19 de septiembre 2016    /   BUSINESS
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Pagar impuestos es un marrĂ³n necesario

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SĂ³lo hay dos cosas inevitables en esta vida, la muerte y los impuestos. Ese viejo axioma resume el sentimiento de ‘losa’ que supone hacer frente a ese ritual al que todos tenemos que hacer frente. Pagar impuestos es un marrĂ³n, porque a nadie le gusta pagar, asĂ­ en general. Y menos cuando paga impuestos por todo: por lo que gana cada mes, por lo que gana cada año, por su casa, por su coche, por cada producto que compra y por cada ingreso extra que tiene. Y eso sin contar a los autĂ³nomos, esos seres de luz que rinden cuentas cada mes, cada tres meses y cada año, asĂ­ en general.

SegĂºn dĂ³nde vivas pagarĂ¡s mĂ¡s o pagarĂ¡s menos, lo harĂ¡s mĂ¡s o menos frecuentemente. Pero España es, en general, un paĂ­s con una alta carga impositiva, que es la manera fina de decir que pagamos mucho y por casi cada cosa. Pero, ¿para quĂ© sirven los impuestos? BĂ¡sicamente, para pagar lo pĂºblico. Y el tamaño de ese ‘lo pĂºblico’ es lo que harĂ¡ variar el volumen de impuestos que pagues: a mayor infraestructura estatal, mĂ¡s impuestos.

Y por eso en España se paga mucho: hay un sistema sanitario pĂºblico eficiente y de calidad que no discrimina en funciĂ³n de ingresos, hay una sufrida educaciĂ³n pĂºblica que cubre hasta la universidad -incluida-, hay una red de transportes pĂºblicos funcional y moderna, una red de carreteras mĂ¡s que aceptable y un sinfĂ­n de ventajas pagadas a costa del contribuyente. Pero la autĂ©ntica madre del cordero son el paro y las pensiones: al final, mĂ¡s de la mitad de los Presupuestos del Estado se van en cubrir el dinero que se paga a quienes ya no trabajan.

Lo malo de pagar mucho es que se es mĂ¡s susceptible a lo que se hace con el dinero. Y el aparataje pĂºblico no sĂ³lo ofrece ventajas, sino tambiĂ©n sobredimensiones, especialmente en lo polĂ­tico. El Senado, el Consejo de Estado, las diputaciones -Ăºtiles en muchos sitios, redundantes en muchos otros-… Y claro, la corrupciĂ³n.

Porque otro problema endĂ©mico de nuestro paĂ­s es el mal uso del dinero pĂºblico. Le pasĂ³ al PSOE de principios de finales de los ’80 y principios de los ’90 y le pasa al PP actual. AllĂ¡ donde hay gobiernos duraderos, aflora la corrupciĂ³n. Y eso, a su vez, alimenta la contrapartida: el ciudadano de a pie que aprecia las ventajas de un Estado protector en lo pĂºblico, pero que empieza a defraudar porque el coste de mantenimiento es excesivo y ve, ademĂ¡s, que sus dirigentes tambiĂ©n lo hacen. Medidas como la amnistĂ­a fiscal, que reconoce y ‘perdona’ a los poderosos que defraudaron, no hacen sino acrecentar esa sensaciĂ³n a pesar de que tengan como finalidad recuperar parte del dinero defraudado.

AsĂ­ las cosas, pagar impuestos es un marrĂ³n. Un marrĂ³n necesario para mantener el funcionamiento de un Estado tan protector como el nuestro. Un marrĂ³n que muchos polĂ­ticos y grandes empresarios se saltan, igual que un enorme porcentaje de la poblaciĂ³n que el algĂºn momento de su vida decide engañar en la declaraciĂ³n de Hacienda o pagar las cosas sin factura, es decir, sin IVA. Para unos es una forma de ganar mĂ¡s dinero, para otros de llegar a fin de mes o de ‘vengarse’ de los poderosos que defraudan. Al final la situaciĂ³n sigue igual: un enorme monstruo devorador de recursos que tiene menos dinero del que alimentarse por culpa del fraude, pero que tiene la misma hambre. Y ya se sabe que es peligroso dejar a los monstruos con hambre.

