Confieso que, desde hace aproximadamente dos años, nunca mås he vuelto a escuchar la radio (de la televisión me deshice hace aproximadamente el doble de tiempo). Yo, que era un adicto a las ondas hercianas, que las usaba como banda sonora de fondo mientras trabajaba o viajaba, que la usaba para acompañarme en las noches insomnes, apagué el receptor y nunca mås lo he vuelto a encender.
Maticemos: escucho decenas de horas de radio a la semana (y de televisiĂłn), pero no por los cauces tradicionales. Lo que hago es descargarme podcast (o pelĂculas y series), y generalmente ni siquiera son podcast comerciales o procedentes de emisiones de radio, sino podcast producidos por aficionados, por tipos que dedican parte de su tiempo en hacerlos realidad, como ocurre con muchos blogs. O Wikipedia. Por ejemplo, soy un fiel seguidor de La Ăłbita de Endor, y particularmente del coronel Kurtz.
SonarĂĄ esto a esnobista insoportable o simplemente a tĂpico Ăpater le bourgeois que uno pone en un artĂculo para incentivar la lectura. Pero no es asĂ. Mi declaraciĂłn de intenciones es verdadera, y se debe Ășnica y exclusivamente a una cosa: huir de la publicidad; la cada vez mĂĄs ubicua, machacona, repetitiva, zombi publicidad (que irĂłnicamente cada vez resulta menos eficaz). Por eso escucho podcast: porque lo hago cuando quiero, sobre temas marginales que no resultan rentables econĂłmicamente y, por tanto, sin continuas interrupciones publicitarias.
Pero, ay, hubo un tiempo en que la radio, la tradicional, la de toda la vida, fue como el podcast. Un tiempo donde el negocio herciano estaba mal visto y la publicidad fue considerada anatema. Hace casi un siglo, la radio era lo mĂĄs parecido a lo que hoy en dĂa es un podcast.

El miedo a la radio
El primer sistema prĂĄctico de comunicaciĂłn mediante ondas de radio fue diseñado por Guillermo Marconi, emitiendo por primera vez una onda transatlĂĄntica en 1901 (aunque en realidad el invento fuera robado a Nikola Tesla). El fĂsico y matemĂĄtico britĂĄnico Lord Kelvin, no obstante, dijo que la radio no tenĂa ningĂșn futuro.
Al principio, en efecto, nadie apostĂł por la radio. Las empresas fabricaban los receptores de radio, pero sin preocuparse demasiado si mĂĄs tarde la radio tendrĂa audiencia o si existirĂan programas interesantes que radiar. De hecho, la Ășnica programaciĂłn disponible en 1919, a travĂ©s de la Radio Corporation of America (RCA), era tan aburrida que nadie se interesaba por ella.
Sin embargo, poco a poco empezĂł a explotarse la idea de que se podĂa radiar una noticia incluso en directo, en el mismo momento que se estaba produciendo, y ello funcionĂł como gancho para los primeros oyentes.
TambiĂ©n se organizĂł la retransmisiĂłn del combate final entre Dempsey y Carpentier, dos boxeadores de la Ă©poca, el 2 de julio de 1921. Para que el pĂșblico potencial advirtiera las posibilidades de la radio, se instalaron altavoces en varios puntos estratĂ©gicos de las calles. AsĂ, por ejemplo, miles de oyentes se arremolinaron en Times Square, cerca de los altavoces, para disfrutar de aquel combate a distancia y en tiempo real.
Se pasó de que sólo un hogar de cada 500 tuviera radio a un hogar de cada 20. Era la primera vez en la historia que un producto de consumo proliferaba y se aceptaba universalmente a tamaña velocidad.
La radio, en efecto, era como el internet de la Ă©poca. Y tambiĂ©n suscitĂł reservas muy similares a las que generĂł la Red en sus inicios: que la radio no disponĂa de suficientes periodistas para mantener los estĂĄndares de calidad de la prensa escrita, que estaba afectando negativamente a las ventas de periĂłdicos, y que violaba la ley de propiedad intelectual.

La radio es gratis
Hubo un tiempo en que la radio funcionaba sin que nadie tuviera que pagar por ella, ni siquiera indirectamente a travĂ©s de la publicidad. La radio era como la Wikipedia, y estaba protegida bajo filosofĂas como las que hoy sostienen el Copyleft o el Creative Commons.
Este estatus se debe en gran parte a Herbert Hoover, que como secretario de Comercio controlaba las ondas de radio, y que sostenĂa que este medio de comunicaciĂłn debĂa dedicarse a propĂłsitos mĂĄs nobles y sobrios. «Si un discurso del presidente tiene que emplearse como la carne entre dos rebanadas de anuncios de patentes medicinales, la radio se irĂĄ a pique», dijo Hoover.
En aquel entonces, las transmisiones de radio eran muy caras. AdemĂĄs, los contenidos eran siempre diferentes, no podĂan pasarse una y otra vez como las pelĂculas, o volverse a representar como en el teatro, de modo que eso disparaba aĂșn mĂĄs los costes, como explica Bill Bryson en su libro 1927: Un verano que cambiĂł el mundo:
Los directivos de la NBC se quedaron horrorizados al descubrir que sus dos programas de Ăłpera fijos le costaban a la cadena 6.000 dĂłlares a la semana. Costaba tanto sacar beneficios que algunos miembros del sector se preguntaban si la radio tenĂa futuro comercial.
Lo mĂĄximo que llegĂł a instaurarse fue la menciĂłn del nombre de algĂșn patrocinador del programa emitido, pero no mĂĄs. Sin embargo, Hoover fue perdiendo fuelle en su batalla contra la publicidad herciana porque habĂa otros intereses en su horizonte, como la idea de convertirse en presidente. Y, entonces, los anuncios empezaron a infiltrarse en la radio.
A principios de la dĂ©cada de 1930, la publicidad en la radio ya se valoraba en 40 millones de dĂłlares al año, en un mercado que se habĂa visto francamente reducido debido a la Gran DepresiĂłn. Los anuncios en los periĂłdicos cayeron un tercio, y los anuncios de las revistas en casi la mitad, mientras que la publicidad en la radio no paraba de crecer. Casi 250 diarios tuvieron que cerrar en la dĂ©cad de posterior al nacimiento de las emisoras de radio.
Y entonces, cuando la radio parecĂa haber arrebatado el poder a los otros medios, naciĂł la televisiĂłn. El inventor estadounidense Philo Fansworth habĂa solicitado las primeras patentes para la televisiĂłn en enero de 1927 y, aunque tampoco nadie apostaba por aquel aparato (lo cual es una constante en casi toda nueva tecnologĂa), sustituyĂł paulatinamente a la radio.
La historia, aunque con otros mimbres, se repitió hasta la llegada de internet. ¿Qué serå lo próximo? ¿Una nueva forma de YouTube? A saber. Pero vale la pena aprender de nuestros sesgos y prejuicios del pasado para abrazar con un poco menos de renuencia lo que seguramente llegarå en breve. Mientras, disfrutemos del podcast.
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