Hace un siglo ya existĆa Facebook y la gente solo leĆa chorradas

”Yorokobu gratis en formato digital!
A pesar de que los algoritmos de Facebook parecen haber conspirado para engancharnos y no soltarnos, secuestrando nuestra atención, leyendo, una detrÔs de otra, noticias amarillistas o intrascendentales, memes y demÔs materiales de derribo, las cosas no eran muy diferentes hace un siglo.
En 1923, George Gallup, del departamento de PsicologĆa Aplicada de la Universidad de Iowa, tenĆa muy claro que los periódicos no eran medios de comunicación sino secuestradores de la atención. Y que este era el principal modo por el que un medio resultaba finalmente rentable a nivel económico. Por ello, Gallup llevó a cabo un extraordinario estudio, similar a los que ahora se realizan en Facebook, para saber quĆ© es lo que de verdad interesaba a la gente de los periódicos para darles mĆ”s. (Y lo que descubrió te sorprenderĆ”, tirando de clickbait facebookero).
LA MAYORĆA ES TONTA
El smartphone no ha idiotizado a la gente: la gente ya venĆa idiota de casa. Por esa razón, disponiendo ahora de un dispositivo donde se alberga todo el conocimiento de la humanidad, la gente opta por pasatiempos o por contenidos superfluos, como bien le recordó Antonio Escohotado a Marta Peirano en esta entrevista. Es cierto que las apps que nos descargamos en nuestro smartphone, en muchos casos, estĆ”n diabólicamente programadas para capturar nuestra atención empleando para ello los trucos mĆ”s rastreros, como nos recuerda Peirano en una entrevista de esta misma casa. Pero no es menos cierto que esa estrategia ha sido empleada desde hace dĆ©cadas por los distintos medios de comunicación, libros y periódicos incluidos.
Se consumen contenidos inanes a travĆ©s de las redes sociales; tanto es asĆ que incluso se establecen diĆ”logos de besugos infiltrados por toda una panoplia de sesgos, falacias y adagios concebidos especĆficamente para este medio, como la ley de Godwin (a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación con Hitler o los nazis tiende a uno) o la ley de la controversia de Benford (la pasión asociada a una discusión es inversamente proporcional a la cantidad de información real disponible). Pero todo eso tambiĆ©n ocurrĆa, y ocurre, en la barra del bar. Y en la cena de Navidad, cuando toda la familia anda un poco achispada.
Incluso los medios seriosĀ son vĆctimas de la idiotización, tal y como puso de manifiesto la tesis doctoral que George Gallup escribió en el aƱo 1928: An objective method for determining reader interest in the content of a newspaper. Hasta ese momento, la idea que tenĆamos del lector medio era una idealización; esto es, que las personas que invierten tiempo en leer un periódico lo hacen para estar informados.
Los resultados de esa tesis, sin embargo, arrojaron una conclusión mucho menos elevada que deslució el aura de romanticismo que nimbaba el Cuarto Poder (el simple uso del tĆ©rmino nimbarĀ seguro que ya habrĆa echado para atrĆ”s algĆŗn que otro lector). Porque lo que mĆ”s llamaba la atención del consumidor de periódicos era lo mismo que llamaba a cualquier persona en realidad, y es esa fuerza centrĆpeta que nos obliga a aminorar la marcha y echar un vistazo cuando nos cruzamos con un accidente de trĆ”fico.
Gallup, sencillamente, no se fiaba de los estudios de mercado de los dueƱos de los periódicos. Tampoco de los cuestionarios, porque las personas suelen ofrecer la mejor versión de sĆ mismos, y la mayorĆa siempre se considera por encima de la media, algo que es estadĆsticamente insostenible. Sin contar que nadie quiere admitir que dedica mĆ”s tiempo a la telebasura que a los documentales de La 2. Para ratificar sus sospechas, propuso un enfoque etnogrĆ”fico al que bautizó como Ā«mĆ©todo IowaĀ», tal y como lo describe Derek Thompson en Creadores de hits:
Determinado a observar a las familias en sus propios salones y cocinas, envió a los entrevistadores a las casas de Iowa para que se sentaran frente a los suscriptores. Investigador y lector entonces ojearĆan juntos los periódicos de Iowa, desde la historia principal de la primera plana hasta las tiras cómicas, marcando cada titular, pĆ”rrafo e imagen como leĆdo o no leĆdo.
