"La frivolidad (…) es gracia o defecto de la mujer"
Adrián estaba severo como un juez. La mujercita había enrojecido. Su rostro se crispaba como el de un niño que se dispone a llorar.
–¡Adrián! No me reprendas. Había perdido la sombrilla que me compraste anteayer. Yo estaba desolada… ¡Quiero tanto todo lo que tú me compras!… Esperaba encontrar otra igual… ¡Fue por eso! ¡Yo te lo cuento todo siempre! ¡Tú lo sabes bien! ¿Me crees?
Sí. La creía; pero no se lo dijo enseguida. No podía sufrir la idea de que ella le ocultase la menor cosa: era un atentado a su dignidad de hombre, a su perspicacia, a su autoridad.
–Querida Marcela –dijo suavemente– en efecto, te creo… Pero ya ves el peligro de esas mentiras pueriles. Una mutua y absoluta confianza es, para mí, el más fuerte de los lazos. Queridita mía, para que podamos continuar siendo dichosos, sé franca, ten conmigo esa linda espontaneidad que me ha seducido más aún que tu belleza. Eres un poco aturdida, inocente; careces de experiencia; la vida ofrece peligros que tú no sabrías evitar. Tengo el deber de apoyarte y de guiarte, pero, ¿cómo hacerlo si tienes secretos para mí? Estoy contento de que este incidente haya provocado una explicación. De ahora en adelante dímelo todo, nenita, sin mentir nunca… Sé franca… Si no lo eres, yo lo sabré tarde o temprano… Y no sé si podría continuar amándote como te amo… ¿Me has entendido bien?
–Si. Te juro que seré franca. Pero no me digas que no podrías amarme. Tú me querrás siempre y yo te lo diré todo, ¡Todo!
Y la joven se arrojó en sus brazos. Él sonreía satisfecho de inspirarle tanto amor y de tener sobre ella tanto dominio. (…)
Este número con el que empieza 1932 dedica un espacio a sus colaboradoras. Todas ellas se describen con un texto y una de ellas, llamada María Ruiz Terry (texto final de la segunda página del reportaje que se muestra abajo), se presenta así:
“Soy una mujer que trabaja. Entre la legión de mujeres que ha aceptado la doble maldición de Jehová, soy una más, y esto es bien poca cosa para reconocerme.
¿Mi vida? Como todas las vidas que se desenvuelven al ritmo mecánico de las máquinas de escribir: cada día, la línea que marca el timbrecillo suave del renglón al terminarse; cada mes, un carrete vacío que se cambia por otro lleno.
¿Mi cerebro? Varias toneladas de libros en tres o cuatro idiomas y muchos cientos de kilómetros y de paisajes. Mi pasado: un gran error. Mi presente: un desencanto. Mi porvenir: un fracaso”.
La revista cierra con un anuncio del libro La perfecta casada, de Fray Luis de León. El texto tira otra vez de la mujer hacia el pasado y la obediencia al marido. El anuncio toma estas frases del prólogo de la obra:
“Es La perfecta casada una magnífica paráfrasis del capítulo final de los Proverbios y, por tanto, la doctrina con que se pone orden a la vida de la casada es puramente bíblica. Tiende concretamente a hacer de la casada una mujer de su casa, no muy apta, sin duda, para intervenir en los negocios del siglo, pero sí muy consciente de lo que es un hogar netamente cristiano. Hoy, a pesar de sus tres centurias de publicación, pueden sacarse de ella muy provechosas enseñanzas sobre todo para hacer volver a a la mujer al puesto que le corresponde en el hogar”.
Las tensiones entre los escritos de hombres sobre la mujer que debe guardar la casa y los textos de las mujeres que quieren abandonar ese papel infame permanecerán durante muchos años. En la revista Lecturas de enero de 1935 hay otro anuncio de un libro. Esta vez es de Concepción Arenal y defiende la tesis contraria a Fray Luis de León. El texto que describe La mujer del porvenir dice así:
“Con su peculiar estilo, vibrante, expresivo y conmovedor en su misma sencillez, rebate en esta obra la dilecta escritora viejos prejuicios sociales basados en la supuesta inferioridad física y moral de la mujer y reivindica para ésta medios educativos y perfeccionadores que, sin modificar su delicada sensibilidad ni apartarla de sus excelsas finalidades en la vida, le permitan elevarse a las grandes alturas intelectuales donde la humanidad pretende inútilmente resolver sus graves problemas, para que sobre el eogísmo, la frialdad y el cálcluo que hoy imperan, haga sentir la influencia bienhechora de sus inagotables tesoros de caridad y de ternura. Solo entonces acabrán las luchas sangrientas y las victorias de la fuerza, y nacerán las generaciones a la vida de la paz y del amor.
