Activismo gordo: hacia una gordura orgullosa
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Alguien habló de gordofobia y hubo en el público quien rió y se lo tomó a cachondeo. No era un entorno hostil a la lucha contra las discriminaciones, todo lo contrario; la risa sonó entre el público de las Jornadas de Investigadoras Feministas de la Complutense. «La gordura produce risa y eso es terrible», lamenta Lara Gil, que vivió el momento de primera mano.
Al comenzar en el activismo gordo y crear el grupo Cuerpos Empoderados, Gil y sus compañeras dudaban de si estaban locas: «Nos preguntábamos si sólo lo veÃamos nosotras», cuenta a Yorokobu. El odio a la gordura vive tan injertado en la sociedad que es imperceptible. A miles de kilómetros de Madrid, la argentina Martha Cecilia Weller sentÃa la misma incertidumbre mientras gestaba el grupo Orgullo Gordo.
Weller habÃa sufrido un bofetón de lucidez mientras veÃa la televisión. En aquellos dÃas se debatÃa en Argentina sobre la legalización del matrimonio igualitario que iba a recoger los derechos de la comunidad LGTB. Gays y lesbianas relataban su pasado de ocultación y violencia ante los micrófonos. «Yo no pertenecÃa al colectivo, pero conocÃa lo que contaban, algo que yo nunca habÃa podido verbalizar», relata.
Aislamiento, invisibilidad, reprobación social, familiar. De pronto, uno de los entrevistados mencionó la palabra «homofobia». Weller la habÃa oÃdo más veces, pero ahora detonó en su cerebro con otro color y le provocó una réplica automática: «gordofobia».
Acudió al ordenador, buscó en inglés y en castellano. La palabra existÃa, aunque de forma muy furtiva. HabÃa miles de personas que se habÃan dado cuenta de que las estaban atacando e invadiendo y habÃan decidido llamar a las cosas por su nombre y cavar una trinchera. Weller se puso manos a la obra. Si existÃa el orgullo gay, debÃa existir también el orgullo gordo.
Creemos tener claro el diagrama de las discriminaciones que no debemos tolerar y contra las que debemos rebelarnos en la vida cotidiana. Una vez que el racismo o la homofobia, por ejemplo, se asumieron como una realidad, poco a poco, se cartografiaron todas las expresiones que redundan en la injusticia, incluso las violencias más discretas.
Ese mapa sirve de defensa a los discriminados, a personas como Weller y Gil. El peor ataque es el que no se percibe como tal, y además las vÃctimas lo incorporan como algo merecido. En el punto en que la marginación permanece en su punto más puro y despiadado, los ataques se aceptan como un impulso de buena fe que duele en la medida en que se supone que dicen una verdad: que eres un ser humano defectuoso. La fobia ha triunfado cuando se solapa con el amor de manera perversa, con el amor de una madre, por ejemplo, que en las comidas familiares te da siempre el plato más pequeño o te vigila de reojo mientras masticas.
El negocio de la lucha contra la gordura mueve miles de millones. Es un nicho de mercado que vive de productos que no funcionan. En el caso de las cremas antigrasa, la OCU elaboró un estudio que demostró que no cumplÃan lo que prometÃan. Sin embargo, el tirón no revierte, siguen levantando cifras de vértigo. Esta rentabilidad basada en la nada sólo es posible si el destinatario del producto está victimizado por defecto. Las lociones no sufren pérdidas por ser filfa porque, al final, siempre es el gordo el que no se controla, el que no cumple.
Ciudades con tantos gimnasios como hormigueros, medicamentos, refrescos quemagrasas, cirugÃas, dietas espartanas, zapatillas con una horma especÃfica para eliminar adiposidades. «No sólo es que no funciona, sino que una persona que es gorda y no ha caÃdo en esas cosas, tiene más salud que una que sû, se queja Weller. El activismo de Orgullo Gordo se prodiga en la faceta cientÃfica de la cuestión: siguen la actualidad investigadora, traducen artÃculos. Quieren sembrar una semilla de duda. «No somos médicos, no andamos dando recetas, pero sà tenemos el rol de movilizar estas cuestiones dentro de la medicina: hay muchos médicos que dicen que la gordura no es una enfermedad».
Weller se inició en el activismo porque pensaba que era un mutante: estaba gorda, supuestamente tenÃa que sufrir un montón de problemas, pero se mantenÃa saludable: «No podÃa ser, pensaba, que me encierren en un laboratorio y me investiguen porque tengo la solución para la obesidad».
