āPuellae doctaeā: cuando a las mujeres se les permitió ser eruditas en el siglo XVI

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La primera mujer matriculada en una universidad espaƱola fue MarĆa Elena Maseras en 1876. Antes, si querĆas ir a la universidad, tenĆas que recurrir a trucos como vestirte de hombre, como hizo Concepción Arenal entre 1841 y 1846. Esto es por lo menos lo que dicen los libros de historia, olvidando que tres siglos antes hubo un grupo de pioneras que se convirtieron en una fascinante excepción: no solo estudiaron en la universidad, sino que algunas fueron incluso profesoras en ella. Formaban parte de las llamadas puellae doctae.
Entremos en contexto: estamos entre finales del siglo XV y en pleno XVI. Los ideales del Renacimiento y el Humanismo han llegado a EspaƱa: se da importancia a la formación, al individuo, las lenguas clĆ”sicas estĆ”n de moda y las universidades empiezan a aparecer como setas por toda la penĆnsula.
En las familias aristocrĆ”ticas y pertenecientes a cĆrculos intelectuales se daba mucha importancia a la educación de los hijos en los saberes humanistas. Y no dejaban fuera a las hijas: asĆ, de pronto, apareció una generación (muy pequeƱa, hablamos de una minorĆa privilegiada) de jóvenes mujeres expertas en cultura clĆ”sica, en filosofĆa, en latĆn, griego, hebreo y otras lenguas.
Lo Ćŗnico que no se les enseƱaba āaunque hubo excepcionesā era retórica, porque se consideraba que era lo que daba acceso al poder y, bueno, parecĆan pensar, tampoco hay que pasarse con lo de la igualdad, que al fin y al cabo acabamos de salir de la Edad Media.
El papel de las cortes
Estas puellae doctae (niƱas sabias) de buena familia y bien conectadas veĆan ademĆ”s todos sus esfuerzos de estudios recompensados por un ambiente propicio tambiĆ©n en las cortes, en las que coincidieron mujeres que impulsaban ese modelo. El mejor ejemplo es el de Isabel la Católica, quien, siempre muy preocupada por su propia falta de educación, no quiso que sus hijas tuviesen el mismo problema. Para ello, llamó a varias de estas mujeres para instruirlas tanto a ella como a su prole en todo el saber clĆ”sico.
Esto dio como resultado que, por ejemplo, Catalina de Aragón, hija menor de Isabel y Fernando y futura primera mujer de Enrique VIII de Inglaterra, hablase castellano, latĆn (ambos los escribĆa tambiĆ©n), griego y francĆ©s (y posiblemente aprendiera tambiĆ©n inglĆ©s mĆ”s adelante). HabĆa estudiado tambiĆ©n derecho, filosofĆa, literatura clĆ”sica, aritmĆ©tica, herĆ”ldicaā¦
En Portugal, en la corte de Lisboa, pasó algo similar unos aƱos despuĆ©s, en la Ć©poca de la infanta MarĆa de Portugal (1521-1577). Ella misma, de quien se decĆa que tenĆa un talento especial para las lenguas, habĆa sido educada en ese ideal, y de mayor se rodeó tambiĆ©n de mujeres eruditas, como cuenta Cristina Borreguero en su artĆculo Puellae doctae en las cortes peninsulares, y aprovechó su fortuna para proteger las artes.
Beatriz Galindo para Isabel I, Luisa de Sigea para MarĆa de Portugal
Pero ¿quiénes eran ellas?, ¿qué sabemos? Desgraciadamente y, salvo algunas excepciones, sabemos muy poco. Tenemos sus nombres y podemos seguir un poco sus pasos a través de referencias sobre todo en cartas, pero casi nunca son ellas, que claro que escribieron, y mucho, las firmantes, ya que se conserva muy poco de su propia producción.
Una de las mujeres mĆ”s importantes del grupo fue Beatriz Galindo (1465-1535), cuyo dominio del latĆn hablado y escrito ya a los 15 aƱos le valió el sobrenombre de Ā«la LatinaĀ». Todo parecĆa indicar que iba a acabar siendo monja, pero poco antes de entrar en el convento fue llamada por Isabel I para unirse a la corte: fue ella una de las educadoras de las infantas y, ademĆ”s, tenĆa bastante influencia sobre la reina, que valoraba mucho sus consejos.