REFINANDO
Lo que descubrió Gallup es que los periódicos solo eran un agente de todos los que trataban de secuestrar la atención del lector, como los tabloides, los semanarios, la radio o una simple mosca volando. Solo los elementos mĆ”s eficaces a la hora de concitar la atención de las personas, con independencia del formato, eran los que mĆ”s Ć©xito tenĆan. No habĆa mucho mĆ”s si uno se querĆa formar una opinión generalizada del ciudadano promedio.
Por ejemplo, lo mĆ”s leĆdo en un periódico, segĆŗn su estudio, no era una notica, sino la caricatura que aparecĆa en la primera pĆ”gina (12 por ciento de lectores frente al 90 por ciento de lectores). TambiĆ©n descubrió que la información seria que aparecĆa en la portada no era mĆ”s popular que la de menor calado que estaba en la contraportada. Y que las mujeres dedicaban mĆ”s tiempo a sumergirse en las fotografĆas de estilo y belleza antes que en los artĆculos de fondo sobre temas polĆticos.
Naturalmente, el autoengaƱo era muy frecuente: a pesar de que los lectores habĆan asegurado que leĆan toda la portada, apenas solĆan leer una cuarta parte. Y un cuestionario cualquiera siempre captaba mĆ”s la atención que una noticia seria. Gallup lo tenĆa claro: un periódico era lo mismo que cualquier otra cosa que llamara la atención de una persona, como Ć©l mismo escribió:
Un periódico que no se lee no tiene valor desde el punto de vista publicitario; y un periódico sin publicidad no podrĆa existir en las condiciones actuales. En este sentido, todos los medios de entretenimiento (la radio, el espectĆ”culo de imĆ”genes en movimiento, el automóvil) que toman el tiempo que normalmente le dedica un lector a su periódico son competidores del periódico.
La batalla por capturar la atención, sin embargo, la perdió el periódico, y tambiĆ©n la radio: entre 1948 y 1955, el tiempo promedio invertido en escuchar la radio en los hogares estadounidenses se desplomó de 4,4 a 2,4 horas. La razón no fue el nacimiento de la televisión sino el Ć”nimo de la televisión de no ser un simple programa de radio con imĆ”genes: buscaba presentar noticias morbosas de forma mucho mĆ”s vĆvida: el punto de inflexión de esta revolución lo marcó una niƱa llamada Kathy Fiscus, de San Marino, en California, que, el 8 de abril de 1949, se habĆa caĆdo en un pozo de agua abandonado.
Tras 28 horas de intentos de rescate retransmitidos en televisión, la niƱa falleció. ĀæNos resulta familiar? En el actual 2019 todavĆa continĆŗan teniendo Ć©xito esta clase de fórmula, como demostró el caso de Julen.
La gente no se ha vuelto mÔs estúpida. La gente, sencillamente, se divide entre estúpida y menos estúpida, y los que lo son mÔs ganan en número, como siempre. Es decir, ganan en audiencia. Sin contar que todos podemos ser temporalmente estúpidos si nos dejamos engatusar por los cantos de sirena del morbo y la curiosidad malsana. No es algo que los smartphones hayan inventado; si acaso ha refinado la técnica para lograrlo, como hace 100 años empezó a refinarla también Gallup.
Pero Āæcómo podemos estar seguros de que el smartphone y las redes sociales no son al fin la perfecta forma de capturar nuestra atención y nuestra inteligencia hasta el punto de hacernos mucho mĆ”s idiotas? ĀæCómo sabemos que ahora sĆ, y no tanto antes, somos esclavos? ĀæTenĆa razón Sócrates al advertir que el libro arrasarĆa con la cultura oral, la memoria y, en suma, el conocimiento o, por el contrario, lo ha democratizado un poco mĆ”s? ĀæQuĆ© decir ahora de internet? ĀæQuĆ© diremos del próximo medio de comunicación? La respuesta a todas esas preguntas es: no lo sabemos.
Con un otrosĆ: los ejercicios de prospección tecnológica a menudo resultan infructuosos. Durante siglos, los agoreros tecnológicos se han equivocado en la mayorĆa de sus pronósticos. Dentro de otros cien aƱos, contemplaremos el smartphone de una forma mucho menos desapasionada, como ahora contemplamos ese periódico que Gallup analizó una vez, para constatar de nuevo una obviedad: la tonta no era la caja, sino nosotros.
