Su vecino Vietnam se llevaba las bombas y los focos. Laos, solo las primeras. Hasta 2,2 millones de toneladas se calculan que cayeron durante los 9 años que duró la denominada Guerra Secreta. Más o menos, como si uno de los B-52 de las fuerzas norteamericanas lanzara una bomba cada 8 minutos durante las 24 horas de todos los dÃas que transcurrieron entre 1964 y 1973. Laos se convertÃa en la nación más bombardeada de la historia en el transcurso de una guerra que casi nadie conocÃa.
El suelo del paÃs del sudeste asiático quedaba trufado de proyectiles, llegando a albergar en sus algo más de 23.00 kilómetros cuadrados de superficie más bombas que todas las lanzadas en escenarios europeos y asiáticos durante la II Guerra Mundial.
Muchas no llegaron a estallar en su momento y lo hicieron después, de forma traicionera, tras años semienterradas en el terreno. Otras, en cambio, ahà siguen, esperando a que algún habitante de la zona la pise o la manipule sin querer.
Pese a saber del peligro que conlleva, son muchos los artesanos locales que no las temen. Llevan años utilizando las que encuentran en sus casas o campos de cultivo para fabricar cucharas que luego venden en el mercado local. Y mientras muchos pierden sus miembros o incluso la vida al hacerlo, las grandes potencias siguen sin alcanzar acuerdos sobre qué hacer con el arsenal latente de Laos.
La falta de interés sobre el problema de muchas de ellas contrasta con el interés y la indignación de Elisabeth Suda al visitar por primera vez el paÃs. Pese a su licenciatura en Historia, la joven norteamericana no tenÃa conocimiento de aquella guerra en la que su paÃs atestó de bombas racimo aquella nación.
Elisabeth tomó ejemplo de los artesanos de Ban Naphia y decidió construir a partir de la destrucción. Por eso, les pidió su colaboración para ampliar lÃnea de negocio: ahora, además de sus cucharas, fabricarÃan joyas, mucho más vendibles en mercados algo más apartados de sus casas.
Peacebomb Project arranca con la creación de un centro de trabajo para los artesanos, donde estos disponen de lujos tales como luz eléctrica o agua. AllÃ, además, pueden mejorar sus técnicas de fabricación y no tienen que jugar a la ruleta rusa cada vez que manipulan una de las bombas porque antes una ONG local se ha encargado de garantizar que no hay peligro en su manejo.
«El proceso es un cÃrculo: se dona el 10% del precio del artÃculo a la ONG que se encarga de limpiar el terreno. Cuando esta encuentra material, se lo entrega directamente a los artesanos y asà continua el proceso. De esta manera, ellos no arriesgan su vida y reciben un salario 4 veces superior al que obtendrÃan en su mercado doméstico», explica Olga Torres, responsable de comunicación de Article 22, firma de joyerÃa nacida cuya primera colección serÃa Peacebomb.








Su vecino Vietnam se llevaba las bombas y los focos. Laos, solo las primeras. Hasta 2,2 millones de toneladas se calculan que cayeron durante los 9 años que duró la denominada Guerra Secreta. Más o menos, como si uno de los B-52 de las fuerzas norteamericanas lanzara una bomba cada 8 minutos durante las 24 horas de todos los dÃas que transcurrieron entre 1964 y 1973. Laos se convertÃa en la nación más bombardeada de la historia en el transcurso de una guerra que casi nadie conocÃa.
El suelo del paÃs del sudeste asiático quedaba trufado de proyectiles, llegando a albergar en sus algo más de 23.00 kilómetros cuadrados de superficie más bombas que todas las lanzadas en escenarios europeos y asiáticos durante la II Guerra Mundial.
Muchas no llegaron a estallar en su momento y lo hicieron después, de forma traicionera, tras años semienterradas en el terreno. Otras, en cambio, ahà siguen, esperando a que algún habitante de la zona la pise o la manipule sin querer.
Pese a saber del peligro que conlleva, son muchos los artesanos locales que no las temen. Llevan años utilizando las que encuentran en sus casas o campos de cultivo para fabricar cucharas que luego venden en el mercado local. Y mientras muchos pierden sus miembros o incluso la vida al hacerlo, las grandes potencias siguen sin alcanzar acuerdos sobre qué hacer con el arsenal latente de Laos.
La falta de interés sobre el problema de muchas de ellas contrasta con el interés y la indignación de Elisabeth Suda al visitar por primera vez el paÃs. Pese a su licenciatura en Historia, la joven norteamericana no tenÃa conocimiento de aquella guerra en la que su paÃs atestó de bombas racimo aquella nación.
Elisabeth tomó ejemplo de los artesanos de Ban Naphia y decidió construir a partir de la destrucción. Por eso, les pidió su colaboración para ampliar lÃnea de negocio: ahora, además de sus cucharas, fabricarÃan joyas, mucho más vendibles en mercados algo más apartados de sus casas.
Peacebomb Project arranca con la creación de un centro de trabajo para los artesanos, donde estos disponen de lujos tales como luz eléctrica o agua. AllÃ, además, pueden mejorar sus técnicas de fabricación y no tienen que jugar a la ruleta rusa cada vez que manipulan una de las bombas porque antes una ONG local se ha encargado de garantizar que no hay peligro en su manejo.
«El proceso es un cÃrculo: se dona el 10% del precio del artÃculo a la ONG que se encarga de limpiar el terreno. Cuando esta encuentra material, se lo entrega directamente a los artesanos y asà continua el proceso. De esta manera, ellos no arriesgan su vida y reciben un salario 4 veces superior al que obtendrÃan en su mercado doméstico», explica Olga Torres, responsable de comunicación de Article 22, firma de joyerÃa nacida cuya primera colección serÃa Peacebomb.








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