El control al polĂ­tico y al ciudadano

Hay, claro, otros modelos. Los hay mĂ¡s liberales, que reducen el volumen de pagos al Estado para hacer que la gente tenga mĂ¡s dinero pero menos coberturas pĂºblicas, de forma que tienen que contratar lo que otros paĂ­ses ofrecen gratis para poder tenerlo -Sanidad, EducaciĂ³n, pensiones-. El sistema fomenta, en boca de sus defensores, la libertad de contratar aquello que quiero en lugar de tener algo que quizĂ¡ no use. Pero, inevitablemente, es mĂ¡s desigual: no es que quienes tengan mayores ingresos opten a cosas mejores -porque eso pasa siempre- sino que quienes no tienen dinero no tienen nada -ni Sanidad eficiente, ni posibilidad de EducaciĂ³n, ni cobertura si no pueden trabajar-.

Hay tambiĂ©n casos intermedios, que apoyan la reducciĂ³n del gasto pĂºblico y en consecuencia del volumen de impuestos. Pero la duda es la misma: ¿funcionarĂ­a mejor un sistema proteccionista con una mejor gestiĂ³n del dinero pĂºblico? Es decir, ¿se tiene que renunciar necesariamente a la protecciĂ³n bĂ¡sica del Estado porque resulta cara?

Como suele decir Mariano Rajoy al abordar los casos de corrupciĂ³n que infestan su partido, el ser humano es falible y en las instituciones hay muchos seres humanos falibles. Mejorar los controles antifraude, por ejemplo cruzando datos de las instituciones y dotando a la Justicia de las armas necesarias, tambiĂ©n es caro -quizĂ¡ mĂ¡s incluso que el propio fraude, segĂºn algunos analistas-. ¿CĂ³mo actuar, entonces?

En España se puso en marcha hace años un procedimiento de transparencia para cargos pĂºblicos, que suelen publicar sus declaraciones de bienes e ingresos para ponerlos a disposiciĂ³n del ciudadano. No es que se quiera asĂ­ evitar el fraude, porque enseñar los ingresos no sirve para controlar eso, pero se supone que ayuda a conocer mejor a quienes nos gobiernan, a vigilar si crece su patrimonio de forma sospechosa y a devolver cierto control de la situaciĂ³n al votante.

De la misma forma, cualquier contrataciĂ³n pĂºblica, sea a una empresa sea a un puesto pĂºblico, se supone que estĂ¡ convocada de forma pĂºblica: hay un concurso con ciertas condiciones y hay unos pliegos consultables en los que se sabe cuĂ¡nto se paga por cada cosa y cuĂ¡nto cobra cada funcionario del Estado segĂºn su cargo y categorĂ­a.

En los paĂ­ses nĂ³rdicos el sistema de transparencia va mĂ¡s allĂ¡: cualquiera puede solicitar informaciĂ³n acerca de cuĂ¡nto gana o cuĂ¡ntos impuestos paga cualquier otro ciudadano. Los datos, a los que se accede mediante registro -es decir, queda constancia de que alguien pide husmear en tus cuentas- tambiĂ©n se ofrecen en internet sin mayores problemas.

Como en el caso de las declaraciones de bienes e ingresos de los polĂ­ticos, no se puede detectar y zanjar el fraude a travĂ©s de datos oficiales (porque, por propia definiciĂ³n, del fraude es complicado tener constancia oficial). Sin embargo, somete a los gestores pĂºblicos -en el caso de España- y a los ciudadanos -el el caso de Suecia, Noruega o Finlandia- a cierta inspecciĂ³n. Pero, ¿quĂ© sucede con las grandes empresas?