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A pesar de que los algoritmos de Facebook parecen haber conspirado para engancharnos y no soltarnos, secuestrando nuestra atención, leyendo, una detrÔs de otra, noticias amarillistas o intrascendentales, memes y demÔs materiales de derribo, las cosas no eran muy diferentes hace un siglo.
En 1923, George Gallup, del departamento de PsicologĆa Aplicada de la Universidad de Iowa, tenĆa muy claro que los periódicos no eran medios de comunicación sino secuestradores de la atención. Y que este era el principal modo por el que un medio resultaba finalmente rentable a nivel económico. Por ello, Gallup llevó a cabo un extraordinario estudio, similar a los que ahora se realizan en Facebook, para saber quĆ© es lo que de verdad interesaba a la gente de los periódicos para darles mĆ”s. (Y lo que descubrió te sorprenderĆ”, tirando de clickbait facebookero).
LA MAYORĆA ES TONTA
El smartphone no ha idiotizado a la gente: la gente ya venĆa idiota de casa. Por esa razón, disponiendo ahora de un dispositivo donde se alberga todo el conocimiento de la humanidad, la gente opta por pasatiempos o por contenidos superfluos, como bien le recordó Antonio Escohotado a Marta Peirano en esta entrevista. Es cierto que las apps que nos descargamos en nuestro smartphone, en muchos casos, estĆ”n diabólicamente programadas para capturar nuestra atención empleando para ello los trucos mĆ”s rastreros, como nos recuerda Peirano en una entrevista de esta misma casa. Pero no es menos cierto que esa estrategia ha sido empleada desde hace dĆ©cadas por los distintos medios de comunicación, libros y periódicos incluidos.
Se consumen contenidos inanes a travĆ©s de las redes sociales; tanto es asĆ que incluso se establecen diĆ”logos de besugos infiltrados por toda una panoplia de sesgos, falacias y adagios concebidos especĆficamente para este medio, como la ley de Godwin (a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación con Hitler o los nazis tiende a uno) o la ley de la controversia de Benford (la pasión asociada a una discusión es inversamente proporcional a la cantidad de información real disponible). Pero todo eso tambiĆ©n ocurrĆa, y ocurre, en la barra del bar. Y en la cena de Navidad, cuando toda la familia anda un poco achispada.
Incluso los medios seriosĀ son vĆctimas de la idiotización, tal y como puso de manifiesto la tesis doctoral que George Gallup escribió en el aƱo 1928: An objective method for determining reader interest in the content of a newspaper. Hasta ese momento, la idea que tenĆamos del lector medio era una idealización; esto es, que las personas que invierten tiempo en leer un periódico lo hacen para estar informados.
Los resultados de esa tesis, sin embargo, arrojaron una conclusión mucho menos elevada que deslució el aura de romanticismo que nimbaba el Cuarto Poder (el simple uso del tĆ©rmino nimbarĀ seguro que ya habrĆa echado para atrĆ”s algĆŗn que otro lector). Porque lo que mĆ”s llamaba la atención del consumidor de periódicos era lo mismo que llamaba a cualquier persona en realidad, y es esa fuerza centrĆpeta que nos obliga a aminorar la marcha y echar un vistazo cuando nos cruzamos con un accidente de trĆ”fico.
Gallup, sencillamente, no se fiaba de los estudios de mercado de los dueƱos de los periódicos. Tampoco de los cuestionarios, porque las personas suelen ofrecer la mejor versión de sĆ mismos, y la mayorĆa siempre se considera por encima de la media, algo que es estadĆsticamente insostenible. Sin contar que nadie quiere admitir que dedica mĆ”s tiempo a la telebasura que a los documentales de La 2. Para ratificar sus sospechas, propuso un enfoque etnogrĆ”fico al que bautizó como Ā«mĆ©todo IowaĀ», tal y como lo describe Derek Thompson en Creadores de hits:
Determinado a observar a las familias en sus propios salones y cocinas, envió a los entrevistadores a las casas de Iowa para que se sentaran frente a los suscriptores. Investigador y lector entonces ojearĆan juntos los periódicos de Iowa, desde la historia principal de la primera plana hasta las tiras cómicas, marcando cada titular, pĆ”rrafo e imagen como leĆdo o no leĆdo.
