El pintor que abrió un museo por su divorcio

”Yorokobu gratis en formato digital!
A Pedro DĆaz Obregón la pintura āaseguraā le ha evitado Ā«hacer muchas tonterĆasĀ», aunque no un divorcio traumĆ”tico. Todo empezó ahĆ: se dolió tanto que de tanta sangre su pintura merodeó en lienzos que cubren ahora cinco salas del Museo Pobre del Pintor. Ā«La pinturaĀ», dice Ā«me absorbió».
DĆaz Obregón no oculta aquel desgarro que aĆŗn colea, como intacto. No hay pĆ”rrafo que no vaya acompaƱado de la coletilla Ā«mi exmujerĀ», ni dardo que no vaya contra su exmujer, pero al fin, aflojando, dice que no tiene una cruzada contra āde nuevoā su exmujer, sino contra el sistema judicial:
āMe siento discriminado no como hombre, sino como bueno.
Del divorcio hace ya muchos aƱos āĀ«pon el aƱo 90Ā»ā; muchos mĆ”s de la pintura āaƱos 40ā, pero el Museo Pobre del Pintor, a la sombra del monasterio franciscano en Soto Iruz, Cantabria, no tiene mĆ”s de 15 aƱos.
DĆaz Obregón tiene 79 aƱos y unos ojos azules como el rĆo Pas, que apenas balbucea en esta primavera seca a su paso por el pueblo, y unos Ć”giles dedos que han hibernado en los Ćŗltimos meses. No le gusta pintar con frĆo, aunque para Ć©l lo mĆ”s gĆ©lido es su historia. Ā«Yo era el ser mĆ”s despreciable de la humanidadĀ», dice con una mueca. El episodio le costó la relación con sus tres hijos, que va retomando como a pequeƱos sorbos con uno de ellos, el varón.
āĀæSĆ?
āDespuĆ©s de 25 aƱos y gracias a mi nuera. Las mujeres son mĆ”s incisivas.
El divorció le llevó por delante, durante 25 años, el contacto con ellos, pero ahora se concede una tregua burlona porque «los tres chavales», dice, «estudiaron arte: ninguno costura, como mi ex».
La casa donde vive, pinta, maldice y expone la compró en 1982 cuando intuyó que tenĆa que tener un vientre de ballena donde recrear su mundo, hacer lo que le viniera en gana; ir, venir, salir, volver āo noā, entrar y dejar entrar.
āAquĆ no viene nadie: no sĆ© si lo he pasado putas o canutas.
Dice DĆaz Obregón que mĆ”s tarde contarĆ” que sĆ viene mucha gente (esta maƱana tres coches llenos de una misma familia), cada dĆa o tres caminantes que llegan desde un balneario cercano, otros a quienes les llega en un soplo que un pintor se pelea contra sĆ mismo en un museo que alguna vez fue una cuadra.
AsĆ ha llegado a media tarde un matrimonio de pensión anĆ©mica y ganas de apretar el gatillo, de desear tiempos de mĆ”s orden, menos inmigrantes, mĆ”s seguridad. DĆaz Obregón, apretando los labios, es amable: deja que ambos se extiendan y magreen la realidad a su antojo. Entonces resuelve el discurso de ambos con un simpĆ”tico Ā«hombre, yo no creo que sea asĆĀ». El matrimonio, afable, de esos que se han quemado las pestaƱas trabajando, dice que volverĆ” al museo otro dĆa. DĆaz Obregón, defensor de causas perdidas, les responde:
āPero yo volverĆ© a hablar de lo mĆo.
***
El Museo Pobre del Pintor tiene 54 cuadros. Al entrar por la puerta, uno se topa de frente con una Pandora en el que un mecanismo motorizado abre y cierra el baúl. «Tiene varios significados: el hombre estÔ supeditado a la belleza femenina, ella es la que manda. EstÔ uno que tilila», explica.
