7 de junio 2018    /   DIGITAL
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EEUU prohibió el pinball por considerarlo tan adictivo como la droga

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Estados Unidos prohibió durante años las mÔquinas de pinball por considerarlas tan adictivas como la heroína, el alcohol o las tragaperras.

Recientemente ha saltado las alarmas por la proliferación de apuestas vinculadas al Fifa, uno de los videojuegos mÔs populares del momento. Las asociaciones de padres y los grupos de prevención de la ludopatía ya han pedido medidas a las autoridades para controlar este tipo de situaciones.

Sin embargo, las alarmas y peligros relacionados con los videojuegos o mƔquinas recreativas no son algo nuevo. Mucho antes de que se popularizasen las videoconsolas domƩsticas, todo lo que envolvƭa a este ocio resultaba peligroso.

Para los adultos, los salones de recreativos eran un territorio hostil en el que se daban cita pandilleros, macarras, camellos, chaperos y depredadores sexuales. Algo de ello había, para qué negarlo. No hay mÔs que escuchar cómo operaba el asesino de Pedralbes, uno de los criminales mÔs violentos de la España de los 80. José Luis Cerveto, ese es su nombre, también era un peligroso pederasta.

A pesar de ello, como en todo en la vida, las satisfacciones de los salones recreativos siempre eran mƔs que los peligros que entraƱaban.

Ese alarmismo sobre las maquinitas no era algo propio de los años 70 u 80. Surgió en el momento mismo de su aparición. En los años 30 y 40 del siglo XX, las mÔquinas de pinball estuvieron prohibidas en ciudades como Nueva York o Chicago.

Las autoridades consideraban que, ademÔs de estar gestionadas por el crimen organizado, podían provocar graves adicciones en los niños. Si eso sucedía, los prohibicionistas afirmaban que los jóvenes comenzarían a robar a sus padres para costearse el vicio, y quién sabe si a vender su cuerpo. O algún órgano. De sus padres. Porque puestos a apostar por el alarmismo, hÔgase a conciencia.

Para entender ese temor de las autoridades es necesario conocer también cómo eran en origen las primeras mÔquinas de pinball. Los primeros diseños de estos ingenios mecÔnicos funcionaban sin que el usuario pudiera interferir en el juego. Es decir: tras introducir la moneda, la bola caía, golpeaba con los diferentes obstÔculos y se movía por el tablero de manera azarosa hasta perderse en el interior de la mÔquina. Un funcionamiento que las hacía excesivamente similares a las mÔquinas tragaperras.

La incorporación de los martillos laterales cambió radicalmente las mÔquinas de pinball, que pasaron de ser un mero juego de azar a convertirse en uno de habilidad. Sin embargo, los defensores de la moral continuaron con su campaña de desprestigio y prohibición.

El tema tuvo que resolverse en los tribunales de Chicago, instancia a la que acudió Roger Sharpe, un publicista vinculado a las compañías fabricantes que demostró a los jueces que el pinball era un juego de habilidad.

Para ello, Sharpe jugó varias partidas en la sala de juicios en las cuales iba anunciando, como hacen los expertos del billar, el lugar al que iba a ir a parar la bola en cada momento. Solo así las autoridades se convencieron de que el juego no estaba sujeto únicamente a la suerte.

Tras el éxito en la corte de Chicago, Sharpe comenzó un periplo que le llevó por los juzgados de Ohio, Texas o Virginia, lugares en los que el pinball estaba prohibido o sufría importantes restricciones. De hecho, a día de hoy, hay lugares en Estados Unidos donde continúan vigentes las limitaciones sobre este juego, como aquellas que impiden jugar al pinball a los menores de 21 años.

Una vez levantadas (mÔs o menos) las prohibiciones sobre estas mÔquinas, los fabricantes apostaron fuerte por el pinball. Se esmeraron en decorarlas con dibujos llamativos, e incluso produjeron modelos temÔticos sobre grupos musicales, héroes de cómic, películas o series de televisión.

