Las mujeres que intentaron sacar a EspaƱa de las cavernas

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ParecĆa que EspaƱa iba a ser por fin un paĆs moderno como Francia o Inglaterra. Empezaba el siglo XX y muchas mujeres progresistas querĆan ser independientes. No les interesaba pescar un buen marido. QuerĆan estudiar, trabajar fuera de casa y ser libres. Algunas lo consiguieron por ellas mismas, a codazos con la sociedad. Otras, como Victoria Kent, Maruja Mallo o Josefina Carabias, lo aprendieron en la Residencia de seƱoritas. Pero el sueƱo acabó a balazos y el dictador Francisco Franco volvió a recluirlas en la habitación de ālas labores propias de su sexoā. Eso era cocinar, lavar, coser y cuidar de los niƱos.
El afĆ”n de libertad que trajo el siglo XX no era nuevo. Las escritoras Emilia Pardo BazĆ”n, Concepción Arenal o Carmen de Burgos ya lo intentaron en la segunda mitad del XIX. DoƱa Emilia, como la llamaban entonces, se habĆa liberado de las cadenas de la familia bien vista y se lanzó a los brazos de todos los amantes que quiso. Los de Benito PĆ©rez Galdós o los de LĆ”zaro Galdiano.
La novelista pedĆa que los hombres y las mujeres pudieran hacer las mismas cosas. Aunque eso era una extravagancia. La moral de la Ć©poca dictaba lo contrario. En voz del escritor Juan Valera y AlcalĆ” Galiano: Ā«la mujer que pretende tornarse independiente del hombre actĆŗa en pecaminosa rebeldĆa contra los decretos de la ProvidenciaĀ».
Esas consignas empezaron a oler a rancio entre algunos cĆrculos intelectuales. A Echegaray, Castelar, Giner de los RĆos o Galdós no les gustaba ese mundo partido en dos. Ellos estaban a favor de que las mujeres entraran en la Academia y, por eso, en 1889, comenzaron a pronunciar el nombre de DoƱa Emilia como aspirante a la institución. Ella estaba conforme y escribió:
Ā«Si a tĆtulo de ambición personal no debo insistir en postular para la Academia, en nombre de mi sexo creo que hasta tengo el deber de sostener, en el terreno platónico, y sin intrigas ni complots, la actitud legal de las mujeres que lo merezcan para sentarse en aquel sillón, mientras haya academias en el mundoĀ».
Pero la Academia estaba dominada por la moral de la época y no la admitió. Los estatutos eran categóricos. El saber era cosa de hombres.

Emilia Antonia Socorro Josefa Amalia Vicenta Eufemia Pardo BazĆ”n y de la RĆŗa-Figueroa no se desanimó. Al contrario. La aristócrata con siete nombres pensó que tenĆa que hacer ver a otras mujeres que los hombres les impedĆan entrar en las instituciones del conocimiento, la polĆtica e incluso la diversión.
En 1892, la coruƱesa fundó la publicación La biblioteca de la mujer para hablar de estos temas pero, conforme avanzaban los nĆŗmeros, se fue desanimando. Esperaba que sus referencias a obras como La esclavitud femenina, de John Stuart Mill, hicieran verĀ a otras jóvenes que vivĆan como sombras de los hombres, detrĆ”s del telón de su función, pero eso no ocurrió.
La periodista, decepcionada, decidió terminar la colección con recetas de cocina. Ā«Cuando yo fundĆ© La biblioteca de la mujer, era mi objeto difundir en EspaƱa las obras del alto feminismo extranjero (…). He visto, sin gĆ©nero de duda, que aquĆ a nadie le preocupan gran cosa estas cuestiones, y a la mujer, aĆŗn menos. Cuando por caso insólito, la mujer se mezcla en polĆtica, pide varias cosas distintas, pero ninguna que directamente, como tal mujer, le interese y convengaĀ», escribió en una carta al director de La Voz de Galicia, Alejandro Barreiro, en 1913. Ā«AquĆ no hay sufragistas, ni mansas ni bravas. En vista de lo cual, y no gustando de luchas sin ambiente, he resuelto prestar amplitud a la sección de economĆa domĆ©stica de dicha Biblioteca, y ya que no es Ćŗtil hablar de derechos y adelantos femeninos, tratar gratamente de cómo se prepara escabeche de perdices y la bizcochada de almendraĀ».
Pero ella no era mujer de fogones. Pardo BazĆ”n siguió en su empeƱo. En 1905 el Ateneo de Madrid le concedió el carnĆ© de socia. Era la primera mujer que entraba en la institución y La Ćpoca lo contó asĆ:
Ā«La inteligencia no tiene sexo, y la de la seƱora Pardo BazĆ”n es de aquellas que no solo honran a la Corporación que le abre sus puertas, sino al paĆs entero, que la mira como a uno de sus mĆ”s insignes hijosĀ».
