“No fue sencillo convencer a la gente de que criar peces en el desierto tenía sentido”, es probablemente la frase que más veces ha tenido que repetir en los 30 últimos años Samuel Appelbaum. Profesor universitario y científico, este hombre menudo y de palabra ágil, es el culpable del asombroso desarrollo de la cría de pescado en el desierto israelí. Con sobrada experiencia en este campo, Appelbaum fue el primero en acuñar el término “acuacultura”, allá por la década de los 80, cuando junto a un grupo de investigadores empezó a estudiar diversas técnicas para ver cómo se podían mejorar las condiciones de vida en tierras áridas y semiáridas.
En ese sentido, no es ninguna casualidad que fuese en Israel donde comenzase a llevarse a cabo este proyecto: “Con poca tierra fértil y escasa agua, no nos quedaban muchas opciones más que investigar cómo lograrlo”, explica el científico.
Dichas investigaciones concluyeron en que el agua salobre de los acuíferos subterráneos del desierto era perfecta para la crianza de peces de aguas templadas. A cientos de metros de profundidad, protegida de cualquier tipo de contaminante y con una décima parte menos de solución salina que el agua del mar, el agua subterránea casaba con la idea de comenzar a producir piscifactorías en pleno desierto del Néguev. Sin embargo, conseguir los medios para las “granjas de pescado” y el interés del resto de la comunidad científica no fue tan sencillo.
“Casi fue más difícil acabar con la mala reputación de que la tierra árida no es fértil que llevar a cabo el proceso, una vez finalizada la investigación. Incluso hoy, mucha gente sigue sin entender cómo se puede producir pescado en el desierto. Hay que cambiar esa filosofía”, dice Appelbaum, que ve en esta técnica una posible vía de desarrollo para naciones en vías de desarrollo. Por el momento, países como China, Australia o Tanzania ya han copiado modelo.
Sin embargo, las bondades del agua subterránea del desierto israelí no acaban ahí. Mucho más barata y fácil de conseguir, es especialmente útil como fertilizante para cultivos. Después de haber sido utilizada en las granjas, es reciclada para irrigar muchos de los campos trabajados por los agricultores locales, creando de este modo una importante cadena humana donde no solo los productores de peces son los favorecidos.
Además de un uso mucho más racional del agua, también se ha conseguido una importante reducción en la utilización de fertilizantes químicos. Si bien los agricultores tomaron la iniciativa con cierto escepticismo, los resultados no tardaron no llegar. De hecho, en la actualidad, muchos de los productos como espárragos o tomates cherry que se consumen en Europa durante el invierno provienen de estas granjas.
Con respecto a los posibles daños medioambientales que estas granjas puedan causar en el complejo –y rico- ecosistema del desierto, Appelbaum no se muestra especialmente preocupado: “Hemos tratado de minimizar el impacto todo lo posible. Sin embargo, todo tipo de avance, todo tipo de esfuerzo tecnológico supone modificar el entorno donde se lleva a cabo. Decir lo contrario sería mentir. De cualquier manera, en el caso que nos ocupa, el perjuicio medioambiental ha sido mínimo y casi podríamos hablar de total armonía entre ambas cosas. Y no ya solo por las dimensiones del proyecto, sino sobre todo por las características ecológicas del desierto, que se adaptan perfectamente a los requerimientos necesarios para la construcción y desarrollo de las granjas. Si hubiésemos estado en un bosque de hayas, la cosa probablemente hubiese sido bien distinta”, zanja con humor.
Cabe destacar que lo que empezó siendo un proyecto científico se está convirtiendo en un lucrativo negocio. De momento, son dos los grandes productores en Israel, con una producción de alrededor de 200 toneladas anuales de pescado comestible como el róbalo o el salmonete, así como una menor producción de peces de tipo ornamental o de acuario.