Las mujeres, siempre, sin el rostro definido: Ā«La cara de la mujer no consigue uno acabarla. No puedoĀ». Pero tambiĆ©n la justicia, el desengaƱo polĆtico y los militares componen su obra: el pintor lleva inmerso un aƱo en un gran lienzo de una aleación de refugiados de ahora y del pasado, con referencias a la guerra civil espaƱola, al MediterrĆ”neo y a la barbarie de estos tiempos. El mar, un inmenso remolino que ingiere todo, estĆ” circundado por la arena bermellón de un presente inflamado.
En su experiencia, DĆaz Obregón ha querido alimentarse de los movimiento de protesta como el 15-M o la PAH, en los que ha estado muy involucrado. Ā«Pero no por candidez, sino para coger experiencias y pintar cuadrosĀ», explica. Y delante, un lienzo del atentado islamista de Madrid con el nombre de todas las vĆctimas naufragando. Una vez, cuenta el artista, un matrimonio se quebró en un llanto delante del cuadro. Eran los padres de un chico que habĆa muerto aquel 11 de marzo.
Los periódicos han hablado de Pedro. Por ejemplo, han titulado que presenta Ā«su espectacular obraĀ»; que Ā«presenta cuadros luminosos y romĆ”nticos, acordes con el carĆ”cter del autorĀ»; han escrito sobre el Ā«alarde de maestrĆa en la colección que presenta el cĆ”ntabro DĆaz ObregónĀ»; la prensa tambiĆ©n ha dicho de Ć©l que Ā«plasma un contenido reivindicativo basado en experiencias propias y centrado en la lucha del individuo frente al poder organizadoĀ».
Frente a descripciones ajenas, Ʃl se describe como alguien que mezcla luchas, intuiciones y dolores. Dice que es un pintor expresionista clƔsico.
āĀæY en lenguaje popular?
Se le aprieta la risa en la garganta y responde con lo que dijo, al ver la galerĆa por primera vez, su hijo: Ā«QuĆ© chorradaĀ».
En las salas se ven retratos de mujeres, de ningún hombre, uno en el que a Cristo crucificado le sale de la boca un leve «Madre, soy indignado». O su cuadro favorito, titulado Baile de los números malditos. Viene de su divorcio y aparece él, sentado sobre libros, una silla noble desocupada y una sopa revuelta de letras. «El abogado me dejó abandonado», recuerda ahora, «y trataron de hacerme trampas con unos cuestionarios, con mentiras». Su separación, cuenta, le costó 70.000 euros y cinco abogados, a tres de los cuales denunció.
Las confesiones de Pedro son verbales, pero sobre todo estÔn en los gritos dibujados de cuadros en los que suele retratarse a sà mismo. «Me es cómodo fotografiarme y reproducirme. Quiero tener personas que existen», detalla. En ese proceso vivo, todo en constante cambio, quienes se acercan a visitar el museo también moldean su creación con las opiniones. «Y encima», se consuela, «te adulan un poco».
Pero nadie deja dinero: aquĆ estĆ” prohibido que entre un solo euro. Tampoco vende cuadros, ni acepta encargos, ni otras sombras de sospecha que le hagan flaquear en sus convicciones por si Hacienda le reclama algo. No le importa el dinero.
āCuando estĆ” uno libre de todo le da igual. Al ser mayorā¦
Después saca la mano, va estirando cada uno de los dedos de los puños apretados y despliega hasta ocho: el número de años que le quedan de vida.
***
En Cantabria, a Pedro le llaman el madrileƱo, pero en Madrid le llamaban el pasiego. Llegó a la capital tras nacer en Santander en plena guerra y forjó sus maneras en las calles embarradas vendiendo leche junto a su padre. TenĆa algo de insumiso, de golfillo barojiano que acababa con coscorrones y consejos paternalistas de la policĆa y la regaƱina de su madre cuando alguien le dijo, cinco duros mediante, que gritaraĀ Ā«Franco es un cabrónĀ». El castigo que le impusieron fue gritar que era un santo.