MĆ”s adelante fundó, entre otras cosas, el Hospital de la Concepción de Nuestra SeƱora, conocido como Hospital de la Latina y, sĆ, posiblemente responsable del nombre del barrio madrileƱo.
Su equivalente en la corte de Lisboa, mĆ”s literaria (la corte) que lingüĆstica, fue Luisa de Sigea. Nacida en 1522, su dominio de las lenguas era impresionante se mire por donde se mire: francĆ©s, portuguĆ©s, espaƱol, italiano, latĆn, griego, hebreo, Ć”rabe y sirĆaco. AdemĆ”s, sabĆa de historia, filosofĆa y poesĆa y tuvo una producción literaria, con poemas en castellano y latĆn, bastante importante, especialmente teniendo en cuenta que no llegó a cumplir los 40 aƱos.
Las universitarias
Pero no todas crecieron de la mano de la realeza. EstĆ”n las que pisaron las universidades y llegaron en ellas a puestos en los que incluso ahora las mujeres son minorĆa. El caso mĆ”s conocido es el de Luisa de Medrano, nacida en 1484, sobre la que hay bastante consenso a la hora de reconocerla como primera profesora universitaria en el mundo hispĆ”nico y que llegó incluso a ser catedrĆ”tica de LatĆn en la Universidad de Salamanca a los 24 aƱos (sucediendo a Antonio de Nebrija).
Y, hablando de Nebrija, autor de la primera gramÔtica del español, su hija Francisca no solo ayudó a su padre en la investigación y elaboración del famoso texto, sino que también ocupó la cÔtedra de Retórica (y he aquà una de las excepciones en este tema) en AlcalÔ de Henares que el humanista dejó libre tras su muerte.
TambiĆ©n en la universidad estudió Juana de Contreras, quien en 1504 mantenĆa un debate que parece casi actual en unas cartas con su maestro Lucio Marineo SĆculo: Juana querĆa referirse a sĆ misma como heroĆna en un texto y usar la forma latina heroina (primera declinación y forma que no existĆa en el latĆn clĆ”sico) y no herois, que Lucio insistĆa en que era lo correcto para ambos sexos.
AdemÔs, claro, al maestro le molestaba incluso mÔs el empeño de Contreras en querer usar para sà ese sustantivo, dejÔndose llevar por la ambición en vez de las virtudes de su sexo.
La querella de las mujeres y el protofeminismo
Parece que Lucio Marineo SĆculo tenĆa claro dónde se situaba en la llamada querella de las mujeres, un debate filosófico y polĆtico que empezó en el siglo XIV y se alargó hasta bien entrado el XVIII, sobre si las mujeres eran inferiores a los hombres por naturaleza.
Si bien Ć©l era en realidad algo avanzado para la Ć©poca (tenĆa a una alumna de latĆn y reconocĆa que era buena y hay cartas en las que se deshace en elogios hablando de otras puellae doctae), sabĆa cuĆ”l era el lugar natural de las mujeres: son musas (inspiradoras de hĆ©roes), no heroĆnas.
En este debate participaron tambiĆ©n algunas de la puellae doctae. Teresa de Cartagena, por ejemplo, religiosa del siglo XV y que tambiĆ©n estuvo en la corte de Isabel la Católica, escribió el que podrĆa ser el primer texto feminista escrito por una espaƱola: lo hizo cuando se enteró de que mucha gente ponĆa en duda que fuese ella quien habĆa escrito el tratado mĆstico Arboleda de los enfermos (era demasiado bueno para que lo hubiese escrito una mujer). En su respuesta, Admiración de las obras de Dios, defendĆa el nivel intelectual de las mujeres.
Las puellae doctae, que no eran algo exclusivo de la penĆnsula, desaparecieron por aquĆ cuando dejó de estar de moda tanto pensar y tanto humanismo (siguió habiendo afortunadas excepciones, como Oliva de Sabuco).
Fueron vĆctimas colaterales de la Contrarreforma, que acabó con ese ambiente propicio para lo intelectual, lo cientĆfico y esos primeros tĆmidos intentos de defender que a lo mejor las mujeres (de buena familia) podĆan dedicarse a algo que no fuese ser un bonito adorno que ademĆ”s produce bebĆ©s.
