23 de noviembre 2018    /   IDEAS
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¿EstÔn de verdad las mujeres obsesionadas con comprar ropa?

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Ir de compras es cosa de mujeres. Eso es lo que dice Google si buscamos «compras» o «shopping» y damos a imÔgenes. La palabra shopaholic también lo deja bastante claro: mujeres llenas de bolsas que se ríen con un entusiasmo solo comparable al de estar comiendo una ensalada.

Claro, que no necesitamos a Google para que nos diga esto. PelĆ­culas, series, libros y publicidad lo muestran dĆ­a tras dĆ­as: las mujeres nos volvemos locas en cuanto entramos en un centro comercial o en una calle de tiendas de ropa, gastamos a golpe de tarjeta un dinero que no tenemos y llegamos a casa derrotadas pero contentas. Hemos comprado identidades nuevas, vidas nuevas, un futuro sin complejos ni inseguridades.

El origen mĆ”s claro de todo esto se encuentra a finales del siglo XIX, y sobre todo principios del XX, con el nacimiento de los grandes almacenes. Como ya apuntaba Ɖmile Zola en su libro El paraĆ­so de las damas, publicado en 1883, estos lugares se habĆ­an convertido en una nueva iglesia para las mujeres y todo en ellos estaba pensado para atraerlas. Porque Āæes, de alguna forma, natural que a las mujeres les guste la ropa? No; mĆ”s bien, porque eran un nuevo tipo de consumidor con un potencial enorme.

Eran los primeros momentos del movimiento de liberación femenina y, aunque el derecho a voto era algo todavía bastante lejano en los países occidentales, sí había algo sobre lo que las mujeres tenían control: organizaban cómo y en qué se gastaba el dinero que ganaba su marido. Los grandes almacenes fueron los que vieron la luz: ¿por qué no crear un espacio atractivo y lleno de glamour y promesas y publicitarlo como un espacio en el que las mujeres podían tomar sus propias decisiones?

Los grandes almacenes se convirtieron en uno de los pocos lugares en los que las mujeres podían estar fuera de casa sin sus maridos. Allí, en un entorno creado para ellas, podían escoger, decidir en qué gastar el dinero, sentir que tenían cierto control o poder. O, por lo menos, una ilusión de control o poder. Una parte importante era la moda.

Estar guapa para tu marido

Gastar dinero en ropa (y productos de belleza) se publicitaba en las revistas femeninas al lado de artículos con consejos para ser una buena esposa, crónicas de sociedad y anÔlisis de nuevas telas o cortes que estaban de moda. Sumar dos mÔs dos era fÔcil: parte del deber de una buena esposa es ser un ejemplo literal de «bello sexo». Adornarse con prendas favorecedoras y a la moda, mantenerse joven.

Con la necesidad de belleza creada (en realidad, no era nada nuevo), faltaba aƱadir la necesidad de compra casi constante. Fue tambiƩn por esa Ʃpoca cuando nacieron las temporadas de moda, el golpe maestro para evitar que estuviƩramos con los mismos vestidos varios aƱos seguidos.

Si se echa un vistazo a las revistas femeninas de finales del siglo XIX y principios del XX, por ejemplo, es casi omnipresente un anuncio de los almacenes Printemps de ParĆ­s, en el que avisan a las seƱoras espaƱolas de que ya estĆ” publicado el catĆ”logo de la nueva temporada. OtoƱo-invierno 1900, primavera-verano 1901… siempre aclarando que en el catĆ”logo vienen instrucciones para compras desde el extranjero y temas de aduanas.

¿Para qué ir al sastre a que te haga el vestido de moda si el año que viene ya no lo podrÔs utilizar? Ir siempre a la última y haber adquirido la ropa en tiendas de moda o grandes almacenes empezó a ser señal de estatus. El concepto «ir de compras» nació ya unido a la mujer.

ĀæEs de peor calidad la ropa de mujer?

Avancemos hasta el presente, en plena Ć©poca de la moda rĆ”pida. Con temporadas mĆ”s cortas que nunca y precios muy bajos, tiene sentido que la calidad de la ropa –hablando de las grandes compaƱƭas tipo Inditex– sea casi de usar y tirar. Por si la necesidad de cambiar constantemente no estuviese suficientemente afincada, tienes que hacerlo porque a los tres meses ya no hay quien se ponga esa camiseta.