Así resume la ilustre pensadora lo que ha de ser la mujer del pervenir: ‘Dulce, casta, grave, instruida, paciente, modesta y amorosa; trabajando en lo que es útil, pensando en lo que es elevado, sintiendo lo que es santo, dando parte en las cosas del corazón a la inteligencia del hombre, y en las cuestiones del entendimiento a la sensibilidad femenina; alimentando el fuego sagrado de la religión y del amor; presentando en esa Babel de aspiraciones, dudas y desalientos, el intérprete que todos comprenden, la caridad; oponiendo al misterio la fe, la resignación al dolor, y a la desventura la esperanza; llevando el sentimiento a la resolución de los problemas sociales, que nunca, jamás se resolverán con la razón sola; tal es la mujer como la comprendemos: tal es la mujer del porvenir”.
Pero, en el mismo número de Lecturas, para terminar, hay otra publicidad donde aparece de nuevo la idea, simple y llana, de que la mujer es tonta. Anuncia un ‘tratado de economía doméstica’ titulado La mujer, alma del hogar y dice así: “Un libro práctico y sencillo, encaminado a capacitar el espíritu femenino de la trascendencia de su alta y meritísima labor en el hogar, labor de innumerables ramificaciones sociales y morales. No se trata, por lo tanto, de una árida obra de tesis con alardes de erudición. Es, sencillamente, un libro amenísimo, lleno de útiles consejos y sabias observaciones, que la dilecta escritora Celia de Luengo dedica a la mujer, principalmente a la de la clase media, la cual, por ser la más afectada por los cambios de posición, por las exigencias sociales y por los reveses de fortuna, es la que más necesitada está de una sólida y variada educación y la que más inteligencia y esfuerzo ha de poner para actuar en la vida social y del hogar.
Hacer amar más y mejor el hogar. He aquí el objeto principal de esta obra; procurar –como dice su autora– que la mujer sea ante todo mujer, es decir: capaz de cumplir su misión de ser el alma y el ángel del hogar que vela, frente a los reveses y contrariedades del destino, por el amor y la felicidad de los suyos”.
Y, además, una moralina: “–Lee este libro y aprende en sus páginas la difícil virtud de saber regentar una casa. Piensa, hija mía, que en el hogar una buena administradora es el hada benéfica que puede convertir en un paraíso el rincón más humilde de la tierra”.
Muchos anuncios de aquella época no pasarían el filtro de lo políticamente correcto de la actualidad. Miren este, por ejemplo, sobre la depilación definitva:
“¿Es posible –pensará usted– que esta dama haya sufrido agudamente la humillación y vergüenza que significa para toda mujer el estar afligida con el vello, que tanto afea y repugna? ¿Es posible –exclamará usted nuevamente– que haya tenido que cubrir su cara con un velo durante tanto tiempo debido a que tenía lo que en efecto era un verdadero bigote y una abundancia horrible de vello que constitía casi en una barba? ¡Sí! Así fue. Y siendo la joven esposa de un oficial en la India sufrió incalculables angustias a causa de estas desfiguraciones. (…) Desesperada, la señora –cuya fotografía ve usted aquí– lo ensayó. Y desde ese día feliz no ha tenido ni un solo vello. Fue curada completamente (…)”.
Otro anuncio de Camomila Intea, publicado en Lecturas de febrero de 1933, dice en grandes letras: “¡Ah, picarona!… Qué quietecita estás porque sabes que te estoy poniendo guapa”.
La mujer florero también viene de antiguo. Y, en este caso, incentivado desde su misma niñez.
Portadas de estas tres revistas y de la revista Signal de enero de 1941. En Alemania, en aquella época, la propaganda impulsaba el papel de la mujer trabajadora. En España, mientras tanto, intentaban meterla de nuevo entre potajes y costureros.
Moraleja: No pierdan de vista el pasado. Está tan solo a la vuelta de la esquina.
