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Negociadores: el arriesgado oficio de arreglar las cosas y jugarte el cuello por ello

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Por
Borja Ventura
18 enero 2016
  • Cine, TV y Animación
  • Política

Cuando Borja Cobeaga estaba trabajando en la película Negociador recibió una llamada inesperada. En la sede del PSOE estaban algo preocupados por ver cómo el director de cine iba a retratar a Jesús Eguiguren, y quisieron hablar con él. Quienes, por separado, confirman la historia hablan de horas de charla distendida. Es la típica cosa que pasa y que sólo te confirman sotto voce, pero que sirve para darse cuenta de la magnitud de la cosa.

Jesús Eguiguren ha sido posiblemente uno de los personajes políticos más presionados de la historia reciente. Lo fue durante todo el proceso, cuando gran parte de la prensa conservadora lo puso en su foco, incluso con exposición de su vida personal y de cosas sucedidas décadas atrás, como una condena por violencia doméstica. Unos le atacaban por ese flanco y otros le acusaban de ser un radical al servicio de los abertzales.

Quizá por todo eso desde el PSOE se ha intentado proteger el retiro del político que presidió la federación vasca y, al final, llevó a buen puerto su negociación. Por eso, y ya en lo personal, desaconsejan su presencia en medios, según algunos por su estado de salud. No se esconde que aquellos años de pelea en tantos y tan delicados frentes le dejaron tocado. Hay cargas que lastran de por vida, y no hace falta buscarlas en relatos épicos ni en anillos mágicos.

Finalmente el Eguiguren que retrató Cobeaga salió adelante. El de Negociador es un hombre corriente, sencillo, más caótico que desaliñado y más emotivo que recio. Es Eguiguren en algunas cosas, y no tanto en otras: basta ver aquella entrevista con Jordi Évole años atrás y su profético «ETA desaparecerá como la nieve» para suponer que es un tipo más curtido y áspero que ese entrañable que el que interpreta Ramón Barea.

En su largometraje Cobeaga no se fija tanto en la negociación en sí, que el propio Eguiguren ya ha contado en su libro ETA: las claves de la paz y en forma de cuadernos rojos, sino más en imaginar la historia detrás de las reuniones.

Por eso dibuja anécdotas desternillantes, como cuando el personaje viaja a Oslo en coche cenando un kebab sin quitarse el cinturón al refugio de una gasolinera, y el momentazo en que los mediadores suizos le confunden con un etarra cuando llega desaliñado tras el larguísimo viaje.

Hay decenas de momentos tan épicos como posiblemente irreales. Como cuando los negociadores se encuentran en la cafetería del hotel. O cuando intenta ponerse a hacer footing para compadrear con su interlocutor y acaba tomando cervezas en su habitación.

Lo mejor de la cinta es posiblemente la soberbia actuación de Carlos Areces retratando a ‘Thierry’, uno de los últimos y más duros jefes de ETA. El mismo que entró en el coche policial gritando, que dicen que partió ETA en dos al declarar la guerra al bando de ‘Txeroki’ y que, al romper la negociación, avisó de que fuera comprando corbatas negras. Ese que se sienta a comer con su interlocutor en la ficción y acaba dando un portazo cuando un entusiasta camarero español se identifica como compatriota y carga contra «los hijos de puta» de ETA en una escena tan cargada de tensión como de humor absurdo

Pero lo que la película refleja, dentro de la ficción, es más que eso. Es soledad. La misma soledad a la que los medios, la opinión pública y los rivales políticos condenan a los negociadores. El ejemplo de Eguiguren es posiblemente el más reciente, pero no el único.

Al otro lado de las negociaciones estuvo años antes Txomin Iturbe, jefe de ETA que encabezó las conversaciones de Argel hasta que murió en un accidente durante las negociaciones. Iturbe, que fue uno de los últimos dialogantes en la formación antes de que se endureciera durante los primeros años 90, tiene dos anécdotas bien distintas que ilustran ese lado humano en procesos normalmente oscuros y ajenos.

Una tiene que ver con cuando casi acaba a bofetadas con Joseba Elosegi, un peculiar miembro del PNV que llegó a prenderse fuego delante de Franco durante un conato de negociación soterrada. La otra, cuando Iturbe se sentó poco antes de su muerte delante de Rafael Vera, condenado por el GAL, y le dijo «no me hubiera importado dar la orden de que te mataran, pero ahora que te he conocido tendría mis dudas» porque se habían caído bien.

La importancia de lo humano en este tipo de momentos definen la evolución de los hechos. Incluso en las fotos finales, en las raras ocasiones en que las hay, como pasó con el presidente Santos y ‘Timochenko’, jefe de las FARC colombianas. Quién da la mano y quién sonríe más.

Cuando cae el telón, y si la negociación ha ido bien, el conflicto desaparece del presente de los medios y muchos, quienes no lo vivieron de forma directa, lo borran de su pasado. Es entonces cuando llega el turno del humor para ayudar a borrar el trauma a quienes puedan permitírselo.

Con el tiempo, también aquí, Eguiguren ha ido desapareciendo, como la nieve. Diecisiete veces, y contra el consejo de conocidos en común, le llamé sin éxito tiempo atrás. Su última aparición destacada fue en un inédito paseo de montaña con Karlos Ioldi, un preso que fue propuesto como lehendakari por Herri Batasuna cuando Eguiguren presidía el Parlamento Vasco. El penúltimo guiño a la conciliación de un portador del anillo ya retirado.

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Por Borja Ventura
328 ARTÍCULOS

Periodista. Buen estado, para entrar a escribir. Ocasión. Mejor ver. Ahora con Atresmedia, Yorokobu o El Economista, y dando clase en la UC3M y la USP-CEU. Antes en un montón de sitios. Después ya veremos. Escribí un libro, se llama 'Guztiak'.

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