La televisión puede usarse para muchas cosas, pero raramente se utiliza para amplificar la voz de aquellos a los que la sociedad situó en sus mÔrgenes. Por tanto, que aparezca un programa concebido con ese objetivo merece el aplauso antes incluso de su visionado. Pero si encima el resultado es entretenido, el formato es oro. Y justamente eso es lo que ocurre con Radio Gaga (Movistar+).
Extraer lo mejor de la radio e inyectĆ”rselo a la televisión. Y hacerlo bien. PodrĆa parecer que la idea les llovió del cielo, pero proviene de un programa homónimo que se emite en BĆ©lgica. Y los belgas, a su vez, se inspiraron para el tĆtulo en una canción de Queen, cuya letra resume la esencia de lo que luego plasmaron en pantalla.

Dos tipos se desplazan a un lugar repleto de historias que esperan ser contadas. Para los primeros programas de la versión española, por ejemplo, se eligieron un par de centros. Uno de salud mental y otro de acogida de inmigrantes. Allà se detiene la vetusta Volkswagen Caravelle y no se moverÔ en 48 horas. Luego levantan una antena de radio con un alcance de 300 metros y montan una caravana que hace de pequeño estudio radiofónico.
Por allà desfilan todos los que tengan ganas de contar su vida. Tan simple como eso. Delante tienen a los presentadores, pero se hace un reparto de transistores para que su historia llegue a aquellos con los que conviven diariamente. Los protagonistas se abren por completo, se entregan. Cuando terminan, piden una canción. Y se la dedican a quien les da la gana.
Los presentadores son Manuel Burque (guionista, cómico, actor) y Quique Peinado (periodista y escritor lanzado a la fama por la sobremesa televisiva). Dos tipos principalmente enfocados al humor, pero que se enfrentan a testimonios que harĆan retorcerse en la silla al entrevistador mĆ”s experimentado. Y superan la prueba. No es extraƱo verlos conteniendo las lĆ”grimas cuando los relatos mĆ”s peliagudos se apoderan de la caravana.

En Carmina o revienta, la pelĆcula de Paco León, un personaje suelta que Ā«la vida es tan bonita que parece de verdadĀ». Mucha vida hay en los relatos de este programa, que sin duda encierra belleza, a ratos trĆ”gica y a ratos esperanzadora. Y tambiĆ©n hay mucha honestidad. Brutal, como aquel disco de Calamaro. Si Radio Gaga tuviera que definirse con un Ćŗnico adjetivo, no puede ser otro que emocionante.
El primer episodio fue sobrecogedor. Los presentadores hablan de tú a tú al que se acerca y hasta intentan rebajar el tono de la narración. Siempre con respeto y verdadera atención a lo que escuchan. Cuando preguntan no buscan escarbar en la herida, sino que transmiten un genuino deseo de saber mÔs.
Gracias a la permanente huĆda del morbo se consiguen declaraciones sorprendentes. Algunas, demasiado duras para descontextualizarlas aquĆ. Los habitantes del centro de salud mental desvelan sus sueƱos y sus infancias. Explican las enfermedades que padecen de la forma mĆ”s pedagógica posible: primero, el nombre tĆ©cnico, y despuĆ©s, con sus propias palabras.
TambiĆ©n puede verse en el debut la conmovedora charla con una mujer que, como cantaba el Lichis, no se sabe si sonrĆe o aprieta los dientes. Tras el accidente de su marido, ex policĆa local, se dedica a cuidarlo sin que Ć©l recuerde quiĆ©n es ella. Y a sus dos hijos, claro. Cuando Peinado le pregunta quĆ© hace en el poco tiempo que le queda para ella despuĆ©s de acostarlos, responde que aprovecha para planchar.

Acercarle el micro a la gente origina sorpresas. Es el caso de una mujer con trastorno esquizoadaptativo, otra usuaria de la residencia de salud mental. Cuando le piden un chiste, para sorpresa de los presentadores, cuenta uno de locos. Y vuela los lĆmites del humor que los propensos a la ofensa se empeƱan en invocar durante su abundante tiempo libre.
En el segundo programa hay una coincidencia con el primero. Los inmigrantes tambiĆ©n utilizan su momento para agradecer la labor de los trabajadores del centro. Es un instante hermoso, y asĆ lo reflejan las caras de sus cuidadores. Otro aspecto llamativo es que, cuando uno de los protagonistas concluye su testimonio, lo primero que hace es abrazarse a un compaƱero. Y sonreĆr.
En el centro de acogida temporal, ubicado en un espectacular castillo, se cruzan las historias y los paĆses. Un marroquĆ cuenta cómo se drogó para soportar ir enganchado al camión, un maliense que acaba de conseguir sus papeles apenas puede hablar por la alegrĆa, y una gambiana se sorprende de la fuerza de las mujeres occidentales. Sus tres hijas, ademĆ”s, ejemplifican la integración de la generación que nació y creció en EspaƱa.

Los inmigrantes comparten comida y palmas alrededor del fuego con los presentadores. También un partido de fútbol. El marroquà lleva una vieja camiseta de España, de cuando José Antonio Reyes iba a la selección. Y una mujer, en lugar de pedir una canción, la canta. Redemption song, de Bob Marley. Su potente letra resuena por el castillo para poner el broche de oro al programa.
Hasta ahora, Ćŗnicamente se han emitido dos capĆtulos. A la pareja Peinado-Burque aĆŗn le quedan cuatro paradas. Un centro de rehabilitación en Barcelona, un pueblo turolense en el que apenas resisten 50 habitantes, una residencia de Oviedo donde comparten su dĆas jóvenes y ancianos, y el sevillano barrio de las Tres mil viviendas.
El reto es grande. Si mantiene el nivel, se consagrarÔ como el mayor revulsivo de la parrilla televisiva. El espectador sabe perfectamente que un programa tiene detrÔs documentación, producción, montaje y demÔs trucos del medio. Pero, a veces, alguien logra que se olvide. Radio Gaga es una de esas excepciones. Porque, muy de vez en cuando, la tele es tan bonita que parece de verdad.