Ese periódico dio un paso valiente para la Ć©poca. Afirmó que una mujer tambiĆ©n podĆa ser inteligente. Lo que aĆŗn quedarĆa pendiente era atreverse a llamarla por su gĆ©nero: Ā«como a unaĀ». Pero por aquel entonces el mundo era aĆŗn, en sus formas y su lenguaje, aplastantemente masculino.
El pensamiento de los miembros del Ateneo estaba varios aƱos por delante del resto de la población. Las publicaciones francesas y britĆ”nicas que leĆan en sus salones formaban a las clases intelectuales mĆ”s progresistas del paĆs. Un aƱo despuĆ©s de que Pardo BazĆ”n entrara con voz y voto en la institución fue nombrada presidenta de la sección de literatura. En 1910 consiguió el puesto de consejera de Instrucción pĆŗblica y, seis aƱos mĆ”s tarde, la cĆ”tedra de Literatura contemporĆ”nea y Lenguas neolatinas de la Universidad Central de Madrid.
Fueron hombres los que mejor acogieron las ideas de Pardo BazĆ”n. Y, paradójicamente, algunos de ellos trabajaron mĆ”s por la liberación femenina que muchas mujeres. La novelista siempre contó con el apoyo del pedagogo Francisco Giner de los RĆos. El director de la Institución Libre de EnseƱanza fue quien mostró a la autora algunas de las referencias que marcarĆan su pensamiento feminista. En la publicación Don Francisco Giner. Crónica de Madrid, la autora escribió:
Ā«Era Giner resueltamente feminista. Todo lo que ataƱĆa al mejoramiento de la condición de la mujer le interesaba en el mĆ”s alto grado. Por Ć©l conocĆa yo la famosa obra de Stuart, La esclavitud femenina, que tanto influyó en el movimiento feminista de Inglaterra, y que hice traducir y publiquĆ© en castellano, cuando creĆa que pudiesen aquĆ importarle a alguien tales asuntosĀ».
En 1915, el palacete de Madrid donde estaba la Residencia de estudiantes se quedó pequeƱo para tanto varón. Ese aƱo los hombres empezaron el curso en las instalaciones de la calle Pinar y en octubre, el edificio de la calle Fortuny se transformó en la Residencia de seƱoritas. Lo estrenaron 30 jovencitas que preparaban su ingreso a la universidad o que ya cursaban estudios superiores en las facultades, la Escuela Superior del Magisterio, el Conservatorio Nacional de MĆŗsica o la Escuela Normal. TambiĆ©n podĆan residir allĆ mujeres que se dedicasen al estudio Ā«privadamenteĀ», Ā«sin aspirar a un reconocimiento oficial de estudiosĀ», segĆŗn recoge la āMemoriaā de la Junta del aƱo de su constitución.
En aquella residencia montaron bibliotecas, laboratorios y archivos para que las chicas pudieran estudiar. Durante todo el aƱo habĆa un programa de conferencias, lecturas de poemas, conciertos, enseƱanza de idiomas, actividades deportivas y excursiones para completar la formación acadĆ©mica. Ese espĆritu y cientos de documentos, cartas, fotografĆas, libros y pinturas que quedan de la institución se muestran en la exposición āMujeres en vanguardiaā desde finales de noviembre hasta el próximo 27 de marzo. La exhibición, comisariada por Almudena de la Cueva y Margarita MĆ”rquez Padorno, estĆ” en el edificio de la Residencia de Estudiantes de Madrid.

La asistencia a las conferencias era obligatoria. La Residencia de seƱoritas siempre fue mĆ”s estricta que la de los varones. El control tambiĆ©n fue mĆ”s intenso. Era habitual entonces exigir a una dama comportamientos mĆ”s recatados que a un caballero, pero, ademĆ”s, habĆa una fuerte conciencia de que tenĆan que aprovechar esa oportunidad. Muy pocas mujeres podĆan acceder a esa formación y ellas tenĆan que convertirse en un ejemplo para las demĆ”s. Eran las primeras mujeres que echaron a arder su delantal y las llamadas a liderar un nuevo paĆs mĆ”s igualitario.
Eso exigĆa un talante enĆ©rgico, valiente y decidido. AsĆ era la persona que dirigió esta institución desde su inauguración, en 1915, hasta septiembre de 1936. MarĆa de Maeztu Whitney, a la que sus alumnas llamaban MarĆa la brava, dedicó todos esos aƱos a que Ā«las espaƱolas siguieran el camino que las mujeres habĆan iniciado en otros paĆsesĀ». Este era el propósito de la residencia, segĆŗn indicó la directora en una entrevista con la periodista y antigua residente Josefina Carabias.