Grandes corporaciones: el caso irlandés

Los ciudadanos -polĂ­ticos y funcionarios incluidos- pagan una parte importante de los impuestos, pero no todos: las empresas, grandes y pequeñas, ponen el resto. Las pequeñas suelen ser mayorĂ­a (en España un autĂ³nomo es una empresa, de ahĂ­ que sĂ³lo un 4,1% de las compañías nacionales tengan mĂ¡s de 10 trabajadores), pero las grandes son las que de verdad importan.

Porque sĂ­, las empresas son fundamentales para el crecimiento de un paĂ­s. No sĂ³lo porque producen riqueza (para ellos mismos y para el Estado), sino por lo que generan: empleo, turismo, exportaciones y mil cosas mĂ¡s. De ahĂ­ que, ademĂ¡s de ciertas variables propias -ubicaciĂ³n geoestratĂ©gica, recursos naturales, tratados comerciales…- la economĂ­a de un paĂ­s depende directamente del volumen y funcionamiento de sus empresas. Y claro, asĂ­ las cosas, muchas veces los paĂ­ses quieren atraer a las grandes empresas como sea.

¿Y quĂ© argumento tienen los paĂ­ses para que una gran multinacional decida instalarse en su territorio? Entre otros, los impuestos. Y ese es el caso de Irlanda, por ejemplo, que ha saltado a la luz pĂºblica por la multa que la ComisiĂ³n Europea ha impuesto a Apple a cuenta de los impuestos que ‘debe’ a Irlanda. La cantidad que se supone que la compañía deberĂ­a pagar (13.000 millones de euros) es tan grande que servirĂ­a para sanear las cuentas de una de las economĂ­as que mĂ¡s ha sufrido en los Ăºltimos años en la UniĂ³n Europea. Pero mira tĂº por dĂ³nde, Irlanda no quiere cobrar.

Para entenderlo hay que hacer un poco de historia.

En 2008 Irlanda entrĂ³ en recesiĂ³n. Apenas acababa de arrancar la crisis y, antes que ningĂºn otro paĂ­s, el Ejecutivo aprobĂ³ una garantĂ­a de crĂ©dito de 400.000 millones de euros para sus bancos a cambio de reducciones y congelaciones salariales de sus directivos. Apenas unos meses despuĂ©s el paĂ­s subĂ­a impuestos y reducĂ­a gasto pĂºblico en sus Presupuestos. En 2010 el dĂ©ficit pĂºblico del paĂ­s tras el rescate de su sistema financiero llegĂ³ al 32% del PIB, y a finales de ese año, tras negarse varias veces, el paĂ­s firmĂ³Â el rescate -sin adjetivos- de la UE y del FMI.

PodrĂ­a decirse en este punto que Irlanda se arruinĂ³ con la crisis, como otros paĂ­ses, pero sin recursos que le ayudaran a remontar el vuelo (industria, turismo o grandes empresas multinacionales).

A mediados de 2011 rebajaron el IVA del ocio y turismo (para intentar que la gente comprara y consumiera) mientras aprobaron una nueva subida de impuestos y nuevos recortes (para ingresar y ahorrar dinero, respectivamente), al tiempo que sigue recibiendo inyecciones econĂ³micas comunitarias. En total, cinco tramos. Los augurios de crecimiento econĂ³mico que esgrimĂ­an los gurĂºs seguĂ­an sin cumplirse por aquel entonces.

El Gobierno, tras haber intervenido en el sistema bancario en el plano econĂ³mico, obligĂ³ a las entidades a conceder crĂ©dito para negocios sostenibles, ademĂ¡s de vender bienes estatales y tras rebajar el sueldo nuevamente a los funcionarios del paĂ­s. MĂ¡s intervenciĂ³n pĂºblica.

A mediados de 2013, tras varias prĂ³rrogas e inyecciones mĂ¡s, la economĂ­a irlandesa no sĂ³lo no crecĂ­a como se auguraba, sino que volvĂ­a a entrar en recesiĂ³n. A finales de ese año terminaban los pagos del rescate, algo celebrado por el Ejecutivo como una “recuperaciĂ³n de la soberanĂ­a econĂ³mica”. Las deudas de los pagos recibidos vencerĂ¡n en 30 años.