DespuĆ©s pasó a la academia de arte de la calle del Tesoro mientras seguĆa vendiendo leche.Ā En 1962 abrió una tienda de marcos en la calle San Vicente Ferrer. Ā«De solteroĀ», subraya. TambiĆ©n fue copista, durante dos aƱos, del Museo del Prado, dondeĀ reprodujo, entre otros, al Saturno de Rubens, y asĆ logró la firma del catedrĆ”tico Luis Marco PĆ©rez. Todo fue aprendizaje, destrezas y la versatilidad de someterse al embrujo particular de cada pintor. TambiĆ©n le expusieron en la casa de la PanaderĆa, en la Plaza Mayor. Tras aquella exposición le sacaron en el periódico Ya, Ā«pero no supe aprovechar el momentoĀ», y no vendió nada. MĆ”s tarde volverĆa a Santander, donde montó otra tienda de marcos.
Apenas ha comercializado obras propias, aunque sĆ ha participado en muchas exposiciones. En una de las Ćŗltimas muestras colectivas, en Torrelavega, llevó el cuadro de los nĆŗmeros primos y lo empezaron a criticar. Ā«Ellos pintaban manzanitas, vaquitas, riachuelosĀ», recuerda. Descolgó el suyo de la pared y se lo llevó. Mientras atravesaba la puerta cargando con el lienzo, la comisaria y la guarda jurado de la sala le dijeron que esa pintura era su preferida. Ćl no hizo ni caso y el hueco del cuadró dejó la pared vacĆa, como Ć©l despuĆ©s del divorcio:
āPero con el tiempo, la edad y la soledad āresumeā se aprende mucho. Mi vida es muy azarosa. Muy cabrona.
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A Pedro DĆaz Obregón la pintura āaseguraā le ha evitado Ā«hacer muchas tonterĆasĀ», aunque no un divorcio traumĆ”tico. Todo empezó ahĆ: se dolió tanto que de tanta sangre su pintura merodeó en lienzos que cubren ahora cinco salas del Museo Pobre del Pintor. Ā«La pinturaĀ», dice Ā«me absorbió».
DĆaz Obregón no oculta aquel desgarro que aĆŗn colea, como intacto. No hay pĆ”rrafo que no vaya acompaƱado de la coletilla Ā«mi exmujerĀ», ni dardo que no vaya contra su exmujer, pero al fin, aflojando, dice que no tiene una cruzada contra āde nuevoā su exmujer, sino contra el sistema judicial:
āMe siento discriminado no como hombre, sino como bueno.
Del divorcio hace ya muchos aƱos āĀ«pon el aƱo 90Ā»ā; muchos mĆ”s de la pintura āaƱos 40ā, pero el Museo Pobre del Pintor, a la sombra del monasterio franciscano en Soto Iruz, Cantabria, no tiene mĆ”s de 15 aƱos.
DĆaz Obregón tiene 79 aƱos y unos ojos azules como el rĆo Pas, que apenas balbucea en esta primavera seca a su paso por el pueblo, y unos Ć”giles dedos que han hibernado en los Ćŗltimos meses. No le gusta pintar con frĆo, aunque para Ć©l lo mĆ”s gĆ©lido es su historia. Ā«Yo era el ser mĆ”s despreciable de la humanidadĀ», dice con una mueca. El episodio le costó la relación con sus tres hijos, que va retomando como a pequeƱos sorbos con uno de ellos, el varón.
āĀæSĆ?
āDespuĆ©s de 25 aƱos y gracias a mi nuera. Las mujeres son mĆ”s incisivas.
El divorció le llevó por delante, durante 25 años, el contacto con ellos, pero ahora se concede una tregua burlona porque «los tres chavales», dice, «estudiaron arte: ninguno costura, como mi ex».
La casa donde vive, pinta, maldice y expone la compró en 1982 cuando intuyó que tenĆa que tener un vientre de ballena donde recrear su mundo, hacer lo que le viniera en gana; ir, venir, salir, volver āo noā, entrar y dejar entrar.