Maeztu se referĆa a Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania. La maestra veĆa con admiración el protagonismo que las mujeres empezaban a cobrar en esos paĆses y conocĆa bien el mĆ©todo de enseƱanza estadounidense. Antes de dirigir la residencia, habĆa estudiado en Leipzig y Marburgo (Alemania), con una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios, y habĆa sido profesora en el Instituto Internacional que fundó Alice Gordon Gulick para promoverĀ la educación de las jóvenes espaƱolas. En el International Institute for Girls in Spain, como se llamaba en inglĆ©s, aprendió mĆ©todos pedagógicos muy avanzados para la Ć©poca que luego aplicó en la Residencia de seƱoritas.
La maestra se esforzó en que las jóvenes que pasaran por ahĆ no solo fueran mĆ”s cultas. TambiĆ©n querĆa hacer de ellas personas con iniciativa. Las asociaciones de alumnas debĆan organizar actividades lĆŗdicas e incluso ellas mismas podĆan ofrecer conciertos y recitales. Maeztu viajaba con frecuencia y le gustaban las costumbres y tendencias de paĆses mĆ”s democrĆ”ticos y progresistas como los anglosajones. Ā«La directora veĆa con buenos ojos estas veladas que prolongaban el tĆ© que ella misma imponĆa a media tardeĀ», escriben Almudena de la Cueva y Margarita MĆ”rquez Padrono en un artĆculo titulado Una habitación propia para las espaƱolas.
Pero, a la vez, era consciente del riesgo que suponĆa intentar esquivar las tradiciones mĆ”s recalcitrantes del paĆs y, antes de cada fiesta, supervisaba la lista de invitados que acompaƱaban a las chicas, que en su mayorĆa, procedĆan de familias acomodadas con una mentalidad liberal. Ā«Esta estricta supervisión era el arma que MarĆa de Maeztu esgrimĆa contra quienes pudieran recelar del ambiente de la institución que dirigĆaĀ».
La directora pensaba que la estancia en otros paĆses era una parte fundamental de la educación de una persona. A partir de 1917 estableció un programa de intercambio con colleges femeninos de EEUU y las espaƱolas comenzaron a completar sus estudios en el extranjero.
Al aƱo siguiente, un real decreto aprobó la creación de un centro educativo que pretendĆa desarrollar nuevos mĆ©todos de enseƱanza. Era el Instituto-Escuela y desde la Junta para la Ampliación de Estudios llamaron a MarĆa de Maeztu para dirigir la Sección Primaria. La vitoriense tenĆa una reputación excelente como pedagoga y nunca tuvo miedo a cuestionar los mĆ©todos tradicionales. Tanto era asĆ que su frase mĆ”s recordada hoy es la que pronunció en la Universidad de Oviedo sobre su experiencia como maestra:
«Es verdad el dicho antiguo de que la letra con sangre entra, pero no ha de ser con la del niño, sino con la del maestro».
En el Instituto-Escuela de Segunda EnseƱanza habĆa una sección preparatoria para niƱos y niƱas, y un internado y un programa de clases para alumnas de bachillerato. Ā«No habĆa libros de texto, sino un cuaderno de trabajo donde los alumnos anotaban las explicaciones del profesorĀ», explica la escritoraĀ Antonina Rodrigo, en Mujeres olvidadas. Ā«No se estudiaba de memoria. Siempre que era posible, las clases se celebraban al aire libre. Se hacĆan excursiones y mucho deporte. La enseƱanza de la lengua castellana se estudiaba con ejercicios especiales de dicción, de vocabulario, de lecturas, de recitación, de redacción, de literatura, de narración y composición. La geografĆa con prĆ”cticas de cartografĆa y construcción de mapas en relieve, de arcilla y de cartón. Las lecciones de historia se enriquecĆan con las visitas al Museo Arqueológico, al del Prado, al del Arte Moderno y, sobre el terreno, en los lugares históricos. El estudio de las matemĆ”ticas se facilitaba con toda clase de material capaz de dar amenidad a la asignatura. La biologĆa, la botĆ”nica y la zoologĆa no solo se estudiaban en las colecciones del instituto. TambiĆ©n con excursiones al campo y visitas al Parque Zoológico y al Museo Nacional de Ciencias NaturalesĀ».
El verano de 1936 los edificios de la Residencia de seƱoritas quedaron vacĆos, como cada aƱo en esas fechas. Las educadoras y las alumnas estaban de vacaciones cuando una noticia sangrienta irrumpió en el paĆs. A mitad de julio un grupo de militares liderados por el general Franco, Emilio Mola y JosĆ© Sanjurjo dio un golpe de estado contra el gobierno republicano de Manuel AzaƱa. MarĆa de Maeztu volvió inmediatamente a Madrid.