La capitana de Orgullo Gordo critica que la vinculación de una sintomatologÃa tan amplia con la gordura introduce un enorme riesgo para las personas con sobrepeso. Opina que, muchas veces, los médicos tratan de finiquitar con una dieta los problemas que, en el caso de los pacientes delgados, se abordarÃan con pruebas médicas más amplias. Según Weller, cuatro de cada cinco correos electrónicos que reciben exponen ese problema: «Gente que me dice que fue al médico porque se sentÃa mal y le mandó dieta, y luego resulta que tenÃa una intoxicación porque habÃa estado aspirando amonÃaco».
La doctora estadounidense Katherine M. Flegal, del National Centre for Health Statistics, emprendió una investigación monumental (de la que se hizo eco El Confidencial) para concluir que cierto tipo de obesidad estaba relacionada con un menor riesgo de muerte prematura. Sabiendo el aluvión de crÃticas que le esperaba, Flegal se parapetó tras los datos de alrededor de tres millones de personas de todos los continentes. Según el informe, la obesidad sólo aumentarÃa la mortalidad si se sitúa en el tipo II, es decir, un individuo de 1,80 que pese 100 kg pertenecerÃa al tipo I y disfrutarÃa de una esperanza de vida igual a la de uno delgado.
Siendo precavidos, no se tratarÃa de una responsabilidad de medicina en sÃ, sino más bien de una instrumentalización a nivel comercial y social del discurso de la medicina, de aquellos resultados útiles para castigar a quienes se saltan el patrón estético, una carta blanca, además, para disfrutar ese poquito de superioridad que aporta tener la libertad y la ‘razón’ de cuestionar a alguien.
Por eso, el grupo de Lara Gil se arma con pegatinas. Las llevan en el bolso y contienen pequeñas frases en las que se intenta romper el candado de la culpa. «Cuando entramos al supermercado las colocamos en las cremas anticelulÃticas o en las barritas dietéticas», indica. Alguna de estas clientas se ha acercado al colectivo Cuerpos Empoderados. HabÃa entrado a la tienda sintiéndose minusválida y habÃa salido acariciando la idea de tener derecho a quererse.
Y eso tratan de hacer en sus talleres, trazar un recorrido vital para detectar en qué momentos se les inoculó la idea de cómo era un cuerpo válido. «Ponerlo en común ayuda a ver que hay muchas personas que sienten lo mismo que tú, que incluso leÃan las mismas revistas que tú y que te decÃan que tu cuerpo estaba mal. Además, no hace falta estar gordas, el discurso gordófobo nos lo comemos todas con patatas», expresa Gil.
Los gordos y las gordas, aunque, sobre todo, las gordas, son criaturas cabizbajas que aceptan que cualquiera los martillee con recomendaciones de dietas y ejercicios, y con un discurso de ‘superación’ que acaba reduciéndolo todo a una cuestión de voluntad. Ninguna joven gorda presenta un telediario ni te asiste en una tienda de ropa. En cambio, se emiten programas como La báscula en España o Cuestión de peso en Argentina, donde los obesos son algo que combatir con médicos, psicólogos, entrenadores, familiares. El discurso contra la gordura es totalizador, ataca el cuerpo, la mente y la identidad de la vÃctima.
Sin embargo, en cuanto no agachan la cabeza, el odio asoma la patita. Páginas de Facebook como Cuerpos Empoderados reciben ataques: «Si pones una foto de lo que se conoce como curvy (que tiene un cuerpo heteronormativo, pero más grande), ahà todo el mundo habla de las bellezas diversas y demás, pero si ponemos a una persona gorda, sin más, ahÃ, ya se enfadan. Nos dicen que vamos a morir de ataques al corazón, que eso da asco. Si es negra o con diversidad funcional, reaccionan peor», resume Gil.
Pero ese sobresalto por parte de ciertos usuarios resulta útil porque quita el traje de gala a los ataques que sufren cada dÃa las personas con sobrepeso. Por eso, Gil no duda al establecer el objetivo primordial de este activismo: «Desculpabilizarlas, decirles que hay un sistema que se aprovecha de su inseguridad y que sus cuerpos pueden ser una fuente de placer y alegrÃas».
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Alguien habló de gordofobia y hubo en el público quien rió y se lo tomó a cachondeo. No era un entorno hostil a la lucha contra las discriminaciones, todo lo contrario; la risa sonó entre el público de las Jornadas de Investigadoras Feministas de la Complutense. «La gordura produce risa y eso es terrible», lamenta Lara Gil, que vivió el momento de primera mano.
