Cansados de ser los eternos perdedores, Espartaco y los suyos decidieron cambiar el guion rebelƔndose contra el imperio. Dieron un espectƔculo, es cierto, pero no el que estaba previsto.
Gracias a ello, y tras la desaparición de aquel realismo sangriento, la convivencia entre narradores y narrados mejoró sustancialmente, transformÔndose en una relación de mutua dependencia.
Pero como el conflicto entre autores y personajes nunca desaparece, ahora es la plataforma HBO la que ha planteado un escenario diferente. En su serie de ciencia ficción Westworld, Jonathan NolanĀ yĀ Lisa JoyĀ cuentan una historia basada en la famosaĀ pelĆcula deĀ Michael Crichton que llevaba el mismo tĆtulo.
En esta serie, el escenario ya no es un coliseo ni un teatro, sino un inmenso parque temÔtico que asemeja el viejo oeste americano en el que los actores (aquà llamados anfitriones) son robots con forma humana y dotados de una inteligencia artificial altamente sofisticada.
Fotograma de ‘Westworld’ (HBO)
Estos robots interactĆŗan con los humanos (visitantes) que ya no los contemplan desde las gradas o el patio de butacas, sino que se introducen en su vida cotidiana en el marco de una serie de narrativas escritas por el autor que las crea.
Pues bien, incluso en este caso (y perdón por el spoiler) los actores se rebelan con la misma violencia que ya mostraran las huestes de Espartaco hace ya mÔs de 2.000 años.
Pareciera que el tema no tiene arreglo. Los personajes, en muchas ocasiones de la mano de los actores que los interpretan, se resisten a seguir un papel predeterminado y a repetirlo siempre por igual. Por alguna extraña razón, muchos de ellos optan por negarse a deambular encerrados tras las angostas rejas del guion preestablecido.
Cualquier autor de novelas, obras teatrales o guiones cinematogrÔficos puede constatar que ese conflicto lo ha vivido en sus propias carnes. Al principio imagina una serie de personajes que incorpora en la historia que pretende contar. Pero, poco a poco, según esta avanza, ellos van cobrando vida llegando, en muchos casos, a tomar la iniciativa al margen de las expectativas de dicho autor.
Esa es la magia que alimenta muchas de las mejores obras de ficción: el inacabable conflicto entre autores y personajes. Un conflicto que debe resolverse sin vencedores ni vencidos. Es decir, sin gladiadores rebeldes, actores extraviados ni robots fuera de control.
Cansados de ser los eternos perdedores, Espartaco y los suyos decidieron cambiar el guion rebelƔndose contra el imperio. Dieron un espectƔculo, es cierto, pero no el que estaba previsto.
Gracias a ello, y tras la desaparición de aquel realismo sangriento, la convivencia entre narradores y narrados mejoró sustancialmente, transformÔndose en una relación de mutua dependencia.
Pero como el conflicto entre autores y personajes nunca desaparece, ahora es la plataforma HBO la que ha planteado un escenario diferente. En su serie de ciencia ficción Westworld, Jonathan NolanĀ yĀ Lisa JoyĀ cuentan una historia basada en la famosaĀ pelĆcula deĀ Michael Crichton que llevaba el mismo tĆtulo.
En esta serie, el escenario ya no es un coliseo ni un teatro, sino un inmenso parque temÔtico que asemeja el viejo oeste americano en el que los actores (aquà llamados anfitriones) son robots con forma humana y dotados de una inteligencia artificial altamente sofisticada.
Fotograma de ‘Westworld’ (HBO)
Estos robots interactĆŗan con los humanos (visitantes) que ya no los contemplan desde las gradas o el patio de butacas, sino que se introducen en su vida cotidiana en el marco de una serie de narrativas escritas por el autor que las crea.
Pues bien, incluso en este caso (y perdón por el spoiler) los actores se rebelan con la misma violencia que ya mostraran las huestes de Espartaco hace ya mÔs de 2.000 años.
Pareciera que el tema no tiene arreglo. Los personajes, en muchas ocasiones de la mano de los actores que los interpretan, se resisten a seguir un papel predeterminado y a repetirlo siempre por igual. Por alguna extraña razón, muchos de ellos optan por negarse a deambular encerrados tras las angostas rejas del guion preestablecido.
Cualquier autor de novelas, obras teatrales o guiones cinematogrÔficos puede constatar que ese conflicto lo ha vivido en sus propias carnes. Al principio imagina una serie de personajes que incorpora en la historia que pretende contar. Pero, poco a poco, según esta avanza, ellos van cobrando vida llegando, en muchos casos, a tomar la iniciativa al margen de las expectativas de dicho autor.
Esa es la magia que alimenta muchas de las mejores obras de ficción: el inacabable conflicto entre autores y personajes. Un conflicto que debe resolverse sin vencedores ni vencidos. Es decir, sin gladiadores rebeldes, actores extraviados ni robots fuera de control.