Sin embargo, parece que el modelo se expande y ya hay más de una decena de granjas en los desiertos del Néguev y Aravá que están empezando a producir en los mismos términos que las anteriores. Al contrario que el resto de la industria alimentaria, en clara caída por la crisis económica, estas productoras se han beneficiado de un importante aumento en el consumo de pescado. Bien por motivos de salud, bien por el descenso de la venta de carnes rojas tras los escándalos que han afectado a esta industria durante los últimos meses, las granjas de pescado son a día de hoy de los pocos negocios que no solo se mantienen en pie sino que demuestran un crecimiento sólido.
“Nuestra experiencia debería animar a muchos países y agricultores de zonas remotas. Con una inversión inicial no excesivamente alta se pueden conseguir excelentes resultados. Solo el mercado internacional de peces ornamentales movió el pasado año unos 10.000 millones de dólares, que no está nada mal”, remata Appelbaum.
En ese sentido, el único problema con el que se tendrían que enfrentar estas granjas en el futuro es la posibilidad de que se agoten los acuíferos subterráneos. De momento, y según un estudio reciente, estos manantiales disponen de miles de millones de metros cúbicos de agua, lo que permitiría seguir desarrollando la cría de pescado en el desierto durante al menos unos 50 años más. Antes de que se acabe, todo parece indicar que el agua desalinizada del mar y avances tecnológicos serán la próxima respuesta de los científicos a la cría de peces en el desierto israelí.
“No fue sencillo convencer a la gente de que criar peces en el desierto tenía sentido”, es probablemente la frase que más veces ha tenido que repetir en los 30 últimos años Samuel Appelbaum. Profesor universitario y científico, este hombre menudo y de palabra ágil, es el culpable del asombroso desarrollo de la cría de pescado en el desierto israelí. Con sobrada experiencia en este campo, Appelbaum fue el primero en acuñar el término “acuacultura”, allá por la década de los 80, cuando junto a un grupo de investigadores empezó a estudiar diversas técnicas para ver cómo se podían mejorar las condiciones de vida en tierras áridas y semiáridas.
En ese sentido, no es ninguna casualidad que fuese en Israel donde comenzase a llevarse a cabo este proyecto: “Con poca tierra fértil y escasa agua, no nos quedaban muchas opciones más que investigar cómo lograrlo”, explica el científico.
Dichas investigaciones concluyeron en que el agua salobre de los acuíferos subterráneos del desierto era perfecta para la crianza de peces de aguas templadas. A cientos de metros de profundidad, protegida de cualquier tipo de contaminante y con una décima parte menos de solución salina que el agua del mar, el agua subterránea casaba con la idea de comenzar a producir piscifactorías en pleno desierto del Néguev. Sin embargo, conseguir los medios para las “granjas de pescado” y el interés del resto de la comunidad científica no fue tan sencillo.
“Casi fue más difícil acabar con la mala reputación de que la tierra árida no es fértil que llevar a cabo el proceso, una vez finalizada la investigación. Incluso hoy, mucha gente sigue sin entender cómo se puede producir pescado en el desierto. Hay que cambiar esa filosofía”, dice Appelbaum, que ve en esta técnica una posible vía de desarrollo para naciones en vías de desarrollo. Por el momento, países como China, Australia o Tanzania ya han copiado modelo.
Sin embargo, las bondades del agua subterránea del desierto israelí no acaban ahí. Mucho más barata y fácil de conseguir, es especialmente útil como fertilizante para cultivos. Después de haber sido utilizada en las granjas, es reciclada para irrigar muchos de los campos trabajados por los agricultores locales, creando de este modo una importante cadena humana donde no solo los productores de peces son los favorecidos.
Además de un uso mucho más racional del agua, también se ha conseguido una importante reducción en la utilización de fertilizantes químicos. Si bien los agricultores tomaron la iniciativa con cierto escepticismo, los resultados no tardaron no llegar. De hecho, en la actualidad, muchos de los productos como espárragos o tomates cherry que se consumen en Europa durante el invierno provienen de estas granjas.