A partir de ahĂ­ empezĂ³ a cambiar la pelĂ­cula, y es cuando volvemos a los impuestos.

El 14 de diciembre de 2014 Irlanda cambiĂ³Â su rĂ©gimen fiscal. Hasta ahora las empresas extranjeras podĂ­an dejar de pagar los impuestos que les tocarĂ­an como residentes. Pero en teorĂ­a esta reforma no se aplicarĂ¡ hasta 2020. Ese año, a pesar de que de nuevo se esperaban cifras positivas, Irlanda acabĂ³ el año con un dĂ©ficit del 4,1%.

En realidad Irlanda lleva mĂ¡s de 20 años permitiendo a Apple pagar una miseria de impuestos a cambio de que su sede central europea permanezca en el paĂ­s (de ahĂ­ la multimillonaria multa). Lo hace por el empleo que genera, y por todas las ganancias derivadas para el comercio que implica tener a Apple ahĂ­: una cuarta parte de los empleados de Apple en Europa estĂ¡n en un diminuto y perifĂ©rico paĂ­s europeo, muy alejado de los centros de control polĂ­ticos y econĂ³micos del continente. Y no sĂ³lo es eso: las ventas de la compañía en Europa se facturan allĂ­ (por ejemplo, las españolas)

No sĂ³lo es Apple, no sĂ³lo es Irlanda

Pero no sĂ³lo es Apple: el ‘modelo’ irlandĂ©s ha sido convertirse en un refugio fiscal para grandes corporaciones para intentar que su economĂ­a salga a flote. AquĂ­ los impuestos no son la vĂ­a de ingresos, sino el arma para conseguirlos de forma indirecta. De esta forma, casi todas las grandes compañías tecnolĂ³gicas del momento (por poner sĂ³lo un sector multinacional) operan desde DublĂ­n.

AsĂ­, hace dos años los siete grandes de internet pagaban de forma conjunta un millĂ³n de euros en España, una miseria comparado con lo que deberĂ­an si estuvieran radicadas en nuestro paĂ­s, a juzgar por el volumen de sus operaciones. Por dar contexto a la cifra, la valoraciĂ³n global de Facebook -una de esas siete compañías- en Bolsa es ahora mismo mayor que las de TelefĂ³nica, Vodafone, Orange y Deutsche Telekom juntas. Un año antes pagaron 17 millones, y aĂºn asĂ­ fue mucho menos de lo que deberĂ­an.

La divisiĂ³n ibĂ©rica de Yahoo, una de las pocas empresas del sector que estaba radicada en España, se mudĂ³ a Irlanda hace un par de años justo por esa razĂ³n: otras lo hicieron mucho antes y les fue mucho mejor el negocio. Twitter, que se estableciĂ³ en España harĂ¡ ahora tres años, arrancĂ³ de inicio con la central en DublĂ­n, donde facturan todo lo que ingresan en España. Si no es Irlanda, es Luxemburgo, u Holanda -donde Apple tiene una central logĂ­stica, por ejemplo-.

AsĂ­ las cosas sĂ­, Irlanda es actualmente el paĂ­s que mĂ¡s crece econĂ³micamente hablando, tal y como defienden con ahĂ­nco economistas y opinadores contrarios a la recaudaciĂ³n excesiva de impuestos (liberales, para entendernos). Pero tiene letra pequeña: no crece lo suficiente como para recuperarse, tiene deudas acumuladas para las prĂ³ximas tres dĂ©cadas y se ha convertido en el lugar al que las grandes empresas van pagando muy poco, a cambio de que generen empleo y riqueza indirecta.

Si todas las empresas pagaran lo que deben a Irlanda no sĂ³lo serĂ­a la que mĂ¡s crece, sino que habrĂ­a superado la crisis y podrĂ­a hacer frente a buena parte de sus pagos pendientes. Pero claro, si Irlanda cobrara lo que deberĂ­a cobrar esas empresas no estarĂ­an en Irlanda.

