Sin duda ustedes han disfrutado de pelÃculas, libros o piezas teatrales en los que el recurso conocido como Deus ex machina ha resuelto la trama. Sucede incluso en tragedias griegas.
Woody Allen lo emplea a menudo, como remedo de una religiosidad latente contrapuesta a un ateÃsmo inconfeso y a un judaÃsmo descreÃdo que le hace hablar de Dios como una especie de mecánico perezoso que la mayorÃa del tiempo está ausente del taller, pero que a veces interviene para enderezar la trama, o para desbaratarla.
La imaginación del lector o del espectador debe ser libre para sobrevolar el patio de butacas o el sillón de su sala de estar. Es maravilloso que alguien sea capaz de llevarnos a lo más alto para finalmente dejarnos caer en una realidad alternativa, tejiendo una teorÃa que justifique todo lo disfrutado hasta el momento, por descabellado que sea.
El problema es cuando el guionista o el escritor hacen trampas, y esto solo se puede detectar viendo la pelÃcula otra vez y conociendo la explicación, su Deus ex machina. Si todo encaja y no nos sentimos estafados, es que hay un gran trabajo detrás; pero si descubrimos los trucos, la decepción es muy grande.
Pero al ver The Game (1997), la pelÃcula nos atrapa de manera irremisible desde el comienzo a costa de forzar determinadas secuencias hasta lo inverosÃmil, como la caÃda final de Michael Douglas sobre la cristalera. Cuando se nos revela el sorprendente Deus ex machina de la pelÃcula nos quedamos boquiabiertos, pero al poco tiempo las primeras grietas comienzan a surcar nuestra memoria reciente y tenemos la tentación de repasar algunas escenas y secuencias que invalidan totalmente el final. A ambas cintas les separan solo dos años, y desde entonces Fincher no ha vuelto a emplear el recurso que nos ocupa, porque el público le pilló con el carrito de los helados.
Otro caso paradigmático de Deus ex machina es el manido final del tipo «Todo era un sueño», que de pronto justifica cualquier anomalÃa o incongruencia de la historia pues los sueños no están sujetos a las leyes de la razón. Aquà el concepto de ‘sueño’ puede extenderse a otros modos de desdoblamiento, como el que sucede en DesafÃo total (Paul Verhoeven, 1990). Allà es una simulación de realidad virtual la que corrige de un plumazo cualquier objeción que el espectador quisquilloso pudiera plantear a determinadas situaciones embarazosamente mal formuladas.
Se dice que Alejandro Amenábar lloró amargamente en el estreno de El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999) donde, como es bien sabido, Bruce Willis al final resulta que está muerto y es un fantasma, en uno de los finales más sorprendentes del cine de aquellos años. Amenábar lloró porque le acababan de pisar el final de Los otros, que estaba en fase de preproducción y que se estrenarÃa en 2001. En honor a la verdad hay que admitir a los dos directores que pasan la prueba del algodón del Deus ex machina, y sus pelÃculas soportan un segundo visionado conociendo previamente el desenlace.
PermÃtanme terminar con una reflexión que aplica el Deus ex machina a nuestras vidas. Este es un recurso que no pocas personas aplican al argumento de sus existencias, como si de ficciones escritas por un tercero se trataran. En una flagrante falta de responsabilidad, unos lo llaman Destino, otros Azar, pero la mayorÃa atribuye los sucesos de sus biografÃas a la voluntad de uno u otro dios, dependiendo de las coordenadas geográficas y sociales en que les ha tocado vivir.
El artificio Deus ex machina solo funciona en las ficciones. La trama de su vida solo depende de usted, no lo olvide. Asà que no haga trampas, porque le pillaremos…
Sin duda ustedes han disfrutado de pelÃculas, libros o piezas teatrales en los que el recurso conocido como Deus ex machina ha resuelto la trama. Sucede incluso en tragedias griegas.
Woody Allen lo emplea a menudo, como remedo de una religiosidad latente contrapuesta a un ateÃsmo inconfeso y a un judaÃsmo descreÃdo que le hace hablar de Dios como una especie de mecánico perezoso que la mayorÃa del tiempo está ausente del taller, pero que a veces interviene para enderezar la trama, o para desbaratarla.
La imaginación del lector o del espectador debe ser libre para sobrevolar el patio de butacas o el sillón de su sala de estar. Es maravilloso que alguien sea capaz de llevarnos a lo más alto para finalmente dejarnos caer en una realidad alternativa, tejiendo una teorÃa que justifique todo lo disfrutado hasta el momento, por descabellado que sea.
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El problema es cuando el guionista o el escritor hacen trampas, y esto solo se puede detectar viendo la pelÃcula otra vez y conociendo la explicación, su Deus ex machina. Si todo encaja y no nos sentimos estafados, es que hay un gran trabajo detrás; pero si descubrimos los trucos, la decepción es muy grande.
Pero al ver The Game (1997), la pelÃcula nos atrapa de manera irremisible desde el comienzo a costa de forzar determinadas secuencias hasta lo inverosÃmil, como la caÃda final de Michael Douglas sobre la cristalera. Cuando se nos revela el sorprendente Deus ex machina de la pelÃcula nos quedamos boquiabiertos, pero al poco tiempo las primeras grietas comienzan a surcar nuestra memoria reciente y tenemos la tentación de repasar algunas escenas y secuencias que invalidan totalmente el final. A ambas cintas les separan solo dos años, y desde entonces Fincher no ha vuelto a emplear el recurso que nos ocupa, porque el público le pilló con el carrito de los helados.
Otro caso paradigmático de Deus ex machina es el manido final del tipo «Todo era un sueño», que de pronto justifica cualquier anomalÃa o incongruencia de la historia pues los sueños no están sujetos a las leyes de la razón. Aquà el concepto de ‘sueño’ puede extenderse a otros modos de desdoblamiento, como el que sucede en DesafÃo total (Paul Verhoeven, 1990). Allà es una simulación de realidad virtual la que corrige de un plumazo cualquier objeción que el espectador quisquilloso pudiera plantear a determinadas situaciones embarazosamente mal formuladas.
Se dice que Alejandro Amenábar lloró amargamente en el estreno de El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999) donde, como es bien sabido, Bruce Willis al final resulta que está muerto y es un fantasma, en uno de los finales más sorprendentes del cine de aquellos años. Amenábar lloró porque le acababan de pisar el final de Los otros, que estaba en fase de preproducción y que se estrenarÃa en 2001. En honor a la verdad hay que admitir a los dos directores que pasan la prueba del algodón del Deus ex machina, y sus pelÃculas soportan un segundo visionado conociendo previamente el desenlace.
PermÃtanme terminar con una reflexión que aplica el Deus ex machina a nuestras vidas. Este es un recurso que no pocas personas aplican al argumento de sus existencias, como si de ficciones escritas por un tercero se trataran. En una flagrante falta de responsabilidad, unos lo llaman Destino, otros Azar, pero la mayorÃa atribuye los sucesos de sus biografÃas a la voluntad de uno u otro dios, dependiendo de las coordenadas geográficas y sociales en que les ha tocado vivir.
El artificio Deus ex machina solo funciona en las ficciones. La trama de su vida solo depende de usted, no lo olvide. Asà que no haga trampas, porque le pillaremos…