El levantamiento parecĆa ir en serio y MarĆa la brava abandonó su cargo en el mes de septiembre. En esos 21 aƱos al frente de la institución, la Residencia de seƱoritas habĆa crecido de 30 a casi 300 estudiantes. Y ya no estaban en un solo edificio. Eran doce en la ciudad de Madrid.
La Residencia de seƱoritas no fue el primer intento de instruir a las mujeres en EspaƱa. En 1870, el religioso y docente Fernando de Castro y Pajares fundó la Asociación para la EnseƱanza de la Mujer. El grupo de catedrĆ”ticos que creó el proyecto pedagógico de la Institución Libre de EnseƱanza (ILE) seis aƱos despuĆ©s tambiĆ©n pretendĆa lo mismo.
En esa Ć©poca las mujeres no eran bien vistas en la universidad. No habĆa servido de nada lo que dejó dicho Alfonso el Sabio en el siglo XIII. Las mujeres, segĆŗn sus dictados, podĆan estudiar lo que quisieran con una excepción: la carrera de Leyes. Pero nadie hizo caso al monarca y hasta 1893 no entró una mujer en la universidad. Ese aƱo MarĆa Goyri escribió a la Dirección General de Instrucción PĆŗblica para solicitar una autorización que le permitiera matricularse en la facultad de FilosofĆa y Letras de Madrid. El permiso fue concedido.
La noticia causó un estruendoso revuelo en la Academia. Al entregar su matrĆcula, el secretario le advirtió:
āCierto que no existe ninguna disposición que le impida conseguir su deseo. Ahora bien, yo no me hago responsable de lo que pueda ocurrir.
La universidad era territorio viril. El claustro de profesores, temeroso, estableció que un bedel acompaƱara a la chica en todo momento mientras estuviera dentro del edificio. Entre una clase y otra, Goyri no podĆa quedarse en los pasillos con sus compaƱeros. El ordenanza la acompaƱaba a la antesala de los profesores y ahĆ, a solas, pasaba los descansos entre una clase y la siguiente. La periodista Josefina Carabias relató en un artĆculo de Estampa, en 1933, que en las aulas, situaban una mesa supletoria para ella, a varios metros de distancia de las de sus compaƱeros.
La primera mujer que fue a la universidad en EspaƱa fue profesora de Literatura durante los primeros cursos de la Residencia de seƱoritas. La hispanista, esposa del filólogo MenĆ©ndez Pidal, llevaba aƱos escribiendo a favor de la independencia de la mujer. El debate venĆa con fuerza de paĆses como Francia e Inglaterra. En EspaƱa, Emilia Pardo BazĆ”n y Concepción Arenal lideraban la polĆ©mica. Goyri se sumó a ella. En 1892 defendió a las dos escritoras gallegas y seis aƱos despuĆ©s comenzó a publicarĀ una columna en la Revista Popular titulada āCrónicas femeninasā.
Ahà apoyó el trabajo de la mujer fuera del hogar y su participación en la sociedad en igualdad de condiciones que los hombres, según la historiadora Antonina Rodrigo. «Hay que hacer cotizar el valor intelectual y prÔctico de la mujer para que aporte su valiosa colaboración a la sociedad», escribió Goyri.
Algo empezaba a cambiar. En 1909 abrieron la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio y ahĆ las mujeres no eran mal vistas. Un aƱo despuĆ©s el Gobierno derogó la normativa que exigĆa a las alumnas un permiso especial para matricularse en la universidad.

El camino que emprendieron Pardo BazĆ”n, Concepción Arenal, MarĆa de Maeztu, Victoria Kent, Maruja Mallo o MarĆa Goyri comenzaba a transformar a las seƱoritas de este paĆs. Muchas eran cultas, atrevidas y autosuficientes. Pero el futuro con el que soƱaban derrapó el verano de 1936. El levantamiento militar venĆa con la consigna contraria. La EspaƱa que surgió despuĆ©s de la victoria fascista arrastró a las mujeres a un tiempo castrador.
En 1940 el Gobierno de Franco volvió a abrir la residencia pero esta vez se llamó Colegio Mayor Santa Teresa de JesĆŗs. Ya nada tenĆa que ver con los valores de las mujeres que se atrevieron a cortarse el pelo y subir el corte de sus faldas. Pilar Primo de Rivera, la fundadora de la Sección Femenina de la Falange, nombró directora a una persona de su confianza, Matilde Marquina. La hija del dictador Miguel Primo de Rivera tenĆa otros planes para la institución y para la mujer. La espaƱola a la que quisieron casar con Hitler tenĆa una visión de su gĆ©nero mucho mĆ”s perversa. Esta:
«Las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles. Nosotras no podemos hacer nada mÔs que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho».