Personajes como Wonder Woman, Superman, Batman, Los Ángeles de Charlie, El coche fantÔstico o La familia Addams tuvieron su propio pinball, y lo mismo sucedió con Kiss, The Rolling Stones, The Beatles en la etapa del Yellow Submarine, los Ramones y, por supuesto, The Who.

El grupo britÔnico creó toda una ópera rock, Tommy, basada en un personaje con graves deficiencias sensoriales y de comunicación que solo se relacionaba con el mundo a través de una mÔquina de pinball, gracias a la cual llegaba a convertirse en una especie de gurú para los jóvenes.

Han pasado mÔs de cuatro décadas desde la publicación y estreno de Tommy y, aunque pudiera parecer que los pinball no han evolucionado mÔs allÔ de lo estético, lo cierto es que los fabricantes no han parado de incorporar novedades destinadas a hacer las partidas mÔs entretenidas y complicadas a medida que la destreza de los jugadores aumenta.

Por ejemplo, los expertos en pinball saben que las bolas de los modelos de los 70 son mÔs lentas, mientras que las de los 80 son mÔs rÔpidas, algo a lo que también contribuye las inclinaciones del tablero o los accesorios colocados en su superficie. Lejos de ser detalles banales, todas estas innovaciones determinan la manera de jugar en la actualidad, de la misma manera que hay diferencias sustanciales entre el fútbol clÔsico y el fútbol moderno o entre  la NBA y la ACB.

Hablando de fútbol, la pasión del pinball ha hecho que se celebren en Estados Unidos convenciones de aficionados en las que participan jugadores, diseñadores, fabricantes y se organizan campeonatos profesionales con Ôrbitros titulados cuyos premios alcanzan los diez mil dólares. AdemÔs, como sucede con los deportes convencionales, también se pueden comprar cromos de aquellas personas que han marcado la historia de esta forma de ocio que, en el fondo, no deja de ser la abuela de los e-sports de hoy en día.

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Estados Unidos prohibió durante años las mÔquinas de pinball por considerarlas tan adictivas como la heroína, el alcohol o las tragaperras.

Recientemente ha saltado las alarmas por la proliferación de apuestas vinculadas al Fifa, uno de los videojuegos mÔs populares del momento. Las asociaciones de padres y los grupos de prevención de la ludopatía ya han pedido medidas a las autoridades para controlar este tipo de situaciones.

Sin embargo, las alarmas y peligros relacionados con los videojuegos o mƔquinas recreativas no son algo nuevo. Mucho antes de que se popularizasen las videoconsolas domƩsticas, todo lo que envolvƭa a este ocio resultaba peligroso.

Para los adultos, los salones de recreativos eran un territorio hostil en el que se daban cita pandilleros, macarras, camellos, chaperos y depredadores sexuales. Algo de ello había, para qué negarlo. No hay mÔs que escuchar cómo operaba el asesino de Pedralbes, uno de los criminales mÔs violentos de la España de los 80. José Luis Cerveto, ese es su nombre, también era un peligroso pederasta.

A pesar de ello, como en todo en la vida, las satisfacciones de los salones recreativos siempre eran mƔs que los peligros que entraƱaban.

Ese alarmismo sobre las maquinitas no era algo propio de los años 70 u 80. Surgió en el momento mismo de su aparición. En los años 30 y 40 del siglo XX, las mÔquinas de pinball estuvieron prohibidas en ciudades como Nueva York o Chicago.

Las autoridades consideraban que, ademÔs de estar gestionadas por el crimen organizado, podían provocar graves adicciones en los niños. Si eso sucedía, los prohibicionistas afirmaban que los jóvenes comenzarían a robar a sus padres para costearse el vicio, y quién sabe si a vender su cuerpo. O algún órgano. De sus padres. Porque puestos a apostar por el alarmismo, hÔgase a conciencia.

