Se llama Bebé Signe y es una aplicación que estÔ arrasando entre los padres franceses. Con ella, sus pequeños aprenden el lenguaje de signos, con independencia de si tienen o no una discapacidad al respecto.
Los creadores de la app aseguran que el de signos permite a los niños adquirir mejor el lenguaje hablado y escrito, aumentando asà las posibilidades de éxito una vez iniciada la etapa escolar.
«Este y otros ejemplos muestran bien la idea de que la infancia tiene que rendir desde el primer momento». Algo que según José R. Ubieto va en contra de la idea de Freud y de otros autores, que consideraban la infancia como un tiempo necesario para aburrirse, para jugar, para divertirse, para darse tiempo, para madurar.
La reflexión del psiconalista y profesor de la UOC estĆ” extraĆda del libro NiƱ@s Hiper, del cual es coautor junto al catedrĆ”tico de PsicologĆa de la Universidad de Oviedo, Marino PĆ©rez Ćlvarez.
Al pretender que comiencen a producir incluso antes de que empiecen a hablar, los adultos estamos robando su infancia. Ā«Al hablar de infancia robadas hablamos de dos cosas distintas. Por un lado, de aquellas situaciones de abandono o de abuso explĆcito donde no estĆ”n preservados los derechos mĆninos de cualquier niƱo o niƱa. Situaciones de explotación laboral, abuso sexual, maltratos fĆsicosĀ».
Ā«Por otra āy este es el tema central del libroā, a la colonización que hoy hacemos los adultos de las infancias, tratando de imponerles nuestro modo de satisfacción: hiperactivos, hiperconectados e hipersexualizados. Los queremos hiperproductivos y excelentesĀ», nos explica Ubieto.
Una situación que, pese a sus indudables diferencias, nos retrotrae en cierta forma a aquella época en la que los niños, lejos de ser vistos como tales, eran considerados mano de obra barata. «Ahora no solo se trata de producir, sino también de consumir».
Buscando futuros adultos competentes, los padres nos afanamos por dar a nuestros hijos la mejor educación posible, entendiendo por esta la que harÔ de ellos los mejores profesionales posibles. Y muchos centros educativos se venden como los lugares capaces de hacerlo posible.
En opinión de Ubieto, en esa Ā«competiciónĀ» entre colegios y universidades que suele darse en las jornadas de puertas abiertas y en las Ć©pocas de matriculación demuestra que Ā«lo que guĆa la educación son mĆ”s las exigencias del rendimiento y del management y no tanto la construcción de la persona como futuro adultoĀ».

Otra de las vĆas a travĆ©s de las que la colonización de la infancia se ha materializado es a travĆ©s de las etiquetas. SegĆŗn los autores, vivimos en Ā«la era del namingĀ» y a la mĆnima tratamos de clasificar y poner nombre a los problemas.
Ā«Antes se asumĆa que (ā¦) los niƱos tenĆan berrinches, podĆan llorar cierto tiempo, a lo mejor no querĆa comer esto y tenĆan sus caprichos. Todo estaba asumido como parte de la vida realĀ».
Ā«Ahora ācontinĆŗanā el umbral para percibir que algo real de la vida se convierte en un problema es mĆ”s bajoĀ». De ahĆ que los diagnósticos de trastornos y sĆndromes como el TDAH se hayan multiplicado de forma exponencial en la Ćŗltima dĆ©cada.
Para Marino PĆ©rez Ćlvarez, Ā«el diagnóstico de TDAH nunca estarĆa justificado, habida cuenta de que carece de la entidad clĆnica que se supone. Lo que no quiere decir que no se refiera a algĆŗn problema que se habrĆa de entender y atender. Pero un problema no es necesariamente una enfermedadĀ».
En su opinión, diagnósticos de este tipo funcionan como un discurso que cumple una serie de funciones, entre ellas Ā«excusarĀ» y explicar ciertos comportamientos del niƱo como si fueran sĆntomas de una enfermedad que en realidad no existe.
Ā«Puede que la escuela y los padres queden satisfechos y tranquilos con estas diagnosis, porque sin duda las reciben con las mejores intenciones. Pero tambiĆ©n puede ser que la etiqueta les lleve a mirar en el sitio inadecuado y a dejar de hacer otras cosas mĆ”s centradas en ayudas y acompaƱamiento al niƱo, las cuales a la larga podrĆan ser mejoresĀ».
Ā«Ciertamente āaƱadeā el diagnóstico desresponsabiliza al niƱo. Si tiene malĀ comportamiento es por la enfermedad y si mejora,Ā es por la medicaciónĀ».
En el libro, PĆ©rez Ćlvarez relaciona esta tendencia a etiquetar los comportamientos infantiles con la Ā«mcdonalización de la infanciaĀ», concepto acuƱado por el psiquiatra infantil Sami Timisi Ā«para referirse a diagnósticos rĆ”pidos, casi prefabricados, aplicados a los niƱosĀ».
«Cualquier niño que recibe esa etiqueta ya se convierte en un igual, de la misma manera que podemos imaginar que todas las hamburguesas son iguales», explica el catedrÔtico.
Otra teorĆa tambiĆ©n rescatada en NiƱos Hiper es la que David Riesman desarrolló en La muchedumbre solitaria (1964). El sociólogo se valió de la metĆ”fora del giroscopio y el radar para distinguir entre personas guiadas por sĆ mismas Ā«desde dentroĀ» (giroscopio) y las que estĆ”n a expensas de las seƱales de los otros (radar).
Como Sherry Turkle recogió en Alone Together. Why We Expect More from Technology and Less from Each Other (2012), el radar estÔ encarnado hoy en las redes sociales, pobladas de individuos guiados desde fuera, la nueva muchedumbre solitaria.
Al forma parte Ā«del escaparate de los padresĀ», los hijos, segĆŗn PĆ©rez Ćlvarez, son vĆctimas de los progenitores guiados por este radar.
Ā«Esto lleva a una continua comparación con los demĆ”s niƱos y a una proyección de sus fantasĆas y expectativas sobre ellos, en detrimento de una educación mĆ”s sosegada y centrada en el propio niƱo, con sus caracterĆsticas, necesidades y potencialidadesĀ».
Al no cumplir los ideales, Ā«que siempre suelen estar mĆ”s allĆ” de lo realĀ», los niƱos entran Ā«en dĆ©ficitĀ». Ā«Sin una identidad segura y apoyo incondicional, mĆ”s radares al vaivĆ©n de las modas de turno que periscopios capaces de otear y valorar el horizonte sobre algĆŗn anclaje, y criterio mĆ”s allĆ” de lo diverĀ y el āme gusta”Ā».
Ā«La hiperinfancia de la que hablamos fĆ”cilmente se queda en una infancia a medias desposeĆda de su ritmo, tiempo para jugar, saber caer y levantarse, interactuar con otros, porque el final no somos todos āespecialesā sino meramente diferentesĀ», concluye PĆ©rez Ćlvarez.
Muy bueno el artĆculo! Sólo un pequeƱo error: es Marino PĆ©rez Ćlvarez (no Mariano). Saludos cordiales š
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