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ParecĆa que EspaƱa iba a ser por fin un paĆs moderno como Francia o Inglaterra. Empezaba el siglo XX y muchas mujeres progresistas querĆan ser independientes. No les interesaba pescar un buen marido. QuerĆan estudiar, trabajar fuera de casa y ser libres. Algunas lo consiguieron por ellas mismas, a codazos con la sociedad. Otras, como Victoria Kent, Maruja Mallo o Josefina Carabias, lo aprendieron en la Residencia de seƱoritas. Pero el sueƱo acabó a balazos y el dictador Francisco Franco volvió a recluirlas en la habitación de ālas labores propias de su sexoā. Eso era cocinar, lavar, coser y cuidar de los niƱos.
El afĆ”n de libertad que trajo el siglo XX no era nuevo. Las escritoras Emilia Pardo BazĆ”n, Concepción Arenal o Carmen de Burgos ya lo intentaron en la segunda mitad del XIX. DoƱa Emilia, como la llamaban entonces, se habĆa liberado de las cadenas de la familia bien vista y se lanzó a los brazos de todos los amantes que quiso. Los de Benito PĆ©rez Galdós o los de LĆ”zaro Galdiano.
La novelista pedĆa que los hombres y las mujeres pudieran hacer las mismas cosas. Aunque eso era una extravagancia. La moral de la Ć©poca dictaba lo contrario. En voz del escritor Juan Valera y AlcalĆ” Galiano: Ā«la mujer que pretende tornarse independiente del hombre actĆŗa en pecaminosa rebeldĆa contra los decretos de la ProvidenciaĀ».
Esas consignas empezaron a oler a rancio entre algunos cĆrculos intelectuales. A Echegaray, Castelar, Giner de los RĆos o Galdós no les gustaba ese mundo partido en dos. Ellos estaban a favor de que las mujeres entraran en la Academia y, por eso, en 1889, comenzaron a pronunciar el nombre de DoƱa Emilia como aspirante a la institución. Ella estaba conforme y escribió:
Ā«Si a tĆtulo de ambición personal no debo insistir en postular para la Academia, en nombre de mi sexo creo que hasta tengo el deber de sostener, en el terreno platónico, y sin intrigas ni complots, la actitud legal de las mujeres que lo merezcan para sentarse en aquel sillón, mientras haya academias en el mundoĀ».
Pero la Academia estaba dominada por la moral de la época y no la admitió. Los estatutos eran categóricos. El saber era cosa de hombres.

Emilia Antonia Socorro Josefa Amalia Vicenta Eufemia Pardo BazĆ”n y de la RĆŗa-Figueroa no se desanimó. Al contrario. La aristócrata con siete nombres pensó que tenĆa que hacer ver a otras mujeres que los hombres les impedĆan entrar en las instituciones del conocimiento, la polĆtica e incluso la diversión.
En 1892, la coruƱesa fundó la publicación La biblioteca de la mujer para hablar de estos temas pero, conforme avanzaban los nĆŗmeros, se fue desanimando. Esperaba que sus referencias a obras como La esclavitud femenina, de John Stuart Mill, hicieran verĀ a otras jóvenes que vivĆan como sombras de los hombres, detrĆ”s del telón de su función, pero eso no ocurrió.
La periodista, decepcionada, decidió terminar la colección con recetas de cocina. Ā«Cuando yo fundĆ© La biblioteca de la mujer, era mi objeto difundir en EspaƱa las obras del alto feminismo extranjero (…). He visto, sin gĆ©nero de duda, que aquĆ a nadie le preocupan gran cosa estas cuestiones, y a la mujer, aĆŗn menos. Cuando por caso insólito, la mujer se mezcla en polĆtica, pide varias cosas distintas, pero ninguna que directamente, como tal mujer, le interese y convengaĀ», escribió en una carta al director de La Voz de Galicia, Alejandro Barreiro, en 1913. Ā«AquĆ no hay sufragistas, ni mansas ni bravas. En vista de lo cual, y no gustando de luchas sin ambiente, he resuelto prestar amplitud a la sección de economĆa domĆ©stica de dicha Biblioteca, y ya que no es Ćŗtil hablar de derechos y adelantos femeninos, tratar gratamente de cómo se prepara escabeche de perdices y la bizcochada de almendraĀ».
Pero ella no era mujer de fogones. Pardo BazĆ”n siguió en su empeƱo. En 1905 el Ateneo de Madrid le concedió el carnĆ© de socia. Era la primera mujer que entraba en la institución y La Ćpoca lo contó asĆ:
Ā«La inteligencia no tiene sexo, y la de la seƱora Pardo BazĆ”n es de aquellas que no solo honran a la Corporación que le abre sus puertas, sino al paĆs entero, que la mira como a uno de sus mĆ”s insignes hijosĀ».