Con respecto a los posibles daños medioambientales que estas granjas puedan causar en el complejo –y rico- ecosistema del desierto, Appelbaum no se muestra especialmente preocupado: “Hemos tratado de minimizar el impacto todo lo posible. Sin embargo, todo tipo de avance, todo tipo de esfuerzo tecnológico supone modificar el entorno donde se lleva a cabo. Decir lo contrario sería mentir. De cualquier manera, en el caso que nos ocupa, el perjuicio medioambiental ha sido mínimo y casi podríamos hablar de total armonía entre ambas cosas. Y no ya solo por las dimensiones del proyecto, sino sobre todo por las características ecológicas del desierto, que se adaptan perfectamente a los requerimientos necesarios para la construcción y desarrollo de las granjas. Si hubiésemos estado en un bosque de hayas, la cosa probablemente hubiese sido bien distinta”, zanja con humor.
Cabe destacar que lo que empezó siendo un proyecto científico se está convirtiendo en un lucrativo negocio. De momento, son dos los grandes productores en Israel, con una producción de alrededor de 200 toneladas anuales de pescado comestible como el róbalo o el salmonete, así como una menor producción de peces de tipo ornamental o de acuario.
Sin embargo, parece que el modelo se expande y ya hay más de una decena de granjas en los desiertos del Néguev y Aravá que están empezando a producir en los mismos términos que las anteriores. Al contrario que el resto de la industria alimentaria, en clara caída por la crisis económica, estas productoras se han beneficiado de un importante aumento en el consumo de pescado. Bien por motivos de salud, bien por el descenso de la venta de carnes rojas tras los escándalos que han afectado a esta industria durante los últimos meses, las granjas de pescado son a día de hoy de los pocos negocios que no solo se mantienen en pie sino que demuestran un crecimiento sólido.
“Nuestra experiencia debería animar a muchos países y agricultores de zonas remotas. Con una inversión inicial no excesivamente alta se pueden conseguir excelentes resultados. Solo el mercado internacional de peces ornamentales movió el pasado año unos 10.000 millones de dólares, que no está nada mal”, remata Appelbaum.
En ese sentido, el único problema con el que se tendrían que enfrentar estas granjas en el futuro es la posibilidad de que se agoten los acuíferos subterráneos. De momento, y según un estudio reciente, estos manantiales disponen de miles de millones de metros cúbicos de agua, lo que permitiría seguir desarrollando la cría de pescado en el desierto durante al menos unos 50 años más. Antes de que se acabe, todo parece indicar que el agua desalinizada del mar y avances tecnológicos serán la próxima respuesta de los científicos a la cría de peces en el desierto israelí.
Hace unos días carne humana, ahora peces cultivados en el desierto y a despilfarrar agua en el desierto de Israel porque “según un estudio reciente (¿cuál?), estos manantiales disponen de miles de millones de metros cúbicos de agua, lo que permitiría seguir desarrollando la cría de pescado en el desierto durante al menos unos 50 años más… ¿qué ha pasado en Yorokobu?
El artículo de La carne humana es un artículo satírico dentro de una columna de opinión semanal y este método es interesante por una simple razón, puede ayudar a cultivar comida en lugares del mundo donde hay hambre. Está claro que no es óptimo y tiene mucho que mejorar pero no deja de ser interesante. Saludos.
No hay que obviar tampoco cómo se usa ese agua. Se recicla y se utiliza para regar los cultivos. Hay mucho que avanzar pero se puede aprender mucho de estos métodos avanzados.
En serio, por continuar e intentar abrir caminos de opinión… Y sin entrar a valorar la vida de los animales, ojo, que creo que es terreno perdido aunque no es cuestión baladí.
Esas aguas, en esas piscinas que aparecen en las fotos, están cargadas de antibióticos que los peces necesitan para sobrevivir en unas condiciones de estancamiento, insalubridad, etc. Hay dentro mueren peces todos los días y utilizan químicos para “limpiar” el agua.
No me gustaría utilizar ese agua para el riego agrícola o cualquier otra forma que vaya a acabar en mi organismo. De verdad, no quiero polemizar, ni parecer un borde. Soy lector de la revista, he participado en Hazlo Tú y demás… pero me parece chocante encontrar estos dos artículos tan seguidos y tan poco agradables y acertados.