Para entender ese temor de las autoridades es necesario conocer también cómo eran en origen las primeras mÔquinas de pinball. Los primeros diseños de estos ingenios mecÔnicos funcionaban sin que el usuario pudiera interferir en el juego. Es decir: tras introducir la moneda, la bola caía, golpeaba con los diferentes obstÔculos y se movía por el tablero de manera azarosa hasta perderse en el interior de la mÔquina. Un funcionamiento que las hacía excesivamente similares a las mÔquinas tragaperras.

La incorporación de los martillos laterales cambió radicalmente las mÔquinas de pinball, que pasaron de ser un mero juego de azar a convertirse en uno de habilidad. Sin embargo, los defensores de la moral continuaron con su campaña de desprestigio y prohibición.

El tema tuvo que resolverse en los tribunales de Chicago, instancia a la que acudió Roger Sharpe, un publicista vinculado a las compañías fabricantes que demostró a los jueces que el pinball era un juego de habilidad.

Para ello, Sharpe jugó varias partidas en la sala de juicios en las cuales iba anunciando, como hacen los expertos del billar, el lugar al que iba a ir a parar la bola en cada momento. Solo así las autoridades se convencieron de que el juego no estaba sujeto únicamente a la suerte.

Tras el éxito en la corte de Chicago, Sharpe comenzó un periplo que le llevó por los juzgados de Ohio, Texas o Virginia, lugares en los que el pinball estaba prohibido o sufría importantes restricciones. De hecho, a día de hoy, hay lugares en Estados Unidos donde continúan vigentes las limitaciones sobre este juego, como aquellas que impiden jugar al pinball a los menores de 21 años.

Una vez levantadas (mÔs o menos) las prohibiciones sobre estas mÔquinas, los fabricantes apostaron fuerte por el pinball. Se esmeraron en decorarlas con dibujos llamativos, e incluso produjeron modelos temÔticos sobre grupos musicales, héroes de cómic, películas o series de televisión.

Personajes como Wonder Woman, Superman, Batman, Los Ángeles de Charlie, El coche fantÔstico o La familia Addams tuvieron su propio pinball, y lo mismo sucedió con Kiss, The Rolling Stones, The Beatles en la etapa del Yellow Submarine, los Ramones y, por supuesto, The Who.

El grupo britÔnico creó toda una ópera rock, Tommy, basada en un personaje con graves deficiencias sensoriales y de comunicación que solo se relacionaba con el mundo a través de una mÔquina de pinball, gracias a la cual llegaba a convertirse en una especie de gurú para los jóvenes.

Han pasado mÔs de cuatro décadas desde la publicación y estreno de Tommy y, aunque pudiera parecer que los pinball no han evolucionado mÔs allÔ de lo estético, lo cierto es que los fabricantes no han parado de incorporar novedades destinadas a hacer las partidas mÔs entretenidas y complicadas a medida que la destreza de los jugadores aumenta.

Por ejemplo, los expertos en pinball saben que las bolas de los modelos de los 70 son mÔs lentas, mientras que las de los 80 son mÔs rÔpidas, algo a lo que también contribuye las inclinaciones del tablero o los accesorios colocados en su superficie. Lejos de ser detalles banales, todas estas innovaciones determinan la manera de jugar en la actualidad, de la misma manera que hay diferencias sustanciales entre el fútbol clÔsico y el fútbol moderno o entre  la NBA y la ACB.

Hablando de fútbol, la pasión del pinball ha hecho que se celebren en Estados Unidos convenciones de aficionados en las que participan jugadores, diseñadores, fabricantes y se organizan campeonatos profesionales con Ôrbitros titulados cuyos premios alcanzan los diez mil dólares. AdemÔs, como sucede con los deportes convencionales, también se pueden comprar cromos de aquellas personas que han marcado la historia de esta forma de ocio que, en el fondo, no deja de ser la abuela de los e-sports de hoy en día.

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