Ese periódico dio un paso valiente para la Ć©poca. Afirmó que una mujer tambiĆ©n podĆa ser inteligente. Lo que aĆŗn quedarĆa pendiente era atreverse a llamarla por su gĆ©nero: Ā«como a unaĀ». Pero por aquel entonces el mundo era aĆŗn, en sus formas y su lenguaje, aplastantemente masculino.
El pensamiento de los miembros del Ateneo estaba varios aƱos por delante del resto de la población. Las publicaciones francesas y britĆ”nicas que leĆan en sus salones formaban a las clases intelectuales mĆ”s progresistas del paĆs. Un aƱo despuĆ©s de que Pardo BazĆ”n entrara con voz y voto en la institución fue nombrada presidenta de la sección de literatura. En 1910 consiguió el puesto de consejera de Instrucción pĆŗblica y, seis aƱos mĆ”s tarde, la cĆ”tedra de Literatura contemporĆ”nea y Lenguas neolatinas de la Universidad Central de Madrid.
Fueron hombres los que mejor acogieron las ideas de Pardo BazĆ”n. Y, paradójicamente, algunos de ellos trabajaron mĆ”s por la liberación femenina que muchas mujeres. La novelista siempre contó con el apoyo del pedagogo Francisco Giner de los RĆos. El director de la Institución Libre de EnseƱanza fue quien mostró a la autora algunas de las referencias que marcarĆan su pensamiento feminista. En la publicación Don Francisco Giner. Crónica de Madrid, la autora escribió:
Ā«Era Giner resueltamente feminista. Todo lo que ataƱĆa al mejoramiento de la condición de la mujer le interesaba en el mĆ”s alto grado. Por Ć©l conocĆa yo la famosa obra de Stuart, La esclavitud femenina, que tanto influyó en el movimiento feminista de Inglaterra, y que hice traducir y publiquĆ© en castellano, cuando creĆa que pudiesen aquĆ importarle a alguien tales asuntosĀ».
En 1915, el palacete de Madrid donde estaba la Residencia de estudiantes se quedó pequeƱo para tanto varón. Ese aƱo los hombres empezaron el curso en las instalaciones de la calle Pinar y en octubre, el edificio de la calle Fortuny se transformó en la Residencia de seƱoritas. Lo estrenaron 30 jovencitas que preparaban su ingreso a la universidad o que ya cursaban estudios superiores en las facultades, la Escuela Superior del Magisterio, el Conservatorio Nacional de MĆŗsica o la Escuela Normal. TambiĆ©n podĆan residir allĆ mujeres que se dedicasen al estudio Ā«privadamenteĀ», Ā«sin aspirar a un reconocimiento oficial de estudiosĀ», segĆŗn recoge la āMemoriaā de la Junta del aƱo de su constitución.
En aquella residencia montaron bibliotecas, laboratorios y archivos para que las chicas pudieran estudiar. Durante todo el aƱo habĆa un programa de conferencias, lecturas de poemas, conciertos, enseƱanza de idiomas, actividades deportivas y excursiones para completar la formación acadĆ©mica. Ese espĆritu y cientos de documentos, cartas, fotografĆas, libros y pinturas que quedan de la institución se muestran en la exposición āMujeres en vanguardiaā desde finales de noviembre hasta el próximo 27 de marzo. La exhibición, comisariada por Almudena de la Cueva y Margarita MĆ”rquez Padorno, estĆ” en el edificio de la Residencia de Estudiantes de Madrid.

La asistencia a las conferencias era obligatoria. La Residencia de seƱoritas siempre fue mĆ”s estricta que la de los varones. El control tambiĆ©n fue mĆ”s intenso. Era habitual entonces exigir a una dama comportamientos mĆ”s recatados que a un caballero, pero, ademĆ”s, habĆa una fuerte conciencia de que tenĆan que aprovechar esa oportunidad. Muy pocas mujeres podĆan acceder a esa formación y ellas tenĆan que convertirse en un ejemplo para las demĆ”s. Eran las primeras mujeres que echaron a arder su delantal y las llamadas a liderar un nuevo paĆs mĆ”s igualitario.
Eso exigĆa un talante enĆ©rgico, valiente y decidido. AsĆ era la persona que dirigió esta institución desde su inauguración, en 1915, hasta septiembre de 1936. MarĆa de Maeztu Whitney, a la que sus alumnas llamaban MarĆa la brava, dedicó todos esos aƱos a que Ā«las espaƱolas siguieran el camino que las mujeres habĆan iniciado en otros paĆsesĀ». Este era el propósito de la residencia, segĆŗn indicó la directora en una entrevista con la periodista y antigua residente Josefina Carabias.

