Y que Dios, digo Camarón, me libre de que esto se tome como un ejercicio de payosplaining.
La luz (y solo la luz) de Camarón
Han querido las circunstancias que Netflix haya desparramado en su catálogo dos lanzamientos relacionados con el legendario cantaor gaditano.
Camarón, de la isla al mito, es una serie documental de seis capÃtulos que adolece precisamente de eso, de la mitificación extrema de la figura del rey de los gitanos. Cada testimonio y cada dato sirven para masajear la memoria de Camarón y para confeccionar un enfoque luminoso de su figura que solo se oscurece por su enfermedad. No, no por la enfermedad que le hizo abusar del papel de plata. Por la enfermedad que se lo llevó por delante a los 41 años, allá por 1992.
La droga, de hecho, ni se menciona en las casi seis hora de metraje del proyecto. Tampoco el hecho que Camarón fue condenado por la muerte accidental de dos personas en un accidente de tráfico en el que se le retiró el carnet de conducir durante un año.
La otra entrega camaroniana que Netflix acaba de lanzar se llama Camarón: Flamenco y revolución. Y aquà sÃ. Camarón tiene sombras, como cualquier ser humano que haya pisado la faz de la tierra.
En este documental de 104 minutos, Camarón se mete heroÃna, tiene problemas a raÃz de un accidente de tráfico en el que mueren dos personas que circulaban en un vehÃculo que chocó contra el suyo y se menciona la bronca por los derechos de autor que tuvo con la familia de Paco de LucÃa poco antes de su muerte. Y, oiga, no pasa nada.
El documental de Alexis Morante y Raúl Santos es, además, un ejercicio de storytelling mucho más atrevido en la forma y contenido. La cinta está narrada por Juan Diego, que cuenta la historia sin ocultar su acento andaluz como el que cuenta una vieja leyenda en una venta andaluza a las 5 de la mañana, hasta arriba de cazalla. La voz del actor sevillano es uno de los grandes aciertos de la pelÃcula.
Con la cinta de Morante ocurre lo contrario: convierte lo real en un leyenda mágica y a veces onÃrica, disfrutable tanto por lo que cuenta por cómo lo cuenta.
Si me ves un dÃa, la mirada perdida
y la locura en el semblante.
Apiádate de mÃ, no me maldigas
porque las penas van prendidas
ay, al fleco del aire
Y que Dios, digo Camarón, me libre de que esto se tome como un ejercicio de payosplaining.
La luz (y solo la luz) de Camarón
Han querido las circunstancias que Netflix haya desparramado en su catálogo dos lanzamientos relacionados con el legendario cantaor gaditano.
Camarón, de la isla al mito, es una serie documental de seis capÃtulos que adolece precisamente de eso, de la mitificación extrema de la figura del rey de los gitanos. Cada testimonio y cada dato sirven para masajear la memoria de Camarón y para confeccionar un enfoque luminoso de su figura que solo se oscurece por su enfermedad. No, no por la enfermedad que le hizo abusar del papel de plata. Por la enfermedad que se lo llevó por delante a los 41 años, allá por 1992.
La droga, de hecho, ni se menciona en las casi seis hora de metraje del proyecto. Tampoco el hecho que Camarón fue condenado por la muerte accidental de dos personas en un accidente de tráfico en el que se le retiró el carnet de conducir durante un año.
La otra entrega camaroniana que Netflix acaba de lanzar se llama Camarón: Flamenco y revolución. Y aquà sÃ. Camarón tiene sombras, como cualquier ser humano que haya pisado la faz de la tierra.
En este documental de 104 minutos, Camarón se mete heroÃna, tiene problemas a raÃz de un accidente de tráfico en el que mueren dos personas que circulaban en un vehÃculo que chocó contra el suyo y se menciona la bronca por los derechos de autor que tuvo con la familia de Paco de LucÃa poco antes de su muerte. Y, oiga, no pasa nada.
El documental de Alexis Morante y Raúl Santos es, además, un ejercicio de storytelling mucho más atrevido en la forma y contenido. La cinta está narrada por Juan Diego, que cuenta la historia sin ocultar su acento andaluz como el que cuenta una vieja leyenda en una venta andaluza a las 5 de la mañana, hasta arriba de cazalla. La voz del actor sevillano es uno de los grandes aciertos de la pelÃcula.
Con la cinta de Morante ocurre lo contrario: convierte lo real en un leyenda mágica y a veces onÃrica, disfrutable tanto por lo que cuenta por cómo lo cuenta.
Si me ves un dÃa, la mirada perdida
y la locura en el semblante.
Apiádate de mÃ, no me maldigas
porque las penas van prendidas
ay, al fleco del aire