Al comenzar en el activismo gordo y crear el grupo Cuerpos Empoderados, Gil y sus compañeras dudaban de si estaban locas: «Nos preguntábamos si sólo lo veÃamos nosotras», cuenta a Yorokobu. El odio a la gordura vive tan injertado en la sociedad que es imperceptible. A miles de kilómetros de Madrid, la argentina Martha Cecilia Weller sentÃa la misma incertidumbre mientras gestaba el grupo Orgullo Gordo.
Weller habÃa sufrido un bofetón de lucidez mientras veÃa la televisión. En aquellos dÃas se debatÃa en Argentina sobre la legalización del matrimonio igualitario que iba a recoger los derechos de la comunidad LGTB. Gays y lesbianas relataban su pasado de ocultación y violencia ante los micrófonos. «Yo no pertenecÃa al colectivo, pero conocÃa lo que contaban, algo que yo nunca habÃa podido verbalizar», relata.
Aislamiento, invisibilidad, reprobación social, familiar. De pronto, uno de los entrevistados mencionó la palabra «homofobia». Weller la habÃa oÃdo más veces, pero ahora detonó en su cerebro con otro color y le provocó una réplica automática: «gordofobia».
Acudió al ordenador, buscó en inglés y en castellano. La palabra existÃa, aunque de forma muy furtiva. HabÃa miles de personas que se habÃan dado cuenta de que las estaban atacando e invadiendo y habÃan decidido llamar a las cosas por su nombre y cavar una trinchera. Weller se puso manos a la obra. Si existÃa el orgullo gay, debÃa existir también el orgullo gordo.
Creemos tener claro el diagrama de las discriminaciones que no debemos tolerar y contra las que debemos rebelarnos en la vida cotidiana. Una vez que el racismo o la homofobia, por ejemplo, se asumieron como una realidad, poco a poco, se cartografiaron todas las expresiones que redundan en la injusticia, incluso las violencias más discretas.
Ese mapa sirve de defensa a los discriminados, a personas como Weller y Gil. El peor ataque es el que no se percibe como tal, y además las vÃctimas lo incorporan como algo merecido. En el punto en que la marginación permanece en su punto más puro y despiadado, los ataques se aceptan como un impulso de buena fe que duele en la medida en que se supone que dicen una verdad: que eres un ser humano defectuoso. La fobia ha triunfado cuando se solapa con el amor de manera perversa, con el amor de una madre, por ejemplo, que en las comidas familiares te da siempre el plato más pequeño o te vigila de reojo mientras masticas.
El negocio de la lucha contra la gordura mueve miles de millones. Es un nicho de mercado que vive de productos que no funcionan. En el caso de las cremas antigrasa, la OCU elaboró un estudio que demostró que no cumplÃan lo que prometÃan. Sin embargo, el tirón no revierte, siguen levantando cifras de vértigo. Esta rentabilidad basada en la nada sólo es posible si el destinatario del producto está victimizado por defecto. Las lociones no sufren pérdidas por ser filfa porque, al final, siempre es el gordo el que no se controla, el que no cumple.
Ciudades con tantos gimnasios como hormigueros, medicamentos, refrescos quemagrasas, cirugÃas, dietas espartanas, zapatillas con una horma especÃfica para eliminar adiposidades. «No sólo es que no funciona, sino que una persona que es gorda y no ha caÃdo en esas cosas, tiene más salud que una que sû, se queja Weller. El activismo de Orgullo Gordo se prodiga en la faceta cientÃfica de la cuestión: siguen la actualidad investigadora, traducen artÃculos. Quieren sembrar una semilla de duda. «No somos médicos, no andamos dando recetas, pero sà tenemos el rol de movilizar estas cuestiones dentro de la medicina: hay muchos médicos que dicen que la gordura no es una enfermedad».
Weller se inició en el activismo porque pensaba que era un mutante: estaba gorda, supuestamente tenÃa que sufrir un montón de problemas, pero se mantenÃa saludable: «No podÃa ser, pensaba, que me encierren en un laboratorio y me investiguen porque tengo la solución para la obesidad».
La capitana de Orgullo Gordo critica que la vinculación de una sintomatologÃa tan amplia con la gordura introduce un enorme riesgo para las personas con sobrepeso. Opina que, muchas veces, los médicos tratan de finiquitar con una dieta los problemas que, en el caso de los pacientes delgados, se abordarÃan con pruebas médicas más amplias. Según Weller, cuatro de cada cinco correos electrónicos que reciben exponen ese problema: «Gente que me dice que fue al médico porque se sentÃa mal y le mandó dieta, y luego resulta que tenÃa una intoxicación porque habÃa estado aspirando amonÃaco».