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SĂ³lo hay dos cosas inevitables en esta vida, la muerte y los impuestos. Ese viejo axioma resume el sentimiento de ‘losa’ que supone hacer frente a ese ritual al que todos tenemos que hacer frente. Pagar impuestos es un marrĂ³n, porque a nadie le gusta pagar, asĂ­ en general. Y menos cuando paga impuestos por todo: por lo que gana cada mes, por lo que gana cada año, por su casa, por su coche, por cada producto que compra y por cada ingreso extra que tiene. Y eso sin contar a los autĂ³nomos, esos seres de luz que rinden cuentas cada mes, cada tres meses y cada año, asĂ­ en general.

SegĂºn dĂ³nde vivas pagarĂ¡s mĂ¡s o pagarĂ¡s menos, lo harĂ¡s mĂ¡s o menos frecuentemente. Pero España es, en general, un paĂ­s con una alta carga impositiva, que es la manera fina de decir que pagamos mucho y por casi cada cosa. Pero, ¿para quĂ© sirven los impuestos? BĂ¡sicamente, para pagar lo pĂºblico. Y el tamaño de ese ‘lo pĂºblico’ es lo que harĂ¡ variar el volumen de impuestos que pagues: a mayor infraestructura estatal, mĂ¡s impuestos.

Y por eso en España se paga mucho: hay un sistema sanitario pĂºblico eficiente y de calidad que no discrimina en funciĂ³n de ingresos, hay una sufrida educaciĂ³n pĂºblica que cubre hasta la universidad -incluida-, hay una red de transportes pĂºblicos funcional y moderna, una red de carreteras mĂ¡s que aceptable y un sinfĂ­n de ventajas pagadas a costa del contribuyente. Pero la autĂ©ntica madre del cordero son el paro y las pensiones: al final, mĂ¡s de la mitad de los Presupuestos del Estado se van en cubrir el dinero que se paga a quienes ya no trabajan.

Lo malo de pagar mucho es que se es mĂ¡s susceptible a lo que se hace con el dinero. Y el aparataje pĂºblico no sĂ³lo ofrece ventajas, sino tambiĂ©n sobredimensiones, especialmente en lo polĂ­tico. El Senado, el Consejo de Estado, las diputaciones -Ăºtiles en muchos sitios, redundantes en muchos otros-… Y claro, la corrupciĂ³n.

Porque otro problema endĂ©mico de nuestro paĂ­s es el mal uso del dinero pĂºblico. Le pasĂ³ al PSOE de principios de finales de los ’80 y principios de los ’90 y le pasa al PP actual. AllĂ¡ donde hay gobiernos duraderos, aflora la corrupciĂ³n. Y eso, a su vez, alimenta la contrapartida: el ciudadano de a pie que aprecia las ventajas de un Estado protector en lo pĂºblico, pero que empieza a defraudar porque el coste de mantenimiento es excesivo y ve, ademĂ¡s, que sus dirigentes tambiĂ©n lo hacen. Medidas como la amnistĂ­a fiscal, que reconoce y ‘perdona’ a los poderosos que defraudaron, no hacen sino acrecentar esa sensaciĂ³n a pesar de que tengan como finalidad recuperar parte del dinero defraudado.

AsĂ­ las cosas, pagar impuestos es un marrĂ³n. Un marrĂ³n necesario para mantener el funcionamiento de un Estado tan protector como el nuestro. Un marrĂ³n que muchos polĂ­ticos y grandes empresarios se saltan, igual que un enorme porcentaje de la poblaciĂ³n que el algĂºn momento de su vida decide engañar en la declaraciĂ³n de Hacienda o pagar las cosas sin factura, es decir, sin IVA. Para unos es una forma de ganar mĂ¡s dinero, para otros de llegar a fin de mes o de ‘vengarse’ de los poderosos que defraudan. Al final la situaciĂ³n sigue igual: un enorme monstruo devorador de recursos que tiene menos dinero del que alimentarse por culpa del fraude, pero que tiene la misma hambre. Y ya se sabe que es peligroso dejar a los monstruos con hambre.