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La primera mujer matriculada en una universidad espaƱola fue MarĆa Elena Maseras en 1876. Antes, si querĆas ir a la universidad, tenĆas que recurrir a trucos como vestirte de hombre, como hizo Concepción Arenal entre 1841 y 1846. Esto es por lo menos lo que dicen los libros de historia, olvidando que tres siglos antes hubo un grupo de pioneras que se convirtieron en una fascinante excepción: no solo estudiaron en la universidad, sino que algunas fueron incluso profesoras en ella. Formaban parte de las llamadas puellae doctae.
Entremos en contexto: estamos entre finales del siglo XV y en pleno XVI. Los ideales del Renacimiento y el Humanismo han llegado a EspaƱa: se da importancia a la formación, al individuo, las lenguas clĆ”sicas estĆ”n de moda y las universidades empiezan a aparecer como setas por toda la penĆnsula.
En las familias aristocrĆ”ticas y pertenecientes a cĆrculos intelectuales se daba mucha importancia a la educación de los hijos en los saberes humanistas. Y no dejaban fuera a las hijas: asĆ, de pronto, apareció una generación (muy pequeƱa, hablamos de una minorĆa privilegiada) de jóvenes mujeres expertas en cultura clĆ”sica, en filosofĆa, en latĆn, griego, hebreo y otras lenguas.
Lo Ćŗnico que no se les enseƱaba āaunque hubo excepcionesā era retórica, porque se consideraba que era lo que daba acceso al poder y, bueno, parecĆan pensar, tampoco hay que pasarse con lo de la igualdad, que al fin y al cabo acabamos de salir de la Edad Media.
El papel de las cortes
Estas puellae doctae (niƱas sabias) de buena familia y bien conectadas veĆan ademĆ”s todos sus esfuerzos de estudios recompensados por un ambiente propicio tambiĆ©n en las cortes, en las que coincidieron mujeres que impulsaban ese modelo. El mejor ejemplo es el de Isabel la Católica, quien, siempre muy preocupada por su propia falta de educación, no quiso que sus hijas tuviesen el mismo problema. Para ello, llamó a varias de estas mujeres para instruirlas tanto a ella como a su prole en todo el saber clĆ”sico.
Esto dio como resultado que, por ejemplo, Catalina de Aragón, hija menor de Isabel y Fernando y futura primera mujer de Enrique VIII de Inglaterra, hablase castellano, latĆn (ambos los escribĆa tambiĆ©n), griego y francĆ©s (y posiblemente aprendiera tambiĆ©n inglĆ©s mĆ”s adelante). HabĆa estudiado tambiĆ©n derecho, filosofĆa, literatura clĆ”sica, aritmĆ©tica, herĆ”ldicaā¦
En Portugal, en la corte de Lisboa, pasó algo similar unos aƱos despuĆ©s, en la Ć©poca de la infanta MarĆa de Portugal (1521-1577). Ella misma, de quien se decĆa que tenĆa un talento especial para las lenguas, habĆa sido educada en ese ideal, y de mayor se rodeó tambiĆ©n de mujeres eruditas, como cuenta Cristina Borreguero en su artĆculo Puellae doctae en las cortes peninsulares, y aprovechó su fortuna para proteger las artes.
Beatriz Galindo para Isabel I, Luisa de Sigea para MarĆa de Portugal
Pero ¿quiénes eran ellas?, ¿qué sabemos? Desgraciadamente y, salvo algunas excepciones, sabemos muy poco. Tenemos sus nombres y podemos seguir un poco sus pasos a través de referencias sobre todo en cartas, pero casi nunca son ellas, que claro que escribieron, y mucho, las firmantes, ya que se conserva muy poco de su propia producción.
Una de las mujeres mĆ”s importantes del grupo fue Beatriz Galindo (1465-1535), cuyo dominio del latĆn hablado y escrito ya a los 15 aƱos le valió el sobrenombre de Ā«la LatinaĀ». Todo parecĆa indicar que iba a acabar siendo monja, pero poco antes de entrar en el convento fue llamada por Isabel I para unirse a la corte: fue ella una de las educadoras de las infantas y, ademĆ”s, tenĆa bastante influencia sobre la reina, que valoraba mucho sus consejos.
MĆ”s adelante fundó, entre otras cosas, el Hospital de la Concepción de Nuestra SeƱora, conocido como Hospital de la Latina y, sĆ, posiblemente responsable del nombre del barrio madrileƱo.