Hola Jorge, tu crítica es bienvenida pero no creo que podemos descartar algunas soluciones como éstas para dar de comer al mundo. Se tienen que mejorar muchas cosas pero también se están consiguiendo unos avances muy interesantes que pueden tener aplicaciones en otros países en el futuro. Nosotros lo presentamos y lectores como tu pueden valorar y criticarlo si lo ven adecuado. No estamos diciendo que esto sea la mejor solución pero no deja de ser un caso de estudio interesante.
Sobre el artículo de la carne humana, es una columna de opinión satírica. Eso no significa que te tenga que gustar pero creo que hay que tener esto en cuenta.
Gracias por participar también en Hazlo tú. Saludos.
#Jorge# hombre, dedicar agua para cría de pescado no me parece un despilfarro, otra cosa son los campos de golf que tienen en Israel..
Yo prefiero pescado salvaje pero entiendo que no hay para todo el mundo y es una buena solución..
Por partes, y con ánimo de ofrecer “la otra versión”, pero sobre todo con ánimo de profundizar más sobre el tema y dialogar…
¿De dónde viene el capital para esas inversiones en Israel? ¿Seguramente de EE.UU? ¿Cuántos israelíes van a poder acceder al consumo de este pescado? Vale, eso por el hecho en sí de escoger Israel, país que desde el Google Maps parece no tener mucha agua.
Luego, ¿existe realmente un problema de carencia de pescado o simplemente buscamos aumentar una producción que permita mantener precios bajos y mantener el despilfarro de comida que se va directamente a la basura TODOS LOS DÍAS Y A LOS OJOS DE TODOS?
Y por último, para acabar este tostón hablar de energía y recursos. Contar con los acuíferos subterráneos habla de la mala gestión de un recurso que es necesidad vital básica, y no habla bien que estemos buscando bajo tierra. Por desgracia, no es necesario ir a Israel para ver despilfarros de agua. Aquí, en el mediterráneo, existen plantas desalizadoras que para obtener un recurso como consumen cantidades ingentes de electricidad, generan un fuerte impacto ambiental y destrozan el litoral.
Creo sinceramente que cultivar animales como si fueran margaritas no es la solución a nada. Cambiar hábitos y conductas de consumo sí lo es, pero claro, esto supone modificaciones a nivel personal, y resulta más fácil cambiar un territorio…
No quiero insistir por si resulta desagradable…pero sí que me gustaría conocer el estudio al que se alude en el artículo. Gracias
Hola Jorge. No estás siendo borde. Aquí tienes un link: http://www.fao.org/docrep/015/ba0114e/ba0114e06.pdf
En la página 117 tienes información al respecto. Hay que puntualizar que no estamos diciendo que esto sea la panacea pero no deja de ser un caso de estudio interesante. Saludos.
🙂
Jolines, me quedo casi peor leyéndolo. Esto de mezclar km2 de desierto, dinero, mercado y exportación sin señalar ni una de las problemáticas ambientales derivadas no me parece realmente interesante y me suena bastante. Está cogidito con pinzas; lo lees y parece que el agua es abrir un grifo y a esperar. Buenos días!
espectacular!!! me encantan vuestras noticias
Hace unos días carne humana, ahora peces cultivados en el desierto y a despilfarrar agua en el desierto de Israel porque “según un estudio reciente (¿cuál?), estos manantiales disponen de miles de millones de metros cúbicos de agua, lo que permitiría seguir desarrollando la cría de pescado en el desierto durante al menos unos 50 años más… ¿qué ha pasado en Yorokobu?
El artículo de La carne humana es un artículo satírico dentro de una columna de opinión semanal y este método es interesante por una simple razón, puede ayudar a cultivar comida en lugares del mundo donde hay hambre. Está claro que no es óptimo y tiene mucho que mejorar pero no deja de ser interesante. Saludos.
