27 de mayo 2015    /   ENTRETENIMIENTO
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Desearía saber qué se siente siendo libre

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Hay viajes de los que no se vuelve. El 3 de julio de 1976, Nina Simone reaparece en directo en el Festival de Jazz de Montreux (Suiza) después de unos años refugiada en Barbados y Liberia y da el concierto más demencial, caótico y perturbador de su carrera. Rota por los desengaños amorosos y políticos, los años de trabajo extenuante y su trastorno bipolar, sale a tocar con el rostro desencajado y la mirada perdida, como si no supiera bien dónde está. Su cuerpo ha vuelto pero su mente parece no haber llegado aún.
Se sienta al piano, se levanta, sale del escenario, el director la acompaña de vuelta, increpa al público, saluda, baila con extrema sensualidad, se pierde en confusos monólogos, pregunta si su amigo David Bowie está en el auditorio, grita llamando a Imojah, su último amante en Monrovia, e interpreta cuatro canciones, en las que se abre el pecho, se saca el corazón chorreante y lo planta sobre el piano mientras ella vomita toda su angustia por la boca. El concierto –que podéis encontrar en Youtube- es el más estremecedor que yo haya visto nunca.
El dolor de la cantante es tan descarnado que casi da apuro mirarla, tan indisimulado su tormento que duele escucharla, como si ella fuera la voz de todos los que sufren, «la voz del desastre», como dice David Brun-Lambert en su imprescindible biografía La vida a muerte de Nina Simone. ¡Qué tiene que sentir alguien para componer una canción así!, dice antes de interpretar Feelings. ¡Qué tiene que sentir ella para cantar de esa manera!, te preguntas al oírla y parece que ella misma nos contesta cuando acomete ese himno de la lucha por los derechos de los negros estadounidenses, I wish I know how it would be to be free (Desearía saber qué se siente siendo libre).
Quizá lo más cerca que estuvo de serlo fue aquel patético concierto suizo que abruma, precisamente, porque no hay puertas que contengan su arte y su emoción. Es Nina Simone en bruto, salvaje, sin control, tan libre, tan ella, que asusta. Toda su vida fue una lucha por alcanzar la libertad, política, artística, personal, pero para alcanzarla tuvo que perderse. Como dijo Chesterton, «los locos lo han perdido todo menos la razón». El único camino para liberarte del todo es librarte de todo. Recuerdo que también uno de los grandes poetas locos, Hölderlin, volvió de un largo viaje a Francia pero la cordura ya no le acompañaba.
En este mundo despiadado, el camino a la libertad es solo un viaje de ida que conduce a la locura. Curiosamente, en nuestro idioma, «ida» es sinónimo de «loca».

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Hay viajes de los que no se vuelve. El 3 de julio de 1976, Nina Simone reaparece en directo en el Festival de Jazz de Montreux (Suiza) después de unos años refugiada en Barbados y Liberia y da el concierto más demencial, caótico y perturbador de su carrera. Rota por los desengaños amorosos y políticos, los años de trabajo extenuante y su trastorno bipolar, sale a tocar con el rostro desencajado y la mirada perdida, como si no supiera bien dónde está. Su cuerpo ha vuelto pero su mente parece no haber llegado aún.
Se sienta al piano, se levanta, sale del escenario, el director la acompaña de vuelta, increpa al público, saluda, baila con extrema sensualidad, se pierde en confusos monólogos, pregunta si su amigo David Bowie está en el auditorio, grita llamando a Imojah, su último amante en Monrovia, e interpreta cuatro canciones, en las que se abre el pecho, se saca el corazón chorreante y lo planta sobre el piano mientras ella vomita toda su angustia por la boca. El concierto –que podéis encontrar en Youtube- es el más estremecedor que yo haya visto nunca.
El dolor de la cantante es tan descarnado que casi da apuro mirarla, tan indisimulado su tormento que duele escucharla, como si ella fuera la voz de todos los que sufren, «la voz del desastre», como dice David Brun-Lambert en su imprescindible biografía La vida a muerte de Nina Simone. ¡Qué tiene que sentir alguien para componer una canción así!, dice antes de interpretar Feelings. ¡Qué tiene que sentir ella para cantar de esa manera!, te preguntas al oírla y parece que ella misma nos contesta cuando acomete ese himno de la lucha por los derechos de los negros estadounidenses, I wish I know how it would be to be free (Desearía saber qué se siente siendo libre).
Quizá lo más cerca que estuvo de serlo fue aquel patético concierto suizo que abruma, precisamente, porque no hay puertas que contengan su arte y su emoción. Es Nina Simone en bruto, salvaje, sin control, tan libre, tan ella, que asusta. Toda su vida fue una lucha por alcanzar la libertad, política, artística, personal, pero para alcanzarla tuvo que perderse. Como dijo Chesterton, «los locos lo han perdido todo menos la razón». El único camino para liberarte del todo es librarte de todo. Recuerdo que también uno de los grandes poetas locos, Hölderlin, volvió de un largo viaje a Francia pero la cordura ya no le acompañaba.
En este mundo despiadado, el camino a la libertad es solo un viaje de ida que conduce a la locura. Curiosamente, en nuestro idioma, «ida» es sinónimo de «loca».

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Opiniones 8
  • Javier. Muchas gracias.
    Hace unas semanas estuve viendo ese concierto y me estremeció. Solo añadir que sentí plenamente su responsabilidad para con su camino a la libertad.
    Mente sensible, gracias de nuevo, por juntar estas palabritas.

  • Comentarios cerrados.