āAquĆ no viene nadie: no sĆ© si lo he pasado putas o canutas.
Dice DĆaz Obregón que mĆ”s tarde contarĆ” que sĆ viene mucha gente (esta maƱana tres coches llenos de una misma familia), cada dĆa o tres caminantes que llegan desde un balneario cercano, otros a quienes les llega en un soplo que un pintor se pelea contra sĆ mismo en un museo que alguna vez fue una cuadra.
AsĆ ha llegado a media tarde un matrimonio de pensión anĆ©mica y ganas de apretar el gatillo, de desear tiempos de mĆ”s orden, menos inmigrantes, mĆ”s seguridad. DĆaz Obregón, apretando los labios, es amable: deja que ambos se extiendan y magreen la realidad a su antojo. Entonces resuelve el discurso de ambos con un simpĆ”tico Ā«hombre, yo no creo que sea asĆĀ». El matrimonio, afable, de esos que se han quemado las pestaƱas trabajando, dice que volverĆ” al museo otro dĆa. DĆaz Obregón, defensor de causas perdidas, les responde:
āPero yo volverĆ© a hablar de lo mĆo.
***
El Museo Pobre del Pintor tiene 54 cuadros. Al entrar por la puerta, uno se topa de frente con una Pandora en el que un mecanismo motorizado abre y cierra el baúl. «Tiene varios significados: el hombre estÔ supeditado a la belleza femenina, ella es la que manda. EstÔ uno que tilila», explica.
Las mujeres, siempre, sin el rostro definido: Ā«La cara de la mujer no consigue uno acabarla. No puedoĀ». Pero tambiĆ©n la justicia, el desengaƱo polĆtico y los militares componen su obra: el pintor lleva inmerso un aƱo en un gran lienzo de una aleación de refugiados de ahora y del pasado, con referencias a la guerra civil espaƱola, al MediterrĆ”neo y a la barbarie de estos tiempos. El mar, un inmenso remolino que ingiere todo, estĆ” circundado por la arena bermellón de un presente inflamado.
En su experiencia, DĆaz Obregón ha querido alimentarse de los movimiento de protesta como el 15-M o la PAH, en los que ha estado muy involucrado. Ā«Pero no por candidez, sino para coger experiencias y pintar cuadrosĀ», explica. Y delante, un lienzo del atentado islamista de Madrid con el nombre de todas las vĆctimas naufragando. Una vez, cuenta el artista, un matrimonio se quebró en un llanto delante del cuadro. Eran los padres de un chico que habĆa muerto aquel 11 de marzo.
Los periódicos han hablado de Pedro. Por ejemplo, han titulado que presenta Ā«su espectacular obraĀ»; que Ā«presenta cuadros luminosos y romĆ”nticos, acordes con el carĆ”cter del autorĀ»; han escrito sobre el Ā«alarde de maestrĆa en la colección que presenta el cĆ”ntabro DĆaz ObregónĀ»; la prensa tambiĆ©n ha dicho de Ć©l que Ā«plasma un contenido reivindicativo basado en experiencias propias y centrado en la lucha del individuo frente al poder organizadoĀ».
Frente a descripciones ajenas, Ʃl se describe como alguien que mezcla luchas, intuiciones y dolores. Dice que es un pintor expresionista clƔsico.
āĀæY en lenguaje popular?
Se le aprieta la risa en la garganta y responde con lo que dijo, al ver la galerĆa por primera vez, su hijo: Ā«QuĆ© chorradaĀ».
En las salas se ven retratos de mujeres, de ningún hombre, uno en el que a Cristo crucificado le sale de la boca un leve «Madre, soy indignado». O su cuadro favorito, titulado Baile de los números malditos. Viene de su divorcio y aparece él, sentado sobre libros, una silla noble desocupada y una sopa revuelta de letras. «El abogado me dejó abandonado», recuerda ahora, «y trataron de hacerme trampas con unos cuestionarios, con mentiras». Su separación, cuenta, le costó 70.000 euros y cinco abogados, a tres de los cuales denunció.