Pero ¿ocurre lo mismo con la ropa de hombre? No tanto y, curiosamente, no se refleja en los precios. Tomando como referencia la tienda online de H&M, se encuentran varias incongruencias haciendo una comparación entre prendas de hombre y mujer. Ellos, por ejemplo, pueden comprar cinco camisetas bÔsicas blancas por 29,99 euros; nosotras, una por 9,99 (¿qué mujer querría la misma prenda cinco veces?).

Si se mira la composición, se ve que salimos perdiendo todavía mÔs de lo que parece por el precio: las de hombre son 95% algodón; la de mujer, 100% viscosa.

Y así en muchos mÔs casos y muchas otras tiendas. Tiene sentido también desde un punto de vista prÔctico. Las temporadas de hombre no son tan cortas y tienen menos variedad de productos. Siguiendo en H&M online, tienen mÔs de 6.000 artículos mÔs para mujeres; en Zara no te dan el número total, pero solo por categorías, 20 en mujer, 16 en hombre, se entiende que pasarÔ algo similar. Un menor número de prendas y una menor estacionalidad permite que la calidad sea algo mejor.

En cuanto a si de verdad las mujeres gastamos mucho mÔs dinero en ropa que los hombres, sería fÔcil concluir que sí, pero los estudios dicen algo distinto. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el tema estÔ bastante igualado: en 2017, los hombres gastaron una media de 593,27 euros en ropa y calzado; las mujeres, 647,47. La diferencia ha estado en torno a esos 50 euros en los últimos años.

De hecho, en Reino Unido algún estudio ya ha mostrado que aunque a ellos les importa menos ir a la moda, gastan mÔs al año en ropa que las mujeres. Ahora solo falta que se entere la cultura pop y dejen de mostrar a unas como locas sin control y a otros como gente tomando decisiones serias y meditadas en las tiendas de ropa.

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Ir de compras es cosa de mujeres. Eso es lo que dice Google si buscamos «compras» o «shopping» y damos a imÔgenes. La palabra shopaholic también lo deja bastante claro: mujeres llenas de bolsas que se ríen con un entusiasmo solo comparable al de estar comiendo una ensalada.

Claro, que no necesitamos a Google para que nos diga esto. PelĆ­culas, series, libros y publicidad lo muestran dĆ­a tras dĆ­as: las mujeres nos volvemos locas en cuanto entramos en un centro comercial o en una calle de tiendas de ropa, gastamos a golpe de tarjeta un dinero que no tenemos y llegamos a casa derrotadas pero contentas. Hemos comprado identidades nuevas, vidas nuevas, un futuro sin complejos ni inseguridades.

El origen mĆ”s claro de todo esto se encuentra a finales del siglo XIX, y sobre todo principios del XX, con el nacimiento de los grandes almacenes. Como ya apuntaba Ɖmile Zola en su libro El paraĆ­so de las damas, publicado en 1883, estos lugares se habĆ­an convertido en una nueva iglesia para las mujeres y todo en ellos estaba pensado para atraerlas. Porque Āæes, de alguna forma, natural que a las mujeres les guste la ropa? No; mĆ”s bien, porque eran un nuevo tipo de consumidor con un potencial enorme.

Eran los primeros momentos del movimiento de liberación femenina y, aunque el derecho a voto era algo todavía bastante lejano en los países occidentales, sí había algo sobre lo que las mujeres tenían control: organizaban cómo y en qué se gastaba el dinero que ganaba su marido. Los grandes almacenes fueron los que vieron la luz: ¿por qué no crear un espacio atractivo y lleno de glamour y promesas y publicitarlo como un espacio en el que las mujeres podían tomar sus propias decisiones?

Los grandes almacenes se convirtieron en uno de los pocos lugares en los que las mujeres podían estar fuera de casa sin sus maridos. Allí, en un entorno creado para ellas, podían escoger, decidir en qué gastar el dinero, sentir que tenían cierto control o poder. O, por lo menos, una ilusión de control o poder. Una parte importante era la moda.

Estar guapa para tu marido

Gastar dinero en ropa (y productos de belleza) se publicitaba en las revistas femeninas al lado de artículos con consejos para ser una buena esposa, crónicas de sociedad y anÔlisis de nuevas telas o cortes que estaban de moda. Sumar dos mÔs dos era fÔcil: parte del deber de una buena esposa es ser un ejemplo literal de «bello sexo». Adornarse con prendas favorecedoras y a la moda, mantenerse joven.