La doctora estadounidense Katherine M. Flegal, del National Centre for Health Statistics, emprendió una investigación monumental (de la que se hizo eco El Confidencial) para concluir que cierto tipo de obesidad estaba relacionada con un menor riesgo de muerte prematura. Sabiendo el aluvión de crÃticas que le esperaba, Flegal se parapetó tras los datos de alrededor de tres millones de personas de todos los continentes. Según el informe, la obesidad sólo aumentarÃa la mortalidad si se sitúa en el tipo II, es decir, un individuo de 1,80 que pese 100 kg pertenecerÃa al tipo I y disfrutarÃa de una esperanza de vida igual a la de uno delgado.
Siendo precavidos, no se tratarÃa de una responsabilidad de medicina en sÃ, sino más bien de una instrumentalización a nivel comercial y social del discurso de la medicina, de aquellos resultados útiles para castigar a quienes se saltan el patrón estético, una carta blanca, además, para disfrutar ese poquito de superioridad que aporta tener la libertad y la ‘razón’ de cuestionar a alguien.
Por eso, el grupo de Lara Gil se arma con pegatinas. Las llevan en el bolso y contienen pequeñas frases en las que se intenta romper el candado de la culpa. «Cuando entramos al supermercado las colocamos en las cremas anticelulÃticas o en las barritas dietéticas», indica. Alguna de estas clientas se ha acercado al colectivo Cuerpos Empoderados. HabÃa entrado a la tienda sintiéndose minusválida y habÃa salido acariciando la idea de tener derecho a quererse.
Y eso tratan de hacer en sus talleres, trazar un recorrido vital para detectar en qué momentos se les inoculó la idea de cómo era un cuerpo válido. «Ponerlo en común ayuda a ver que hay muchas personas que sienten lo mismo que tú, que incluso leÃan las mismas revistas que tú y que te decÃan que tu cuerpo estaba mal. Además, no hace falta estar gordas, el discurso gordófobo nos lo comemos todas con patatas», expresa Gil.
Los gordos y las gordas, aunque, sobre todo, las gordas, son criaturas cabizbajas que aceptan que cualquiera los martillee con recomendaciones de dietas y ejercicios, y con un discurso de ‘superación’ que acaba reduciéndolo todo a una cuestión de voluntad. Ninguna joven gorda presenta un telediario ni te asiste en una tienda de ropa. En cambio, se emiten programas como La báscula en España o Cuestión de peso en Argentina, donde los obesos son algo que combatir con médicos, psicólogos, entrenadores, familiares. El discurso contra la gordura es totalizador, ataca el cuerpo, la mente y la identidad de la vÃctima.
Sin embargo, en cuanto no agachan la cabeza, el odio asoma la patita. Páginas de Facebook como Cuerpos Empoderados reciben ataques: «Si pones una foto de lo que se conoce como curvy (que tiene un cuerpo heteronormativo, pero más grande), ahà todo el mundo habla de las bellezas diversas y demás, pero si ponemos a una persona gorda, sin más, ahÃ, ya se enfadan. Nos dicen que vamos a morir de ataques al corazón, que eso da asco. Si es negra o con diversidad funcional, reaccionan peor», resume Gil.
Pero ese sobresalto por parte de ciertos usuarios resulta útil porque quita el traje de gala a los ataques que sufren cada dÃa las personas con sobrepeso. Por eso, Gil no duda al establecer el objetivo primordial de este activismo: «Desculpabilizarlas, decirles que hay un sistema que se aprovecha de su inseguridad y que sus cuerpos pueden ser una fuente de placer y alegrÃas».
Algo bonito pues me he dado cuenta que mi felicidad está en todo el peso que he ganado creo que muchos más de treinta kilos ahora entiendo porque he engordado tanto y estoy tan feliz que ya ningún insulto malintencionado puede afectarme. Quien quiera que insulte. Tendrán tan profundo vacÃo que sólo les llena ofender pues que sigan y que lo disfruten. Yo soy una mujer con sobrepeso que quieren decirme GORDA pues lo soy ¿ Y qué? No voy a hacer nada para cambiar. Si tengo 30 como si fuesen 40 kilos son mÃos con mis piernas a reventar y mis brazos, mi barriga, culo, cadera y todo soy yo. Que soy GORDA pues vaya pedazo de GORDA orgullosa. Os animo a ser gordos orgullosos. Un saludo.
Les cuento que estoy trabajando en mi tesis de maestrÃa en arte latinoamericano la temática de cómo construimos nuestro cuerpo disidente (gordo) como sujetos polÃticos, especÃficamente en el ámbito artÃstico. más centrado en el cuerpo de mujer gorda. Me resultó ampliamente interesante esta información y agradecerÃa si pueden enviarme más data. Desde ya muchas gracias y me encantarÃa estar en contacto. Saludos
MarÃa
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