Adrián estaba severo como un juez. La mujercita había enrojecido. Su rostro se crispaba como el de un niño que se dispone a llorar.
–¡Adrián! No me reprendas. Había perdido la sombrilla que me compraste anteayer. Yo estaba desolada… ¡Quiero tanto todo lo que tú me compras!… Esperaba encontrar otra igual… ¡Fue por eso! ¡Yo te lo cuento todo siempre! ¡Tú lo sabes bien! ¿Me crees?
Sí. La creía; pero no se lo dijo enseguida. No podía sufrir la idea de que ella le ocultase la menor cosa: era un atentado a su dignidad de hombre, a su perspicacia, a su autoridad.
–Querida Marcela –dijo suavemente– en efecto, te creo… Pero ya ves el peligro de esas mentiras pueriles. Una mutua y absoluta confianza es, para mí, el más fuerte de los lazos. Queridita mía, para que podamos continuar siendo dichosos, sé franca, ten conmigo esa linda espontaneidad que me ha seducido más aún que tu belleza. Eres un poco aturdida, inocente; careces de experiencia; la vida ofrece peligros que tú no sabrías evitar. Tengo el deber de apoyarte y de guiarte, pero, ¿cómo hacerlo si tienes secretos para mí? Estoy contento de que este incidente haya provocado una explicación. De ahora en adelante dímelo todo, nenita, sin mentir nunca… Sé franca… Si no lo eres, yo lo sabré tarde o temprano… Y no sé si podría continuar amándote como te amo… ¿Me has entendido bien?
–Si. Te juro que seré franca. Pero no me digas que no podrías amarme. Tú me querrás siempre y yo te lo diré todo, ¡Todo!
Y la joven se arrojó en sus brazos. Él sonreía satisfecho de inspirarle tanto amor y de tener sobre ella tanto dominio. (…)
Este número con el que empieza 1932 dedica un espacio a sus colaboradoras. Todas ellas se describen con un texto y una de ellas, llamada María Ruiz Terry (texto final de la segunda página del reportaje que se muestra abajo), se presenta así:
“Soy una mujer que trabaja. Entre la legión de mujeres que ha aceptado la doble maldición de Jehová, soy una más, y esto es bien poca cosa para reconocerme.
¿Mi vida? Como todas las vidas que se desenvuelven al ritmo mecánico de las máquinas de escribir: cada día, la línea que marca el timbrecillo suave del renglón al terminarse; cada mes, un carrete vacío que se cambia por otro lleno.
¿Mi cerebro? Varias toneladas de libros en tres o cuatro idiomas y muchos cientos de kilómetros y de paisajes. Mi pasado: un gran error. Mi presente: un desencanto. Mi porvenir: un fracaso”.
La revista cierra con un anuncio del libro La perfecta casada, de Fray Luis de León. El texto tira otra vez de la mujer hacia el pasado y la obediencia al marido. El anuncio toma estas frases del prólogo de la obra:
“Es La perfecta casada una magnífica paráfrasis del capítulo final de los Proverbios y, por tanto, la doctrina con que se pone orden a la vida de la casada es puramente bíblica. Tiende concretamente a hacer de la casada una mujer de su casa, no muy apta, sin duda, para intervenir en los negocios del siglo, pero sí muy consciente de lo que es un hogar netamente cristiano. Hoy, a pesar de sus tres centurias de publicación, pueden sacarse de ella muy provechosas enseñanzas sobre todo para hacer volver a a la mujer al puesto que le corresponde en el hogar”.
Las tensiones entre los escritos de hombres sobre la mujer que debe guardar la casa y los textos de las mujeres que quieren abandonar ese papel infame permanecerán durante muchos años. En la revista Lecturas de enero de 1935 hay otro anuncio de un libro. Esta vez es de Concepción Arenal y defiende la tesis contraria a Fray Luis de León. El texto que describe La mujer del porvenir dice así:
“Con su peculiar estilo, vibrante, expresivo y conmovedor en su misma sencillez, rebate en esta obra la dilecta escritora viejos prejuicios sociales basados en la supuesta inferioridad física y moral de la mujer y reivindica para ésta medios educativos y perfeccionadores que, sin modificar su delicada sensibilidad ni apartarla de sus excelsas finalidades en la vida, le permitan elevarse a las grandes alturas intelectuales donde la humanidad pretende inútilmente resolver sus graves problemas, para que sobre el eogísmo, la frialdad y el cálcluo que hoy imperan, haga sentir la influencia bienhechora de sus inagotables tesoros de caridad y de ternura. Solo entonces acabrán las luchas sangrientas y las victorias de la fuerza, y nacerán las generaciones a la vida de la paz y del amor.