Su equivalente en la corte de Lisboa, mĆ”s literaria (la corte) que lingüĆstica, fue Luisa de Sigea. Nacida en 1522, su dominio de las lenguas era impresionante se mire por donde se mire: francĆ©s, portuguĆ©s, espaƱol, italiano, latĆn, griego, hebreo, Ć”rabe y sirĆaco. AdemĆ”s, sabĆa de historia, filosofĆa y poesĆa y tuvo una producción literaria, con poemas en castellano y latĆn, bastante importante, especialmente teniendo en cuenta que no llegó a cumplir los 40 aƱos.
Las universitarias
Pero no todas crecieron de la mano de la realeza. EstĆ”n las que pisaron las universidades y llegaron en ellas a puestos en los que incluso ahora las mujeres son minorĆa. El caso mĆ”s conocido es el de Luisa de Medrano, nacida en 1484, sobre la que hay bastante consenso a la hora de reconocerla como primera profesora universitaria en el mundo hispĆ”nico y que llegó incluso a ser catedrĆ”tica de LatĆn en la Universidad de Salamanca a los 24 aƱos (sucediendo a Antonio de Nebrija).
Y, hablando de Nebrija, autor de la primera gramÔtica del español, su hija Francisca no solo ayudó a su padre en la investigación y elaboración del famoso texto, sino que también ocupó la cÔtedra de Retórica (y he aquà una de las excepciones en este tema) en AlcalÔ de Henares que el humanista dejó libre tras su muerte.
TambiĆ©n en la universidad estudió Juana de Contreras, quien en 1504 mantenĆa un debate que parece casi actual en unas cartas con su maestro Lucio Marineo SĆculo: Juana querĆa referirse a sĆ misma como heroĆna en un texto y usar la forma latina heroina (primera declinación y forma que no existĆa en el latĆn clĆ”sico) y no herois, que Lucio insistĆa en que era lo correcto para ambos sexos.
AdemÔs, claro, al maestro le molestaba incluso mÔs el empeño de Contreras en querer usar para sà ese sustantivo, dejÔndose llevar por la ambición en vez de las virtudes de su sexo.
La querella de las mujeres y el protofeminismo
Parece que Lucio Marineo SĆculo tenĆa claro dónde se situaba en la llamada querella de las mujeres, un debate filosófico y polĆtico que empezó en el siglo XIV y se alargó hasta bien entrado el XVIII, sobre si las mujeres eran inferiores a los hombres por naturaleza.
Si bien Ć©l era en realidad algo avanzado para la Ć©poca (tenĆa a una alumna de latĆn y reconocĆa que era buena y hay cartas en las que se deshace en elogios hablando de otras puellae doctae), sabĆa cuĆ”l era el lugar natural de las mujeres: son musas (inspiradoras de hĆ©roes), no heroĆnas.
En este debate participaron tambiĆ©n algunas de la puellae doctae. Teresa de Cartagena, por ejemplo, religiosa del siglo XV y que tambiĆ©n estuvo en la corte de Isabel la Católica, escribió el que podrĆa ser el primer texto feminista escrito por una espaƱola: lo hizo cuando se enteró de que mucha gente ponĆa en duda que fuese ella quien habĆa escrito el tratado mĆstico Arboleda de los enfermos (era demasiado bueno para que lo hubiese escrito una mujer). En su respuesta, Admiración de las obras de Dios, defendĆa el nivel intelectual de las mujeres.
Las puellae doctae, que no eran algo exclusivo de la penĆnsula, desaparecieron por aquĆ cuando dejó de estar de moda tanto pensar y tanto humanismo (siguió habiendo afortunadas excepciones, como Oliva de Sabuco).
Fueron vĆctimas colaterales de la Contrarreforma, que acabó con ese ambiente propicio para lo intelectual, lo cientĆfico y esos primeros tĆmidos intentos de defender que a lo mejor las mujeres (de buena familia) podĆan dedicarse a algo que no fuese ser un bonito adorno que ademĆ”s produce bebĆ©s.
EXCELLENT TRABAJO GRACIAS POR CONPARTIRNOS ESTOS ESCRITOS
Me ha encantado este artĆculo y me ha descubierto perfiles femeninos muy interesantes que no conocĆa en su mayorĆa. Ā” Enhorabuena!
Hermosas pinturas, me han gustado tanto que e empezado a investigar sobre ellas y e descubierto algo fantastico
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