La pasión es un sentimiento que desborda las emociones cotidianas. De ahà su mala imagen. Porque como toda erupción, todo rebasamiento, altera el statu quo de la normalidad. Y los humanos, poco proclives a lo disruptivo e inesperado, nos enfrentamos con enojo a tales arrebatos.
Empezó mal en la historia, pues proviene del latĆn passio, que significa padecer. MĆ”s tarde, el cristianismo agravó la funesta reputación de esta palabra adjudicĆ”ndole dicho sufrimiento nada menos que al hijo de Dios.
Bach fue el encargado de ponerle banda sonora a este suplicio con cinco pasiones. Incluso en una de ellas, La Pasión según san Mateo, incluyendo un doble coro y doble orquesta para rematar a lo grande a esa palabra maldita.
No fue hasta la primera mitad del siglo XIX cuando la pasión consiguió escabullirse entre las fisuras del romanticismo. La reivindicación de la libertad del individuo frente a cualquier norma que le permita expresar sus propios sentimientos fue su gran oportunidad y la pasión supo aprovecharla.
Pero la inercia de la historia, empeñada en no perdonarle a un sentimiento tan perturbador sus pecados del pasado, consiguió relegarlo al terreno sexual. Hablar de pasión significaba automÔticamente hablar de deseo sexual desaforado.
Y arrinconado en ese espacio, fue la literatura la encargada de hacerle aƱicos. MĆ”s aĆŗn si esa pasión era sentida (Ā”hasta ahĆ podĆamos llegar!) por una mujer. Anna Karerina, en la novela que lleva su nombre, acabó bajo la locomotora de un tren porque era el Ćŗnico final posible ante sus devaneos extramatrimoniales con Vronski.
Lo mismo le sucedió a madame de Tourvel en Las relaciones peligrosas (el tĆtulo de la novela ya nos avisa), muerta de fiebre y de desesperación ante el abandono de Valmont.
Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que la pasión encontrara una nueva oportunidad de redimirse. Y curiosamente no fue la literatura ni el arte las que le echaran una mano, sino el talento de un cientĆfico mexicano de tan solo 26 aƱos que en 1951 consiguió sintetizar la noretisterona, el compuesto activo que propició el primer anticonceptivo oral conocido popularmente como la pĆldora.
La pĆldora consiguió separar la concepción del sexo liberando a este Ćŗltimo de sus ataduras históricas. Y con ello, liberando tambiĆ©n a la pasión de su condición maldita.
Resulta irónico que fueran las mujeres, vĆctimas tradicionales de la fogosidad masculina incontrolada, las que finalmente propiciaran el asentimiento de la pasión y su aceptación social.
Esta aceptación es la que le ha permitido a la pasión expandirse a territorios ajenos al sexo. Hoy nos apasionamos con un deporte, un trabajo o una afición sin que ello conlleve la sanción del destino.
DecĆa Senillosa que el amor se mide en pasión y la amistad en aƱos. No estĆ” mal que estos sentimientos, como muchos otros, se diferencien y clarifiquen para una mejor comprensión de los mismos.
Porque la pasión se ha normalizado sin dejar de ser esa intensa emoción que nos recuerda, de vez en cuando, que seguimos vivos. Tal vez irracionales, desaforados o incluso grotescos. Pero todavĆa vivos.