A efectos prácticos y en general, para ser un lĂder de opiniĂłn uno tenĂa que arrogarse de cierto conocimiento y autoridad acerca del tema sobre el que hablaba. Cuando no era asĂ, la cosa cantaba más que un pasaje de Guerra y paz en Mujeres, hombres y viceversa.
El problema de que todo el mundo tenga una opiniĂłn y nadie tenga mucha idea de cĂłmo emitirla con autoridad es que el opinador vive en un estado de necesidad continua de ser aceptado por la audiencia. Hay una cosa muy difĂcil de aceptar: en el 99,9% de los casos tu opiniĂłn no le importa un carajo a nadie y esta columna es un ejemplo palpable. AsĂ que deberĂas comenzar a plantearte lo de no ponerte tan intenso ni tan enfurruñado con todo bicho viviente.
El truquiconsejo de hoy consiste en copiar (copiar está bien si sabes a quien copiar) al fĂsico Richard Feynman. Feynman era una eminencia en un asunto tan inabordable como la fĂsica cuántica y no se daba esos aires que te das tĂş en Twitter.
De hecho, como casi todo el mundo, tenĂa sus mierdas, algo que en pleno siglo XXI cuesta de aceptar en el prĂłjimo, pero nada cuando al que se tiene en cuenta es a uno mismo. El estadounidense era asiduo –adicto es la palabra que se suele utilizar cuando se describe su conducta– a los locales de strip tease, donde desarrollaba sus teorĂas mientras se tomaba un 7Up fresquito.
Esta historia tiene una moraleja: cuando escuches un argumento a alguien, infĂłrmate de si ese alguien tiene bagaje intelectual suficiente como para poder defender racionalmente lo que propugna. Vale, puede que ese alguien sea adicto a los bares de top-less. Al fin y al cabo, nadie es perfecto, pero que al menos sepa de lo que habla.
A efectos prácticos y en general, para ser un lĂder de opiniĂłn uno tenĂa que arrogarse de cierto conocimiento y autoridad acerca del tema sobre el que hablaba. Cuando no era asĂ, la cosa cantaba más que un pasaje de Guerra y paz en Mujeres, hombres y viceversa.
El problema de que todo el mundo tenga una opiniĂłn y nadie tenga mucha idea de cĂłmo emitirla con autoridad es que el opinador vive en un estado de necesidad continua de ser aceptado por la audiencia. Hay una cosa muy difĂcil de aceptar: en el 99,9% de los casos tu opiniĂłn no le importa un carajo a nadie y esta columna es un ejemplo palpable. AsĂ que deberĂas comenzar a plantearte lo de no ponerte tan intenso ni tan enfurruñado con todo bicho viviente.
El truquiconsejo de hoy consiste en copiar (copiar está bien si sabes a quien copiar) al fĂsico Richard Feynman. Feynman era una eminencia en un asunto tan inabordable como la fĂsica cuántica y no se daba esos aires que te das tĂş en Twitter.
De hecho, como casi todo el mundo, tenĂa sus mierdas, algo que en pleno siglo XXI cuesta de aceptar en el prĂłjimo, pero nada cuando al que se tiene en cuenta es a uno mismo. El estadounidense era asiduo –adicto es la palabra que se suele utilizar cuando se describe su conducta– a los locales de strip tease, donde desarrollaba sus teorĂas mientras se tomaba un 7Up fresquito.
Esta historia tiene una moraleja: cuando escuches un argumento a alguien, infĂłrmate de si ese alguien tiene bagaje intelectual suficiente como para poder defender racionalmente lo que propugna. Vale, puede que ese alguien sea adicto a los bares de top-less. Al fin y al cabo, nadie es perfecto, pero que al menos sepa de lo que habla.
RF participĂł en el proyecto Manhattan. Lo de librarse de la WW2 por deficiente mental, es difĂcil de creer. TenĂa un expediente acadĂ©mico impresionante.
No lo era. Se lo hizo en la entrevista previa.
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