Muchos hombres, en la dĆ©cada de los noventa del siglo XIX, acudĆan a los circos de Barnum & Bailey, deseosos de ver a la primera mujer que se dedicó profesionalmente a exhibir su cuerpo tatuado en Estados Unidos.
Se llamaba Nora Hildebrandt y, segĆŗn las pocas referencias que pueden escudriƱarse, hacĆa las delicias del pĆŗblico masculino. No se sabe si por admiración al arte de los dibujos que la envolvĆan o, simplemente, por babear ante algo de carne al descubierto en una Ć©poca donde la moda y el recato ahogaban la piel entre corsĆ©s y multitud de capas de tela. Vestimenta de lechuga, que dijo el poeta.

En algunos artĆculos se enarbola a Hildebrandt como un icono de valentĆa y lucha por reivindicar como propio el cuerpo de la mujer, un ejemplo de emancipación epidĆ©rmica. No obstante, no habrĆa que apresurarse a colocarle una enseƱa revolucionaria. Algunos detalles de su biografĆa inclinan la balanza hacia el hecho de que se tratara de una doble vĆctima, de una paternidad brutal y de un machismo muy genital de quienes asistĆan al circo.
Su padre, Martin Hildebrandt, originario de Alemania, instaló una tienda en Nueva York en 1846: fue el primer artista y tatuador profesional de EEUU. Como cuenta Buzzfeed, Martin dedicó gran parte de su tiempo a grabar la piel de marineros y soldados de los dos bandos de la Guerra Civil. Nora nació en los aƱos 50. Cuando se acercaba a los 30 aƱos, ya tenĆa 365 diseƱos repartidos por todo el cuerpo, desde el cuello hasta las piernas.
Colores, formas tribales, dibujos antropomórficos, de animales⦠Los tatuajes se inspiraron en los que poseĆan personajes como John Rutherford y el capitĆ”n Costentenus, que apenas mostraban un centĆmetro de piel sin tinta. Dicen que ella se habĆa ofrecido como lienzo a su padre, que habĆa una afición sincera por decorarse la piel, y de ahĆ que se admire su independencia y su arrojo para entrar en conflicto con la cultura tradicional de la Ć©poca.

Sin embargo, el hecho de que inventara una biografĆa alternativa para hablar del origen de los tatuajes despierta ciertos recelos. Algunos, como Pablo GonzĆ”lez, de Malatinta, hablan de que trataba de ocultar cierta vergüenza, que temĆa que la rechazaran por su aspecto y de que por eso se empezó a contar que habĆa sido capturada por una tribu india.
Hildebrandt contaba que los indĆgenas le practicaron un tatuaje diario durante un aƱo mientras la mantenĆan atada a un Ć”rbol. Para vestir el relato y darle gancho, llegó a precisar que el famoso Toro Sentado habĆa participado en la tortura.
En una de las versiones de la narración, su padre habrĆa sido apresado tambiĆ©n por los nativos y obligado a realizar los dibujos hasta que, por sĆ mismo, decidió morir antes de seguir castigando a su hija.
El relato no era original, sino una apropiación fantasiosa de una historia real de aƱos atrĆ”s. Le ocurrió a Olive Oatman, hija de mormones. En 1851, en el cuarto dĆa de un viaje a Nuevo MĆ©xico, en el rĆo Gila, fue secuestrada junto a su hermana pequeƱa. Los indios Yavapais asesinaron a su familia y se las llevaron. TenĆan 14 y siete aƱos. La historia la escribió Royal B. Stratton en The Captivity of the Oarman Girls.
Cuando años mÔs tarde, un miembro de los colonos europeos de la zona, estimulado por los rumores que hablaban de una chica blanca viviendo entre nativos, trató de negociar con ellos para regresarla a su civilización, se encontró con una joven de 19 años con el pecho descubierto y un tatuaje azul en la barbilla.

La hermana menor habĆa muerto en una hambruna. Olive alcanzó la fama a partir del libro de Stratton. Las chicas habĆan sido vendidas como esclavas a los mojaves, que las acogieron como integrantes de la tribu. El tatuaje era un sĆmbolo de protección. Cuentan en una nota de El Liberal que la mujer mitad mormona mitad mojave guardó siempre un tarro de avellanas que le recordaban a su vida indĆgena.
Trazos de esta historia tomó prestados Nora Hildebrandt, quizĆ”s con la idea de atribuir a una fatalidad su mar de tatuajes, o sea, de pedir disculpas. Otros, sin embargo, hablan de que el prĆ©stamo biogrĆ”fico respondĆa a demandas del espectĆ”culo de circo. La joven se incorporó a las giras de la importante compaƱĆa circense de la Ć©poca Barnum & Barley en la dĆ©cada de los 90, y habĆa que hacer lo que fuera por seducir al pĆŗblico.
En cambio, a veces, violaba las leyes del show, bordeaba a las tribus y se entretenĆa explicando detalladamente el trabajo artĆstico realizado por su padre. Detalladamente, parte por parte: los hombres miraban.
El desenlace de la historia prueba que no asistĆan al relato, precisamente, con inquietud artĆstica. Apareció en escena Irene Woodward, mĆ”s vestida de tinta y mĆ”s atractiva. De pronto, la fama de Hildebrandt se esfumó hasta el punto de no aparecen mĆ”s registros sobre su vida. Se le perdió la pista para siempre.
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