se escucha esta afirmación cuando hablas con personas acerca del país del sol naciente. ¿Pero cuánto de esto es fruto del desconocimiento y la ignorancia? Leyendo el libro El antropólogo inocente (Anagrama) de Nigel Barley, uno se da cuenta de que tildar a alguien de fuera y a sus costumbres como raras frecuentemente es un mecanismo que usamos para racionalizar lo desconocido.
Barley pasó año y medio viviendo en una comunidad de la tribu Dowaya en Camerún a principios de los años 80. Los primeros meses fueron tortuosos a la hora de sacar información a los miembros de este clan.
«Y cuál no sería mi aflicción al descubrir que no podía sacarles a los dowayos más de diez palabras seguidas. Cuando les pedía que me describieran algo, una ceremonia o un animal, pronunciaban una o dos frases y se paraban. Para obtener más información tenía que hacer más preguntas. Aquello no era nada satisfactorio porque dirigía sus respuestas más de lo que aconseja cualquier método de campo fiable».
Una reacción superficial a esta situación perfectamente se podría resumir en: mira que son frikis estos Dowayos. Son parcos con las palabras y tienes que estar constantemente preguntándoles cosas. Pero la realidad era más compleja que esa, según deja claro Barley a continuación…
«Un día, después de unos dos meses de esfuerzos bastante improductivos, comprendí de repente el motivo. Sencillamente, los dowayos se rigen por reglas distintas a la hora de dividir una conversación. Mientras que en Occidente aprendemos a no interrumpir cuando habla otro, esto no es aplicable en África. Hay que hablar con las personas físicamente presentes como si hiciera por teléfono, empleando frecuentes interjecciones y respuestas verbales con el único fin de que el interlocutor sepa que lo escuchamos. Cuando oye hablar a alguien, el dowayo se queda con la mirada fija en el suelo, se balancea hacia adelante y hacia atrás y va murmurando «sí», «así es», «muy bien» cada cinco segundos aproximadamente. Si no se hace de esta forma, el hablante calla de inmediato. En cuanto adopté este método, mis entrevistas se transformaron».
Si el antropólogo británico tardó tanto tiempo en darse cuenta de esto, ¿cuantas veces habremos hecho lecturas erróneas cuando interactuamos con personas de culturas ajenas durante apenas unas horas?
Totalmente cierto, no son raros estos japos. Es de lo más normal, sano y natural el (por ejemplo) tener maquinas de vending de braguitas usadas de colegialas.
Es muy normal. ¬_¬
Primero: eso es algo absolutamente minoritario no representa a toda la población. Si le dices a alguien que aquí es normal matar toros en plazas puede que te digan lo mismo. Por eso, hace falta hacer lecturas más meditadas antes de sacar conclusiones tan categóricas…
Que yo sepa, lo de las braguitas usadas no es una realidad desde hace unos cuantos años.
Conclusión: para un % de hombres occidentales son normales las maquinas de vending de braguitas usadas de colegialas.
Festival de pedofilos everywhere.
Tú eres tonto.
¡A tope!
Al menos la educación y los modales que tienen allí más la quisíeramos en España
El libro de Barley es simplemente genial.
Estoy contigo, es una joya. Todavía me quedan alrededor de 100 páginas para terminar y me está encantado…
Tiene una segunda parte también muy buena.
Yo lo leí hace mil años, en un autobús por Escocia y recuerdo reírme a carcajadas. ¡Qué lo disfrutes!
Genial. Lo buscaré…
Sí, así es, muy bien, ahá.
Comentarios cerrados.