El control al polĂ­tico y al ciudadano

Hay, claro, otros modelos. Los hay mĂ¡s liberales, que reducen el volumen de pagos al Estado para hacer que la gente tenga mĂ¡s dinero pero menos coberturas pĂºblicas, de forma que tienen que contratar lo que otros paĂ­ses ofrecen gratis para poder tenerlo -Sanidad, EducaciĂ³n, pensiones-. El sistema fomenta, en boca de sus defensores, la libertad de contratar aquello que quiero en lugar de tener algo que quizĂ¡ no use. Pero, inevitablemente, es mĂ¡s desigual: no es que quienes tengan mayores ingresos opten a cosas mejores -porque eso pasa siempre- sino que quienes no tienen dinero no tienen nada -ni Sanidad eficiente, ni posibilidad de EducaciĂ³n, ni cobertura si no pueden trabajar-.

Hay tambiĂ©n casos intermedios, que apoyan la reducciĂ³n del gasto pĂºblico y en consecuencia del volumen de impuestos. Pero la duda es la misma: ¿funcionarĂ­a mejor un sistema proteccionista con una mejor gestiĂ³n del dinero pĂºblico? Es decir, ¿se tiene que renunciar necesariamente a la protecciĂ³n bĂ¡sica del Estado porque resulta cara?

Como suele decir Mariano Rajoy al abordar los casos de corrupciĂ³n que infestan su partido, el ser humano es falible y en las instituciones hay muchos seres humanos falibles. Mejorar los controles antifraude, por ejemplo cruzando datos de las instituciones y dotando a la Justicia de las armas necesarias, tambiĂ©n es caro -quizĂ¡ mĂ¡s incluso que el propio fraude, segĂºn algunos analistas-. ¿CĂ³mo actuar, entonces?

En España se puso en marcha hace años un procedimiento de transparencia para cargos pĂºblicos, que suelen publicar sus declaraciones de bienes e ingresos para ponerlos a disposiciĂ³n del ciudadano. No es que se quiera asĂ­ evitar el fraude, porque enseñar los ingresos no sirve para controlar eso, pero se supone que ayuda a conocer mejor a quienes nos gobiernan, a vigilar si crece su patrimonio de forma sospechosa y a devolver cierto control de la situaciĂ³n al votante.

De la misma forma, cualquier contrataciĂ³n pĂºblica, sea a una empresa sea a un puesto pĂºblico, se supone que estĂ¡ convocada de forma pĂºblica: hay un concurso con ciertas condiciones y hay unos pliegos consultables en los que se sabe cuĂ¡nto se paga por cada cosa y cuĂ¡nto cobra cada funcionario del Estado segĂºn su cargo y categorĂ­a.

En los paĂ­ses nĂ³rdicos el sistema de transparencia va mĂ¡s allĂ¡: cualquiera puede solicitar informaciĂ³n acerca de cuĂ¡nto gana o cuĂ¡ntos impuestos paga cualquier otro ciudadano. Los datos, a los que se accede mediante registro -es decir, queda constancia de que alguien pide husmear en tus cuentas- tambiĂ©n se ofrecen en internet sin mayores problemas.

Como en el caso de las declaraciones de bienes e ingresos de los polĂ­ticos, no se puede detectar y zanjar el fraude a travĂ©s de datos oficiales (porque, por propia definiciĂ³n, del fraude es complicado tener constancia oficial). Sin embargo, somete a los gestores pĂºblicos -en el caso de España- y a los ciudadanos -el el caso de Suecia, Noruega o Finlandia- a cierta inspecciĂ³n. Pero, ¿quĂ© sucede con las grandes empresas?