No hay que obviar tampoco cómo se usa ese agua. Se recicla y se utiliza para regar los cultivos. Hay mucho que avanzar pero se puede aprender mucho de estos métodos avanzados.
En serio, por continuar e intentar abrir caminos de opinión… Y sin entrar a valorar la vida de los animales, ojo, que creo que es terreno perdido aunque no es cuestión baladí.
Esas aguas, en esas piscinas que aparecen en las fotos, están cargadas de antibióticos que los peces necesitan para sobrevivir en unas condiciones de estancamiento, insalubridad, etc. Hay dentro mueren peces todos los días y utilizan químicos para “limpiar” el agua.
No me gustaría utilizar ese agua para el riego agrícola o cualquier otra forma que vaya a acabar en mi organismo. De verdad, no quiero polemizar, ni parecer un borde. Soy lector de la revista, he participado en Hazlo Tú y demás… pero me parece chocante encontrar estos dos artículos tan seguidos y tan poco agradables y acertados.
Hola Jorge, tu crítica es bienvenida pero no creo que podemos descartar algunas soluciones como éstas para dar de comer al mundo. Se tienen que mejorar muchas cosas pero también se están consiguiendo unos avances muy interesantes que pueden tener aplicaciones en otros países en el futuro. Nosotros lo presentamos y lectores como tu pueden valorar y criticarlo si lo ven adecuado. No estamos diciendo que esto sea la mejor solución pero no deja de ser un caso de estudio interesante.
Sobre el artículo de la carne humana, es una columna de opinión satírica. Eso no significa que te tenga que gustar pero creo que hay que tener esto en cuenta.
Gracias por participar también en Hazlo tú. Saludos.
#Jorge# hombre, dedicar agua para cría de pescado no me parece un despilfarro, otra cosa son los campos de golf que tienen en Israel..
Yo prefiero pescado salvaje pero entiendo que no hay para todo el mundo y es una buena solución..
Por partes, y con ánimo de ofrecer “la otra versión”, pero sobre todo con ánimo de profundizar más sobre el tema y dialogar…
¿De dónde viene el capital para esas inversiones en Israel? ¿Seguramente de EE.UU? ¿Cuántos israelíes van a poder acceder al consumo de este pescado? Vale, eso por el hecho en sí de escoger Israel, país que desde el Google Maps parece no tener mucha agua.
Luego, ¿existe realmente un problema de carencia de pescado o simplemente buscamos aumentar una producción que permita mantener precios bajos y mantener el despilfarro de comida que se va directamente a la basura TODOS LOS DÍAS Y A LOS OJOS DE TODOS?
Y por último, para acabar este tostón hablar de energía y recursos. Contar con los acuíferos subterráneos habla de la mala gestión de un recurso que es necesidad vital básica, y no habla bien que estemos buscando bajo tierra. Por desgracia, no es necesario ir a Israel para ver despilfarros de agua. Aquí, en el mediterráneo, existen plantas desalizadoras que para obtener un recurso como consumen cantidades ingentes de electricidad, generan un fuerte impacto ambiental y destrozan el litoral.
Creo sinceramente que cultivar animales como si fueran margaritas no es la solución a nada. Cambiar hábitos y conductas de consumo sí lo es, pero claro, esto supone modificaciones a nivel personal, y resulta más fácil cambiar un territorio…
No quiero insistir por si resulta desagradable…pero sí que me gustaría conocer el estudio al que se alude en el artículo. Gracias
Hola Jorge. No estás siendo borde. Aquí tienes un link: http://www.fao.org/docrep/015/ba0114e/ba0114e06.pdf
En la página 117 tienes información al respecto. Hay que puntualizar que no estamos diciendo que esto sea la panacea pero no deja de ser un caso de estudio interesante. Saludos.
🙂
Jolines, me quedo casi peor leyéndolo. Esto de mezclar km2 de desierto, dinero, mercado y exportación sin señalar ni una de las problemáticas ambientales derivadas no me parece realmente interesante y me suena bastante. Está cogidito con pinzas; lo lees y parece que el agua es abrir un grifo y a esperar. Buenos días!
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