Con la necesidad de belleza creada (en realidad, no era nada nuevo), faltaba aƱadir la necesidad de compra casi constante. Fue tambiƩn por esa Ʃpoca cuando nacieron las temporadas de moda, el golpe maestro para evitar que estuviƩramos con los mismos vestidos varios aƱos seguidos.

Si se echa un vistazo a las revistas femeninas de finales del siglo XIX y principios del XX, por ejemplo, es casi omnipresente un anuncio de los almacenes Printemps de ParĆ­s, en el que avisan a las seƱoras espaƱolas de que ya estĆ” publicado el catĆ”logo de la nueva temporada. OtoƱo-invierno 1900, primavera-verano 1901… siempre aclarando que en el catĆ”logo vienen instrucciones para compras desde el extranjero y temas de aduanas.

¿Para qué ir al sastre a que te haga el vestido de moda si el año que viene ya no lo podrÔs utilizar? Ir siempre a la última y haber adquirido la ropa en tiendas de moda o grandes almacenes empezó a ser señal de estatus. El concepto «ir de compras» nació ya unido a la mujer.

ĀæEs de peor calidad la ropa de mujer?

Avancemos hasta el presente, en plena Ć©poca de la moda rĆ”pida. Con temporadas mĆ”s cortas que nunca y precios muy bajos, tiene sentido que la calidad de la ropa –hablando de las grandes compaƱƭas tipo Inditex– sea casi de usar y tirar. Por si la necesidad de cambiar constantemente no estuviese suficientemente afincada, tienes que hacerlo porque a los tres meses ya no hay quien se ponga esa camiseta.

Pero ¿ocurre lo mismo con la ropa de hombre? No tanto y, curiosamente, no se refleja en los precios. Tomando como referencia la tienda online de H&M, se encuentran varias incongruencias haciendo una comparación entre prendas de hombre y mujer. Ellos, por ejemplo, pueden comprar cinco camisetas bÔsicas blancas por 29,99 euros; nosotras, una por 9,99 (¿qué mujer querría la misma prenda cinco veces?).

Si se mira la composición, se ve que salimos perdiendo todavía mÔs de lo que parece por el precio: las de hombre son 95% algodón; la de mujer, 100% viscosa.

Y así en muchos mÔs casos y muchas otras tiendas. Tiene sentido también desde un punto de vista prÔctico. Las temporadas de hombre no son tan cortas y tienen menos variedad de productos. Siguiendo en H&M online, tienen mÔs de 6.000 artículos mÔs para mujeres; en Zara no te dan el número total, pero solo por categorías, 20 en mujer, 16 en hombre, se entiende que pasarÔ algo similar. Un menor número de prendas y una menor estacionalidad permite que la calidad sea algo mejor.

En cuanto a si de verdad las mujeres gastamos mucho mÔs dinero en ropa que los hombres, sería fÔcil concluir que sí, pero los estudios dicen algo distinto. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el tema estÔ bastante igualado: en 2017, los hombres gastaron una media de 593,27 euros en ropa y calzado; las mujeres, 647,47. La diferencia ha estado en torno a esos 50 euros en los últimos años.

De hecho, en Reino Unido algún estudio ya ha mostrado que aunque a ellos les importa menos ir a la moda, gastan mÔs al año en ropa que las mujeres. Ahora solo falta que se entere la cultura pop y dejen de mostrar a unas como locas sin control y a otros como gente tomando decisiones serias y meditadas en las tiendas de ropa.

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Opiniones 3
  • Cuidado con la interpretación de esos “estudios”. Sobre todo si no corresponden a la cultura local. AquĆ­ en EspaƱa puedo poner las manos en el fuego que las mujeres pasan mas tiempo comprando ropa que los hombres. Pero otra cosa es que gasten mas… De hecho, apuesto que son muchos los casos en que la mujer compra no solo para ella, sino para su pareja e hijos. ĀæCómo discriminan el gasto?
    Los hombres en cambio gastamos mas en ropa deportiva y ahi preferimos hacer la compra en persona. ĀæSomos los obsesionados de este sector?

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