Grandes corporaciones: el caso irlandés

Los ciudadanos -polĂ­ticos y funcionarios incluidos- pagan una parte importante de los impuestos, pero no todos: las empresas, grandes y pequeñas, ponen el resto. Las pequeñas suelen ser mayorĂ­a (en España un autĂ³nomo es una empresa, de ahĂ­ que sĂ³lo un 4,1% de las compañías nacionales tengan mĂ¡s de 10 trabajadores), pero las grandes son las que de verdad importan.

Porque sĂ­, las empresas son fundamentales para el crecimiento de un paĂ­s. No sĂ³lo porque producen riqueza (para ellos mismos y para el Estado), sino por lo que generan: empleo, turismo, exportaciones y mil cosas mĂ¡s. De ahĂ­ que, ademĂ¡s de ciertas variables propias -ubicaciĂ³n geoestratĂ©gica, recursos naturales, tratados comerciales…- la economĂ­a de un paĂ­s depende directamente del volumen y funcionamiento de sus empresas. Y claro, asĂ­ las cosas, muchas veces los paĂ­ses quieren atraer a las grandes empresas como sea.

¿Y quĂ© argumento tienen los paĂ­ses para que una gran multinacional decida instalarse en su territorio? Entre otros, los impuestos. Y ese es el caso de Irlanda, por ejemplo, que ha saltado a la luz pĂºblica por la multa que la ComisiĂ³n Europea ha impuesto a Apple a cuenta de los impuestos que ‘debe’ a Irlanda. La cantidad que se supone que la compañía deberĂ­a pagar (13.000 millones de euros) es tan grande que servirĂ­a para sanear las cuentas de una de las economĂ­as que mĂ¡s ha sufrido en los Ăºltimos años en la UniĂ³n Europea. Pero mira tĂº por dĂ³nde, Irlanda no quiere cobrar.

Para entenderlo hay que hacer un poco de historia.

En 2008 Irlanda entrĂ³ en recesiĂ³n. Apenas acababa de arrancar la crisis y, antes que ningĂºn otro paĂ­s, el Ejecutivo aprobĂ³ una garantĂ­a de crĂ©dito de 400.000 millones de euros para sus bancos a cambio de reducciones y congelaciones salariales de sus directivos. Apenas unos meses despuĂ©s el paĂ­s subĂ­a impuestos y reducĂ­a gasto pĂºblico en sus Presupuestos. En 2010 el dĂ©ficit pĂºblico del paĂ­s tras el rescate de su sistema financiero llegĂ³ al 32% del PIB, y a finales de ese año, tras negarse varias veces, el paĂ­s firmĂ³Â el rescate -sin adjetivos- de la UE y del FMI.

PodrĂ­a decirse en este punto que Irlanda se arruinĂ³ con la crisis, como otros paĂ­ses, pero sin recursos que le ayudaran a remontar el vuelo (industria, turismo o grandes empresas multinacionales).

A mediados de 2011 rebajaron el IVA del ocio y turismo (para intentar que la gente comprara y consumiera) mientras aprobaron una nueva subida de impuestos y nuevos recortes (para ingresar y ahorrar dinero, respectivamente), al tiempo que sigue recibiendo inyecciones econĂ³micas comunitarias. En total, cinco tramos. Los augurios de crecimiento econĂ³mico que esgrimĂ­an los gurĂºs seguĂ­an sin cumplirse por aquel entonces.

El Gobierno, tras haber intervenido en el sistema bancario en el plano econĂ³mico, obligĂ³ a las entidades a conceder crĂ©dito para negocios sostenibles, ademĂ¡s de vender bienes estatales y tras rebajar el sueldo nuevamente a los funcionarios del paĂ­s. MĂ¡s intervenciĂ³n pĂºblica.

A mediados de 2013, tras varias prĂ³rrogas e inyecciones mĂ¡s, la economĂ­a irlandesa no sĂ³lo no crecĂ­a como se auguraba, sino que volvĂ­a a entrar en recesiĂ³n. A finales de ese año terminaban los pagos del rescate, algo celebrado por el Ejecutivo como una “recuperaciĂ³n de la soberanĂ­a econĂ³mica”. Las deudas de los pagos recibidos vencerĂ¡n en 30 años.