Las confesiones de Pedro son verbales, pero sobre todo estÔn en los gritos dibujados de cuadros en los que suele retratarse a sà mismo. «Me es cómodo fotografiarme y reproducirme. Quiero tener personas que existen», detalla. En ese proceso vivo, todo en constante cambio, quienes se acercan a visitar el museo también moldean su creación con las opiniones. «Y encima», se consuela, «te adulan un poco».
Pero nadie deja dinero: aquĆ estĆ” prohibido que entre un solo euro. Tampoco vende cuadros, ni acepta encargos, ni otras sombras de sospecha que le hagan flaquear en sus convicciones por si Hacienda le reclama algo. No le importa el dinero.
āCuando estĆ” uno libre de todo le da igual. Al ser mayorā¦
Después saca la mano, va estirando cada uno de los dedos de los puños apretados y despliega hasta ocho: el número de años que le quedan de vida.
***
En Cantabria, a Pedro le llaman el madrileƱo, pero en Madrid le llamaban el pasiego. Llegó a la capital tras nacer en Santander en plena guerra y forjó sus maneras en las calles embarradas vendiendo leche junto a su padre. TenĆa algo de insumiso, de golfillo barojiano que acababa con coscorrones y consejos paternalistas de la policĆa y la regaƱina de su madre cuando alguien le dijo, cinco duros mediante, que gritaraĀ Ā«Franco es un cabrónĀ». El castigo que le impusieron fue gritar que era un santo.
DespuĆ©s pasó a la academia de arte de la calle del Tesoro mientras seguĆa vendiendo leche.Ā En 1962 abrió una tienda de marcos en la calle San Vicente Ferrer. Ā«De solteroĀ», subraya. TambiĆ©n fue copista, durante dos aƱos, del Museo del Prado, dondeĀ reprodujo, entre otros, al Saturno de Rubens, y asĆ logró la firma del catedrĆ”tico Luis Marco PĆ©rez. Todo fue aprendizaje, destrezas y la versatilidad de someterse al embrujo particular de cada pintor. TambiĆ©n le expusieron en la casa de la PanaderĆa, en la Plaza Mayor. Tras aquella exposición le sacaron en el periódico Ya, Ā«pero no supe aprovechar el momentoĀ», y no vendió nada. MĆ”s tarde volverĆa a Santander, donde montó otra tienda de marcos.
Apenas ha comercializado obras propias, aunque sĆ ha participado en muchas exposiciones. En una de las Ćŗltimas muestras colectivas, en Torrelavega, llevó el cuadro de los nĆŗmeros primos y lo empezaron a criticar. Ā«Ellos pintaban manzanitas, vaquitas, riachuelosĀ», recuerda. Descolgó el suyo de la pared y se lo llevó. Mientras atravesaba la puerta cargando con el lienzo, la comisaria y la guarda jurado de la sala le dijeron que esa pintura era su preferida. Ćl no hizo ni caso y el hueco del cuadró dejó la pared vacĆa, como Ć©l despuĆ©s del divorcio:
āPero con el tiempo, la edad y la soledad āresumeā se aprende mucho. Mi vida es muy azarosa. Muy cabrona.
Pues el mejor y mas completo artĆculo que me han hecho, mis felicitaciones Diego Cobo y ademĆ”s altruistamente sin cobrar absolutamente nada, ni siquiera en obra. Gracias, si son con el corazón quizĆ”s sean suficientes. Un abrazo.
Hola ex cuƱado me alegro de ver que existes saludos desde MƩxico
QuƩ buena tarde pasamos, Pedro. Gracias por abrirnos tus puertas. Diego.
Un ser GENIAL
Es una persona genial, en todos los sentidos. Espero se le reconozca.
Tuve la suerte de visitar en junio su museo. Y descubri que es una persona entraƱable, comprometida consigo misma.
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