Maeztu se referĆa a Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania. La maestra veĆa con admiración el protagonismo que las mujeres empezaban a cobrar en esos paĆses y conocĆa bien el mĆ©todo de enseƱanza estadounidense. Antes de dirigir la residencia, habĆa estudiado en Leipzig y Marburgo (Alemania), con una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios, y habĆa sido profesora en el Instituto Internacional que fundó Alice Gordon Gulick para promoverĀ la educación de las jóvenes espaƱolas. En el International Institute for Girls in Spain, como se llamaba en inglĆ©s, aprendió mĆ©todos pedagógicos muy avanzados para la Ć©poca que luego aplicó en la Residencia de seƱoritas.
La maestra se esforzó en que las jóvenes que pasaran por ahĆ no solo fueran mĆ”s cultas. TambiĆ©n querĆa hacer de ellas personas con iniciativa. Las asociaciones de alumnas debĆan organizar actividades lĆŗdicas e incluso ellas mismas podĆan ofrecer conciertos y recitales. Maeztu viajaba con frecuencia y le gustaban las costumbres y tendencias de paĆses mĆ”s democrĆ”ticos y progresistas como los anglosajones. Ā«La directora veĆa con buenos ojos estas veladas que prolongaban el tĆ© que ella misma imponĆa a media tardeĀ», escriben Almudena de la Cueva y Margarita MĆ”rquez Padrono en un artĆculo titulado Una habitación propia para las espaƱolas.
Pero, a la vez, era consciente del riesgo que suponĆa intentar esquivar las tradiciones mĆ”s recalcitrantes del paĆs y, antes de cada fiesta, supervisaba la lista de invitados que acompaƱaban a las chicas, que en su mayorĆa, procedĆan de familias acomodadas con una mentalidad liberal. Ā«Esta estricta supervisión era el arma que MarĆa de Maeztu esgrimĆa contra quienes pudieran recelar del ambiente de la institución que dirigĆaĀ».
La directora pensaba que la estancia en otros paĆses era una parte fundamental de la educación de una persona. A partir de 1917 estableció un programa de intercambio con colleges femeninos de EEUU y las espaƱolas comenzaron a completar sus estudios en el extranjero.
Al aƱo siguiente, un real decreto aprobó la creación de un centro educativo que pretendĆa desarrollar nuevos mĆ©todos de enseƱanza. Era el Instituto-Escuela y desde la Junta para la Ampliación de Estudios llamaron a MarĆa de Maeztu para dirigir la Sección Primaria. La vitoriense tenĆa una reputación excelente como pedagoga y nunca tuvo miedo a cuestionar los mĆ©todos tradicionales. Tanto era asĆ que su frase mĆ”s recordada hoy es la que pronunció en la Universidad de Oviedo sobre su experiencia como maestra:
«Es verdad el dicho antiguo de que la letra con sangre entra, pero no ha de ser con la del niño, sino con la del maestro».
En el Instituto-Escuela de Segunda EnseƱanza habĆa una sección preparatoria para niƱos y niƱas, y un internado y un programa de clases para alumnas de bachillerato. Ā«No habĆa libros de texto, sino un cuaderno de trabajo donde los alumnos anotaban las explicaciones del profesorĀ», explica la escritoraĀ Antonina Rodrigo, en Mujeres olvidadas. Ā«No se estudiaba de memoria. Siempre que era posible, las clases se celebraban al aire libre. Se hacĆan excursiones y mucho deporte. La enseƱanza de la lengua castellana se estudiaba con ejercicios especiales de dicción, de vocabulario, de lecturas, de recitación, de redacción, de literatura, de narración y composición. La geografĆa con prĆ”cticas de cartografĆa y construcción de mapas en relieve, de arcilla y de cartón. Las lecciones de historia se enriquecĆan con las visitas al Museo Arqueológico, al del Prado, al del Arte Moderno y, sobre el terreno, en los lugares históricos. El estudio de las matemĆ”ticas se facilitaba con toda clase de material capaz de dar amenidad a la asignatura. La biologĆa, la botĆ”nica y la zoologĆa no solo se estudiaban en las colecciones del instituto. TambiĆ©n con excursiones al campo y visitas al Parque Zoológico y al Museo Nacional de Ciencias NaturalesĀ».
El verano de 1936 los edificios de la Residencia de seƱoritas quedaron vacĆos, como cada aƱo en esas fechas. Las educadoras y las alumnas estaban de vacaciones cuando una noticia sangrienta irrumpió en el paĆs. A mitad de julio un grupo de militares liderados por el general Franco, Emilio Mola y JosĆ© Sanjurjo dio un golpe de estado contra el gobierno republicano de Manuel AzaƱa. MarĆa de Maeztu volvió inmediatamente a Madrid.
El levantamiento parecĆa ir en serio y MarĆa la brava abandonó su cargo en el mes de septiembre. En esos 21 aƱos al frente de la institución, la Residencia de seƱoritas habĆa crecido de 30 a casi 300 estudiantes. Y ya no estaban en un solo edificio. Eran doce en la ciudad de Madrid.