A partir de ahĂ­ empezĂ³ a cambiar la pelĂ­cula, y es cuando volvemos a los impuestos.

El 14 de diciembre de 2014 Irlanda cambiĂ³Â su rĂ©gimen fiscal. Hasta ahora las empresas extranjeras podĂ­an dejar de pagar los impuestos que les tocarĂ­an como residentes. Pero en teorĂ­a esta reforma no se aplicarĂ¡ hasta 2020. Ese año, a pesar de que de nuevo se esperaban cifras positivas, Irlanda acabĂ³ el año con un dĂ©ficit del 4,1%.

En realidad Irlanda lleva mĂ¡s de 20 años permitiendo a Apple pagar una miseria de impuestos a cambio de que su sede central europea permanezca en el paĂ­s (de ahĂ­ la multimillonaria multa). Lo hace por el empleo que genera, y por todas las ganancias derivadas para el comercio que implica tener a Apple ahĂ­: una cuarta parte de los empleados de Apple en Europa estĂ¡n en un diminuto y perifĂ©rico paĂ­s europeo, muy alejado de los centros de control polĂ­ticos y econĂ³micos del continente. Y no sĂ³lo es eso: las ventas de la compañía en Europa se facturan allĂ­ (por ejemplo, las españolas)

No sĂ³lo es Apple, no sĂ³lo es Irlanda

Pero no sĂ³lo es Apple: el ‘modelo’ irlandĂ©s ha sido convertirse en un refugio fiscal para grandes corporaciones para intentar que su economĂ­a salga a flote. AquĂ­ los impuestos no son la vĂ­a de ingresos, sino el arma para conseguirlos de forma indirecta. De esta forma, casi todas las grandes compañías tecnolĂ³gicas del momento (por poner sĂ³lo un sector multinacional) operan desde DublĂ­n.

AsĂ­, hace dos años los siete grandes de internet pagaban de forma conjunta un millĂ³n de euros en España, una miseria comparado con lo que deberĂ­an si estuvieran radicadas en nuestro paĂ­s, a juzgar por el volumen de sus operaciones. Por dar contexto a la cifra, la valoraciĂ³n global de Facebook -una de esas siete compañías- en Bolsa es ahora mismo mayor que las de TelefĂ³nica, Vodafone, Orange y Deutsche Telekom juntas. Un año antes pagaron 17 millones, y aĂºn asĂ­ fue mucho menos de lo que deberĂ­an.

La divisiĂ³n ibĂ©rica de Yahoo, una de las pocas empresas del sector que estaba radicada en España, se mudĂ³ a Irlanda hace un par de años justo por esa razĂ³n: otras lo hicieron mucho antes y les fue mucho mejor el negocio. Twitter, que se estableciĂ³ en España harĂ¡ ahora tres años, arrancĂ³ de inicio con la central en DublĂ­n, donde facturan todo lo que ingresan en España. Si no es Irlanda, es Luxemburgo, u Holanda -donde Apple tiene una central logĂ­stica, por ejemplo-.

AsĂ­ las cosas sĂ­, Irlanda es actualmente el paĂ­s que mĂ¡s crece econĂ³micamente hablando, tal y como defienden con ahĂ­nco economistas y opinadores contrarios a la recaudaciĂ³n excesiva de impuestos (liberales, para entendernos). Pero tiene letra pequeña: no crece lo suficiente como para recuperarse, tiene deudas acumuladas para las prĂ³ximas tres dĂ©cadas y se ha convertido en el lugar al que las grandes empresas van pagando muy poco, a cambio de que generen empleo y riqueza indirecta.

Si todas las empresas pagaran lo que deben a Irlanda no sĂ³lo serĂ­a la que mĂ¡s crece, sino que habrĂ­a superado la crisis y podrĂ­a hacer frente a buena parte de sus pagos pendientes. Pero claro, si Irlanda cobrara lo que deberĂ­a cobrar esas empresas no estarĂ­an en Irlanda.

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