Así resume la ilustre pensadora lo que ha de ser la mujer del pervenir: ‘Dulce, casta, grave, instruida, paciente, modesta y amorosa; trabajando en lo que es útil, pensando en lo que es elevado, sintiendo lo que es santo, dando parte en las cosas del corazón a la inteligencia del hombre, y en las cuestiones del entendimiento a la sensibilidad femenina; alimentando el fuego sagrado de la religión y del amor; presentando en esa Babel de aspiraciones, dudas y desalientos, el intérprete que todos comprenden, la caridad; oponiendo al misterio la fe, la resignación al dolor, y a la desventura la esperanza; llevando el sentimiento a la resolución de los problemas sociales, que nunca, jamás se resolverán con la razón sola; tal es la mujer como la comprendemos: tal es la mujer del porvenir”.
Pero, en el mismo número de Lecturas, para terminar, hay otra publicidad donde aparece de nuevo la idea, simple y llana, de que la mujer es tonta. Anuncia un ‘tratado de economía doméstica’ titulado La mujer, alma del hogar y dice así: “Un libro práctico y sencillo, encaminado a capacitar el espíritu femenino de la trascendencia de su alta y meritísima labor en el hogar, labor de innumerables ramificaciones sociales y morales. No se trata, por lo tanto, de una árida obra de tesis con alardes de erudición. Es, sencillamente, un libro amenísimo, lleno de útiles consejos y sabias observaciones, que la dilecta escritora Celia de Luengo dedica a la mujer, principalmente a la de la clase media, la cual, por ser la más afectada por los cambios de posición, por las exigencias sociales y por los reveses de fortuna, es la que más necesitada está de una sólida y variada educación y la que más inteligencia y esfuerzo ha de poner para actuar en la vida social y del hogar.
Hacer amar más y mejor el hogar. He aquí el objeto principal de esta obra; procurar –como dice su autora– que la mujer sea ante todo mujer, es decir: capaz de cumplir su misión de ser el alma y el ángel del hogar que vela, frente a los reveses y contrariedades del destino, por el amor y la felicidad de los suyos”.
Y, además, una moralina: “–Lee este libro y aprende en sus páginas la difícil virtud de saber regentar una casa. Piensa, hija mía, que en el hogar una buena administradora es el hada benéfica que puede convertir en un paraíso el rincón más humilde de la tierra”.
Muchos anuncios de aquella época no pasarían el filtro de lo políticamente correcto de la actualidad. Miren este, por ejemplo, sobre la depilación definitva:
“¿Es posible –pensará usted– que esta dama haya sufrido agudamente la humillación y vergüenza que significa para toda mujer el estar afligida con el vello, que tanto afea y repugna? ¿Es posible –exclamará usted nuevamente– que haya tenido que cubrir su cara con un velo durante tanto tiempo debido a que tenía lo que en efecto era un verdadero bigote y una abundancia horrible de vello que constitía casi en una barba? ¡Sí! Así fue. Y siendo la joven esposa de un oficial en la India sufrió incalculables angustias a causa de estas desfiguraciones. (…) Desesperada, la señora –cuya fotografía ve usted aquí– lo ensayó. Y desde ese día feliz no ha tenido ni un solo vello. Fue curada completamente (…)”.
Otro anuncio de Camomila Intea, publicado en Lecturas de febrero de 1933, dice en grandes letras: “¡Ah, picarona!… Qué quietecita estás porque sabes que te estoy poniendo guapa”.
La mujer florero también viene de antiguo. Y, en este caso, incentivado desde su misma niñez.
Portadas de estas tres revistas y de la revista Signal de enero de 1941. En Alemania, en aquella época, la propaganda impulsaba el papel de la mujer trabajadora. En España, mientras tanto, intentaban meterla de nuevo entre potajes y costureros.
Moraleja: No pierdan de vista el pasado. Está tan solo a la vuelta de la esquina.
muy bueno!
claro está que mi abuela no podía hacer jogging desde el comedor hasta la cocina…
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