La Residencia de seƱoritas no fue el primer intento de instruir a las mujeres en EspaƱa. En 1870, el religioso y docente Fernando de Castro y Pajares fundó la Asociación para la EnseƱanza de la Mujer. El grupo de catedrĆ”ticos que creó el proyecto pedagógico de la Institución Libre de EnseƱanza (ILE) seis aƱos despuĆ©s tambiĆ©n pretendĆa lo mismo.
En esa Ć©poca las mujeres no eran bien vistas en la universidad. No habĆa servido de nada lo que dejó dicho Alfonso el Sabio en el siglo XIII. Las mujeres, segĆŗn sus dictados, podĆan estudiar lo que quisieran con una excepción: la carrera de Leyes. Pero nadie hizo caso al monarca y hasta 1893 no entró una mujer en la universidad. Ese aƱo MarĆa Goyri escribió a la Dirección General de Instrucción PĆŗblica para solicitar una autorización que le permitiera matricularse en la facultad de FilosofĆa y Letras de Madrid. El permiso fue concedido.
La noticia causó un estruendoso revuelo en la Academia. Al entregar su matrĆcula, el secretario le advirtió:
āCierto que no existe ninguna disposición que le impida conseguir su deseo. Ahora bien, yo no me hago responsable de lo que pueda ocurrir.
La universidad era territorio viril. El claustro de profesores, temeroso, estableció que un bedel acompaƱara a la chica en todo momento mientras estuviera dentro del edificio. Entre una clase y otra, Goyri no podĆa quedarse en los pasillos con sus compaƱeros. El ordenanza la acompaƱaba a la antesala de los profesores y ahĆ, a solas, pasaba los descansos entre una clase y la siguiente. La periodista Josefina Carabias relató en un artĆculo de Estampa, en 1933, que en las aulas, situaban una mesa supletoria para ella, a varios metros de distancia de las de sus compaƱeros.
La primera mujer que fue a la universidad en EspaƱa fue profesora de Literatura durante los primeros cursos de la Residencia de seƱoritas. La hispanista, esposa del filólogo MenĆ©ndez Pidal, llevaba aƱos escribiendo a favor de la independencia de la mujer. El debate venĆa con fuerza de paĆses como Francia e Inglaterra. En EspaƱa, Emilia Pardo BazĆ”n y Concepción Arenal lideraban la polĆ©mica. Goyri se sumó a ella. En 1892 defendió a las dos escritoras gallegas y seis aƱos despuĆ©s comenzó a publicarĀ una columna en la Revista Popular titulada āCrónicas femeninasā.
Ahà apoyó el trabajo de la mujer fuera del hogar y su participación en la sociedad en igualdad de condiciones que los hombres, según la historiadora Antonina Rodrigo. «Hay que hacer cotizar el valor intelectual y prÔctico de la mujer para que aporte su valiosa colaboración a la sociedad», escribió Goyri.
Algo empezaba a cambiar. En 1909 abrieron la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio y ahĆ las mujeres no eran mal vistas. Un aƱo despuĆ©s el Gobierno derogó la normativa que exigĆa a las alumnas un permiso especial para matricularse en la universidad.

El camino que emprendieron Pardo BazĆ”n, Concepción Arenal, MarĆa de Maeztu, Victoria Kent, Maruja Mallo o MarĆa Goyri comenzaba a transformar a las seƱoritas de este paĆs. Muchas eran cultas, atrevidas y autosuficientes. Pero el futuro con el que soƱaban derrapó el verano de 1936. El levantamiento militar venĆa con la consigna contraria. La EspaƱa que surgió despuĆ©s de la victoria fascista arrastró a las mujeres a un tiempo castrador.
En 1940 el Gobierno de Franco volvió a abrir la residencia pero esta vez se llamó Colegio Mayor Santa Teresa de JesĆŗs. Ya nada tenĆa que ver con los valores de las mujeres que se atrevieron a cortarse el pelo y subir el corte de sus faldas. Pilar Primo de Rivera, la fundadora de la Sección Femenina de la Falange, nombró directora a una persona de su confianza, Matilde Marquina. La hija del dictador Miguel Primo de Rivera tenĆa otros planes para la institución y para la mujer. La espaƱola a la que quisieron casar con Hitler tenĆa una visión de su gĆ©nero mucho mĆ”s perversa. Esta:
«Las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles. Nosotras no podemos hacer nada mÔs que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho».


BuenĆsima sĆntesis, muy necesaria para no olvidar, sobre todo en estos tiempos de involución de libertades.
Estoy encantada con esta lectura, voy a compartirla.
Gracias, gracias gracias.
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