REFINANDO
Lo que descubrió Gallup es que los periódicos solo eran un agente de todos los que trataban de secuestrar la atención del lector, como los tabloides, los semanarios, la radio o una simple mosca volando. Solo los elementos mĆ”s eficaces a la hora de concitar la atención de las personas, con independencia del formato, eran los que mĆ”s Ć©xito tenĆan. No habĆa mucho mĆ”s si uno se querĆa formar una opinión generalizada del ciudadano promedio.
Por ejemplo, lo mĆ”s leĆdo en un periódico, segĆŗn su estudio, no era una notica, sino la caricatura que aparecĆa en la primera pĆ”gina (12 por ciento de lectores frente al 90 por ciento de lectores). TambiĆ©n descubrió que la información seria que aparecĆa en la portada no era mĆ”s popular que la de menor calado que estaba en la contraportada. Y que las mujeres dedicaban mĆ”s tiempo a sumergirse en las fotografĆas de estilo y belleza antes que en los artĆculos de fondo sobre temas polĆticos.
Naturalmente, el autoengaƱo era muy frecuente: a pesar de que los lectores habĆan asegurado que leĆan toda la portada, apenas solĆan leer una cuarta parte. Y un cuestionario cualquiera siempre captaba mĆ”s la atención que una noticia seria. Gallup lo tenĆa claro: un periódico era lo mismo que cualquier otra cosa que llamara la atención de una persona, como Ć©l mismo escribió:
Un periódico que no se lee no tiene valor desde el punto de vista publicitario; y un periódico sin publicidad no podrĆa existir en las condiciones actuales. En este sentido, todos los medios de entretenimiento (la radio, el espectĆ”culo de imĆ”genes en movimiento, el automóvil) que toman el tiempo que normalmente le dedica un lector a su periódico son competidores del periódico.
La batalla por capturar la atención, sin embargo, la perdió el periódico, y tambiĆ©n la radio: entre 1948 y 1955, el tiempo promedio invertido en escuchar la radio en los hogares estadounidenses se desplomó de 4,4 a 2,4 horas. La razón no fue el nacimiento de la televisión sino el Ć”nimo de la televisión de no ser un simple programa de radio con imĆ”genes: buscaba presentar noticias morbosas de forma mucho mĆ”s vĆvida: el punto de inflexión de esta revolución lo marcó una niƱa llamada Kathy Fiscus, de San Marino, en California, que, el 8 de abril de 1949, se habĆa caĆdo en un pozo de agua abandonado.
Tras 28 horas de intentos de rescate retransmitidos en televisión, la niƱa falleció. ĀæNos resulta familiar? En el actual 2019 todavĆa continĆŗan teniendo Ć©xito esta clase de fórmula, como demostró el caso de Julen.
La gente no se ha vuelto mÔs estúpida. La gente, sencillamente, se divide entre estúpida y menos estúpida, y los que lo son mÔs ganan en número, como siempre. Es decir, ganan en audiencia. Sin contar que todos podemos ser temporalmente estúpidos si nos dejamos engatusar por los cantos de sirena del morbo y la curiosidad malsana. No es algo que los smartphones hayan inventado; si acaso ha refinado la técnica para lograrlo, como hace 100 años empezó a refinarla también Gallup.
Pero Āæcómo podemos estar seguros de que el smartphone y las redes sociales no son al fin la perfecta forma de capturar nuestra atención y nuestra inteligencia hasta el punto de hacernos mucho mĆ”s idiotas? ĀæCómo sabemos que ahora sĆ, y no tanto antes, somos esclavos? ĀæTenĆa razón Sócrates al advertir que el libro arrasarĆa con la cultura oral, la memoria y, en suma, el conocimiento o, por el contrario, lo ha democratizado un poco mĆ”s? ĀæQuĆ© decir ahora de internet? ĀæQuĆ© diremos del próximo medio de comunicación? La respuesta a todas esas preguntas es: no lo sabemos.
Con un otrosĆ: los ejercicios de prospección tecnológica a menudo resultan infructuosos. Durante siglos, los agoreros tecnológicos se han equivocado en la mayorĆa de sus pronósticos. Dentro de otros cien aƱos, contemplaremos el smartphone de una forma mucho menos desapasionada, como ahora contemplamos ese periódico que Gallup analizó una vez, para constatar de nuevo una obviedad: la tonta no era la caja, sino nosotros.